Vita brevis

Oh, bien. Ya era malo jugarse las cabezas siendo desertoras y sin rompérselas pensando en qué querían los de la Organización cuando las hicieron. Y era bastante peor tener nieve hasta el pubis y vivir acorraladas como animales de ejecución, entrenándose y mirando el horizonte, esperando el día en que finalmente enviaran por ellas, para asesinarlas o traerlas de vuelta para adoctrinarlas. Ya era malo, bastante malo. Por no decir otra cosa que molestara a Deneve, que detestaba su fluído vocabulario de taberna. Para que no pensara que despreciaba estar viva y a su lado, con las demás día a día, regocijándose en la miseria de haber ganado la batalla, echando en falta a las caídas, haciendo chistes para que fuera más soportable. Nop, no lo lamentaba pero Helen era cursi y exigente en algunos aspectos. Podía dormir en la hierba pero al día siguiente quería ver flores en la montaña. Si la posada en la que tenía que quedarse poseía sábanas apolilladas AL MENOS debían procurarle frutas dulces o habría graves problemas. Aquello en su época con la Organización. No se hubiera ido de no haberse dado cuenta de que la consideraban problemática. Y el exterminio de las suyas. Tampoco era como si le diera igual lo que hicieran, monstruosos como eran al robar niñas para convertirles en armas, además de pedir sumas tan altas por cada yoma, que casi ninguna aldea podía pagar. Pero Helen se imaginaba a esas crías sin familia-como ella misma-muriendo de frío en la calle o sirviendo de juguetes para hombres insaciables. Les deparaban sufrimientos grandes y en el peor de los casos la muerte, que según Deneve era un alivio pero para ella resultaba espantoso. Renunciar al calor de estar vivo. Al menos la Organización le dio eso, con un alto precio que le hacía apretar los dientes al recordar (se abstenía porque terminaba realmente furiosa y alteraba a las demás, lo cual le habría dado igual de no ser por las calmas peticiones de Miria que a veces sonaban a amenazas aunque su voz tratara de mantener el tono y su semblante estuviera bien compuesto) pero se lo dio. Y ahora resulta que las siete loquitas que todavía quedaron en pie deben ir a tocarles puerta a los mandamás, para decirles algo como: Hey, por vuestra culpa nuestras amigas murieron, prepárense para una orgía de sangre en la que ustedes serán los pasivos. Le daba risa imaginárselo. Aunque era una risa neurótica y le recorrían escalofríos al dejarla escapar de sus labios. Por eso era lógico y necesario (en esa completamente prescindible aventura absurda que seguro terminaba con sus cabezas en picas y sus cuerpos para recibir electroshocks en una mesa de operaciones a manos de pervertidos) ahogarla en cerveza, mientras que pudiera.