EL IMPERIO DE DRACULA

(Escrito por Federico H. Bravo)


Capítulo 1

Inglaterra. 1768.

Había tranquilidad en aquél atardecer de verano en la campiña inglesa. En los árboles, los pájaros entonaban un canto más antiguo que el hombre. La brisa y los aromas de la vida formaban una mezcla placentera, en especial, para el hombre que como pasajero viajaba en su carruaje junto a su señora esposa…

Su nombre era Edward, duque de Albion. Hacía cinco años atrás, le habían diagnosticado una terrible enfermedad incurable. Un mal que roía y quemaba sus entrañas. Había vivido más de lo pensado y consideraba que cada nuevo día que veían sus fatigados ojos era un milagro. Sentada a su lado en aquél momento, su joven esposa opinaba lo mismo.

-¿Te sientes bien, querido esposo? – le preguntó, observándolo preocupada – Veo tristeza en tu semblante…

-No es nada, amada Eliza. La bella puesta de Sol me ha llenado de melancolía. Es todo – Edward sonrió y le acarició el rostro. Justo en ese momento, sonó un disparo y el carruaje se detuvo bruscamente. Alguien gritó:

-¡Vamos! ¡Abajo! ¡YA!

Edward y su esposa, pálidos del susto, se asomaron a ver. El cochero yacía muerto sobre el pescante de un tiro en la cabeza, mientras un bandido enfundado en ropas oscuras y montado sobre un caballo del mismo color les apuntaba con una humeante pistola.

-¡Mi Dios! – Elizabeth se llevó una mano a la boca, aterrada – ¡El Cuervo Negro!

-El mismo, Milady – el bandido enmascarado bajó de su corcel y saludó a la dama con una burlona reverencia sacándose el sombrero – Ahora, el dinero o vuestras vidas, sus señorías – volvió a apuntarles con la pistola – Tomad rápido vuestra decisión, por favor. Ya casi es de noche y me espera una jornada muy lucrativa todavía.

-Edward… - Elizabeth miró a su frágil marido. El duque bajó del carruaje y enfrentó al criminal.

-¡Maldito rufián! – le espetó – ¡Tome todo nuestro dinero, pero váyase y déjenos en paz!

El Cuervo Negro rió a carcajadas, mofándose del enclenque hombrecito. Pasó a su lado y le echó una mirada más que elocuente a su esposa.

-Así será, señor – afirmó – Recuerde que a diferencia del mítico Robin Hood, el Cuervo Negro siempre le roba a los ricos… para enriquecerse él mismo. Pero sucede que mi precio ha aumentado esta vez, gracias a la hermosura de su señora esposa – sonrió lascivamente – Creo que la duquesa y yo nos vamos a entender muy bien. ¡Baje del carro, Milady!

-¿Cómo se atreve…? – Edward enfureció. Quiso pegarle un golpe, pero el bandido se lo sacó de encima de un empujón.

-¡Edward! – Elizabeth bajó del carruaje, preocupada por él. El Cuervo Negro la atrapó de un brazo y con violencia, la atrajo hacia sí.

-No se preocupe, Milady – le dijo – Ahora, yo seré su esposo… al menos, por un par de horas.

-¡No! ¡No! ¡Edward! ¡Ayuda!

-Vamos. No sea tímida, Milady. Deme un beso…

-¡No!

La duquesa forcejeó con el criminal, quien pretendía violarla allí mismo. Desde el suelo e impotente, el duque de Albion rezó para que se produjera un milagro y alguien detuviera al maniaco de cometer su infame acto.

Sus rezos y plegarias desesperadas fueron oídos, aunque no precisamente por quien él esperaba…

El Sol se había puesto ya por el horizonte. Era de noche. Un lobo aulló en alguna parte, seguido del peculiar sonido de un aleteo. El batir de alas distrajo al delincuente enmascarado, quien vio cómo un extraño sujeto de cabellos largos vestido con una armadura escarlata y una capa oscura lo observaba atentamente. Había salido del bosque cercano en el más absoluto de los silencios…

Algo en aquél insólito e inesperado visitante hizo que al Cuervo Negro –usualmente, el bandido más temible y buscado de Inglaterra– se le helara la sangre. Aquella aparición tenía la tez tan blanca y pálida como el hueso. Su rostro era bello pero feroz, y los ojos de pupilas enrojecidas no hacían más que acentuar esa ferocidad latente en él.1

-¡Ayúdenos, señor! – le suplicó Elizabeth – ¡Por favor!

El extraño la miró atentamente. Luego, observó a su marido tirado en el suelo y, acto seguido, fijó sus penetrantes ojos en el delincuente… y sonrió.

Al hacerlo, reveló dos inmensos y filosos colmillos asomándose en su boca…

-¡Maldita sea! – el Cuervo alzó la pistola en su dirección, aterrado – ¡Muere, demonio!

Disparó. La bala chocó contra el pecho del imponente guerrero, dando en el blanco. Se dobló del dolor… sólo para erguirse un instante después, totalmente indemne y furioso.

Rugiendo como un león, se echó contra su oponente. Cruzó el espacio que les separaba como si volara. Con unas manos semejantes a garras de uñas afiladas, le torció el pescuezo y arrancó la cabeza de cuajo en una explosión sanguinolenta.

Mientras Elizabeth corría a reunirse con su marido y ambos contemplaban con ojos atónitos cómo su salvador bebía la sangre vertida por la cabeza decapitada con delectación, el lobo volvió a aullar en algún lugar con más fuerza. La Luna, pálida y gibosa, aprovechó para asomarse en el cielo a través de las nubes e iluminar con su tenue luz la escena de tan macabro festín.

-¿Quién es usted? – consiguió preguntarle un temeroso duque de Albion.

Ya ahíto de sangre ajena y con la boca empapada de ella, el extraño arrojó la cabeza del difunto bandido a un costado. Se le acercó, dando pasos pesados y lo miró ceñudo, sin decir nada. Al cabo de un momento, estiró una mano y la apoyó sobre su hombro.

Edward sintió que el corazón iba a salírsele por la boca. El desconocido, sin embargo, sonrió no sin cierta malevolencia y finalmente habló:

-Soy Vlad Tepes, el último descendiente de la Orden del Dragón – dijo, en un inglés casi perfecto. Había un inconfundible acento de Europa del Este en su voz – Hace poco que llegué a vuestro hermoso país y pretendo quedarme aquí… para siempre.


Capítulo 2

La Corte de St. James. Londres.

Palacio de George III, Rey de Inglaterra.

Agosto de 1769.

-El conde Drácula – dijo el obeso obispo a Su Majestad, haciendo una mueca al pronunciar ese nombre – No me gusta, señor. Es claro para todos que ese hombre es un vampiro… y la misma Biblia dice que beber sangre es una afrenta a los ojos de Dios. ¡Una abominación! Todavía no entiendo cómo lo acogisteis en nuestro reino, Excelencia. Y, mucho menos, arroparse bajo un título nobiliario inexistente.

El rey –sentado en su trono y rodeado de todos sus asesores y consejeros– suspiró. Miró al religioso con expresión cansada.

-Tales cosas son ciertas, mi amigo obispo – reconoció, con franqueza – pero, por Dios, le necesitamos. Vos mismo sabéis que antes de ser vampiro era un poderoso guerrero y un gran estratega militar. Eso, sumado ahora a sus… poderes, nos es muy útil contra nuestros enemigos, los disidentes de la corona.

El obispo se quejó. Refunfuñó de nuevo su descontento.

-¡Vlad Tepes es un monstruo! – declaró.

-Tenía entendido de que era cristiano y que combatió a los turcos…

-¡Empleando métodos salvajes y bestiales para castigar a sus enemigos! – exclamó el obispo – ¿Su Majestad ignora el apodo que tenía en ese entonces? ¡El Empalador! ¡Clavaba a sus enemigos sobre estacas! Y se deleitaba con ello. ¡Y ahora, vos le permitís caminar a sus anchas por suelo inglés! Os lo repito, Majestad: es un monstruo.

-Es verdad – dijo una voz profunda y cavernosa. Todos en la sala se quedaron helados. Una ventana se abrió y un fuerte viento penetró, seguido de una nube de niebla. La niebla flotó hacia delante del trono y se condensó, formando una figura masculina vestida con un elegante traje negro y llevando una larga capa sobre su espalda.

Todos los presentes temblaron. Pese a lo ahora civilizado de su aspecto sin su armadura carpata, Drácula seguía viéndose como un individuo feroz. Sus cabellos largos, su piel pálida y su boca de colmillos filosos no ayudaban para nada a mejorar la situación…

-…Pero no tienes por qué temerme, reyecito – Drácula, totalmente despreocupado, se acercó al monarca y le apoyó una mano en el hombro, hablándole como de un igual a igual. Varios consejeros protestaron aireadamente ante aquella irrespetuosidad. Al vampiro sólo le bastó una mirada de sus ojos rojos para callarlos – Como te decía – se volvió de nuevo hacia el rey. George III, soberano de Inglaterra y todas sus colonias, comenzó a sudar. Tan cerca de él, podía ver con mayor claridad los afilados caninos en su boca. Drácula sonreía – No tienes por qué tenerme miedo. Mi poder es mucho mayor que el tuyo, pero me conformo con usarlo a tu servicio… por ahora.

El conde llevó a Su Majestad hasta un balcón. Señaló los imponentes jardines que se alzaban alrededor del palacio, tenuemente iluminados bajo los rayos lunares. Unos extraños lobos comenzaron a aullar en alguna parte.

-Ah. ¿Los escuchas? Los hijos de la noche – dijo el vampiro. Un año después de su arribo a Gran Bretaña, su pronunciación del inglés había mejorado bastante. Ya casi ni había trazas de su acento rumano – No quiero intervenir en los modos de tu pequeño reino, George – siguió diciendo – Digamos que en realidad, por el momento he venido a imponer el orden.

Volvió a sonreír. Bajo la penumbra lunar, su cara de tez pálida y sus ojos rojos adquirieron tintes auténticamente diabólicos.

Fuera de palacio y entre los jardines, los lobos continuaron aullando. Esta vez, con más fuerza.


Capítulo 3

Norteamérica. Filadelfia.

Junio de 1776.

Benjamín Franklin se paró delante de sus compañeros de reunión. Su rolliza figura, su melena de cabellos blancos y las gafas de montura metálica en su rostro, más el bastón que llevaba en una mano completaban el cuadro de un hombre sabio y cuidadoso. Usualmente, era medido en sus apreciaciones, pero ahora la situación exigía menos indiscreción y más acción. Al menos, acción verbal…

-Parece, mis amigos, que sólo tenemos una opción por delante de nosotros – dijo a los presentes – Nos empalaran juntos, o nos empalaran por separado, da igual. El viejo rey George está decidido a liquidarnos.

Un hombre más gordo que Franklin se puso de pie, exasperado. Llevaba una peluca blanca sobre su cabeza.

-¡No digas tonterías, Benjamín! La corona amenaza cada murmullo de insurrección con la furia del conde Drácula, es verdad. Pero hasta ahora no se ha tomado ninguna acción en las colonias del imperio.

-Así es, John – Franklin se volvió hacia él – Todas las insurrecciones en el Viejo Continente se han apagado con la sola amenaza de Vlad Tepes… pero nuestro "murmullo" será el primero en encontrar eco. El pensamiento americano tendrá un medio de expresión libre, gracias a ello.

-Una misión que te corresponde, John – dijo otro de los caballeros presentes en la reunión – Todo el mundo lo sabe: nadie grita mejor que John Adams.

-Hancock dice la verdad – asintió Franklin. Su amigo y colega sacó pecho, elevando con cierto orgullo su prominente abdomen.

-Es cierto, amigos. Gracias a la familia Adams, la idea de la independencia americana es algo más que simples letras en un periódico.

-Pues me aseguraré, Sr. Adams, que su gordo cuerpo sea el primero en colgar de la estaca frente al palacio de Buckingham.

Todos los presentes se volvieron hacia el dueño de aquella voz. Drácula se hallaba allí; parado en un rincón, vestido de negro y con su capa colgándole sobre los hombros, el vampiro sonreía burlón mientras se cruzaba de brazos.

Su insólita presencia en el lugar causó el revuelo tan esperado. Sin embargo, el presidente de la reunión llamó al orden con los golpes de su mazo sobre la mesa.

-Si tiene algo que decirnos, señor conde, sugiero que lo haga con el lenguaje apropiado. ¡Esto es América! Ya no está en Inglaterra.

-Así es, Sr. Jefferson. Usted lo ha dicho: esto es américa y no Inglaterra… pero sucede que yo tengo potestad sobre las islas y todas sus colonias. Corríjanme si me equivoco, pero… ¿No es Filadelfia y toda Pensilvania una colonia británica?

-En todo caso, caballero – intervino educadamente Franklin, sin miedo – en última instancia, es ante Su Majestad ante quien deberíamos comparecer en el hipotético caso de quedar detenidos. No ante usted. Su título nobiliario de conde no es suficiente autoridad para darnos alguna orden.

-Me temo que en eso se equivoca usted, Sr. Franklin. ¿No han oído las últimas noticias?

-¿Qué noticias?

-Su Majestad ha muerto. Un hecho triste y lamentable. También fallecieron los demás miembros de su familia, excepto la más joven de sus hijas. Ella está destinada ahora a heredar el trono y por supuesto lo hará… se convertirá en la reina de Inglaterra y yo, como su esposo, seré su príncipe consorte. Así que las cosas han cambiado, caballeros. ¡Soy vuestro soberano! Y como tal, decreto aquí y ahora vuestras muertes en la estaca…

Horas después, los cuerpos de los miembros de aquella sediciosa reunión yacían empalados, brutalmente colgados de afiladas estacas en la plaza mayor de la colonia. Con las muertes de Jefferson, Franklin, Hancock y Adams, a todo el mundo le quedó más que clara la suprema autoridad del príncipe Drácula.

Aquella noche, un nuevo mundo había nacido…


Capítulo 4

Norteamérica. Nueva Orleans.

Marzo de 1897.

El profesor Ichabod Crane acababa de dar su particular clase de historia a su único alumno. El joven elegantemente vestido sentado en una silla le había escuchado en todo momento, sin interrumpir. La palidez sobrenatural de su piel y el brillo de sus ojos indicaban que no solamente era un atractivo muchacho de una posición económica y social privilegiada, sino que también era un vampiro.

-…Aquel intento de sedición fue la última rebelión contra la corona – puntualizó el Prof. Crane, señalando al pizarrón – de cualquier colonia. Y ahora, todo el mundo es una colonia. Inglaterra fue, quizás, la primera gran nación en acoger el cambio iniciado por el príncipe Drácula con los brazos abiertos. A partir del 1800 y pico, el vampirismo (como bien usted sabe) se volvió un asunto serio y legal. Bajo el reinado del príncipe Drácula, hemos tenido años enteros de paz en todo nuestro territorio.

-Sí, lo sé, profesor – el vampiro suspiró – Y aun así, encuentro cierto… descontento entre la población.

El maestro guardó silencio por un momento. Sabía que siendo humano, debía fidelidad y respeto a la raza gobernante, esto era, los vampiros. Poco importaba si se trataba de verdaderos antiguos, como el príncipe consorte o el Primer Ministro, o de vampiros relativamente jóvenes como el bello muchacho sentado frente a él. Mientras Ichabod Crane tuviera la cabeza en su lugar, un corazón que bombeara sangre continuamente en su pecho y pudiera salir al Sol sin quemarse, debía obedecer a aquellas criaturas hematófagas, las cuales a la fecha actual gobernaban el mundo y eran cada vez una incuestionable y amplia mayoría.2

Hubo un golpe en la puerta de la habitación. Cuando se abrió, otro atractivo vampiro joven y de melena rubia entró con una sonrisa en los labios. Se sacó el sombrero y saludó al profesor. Luego, se dirigió a su congénere…

-Louis – le dijo, llamándolo por su nombre – ¡Anímate! Vamos a divertirnos.

-Lestat. ¿Qué pasa? Parece que hubieras descubierto un tesoro, por la sonrisa que traes. ¿Qué ocurre?

-El Primer Ministro, Lord Ruthven, ordenó que se invadieran las oficinas de cierto pasquín sedicioso, hoy mismo. La tropa de soldados va a destruir las prensas. Si te apuras, podemos ser espectadores de lujo del show.

A Louis –un alma sensible, a fin de cuentas– este asunto no le agradaba para nada. Por suerte, simulando cierto interés, siguió a su Sire hacia el edificio donde funcionaba el periódico. Un destacamento de soldados no-muertos aguardaba allí una orden de su comandante para intervenir.3

-No parece gran cosa, ¿verdad? – comentó Louis. Lestat y él se hallaban parados entre el grupo de curiosos (humanos y vampiros) que habían acudido a ver el suceso – Ni una amenaza para el imperio…

-Pero lo es – dijo un vampiro de aspecto imponente, acercándoseles – El editor insiste en imprimir sedición. Algo intolerable para el príncipe consorte y Su Majestad, la reina –miró al rubio parado a su lado – Vaya, vaya, vaya… Miren quién está aquí. ¡Pero si es el Príncipe Rebelde! Es curioso verte tan seguido hoy por hoy, Lestat de Lioncourt. Te hacía en Paris, acompañando a ese patán aburrido de Armand.

-Ya ves que he regresado, mon ami. Y no puede decirse que sea un placer volvernos a encontrar, Varney. Aunque, dadas las circunstancias, creo que debo decir que no me extraña. Todavía sigues siendo el perro fiel del príncipe Drácula, por lo visto…

-Cuida tu tono, jovencito atrevido – el vampiro siseó, enseñando sus colmillos – y recuerda con quién estás hablando. ¡Soy Sir Francis Varney! Gobernador de la colonia de Nueva Orleans y sus alrededores. Respondo ante Su Majestad, la reina, y ante el Primer Ministro, Milord Ruthven.4

Lestat silbó, para nada sorprendido.

-Ahí lo tienes, querido Louis – le dijo a su compañero – Todo un señor vampiro.

-Estás de suerte, muchachito. Esta noche tengo cosas más importantes que hacer como para molestarme en castigar a uno de los bastardos del linaje de Akasha. Pero te sugiero que vayas con cuidado. La insubordinación a los mayores de nuestra especie está muy mal vista por estos días…

-Tú lo has dicho. Sucede que, en realidad, yo sí respeto a los mayores, aunque no lo parezca. Pero claro, a los del linaje de Akasha… no a los vástagos de Lilith o Caín. Tú, ¿de cuál de estos dos desciendes, eh?

Sir Francis Varney optó por hacerse el desentendido y se volvió hacia los soldados. Le hizo señas al capitán del destacamento y este, a su vez, dio la orden a sus tropas de intervenir.

Los soldados no-muertos entraron en el edificio derribando la puerta principal y ante los atónitos ojos de los trabajadores del periódico, procedieron a destrozar las prensas.

El editor en jefe quiso detenerlos, recibiendo por su osada acción una fuerte paliza. Al poco, había sido arrastrado al exterior del edificio y compadecía ante el mismísimo Sir Francis, que lo miraba con una expresión de desprecio en su barbado rostro.

-¡No pueden hacer esto! – se quejó el hombre, desde el piso.

-¡Cierre su irrespetuosa boca, traidor! – le dijo el capitán del regimiento, furioso. Lo pateó en el estómago. El hombre se dobló sobre sí mismo y escupió sangre, pero no había temor en él cuando alzó nuevamente la mirada hacia sus hostigadores.

-¿Traidor? ¿Es traición que un hombre exprese su sentir? – preguntó – ¿Es traición que un hombre escriba la verdad?

-Sí, cuando esa supuesta verdad se opone a las verdades del príncipe consorte y de Su Majestad – replicó Sir Francis, señalándolo con un dedo largo y huesudo – Es una lástima que no corrigiera sus ideas, Sr. Summers. Antes disfrutaba mucho con la lectura de su periódico.

-Que sorprendente revelación. ¿Sabe usted leer? Creía que un antiguo como usted ya ni se molestaba con estas cosas.

Los ojos de todos se volvieron hacia quien había dicho todo eso. La multitud reunida frente al periódico se apartó. Una bonita muchacha pálida de ojos celestes y colmillos filosos se acercó. A diferencia de las damas de la época, no llevaba un vestido como atuendo, sino un ajustado traje de cuero negro ceñido a su bien proporcionado cuerpo.

-¿Quién…? – Louis estaba impactado por la visión de aquella singular vampira. Lestat, parado todavía a su lado, sonrió y silbó.

-Amigo, estamos en presencia de la legendaria asesina de Licántropos, la atractiva Selene, del linaje de Viktor. Lo que se dice una autentica femme fatal… ahora es cuando la cosa empieza a ponerse interesante.5


Capítulo 5

Selene era una bella muchacha. Cuando ella aparecía en escena, indefectiblemente se robaba todas las miradas de la platea masculina. No podía ser de otra forma. Pero la chica era más que una cara bonita y un cuerpo escultural. También era una vampira antigua, de aproximadamente 632 años de edad como no-muerta…

Nacida originalmente en Hungría en 1383, había sido engendrada por Viktor –otro de los antiguos– a la tierna edad de 19 años. Desde entonces, había permanecido fiel a su padre oscuro, a su clan y a su linaje, convirtiéndose en una hábil guerrera matadora de Licántropos, puesto que era sabido que Viktor y su maldita estirpe sostenían una guerra incansable contra los Hombres-lobo, aquella otra raza de malditos con menos suerte a la hora en que sus primos lejanos y vampiros salieron –metafóricamente hablando– a la luz del conocimiento público.

Todo el mundo aspiraba –mal que no fuera– a convertirse en vampiro. Muy pocos –o casi nadie– quería ser un Lycan.

Así que, cuando Selene apareció e intervino en un asunto del estado, todos los espectadores se prepararon para lo peor: si ella estaba allí, habría acción.

-Dígame, Sir Francis – dijo la vampira al gobernador no-muerto de la colonia. Lo miraba directamente a los ojos – ¿Qué sabe usted acerca de la verdad, eh?

-Oh, lo suficiente, puedes creerlo, chiquilla – Sir Francis no se amedrentó. Arrugó la nariz bajo su tupido bigote – y te sugeriría que no te metieras en este asunto. Los del linaje de Viktor todavía deben demostrar su lealtad a la corona y al imperio del príncipe consorte y Su Majestad.

-Su Majestad es una pobre victima que no tuvo oportunidad de decidir si quería ser vampirizada o no. Fue obligada por el príncipe consorte a ser lo que ahora es, luego de que él matara a toda su familia. En cuanto al mismo Drácula… Viktor conoce y muy bien a Vlad Tepes. Cuando era humano, también fue contemporáneo suyo. No le asusta la mala fama del Empalador y mucho menos comparte su política de haber hecho pública nuestra existencia – Selene hizo una pausa. Miró al editor del periódico todavía tirado en el suelo y a los soldados no-muertos que le rodeaban – Volviendo al tema de la verdad… Creo que no la reconocerían nunca, aunque los mordiera.

Hubo algunas carcajadas por parte de los presentes e incluso, unos tibios aplausos. Lestat sonrió y le dio un codazo a su amigo Louis, guiñándole el ojo. El otro vampiro asintió, preocupado. Tenía miedo por el horrible destino que le esperaba a la atractiva chica al desafiar abiertamente a Sir Francis y al oponerse a los designios del imperio.

-Muy graciosa, muy graciosa – replicó Sir Francis – Te sugeriría que cuidaras tu tono, preciosa. Sería una lástima que un cuerpo tan perfecto como ese acabara colgado de una estaca, empalado.

-Ah… ¿Y quién va a atreverse a empalarme? ¿Tú?

Sir Francis Varney no era precisamente conocido por su paciencia. De hecho, carecía de ella. De modo que el primero en atacar fue él. O en intentarlo. Cuando lanzó un zarpazo hacia Selene, hábilmente la vampira lo esquivó, se agachó y de una patada rasante, lo hizo caer al piso.

Humillado, Sir Francis gritó a los soldados que detuvieran a la joven. Esto llevó a que se produjera una terrible gresca en la cual la muchacha esgrimió una vieja y afilada espada de plata confeccionada en la Edad Media.6

En unos pocos segundos, varias cabezas salieron disparadas, seccionadas limpiamente de sus cuerpos.

La multitud de espectadores dejó todo el recato y el decoro de lado y pasó a vitorear libremente a la matadora de Licántropos. Su destreza con la espada no tenía igual, pero en un momento dado no se dio cuenta que los soldados solamente eran una mera distracción; Sir Francis estaba de pie otra vez y se le acercaba por la espalda, la boca abierta, los colmillos bien crecidos y las garras en alto, listas para despedazarla.

-¡Cuidado! – gritó Louis, advirtiéndole.

Selene lo escuchó y se volvió, veloz como un rayo. Su espada de plata dio una estocada directamente en el pecho, dirigida al corazón del antiguo.

Sir Francis abrió los ojos, sorprendido. La sangre manó de su boca abierta a borbotones y cuando Selene retiró la hoja, el vampiro se desplomó cuan largo era sobre un charco de barro, liquidado. Su cuerpo comenzó el avanzado proceso de descomposición y acabó convirtiéndose en un manojo de despojos humeantes y malolientes.

-Gracias – la chica le dedicó una breve sonrisa a Louis y a continuación, volvió a cargar contra el resto de los soldados presentes. Cuando alertados por la gresca, otro destacamento acudió al lugar, Selene decidió que su intervención había terminado exitosamente: en mitad del combate, el editor y varios de los trabajadores del periódico habían aprovechado para escapar, sanos y salvos. Era hora de hacer lo mismo.

Flexionando las piernas, pegó un salto hasta la terraza más cercana. Huyó, escapándose de sus enemigos de aquella manera.

-Una guerrera fabulosa, sin duda – comentó Lestat cuando todo acabó. Louis y él caminaban por las calles de Nueva Orleans de regreso a su hogar. La multitud de espectadores se había dispersado también – Aunque creo que al viejo Vlad no va a gustarle nada. Sir Francis Varney era un idiota, pero también era uno de los perros más fieles a la corona. Te has arriesgado muchísimo a contribuir en cierta forma en su destrucción. ¡Menos mal que gozas de cierta protección al ser el favorito de nuestro buen amigo Armand, actual procurador de Paris!

Louis no dijo nada. De hecho, ni siquiera escuchó a su compañero. Durante todo el trayecto junto con Lestat, no pudo pensar en otra cosa que no fuera en la bella y atractiva Selene.


Capítulo 6

Londres. Inglaterra.

Cierto tiempo después…

El carruaje se detuvo frente al edificio del Parlamento inglés y Armand bajó, frunciendo el ceño. Iba elegantemente vestido, con su traje negro, su capote y su largo sombrero de copa. Sin embargo, el procurador vampiro de Paris no estaba contento por su presencia en tierras británicas.7

A diferencia de Paris, Londres le resultaba tosca y fría. La así llamada "Ciudad Luz" tenía su estilo, su encanto, su brillo particular. Londres, por el contrario, carecía de ello. Principalmente por ser la sede del imperio y la casa de Drácula.

Como muchos otros antiguos, Armand era una criatura arraigada a las viejas costumbres. Cuando el actual príncipe consorte hizo pública la existencia de los vampiros y convirtió el hecho en una cuestión social, parte de la vieja magia feneció. Antes, los no-muertos vivían escondidos, casi marginados… ahora, había vampiros por todas partes.

Las viejas leyes sobre quiénes, cuándo y cuántos debían ser convertidos fueron abolidas. Armand podía calcular fácilmente que al paso al que iban, a finales del próximo siglo XX que se acercaba, toda la humanidad estaría terminada y habría desaparecido, transformada en vampiros. Y una pregunta inevitable surgía, desprendiéndose de todo esto: cuando tal cosa sucediera, ¿de quienes iban a alimentarse?

Con este y muchos otros pensamientos en su mente, entró en el Parlamento y se anunció. El Primer Ministro lo hizo esperar un buen rato en una habitación finamente amueblada, con cuadros que representaban al príncipe consorte ataviado de su clásica armadura carpata de combate, su larga capa negra y su mirada de ojos enrojecidos y expresión feroz.

Armand suspiró. No le gustaba ese tipo. Para nada. Pero sucedía que hoy por hoy, era casi el rey del mundo civilizado. Convenía ir con tacto. Esperaba poder hacer gala de él en su charla con el Primer Ministro, una persona por otro lado bastante civilizada.

Donde Drácula era feroz y despiadado, Lord Ruthven era sensato y cuidadoso.

…Al menos, eso decían…

-Él lo recibirá ahora, milord – le anunció un criado, abriéndole una puerta.

-Gracias – Armand entró en la espaciosa oficina y se sacó el sombrero – Buenas noches, Excelencia.

-Mi buen amigo Armand. Bienvenido. ¿A que debo el honor de su visita?

Lord Ruthven era un vampiro antiguo, aunque era difícil calcular cuánto. Nadie sabía con certeza quién lo había engendrado ni cuando, pero su autoridad era incuestionable. Drácula en persona lo había ido a buscar para ofrecerle el puesto que actualmente tenía. La posibilidad de oficiar de vocero y brazo ejecutor del futuro monarca del mundo era tentador. No puede decirse que Ruthven la desaprovechó. De todos los hijos de las tinieblas que había en el mundo, aquél resultó más beneficiado por el cambio que el príncipe consorte había impuesto al orden natural de las cosas.

Armand se tomó un momento para estudiar al Primer Ministro. Era un hombre elegante, muy bien vestido. Llevaba el cabello prolijo y peinado hacia atrás, dándole una peculiar forma a su llamativo cráneo. Tenía unos ojos de mirada profunda e hipnótica y solían decir quienes le conocían que cuando se presentaba en público, en las fiestas de la alta sociedad londinense, iba ataviado con un traje negro y una capa larga de modo que, quienes lo veían, recordaban invariablemente a su jefe.8

Había quien jocosamente, dijo que Lord Ruthven admiraba tanto a Drácula que estaba pretendiendo convertirse en él, a su modo.

-Bien… supongo que ya sabe lo que pasó hace poco en Nueva Orleans – dijo Armand. Ruthven asintió. Se hallaba sentado tras su escritorio pero no permaneció mucho tiempo allí. Se paró y se acercó a una ventana. Observó a la ciudad sumergida en la noche y la niebla tras el vidrio.

-Por supuesto – dijo – El peso más grande de mi cargo, es que nada me pasa desapercibido. Y, mucho me temo, tampoco para el príncipe consorte. Esa insurrección en las tierras sureñas de América del Norte es, hoy por hoy, una molestia. La participación de miembros de nuestra especie es un triste recordatorio de que no todos pueden apreciar la fabulosa visión de Su Excelencia…

Armand guardó silencio, escuchando. Ruthven se volvió hacia él.

-Su protegido, Louis de Pointe du Lac, tiene suerte de tenerlo a usted como su mentor. De otro modo, habría tomado medidas contra él por haber contribuido a la penosa muerte de Sir Francis Varney. ¿Comprende?

-Sí, señor. Y le estoy agradecido que no lo tenga en cuenta. Louis es… un vampiro relativamente joven y muy sensible.

-Demasiado para mi gusto – el Primer Ministro resopló – Recuérdeme quién lo convirtió, por favor…

-Lestat de Lioncourt, señor. El hijo oscuro de Magnus.

-Ah. El así mal llamado "Príncipe Rebelde" – Ruthven sonrió, con malicia – Hace algunos años, conocí a su madre, Gabrielle. Una criatura encantadora… poco educada, pero muy atractiva – hizo una pausa – Ya sabemos todos lo propenso que es el bueno de Lestat en convertir en vampiro a cualquier desafortunado, sin medir las consecuencias de sus actos…

Armand tragó saliva. Recordó fugazmente a Claudia, la niña-vampiro. Se apresuró a sacarla de su mente.

-Mantenga un ojo sobre su amigo Lestat – le aconsejó el Primer Ministro – Tiene toda la pinta de un sedicioso en potencia…

-Así lo haré, señor.

-En cierta forma, me hace acordar a mí en mi juventud – Ruthven volvió a sonreír, enseñando sus discretos colmillos – En mi juventud vampírica, claro. Los cientos de años y los siglos a la larga van puliéndonos poco a poco, modelándonos. Lo que antes creíamos inamovible, puede que en los próximos milenios ya no lo sea…

Había algo de tristeza en aquellas palabras. El vampiro antiguo parecía estar contemplando algo que sólo él podía ver. Armand aguardó en silencio.

-¡Pero bueno! Usted ha venido por algo aquí. Algo importante. Lo escucho…

-Su Excelencia se ha adelantado a mi pedido, me temo. Venía a hablar acerca de mi protegido, Louis, y los hechos ocurridos en Nueva Orleans. Por lo visto, eso es algo que ya no deberá perturbarme más, gracias a los favores de Su Ilustrísima.

-Así es. Siempre y cuando usted también mantenga un ojo sobre él…

-Por supuesto.

-Es triste, pero como le decía, hay quienes no aceptan ni entienden el regalo que el príncipe Drácula nos ha hecho a todos. Por ejemplo, esa disidente, Selene, y los miembros de su linaje corrupto y claramente opositor a nuestro gobierno – Ruthven suspiró – Algo habrá que hacerse con ellos y en especial, con el patriarca del clan, Viktor.

-¿Su Majestad y el príncipe consorte planean declarar la guerra a los húngaros por las afrentas de Viktor y su linaje? – preguntó Armand, preocupado.

-Es una posibilidad. Ese sujeto se cree superior al príncipe Drácula – el Primer Ministro meneó la cabeza – Que inconsciente y que iluso de su parte.

Se hizo el silencio, roto solamente por un reloj de péndulo que sonó, anunciando la medianoche. La hora de los vampiros.

-Si eso es todo, desearía proseguir con mi trabajo, Armand – dijo Ruthven, volviendo a ocupar su sitio delante de su escritorio – Buenas noches. Seguiremos en contacto.

-Buenas noches, Excelencia – Armand se puso el sombrero, hizo una reverencia y se marchó por donde vino.


Capítulo 7

Un año más tarde.

Barrio de Whitechapel.

Selene detestaba Londres. Clima lluvioso, muy frío y niebla. Donde otros vampiros campaban a sus anchas, ella se sentía incomoda. No era para menos: se hallaba en territorio enemigo, el país que el mismísimo Drácula había escogido como piedra angular para fundar su imperio y gobernar al mundo.

Apretujándose el abrigo negro y caminando por aquél barrio de mala muerte y de infausto recuerdo –Whitechapel había cobrado notoriedad en la prensa cuando, en 1888, el asesino apodado "Cuchillo de Plata" destripó y mató a cinco prostitutas vampiras. Más tarde, el homicida fue detenido, revelándose su identidad: un antiguo médico psiquiatra llamado Jack Seward–9 Selene se acercó a una posada. Entró en ella encontrándose con un amplio salón bien iluminado y repleto de gente. Algunos eran humanos y otros, como ella, vampiros…

Sintiendo las miradas de todos los presentes encima –y no todas eran buenas–, se dirigió hacia la barra y se sentó. Pidió una pinta para beber y el posadero le trajo una jarra de cerveza llena de sangre de cerdo.

-Me preguntaba si, de casualidad, podía darme usted alguna información – dijo Selene, despacio, cuidadosamente. El hombre tras la barra la evaluó con seriedad.

-Eso depende de lo que quiera saber – replicó, de manera bastante hosca.

-Estoy buscando a un hombre…

-¿Por qué no me extraña? – el posadero le dedicó una sonrisa burlona – Mire a su alrededor, señorita. El sitio está lleno de clientes. Escoja el que quiera.

Selene reprimió el impulso de arrancarle la lengua y las orejas a aquel tipo por su irrespetuosidad y se obligó a tranquilizarse.

-Este hombre que busco es muy particular… se apellida Van Helsing.

Por un momento, se hizo el silencio. Todos los presentes en el local descubrieron que tenían otros asuntos que atender, de modo que rápidamente se marcharon. En tan sólo unos pocos segundos, el negocio quedó desierto.

Selene se tensionó. El dueño de la posada había retrocedido y la observaba ahora con temor.

-Márchese de aquí – le pidió – Por favor. Me está comprometiendo.

-No, hasta que me diga dónde encontrar a ese hombre. Usted le conoce… y los que se fueron también, imagino.

-Márchese – el posadero extrajo una escopeta de debajo de la barra y le apuntó con ella – Salga de aquí, o…

Moviéndose a velocidades sobrehumanas, la vampira le arrebató el arma y le propinó un puñetazo. Caído en el piso, se paró encima de él y enseñándole los colmillos, siseó y lo amenazó.

-Normalmente, no ataco a los humanos – explicó – pero si no tengo más remedio, lo hago. Ahora, háblame de Van Helsing.

-Si no atacas a los humanos, entonces… ¿Cómo te alimentas?

La pregunta se la hizo un individuo que había entrado tranquilamente por la puerta principal y que la miraba con suma atención. Iba vestido con una larga chaqueta y llevaba un sombrero sobre su cabeza.

-Criminales – Selene se apartó del posadero. El hombre se escabulló, huyendo de la habitación como una rata – Mis victimas usualmente son gente muy mala.

-Ya veo. Una vampira con un agudo sentido de la justicia y conciencia social – el recién llegado sonrió. Encendió un cigarro con un fosforo y fumó – Eso es bueno, supongo.

-¿Quién eres?

-¿Yo? Hum. Tú primero… Por tu acento, diría que eres extranjera. ¿Checa?

-Húngara.

-Ah. Hungría. Lindo lugar.

-¿Quién eres? – volvió a preguntar Selene, seria.

-¿Eres del linaje de Viktor, verdad? – retrucó él.

-¿Eres aquél a quien busco?

-Eso depende…

-¿De qué?

-Para qué me busques.

-¿Van Helsing? – Selene pestañeó – ¿Abraham Van Helsing?

-No… Gabriel Van Helsing – la corrigió – Abe era mi padre, Dios lo tenga en su santa gloria y no lo largue nunca jamás.10

-¡Entonces eres el que busco!

-Despacio, bonita. Antes dime qué sabes sobre mí… o sobre el apellido Van Helsing.

-Sólo lo que se murmura por ahí. Se levanta una rebelión, y el líder es un hombre mortal llamado Van Helsing.

-Casi todo es cierto – corroboró él, echando el humo de su cigarro por el aire – ¿Y qué? ¿Cómo puede una criatura de la noche como tú querer formar parte de mi cruzada?

-Sé que parecerá una locura, pero debes creer en mi sinceridad – Selene se le acercó – Siempre me han molestado las injusticias de la sociedad opresora que Drácula creó. Otros y yo hemos soñado cómo hubiera sido el mundo si él no hubiera conquistado el poder y hecho pública nuestra existencia.

-Ese es un sueño que comparto contigo – Van Helsing suspiró.

-¡Entonces déjame ayudarte! Debes saber que mi padre oscuro, Viktor, también planea rebelarse contra el príncipe de las tinieblas…

-Interesante. ¿Qué motivaría a un antiguo y despiadado vampiro como Viktor a derrocar a Drácula? ¿Ocupar su lugar, tal vez?

-Conozco a Viktor. Él, como muchos otros, ansía la paz y la tranquilidad del anonimato. Mientras Drácula siga en el trono, eso será imposible – Selene hizo una pausa – No somos enemigos tú y yo, Gabriel Van Helsing. En esta guerra contra la opresión, podemos ser aliados.

Van Helsing lo pensó. Fumó su cigarro en silencio y finalmente tomó una decisión.

-Está bien, preciosa. Tú ganas. Estás en mi baile. Pero un movimiento en falso o fuera de lugar, y me ocuparé de clavar una bonita estaca afilada en ese exuberante pecho tuyo.

Selene sonrió, irónica.

-Los de mi linaje no mueren con las estacas, Sr. Van Helsing. Creo que debería estudiar más sus libros y tratados de vampirismo.

-Oh.

-No te preocupes. Estas cosas pasan. Siempre se aprende algo nuevo…

-Que simpática – Van Helsing también sonrió – Creo que tú y yo vamos a llevarnos muy bien…11


Capítulo 8

Varias semanas más tarde…

Palacio de Buckingham.

Varios vampiros fieles al príncipe Drácula montaban guardia la noche en que el ataque comenzó. Durante semanas, Van Helsing y Selene prepararon sus fuerzas para el combate que iba a desarrollarse, un combate que –esperaban– culminaría con la victoria para ellos y la derrota y posterior destrucción del diabólico gobernante.

De repente, una lluvia de estacas filosas de madera salió despedida al cielo nocturno. Como dardos o flechas, las estacas se clavaron en los guardias, liquidándolos en el acto. A esta primera embestida fulminante, le siguió otra desde varios flancos. Comandados por Selene, un ejército de vampiros pertenecientes a su linaje atacó el palacio, derribando las rejas y permitiéndoles entrar al grueso de los rebeldes que les acompañaban.

Mientras las facciones de no-muertos peleaban su encarnizada y sangrienta lucha, Van Helsing se abrió camino con su ballesta cargada al interior de la fortaleza de la Familia Real, en busca del príncipe consorte y su esposa. Los halló en sus aposentos, acostados en una amplia cama y mordiendo del cuello a una pobre jovencita, de la cual ambos se alimentaban como horribles parásitos o sanguijuelas.

-Buenas noches, Su Majestad – saludó Van Helsing, asqueado y apuntándole con su ballesta. La antigua hija vampirizada del difunto rey George III se separó de su presa, se irguió en la cama y siseó, la boca manchada de sangre y dos colmillos largos y afilados como estiletes, demasiado parecidos a los de una cobra tamaño gigante.

Si alguna vez había sido humana, su condición demoniaca y los años de depravación compartida al lado de su infernal marido acabaron sepultando los recuerdos de aquella existencia. De modo que Van Helsing no lo dudó ni lo pensó dos veces a la hora de jalar el gatillo. Aquella cosa horrible ya no era una mujer, sino un auténtico monstruo.

Una flecha con punta de plata salió volando del arma y empaló a la reina en el corazón. La monarca pegó un alarido ultraterrenal y murió, reduciéndose a cenizas ante los atónitos ojos de su esposo.

-¡ASESINO! – rugió Drácula, saliendo de la cama, las manos convertidas en garras. Tiró un zarpazo y Van Helsing retrocedió, esquivándolo a duras penas. En el proceso, perdió su ballesta.

El Cazavampiros contraatacó y le propinó a su enemigo un puñetazo en el rostro utilizando una manopla de hierro. Fue como golpear a una columna de granito. Drácula contestó dándole un manotazo que lo mandó por el aire hasta el otro extremo de la habitación.

-Tu sangre, imbécil – dijo, acercándose hacia el caído, los ojos rojos brillando con fuerza – ¡Despídete de ella!

Una daga plateada voló por el aire. Se clavó en el hombro del vampiro, hiriéndolo.

No sin cierto alivio, Van Helsing vio cómo Selene entraba en la habitación y se unía a la pelea. Olvidándose de él, Drácula la combatió. Se trenzó con ella en una pelea a puño tendido que sólo podía ser calificada como duelo de titanes.

Más ágil y veloz que él, la vampira le propinó una patada voladora, haciéndolo tambalear. Ya recuperado, Van Helsing tomó otra de sus singulares armas, inventada por su amigo Arminius: una especie de ametralladora impulsada a vapor que arrojaba balas de plata. Con ella, fustigó a su rival hiriéndolo mortalmente por todos lados.

-Duele, ¿no es así? – le preguntó, mientras disparaba sin piedad sobre él – Arde como el infierno. ¡Tú también puedes sangrar, Drácula! Y nuestra plata hace hervir tu sangre.

-¡YEEAAHRR! ¡Maldito!

Mientras su cuerpo humeaba, el vampiro intentó cambiar de forma. Su cuerpo aumentó de tamaño y unas alas membranosas surgieron de su espalda. Su rostro se arrugó y adquirió la faz de un auténtico demonio de boca dentada y colmillos tan filosos como los de un monstruoso caimán.

Selene tomó su espada y dando un alarido de guerra, la incrustó en su pecho. La cosa diabólica que era Drácula recibió la estocada mortífera, aleteó y se arrojó por una ventana cercana destrozando el vidrio… con tanta mala suerte que cayó sobre una enorme estaca de madera levantada en el patio del palacio, una estaca preparada para las ejecuciones públicas de los enemigos de la corona.

Al caer ensartado sobre ella, el príncipe de las tinieblas chilló. Lo hizo de una manera tan fuerte, que todo Londres –hasta el último rincón– pudo enterarse de su derrota.

Desde la ventana rota, Van Helsing y Selene contemplaron la escena. Y también oyeron su chillido… un llanto de agonía y de desolación que sólo podía producirlo alguien que había vivido mucho tiempo… y que poseía un poder que escapaba a toda posibilidad de medición…

-Válgame Dios… mira eso – comentó un asqueado Van Helsing – Está revirtiendo su forma… ¡Y se arruga!

-Se ahoga en la sangre de los miles que ha matado, sus víctimas – dijo Selene, sin pasión en su voz. Solamente se limitaba a constatar un hecho – Misma sangre que ahora lo consume totalmente.

La agonía infernal del vampiro culminó cuando su cuerpo quedó reducido a un esqueleto, seco como una momia… una parodia blasfema y completamente muerta que ni por asomo se parecía a la criatura poderosa que alguna vez fue.

-Se acabó – Van Helsing suspiró, se sacó el sombrero e hizo la señal de la cruz. Miró a las estrellas en el cielo y a los techos de las casas de Londres – Es el fin de una era, ¿sabes? Y de un imperio. Me gustaría pensar que lo que vendrá será por fuerza mejor, pero… ¿Cómo saberlo?

-Creo que sólo el tiempo lo dirá – agregó Selene, antes de echarle una última mirada al cadáver desfigurado e irreconocible del soberano caído y volverle la espalda. Van Helsing no tardó en imitarla, apartándose de la ventana y volviendo al interior de la habitación.

Ninguno de los dos pudo observar cómo el cuerpo arrugado sobre la estaca abría de repente sus ojos –rojos, furiosos e inyectados en sangre– y luego, se deshacía en una nube de niebla carmesí, la cual fluctuó y se desplazó en el aire, perdiéndose en la noche…

FIN


1 Sólo como curiosidad, añadiré que el aspecto físico elegido esta vez para Drácula es similar el del actor Luke Evans, quien interpretó al personaje en la película "Drácula: La Leyenda Jamás Contada". Remito al lector a buscar imágenes por la internet sobre él, si no lo conocen.

2 Ichabod Crane es un personaje que apareció por primera vez en el cuento "La Leyenda del Jinete Sin Cabeza", un relato corto de terror escrito por Washington Irving en 1820.

3 Lestat y Louis son dos personajes protagonistas de las "Crónicas Vampíricas" de Anne Rice. Lord Ruthven es el aristócrata vampiro con reminiscencias Byronescas inventado por William Polidori para su relato "El Vampiro".

4 Sir Francis Varney es el vampiro protagonista de la novela "Varney el vampiro" o "El festín de sangre", una historia de horror gótico de la época victoriana escrita por James Malcolm Rymer y Thomas Preskett Prest, publicada originalmente entre 1845 y 1847.

5 Por supuesto, Selene es la vampira protagonista de la saga "Underworld". En esta reunión de vampiros, ella no podía faltar.

6 Pido perdón de antemano a los fans de Selene, pero dado el contexto histórico, nuestra vampira guerrera no podrá utilizar sus clásicas pistolas. He pensado que una espada le sentaría mejor, dado que en una de las películas de Underworld, creo que ella llegó a manejar una. Espero que el cambio de armamento no haga a nuestra bella no-muerta menos atractiva de lo que ya es.

7 Armand es un personaje de las "Crónicas Vampíricas" de Anne Rice. En el cine, fue interpretado por el actor Antonio Banderas, así que me ciño a aquella versión fílmica, tan distinta a la presentada en las novelas de Lestat y compañía.

8 He elegido como apariencia física de Lord Ruthven al actor que hizo de Drácula en los viejos films de la Universal, Bela Lugosi. De ahí se desprenden estas apreciaciones de Armand al verlo.

9 Si bien, toda esta historia es un homenaje a la novela de Kim Newman "El Año de Drácula", este hecho mencionado como al pasar ocurre en las páginas del citado libro con mayor detalle.

10 Sí. Este es el mismo personaje que el actor Hugh Jackman interpretó en la película de 2004 del mismo nombre. Gabriel Van Helsing, el cazador de vampiros. Aquí, para no dejar afuera al clásico Dr. Van Helsing de la novela original de Stoker, lo he incluido como el padre de este personaje.

11 Lo que no deja de ser cierto, ya que Hugh Jackman (Van Helsing) y Kate Beckinsale (Selene) trabajaron juntos de verdad en una película… justamente, la protagonizada por el actor australiano sobre el cazador de vampiros, donde la bella actriz hacía de partener suyo.