Capítulo 1: El comienzo

Me encontraba en un sueño; de eso estaba segura, de esos de los que te estás viendo a ti misma actuar y lo único que puedes hacer es verte a ver qué diablos harás. Este sueño o mejor dicho pesadilla me perseguía todas las noches desde que tengo memoria. No podía acostumbrarme; era terrorífico. Respire hondo y solo aguarde. No tardo mucho para verse desarrollar toda la escena.

Ahí estaba yo. Con ropa de quien sabe cuántos siglos atrás, todo en mí me resultaba familiar desde el cabello negro y lacio hasta mi piel pálida y ojos color chocolate de los que siempre era la envidia de las chicas del instituto y por los que siempre los chicos babeaban, solo que ahí no tenía diecisiete años. Tenía como unos once o doce, posiblemente. A lado mío- como siempre- estaba un hombre de tal vez unos treinta. Tenía tez pálida y ojos como dos lagos azules. Sentía que si los veía demasiado tiempo me ahogaría en ellos o peor; me sonrojaría.

Inaceptable. A decir verdad se parecía mucho a mí. Estábamos en el bosque, el traía un hacha en su mano seguramente estaríamos yendo a cortar leña, aunque no había nada en lo que podía estar a la segura en este sueño; me tenía tomada de la mano y reíamos. Aquí venia la parte que me asustaba y por la que muchas veces me metía en la cama de mamá. Una figura paso casi volando alrededor de nosotros. Inmediatamente nos alertamos. La figura se detuvo delante de nosotros y pudimos ver que era un hombre, pero no era un hombre "humano". Tenía el cabello casi blanco y unos ojos rojo sangre. Todo en él decía "Estas acabado". Se acercó más hasta que dar expuesto a la luz del sol. Millones de reflejos de diamantes iluminaron su tez terriblemente blanca. Sin poder contenerme grite.

-¡Corre!-grito el hombre que me acompañaba, pero algo me mantenía clavada en mi sitio. Mi inmovilidad no se debía al terror, sino a una extraña lealtad a la persona que tenía al lado. Como si su vida fuera demasiado valiosa para mí, que no me importaría arriesgar la vida. En un arranque de valentía me interpuse entre el hombre y la criatura. Esta me miro divertida esbozando una sonrisa burlona.

No supe cómo fue que paso… el hombre de ojos rojos arrincono al hombre de ojos cafés en menos de un parpadeo. Mientras que se acercaba a su cuello y clavaba sus dientes en la carne sensible.

-Isabella, corre ¡ahora!- me ordeno con voz autoritaria pero se veía que estaba sintiendo dolor. Y lo más importante: ¿cómo sabía mi nombre?

Estaba contigo hace un instante, genio. Me dijo una voz en mi cabeza. La detestaba. Siempre me decía que hacer y nadie puede decirme que hacer.

Sin pensarlo dos veces me adentre al bosque aún más.

Corrí, corrí y corrí. Era lo único que podía hacer, mis pulmones ardían y mi boca jadeaba en busca de aire. Me detuve hasta que supe que estaba en el corazón del bosque, sin nada ni nadie. Sola. Oía gritos, alaridos desgarradores de dolor. Instintivamente me tape los oídos para alejar el ruido ensordecedor que procedía del otro lado del bosque; seguramente lo estaría torturando pero prefería no saberlo por alguna extraña razón no quería que le pasara nada. Esa persona era demasiado importante para mí lo único que no sabía era por qué. Los gritos continuaban y solo podía llorar y sollozar en silencio.

Luego de un rato cesaron. Quite las manos de mis oídos y espere a oír algún sonido. Nada. Fui intentando recordar el camino hasta que di con el lugar. Si lo había considerado hermoso y pacifico hace un momento ahora podía verlo devastado e inquietante. Había sangre esparcida por la tierra y rasguños en los árboles. ¿Qué demonios había pasado aquí? La respuesta llego a mi cabeza en un milisegundo. Jadeé.

Estaba muerto. No podía significar otra cosa. Sentí una tristeza incomparable con nada que hubiera sentido antes. Seguido de una rabia preocupante, empecé a gritar de coraje. ¿Cómo había podido hacerle daño? Tenía que encontrar a ese monstruo y vengar su muerte. Me sentía obligada a hacerlo; era demasiado leal a ese hombre que incluso me daba miedo. Grite.

Rabia. Eso es lo que sentía. No lo entendía. No entendía nada. Me dolía en lo más profundo de mi alma. Los latidos de mi corazón eran frenéticos y me zumbaban los oídos.

-¡NO!- solloce y empecé a rasguñar los árboles.

Rabia, coraje, frustración todo completo en mi interior; fue demasiado… hasta que me rompí.

Mi corazón que había estado agitado; ahora estaba silencioso. Sentía que me ahogaba y jadeaba erráticamente en busca de aire. Mi corazón estaba quieto. No podía respirar y si lo intentaba era como tragar agua. El dolor se incrementó cada vez era peor. Era incesante era incomparable era… era… inhumano.

Jamás había sentido esto. Pase mucho tiempo gritando, sollozando y por algún motivo llamando a… mi padre. Qué yo supiera jamás había sido cercana a mi padre. ¿Por qué lo llamaría? Así estuve hasta que sentí un dolor fuerte en la mandíbula. Estaban sangrándome las encías, mientras sentía que mis colmillos se alargaban

-Ahh! Papa ayúdame- grite con mi vocecita aguda de niña de doce años- Por favor, haz que pare.

Mis colmillos que antes eran de una medida normal ahora estaban tocando con su punta afilada y delgada mi labio inferior al igual que los de abajo pero esos eran menos largos y más gruesos.

Pero sabía que solo estaba comenzando, ahora venía la peor parte. Mis nudillos se pusieron rojos y empezaron a abrirse dejando libre el paso de unas cuchillas de un material duro y metálico color plata. Mis dedos se entumecieron y arquee mi espalda, estaban dándome convulsiones y mi cuerpo se sentía como si me estuvieran sumergiendo en acido.

Una lenta tortura.


Me desperté jadeando y jalando las sabanas de la cama. Siempre igual. Siempre lo mismo. Acaso no iba a cambiar nunca, iba a ir por la vida temiendo dormir porque una pesadilla me perseguía cada noche desde que era una niñita. Pero sabía que mis quejas eran vanas, había ido a millones de psicólogos y no había nada que pudieran hacer decían que eran por traumas psicológicos de la infancia. Pero no les creía mi niñez había sido fantástica, bueno según eso cuentan mis padres porque desgraciadamente yo había sufrido un accidente cuando mamá estaba conduciendo y había perdido la memoria a los 11 años y no recordaba nada de esos once años de vida para abajo.

Bueno, daba igual mi vida era como la que toda adolescente quisiera tener. Lo tenía todo, todo lo que quisiera seria mío. Ya que mi madre tenía dinero; era una importante dueña y accionista de varias tiendas de ropa de marca. Mi vida era perfecta a ojos de ambiciosos pero yo no quería que mi vida girara alrededor del dinero, viajes y joyas. Quería algo más real, mas… apasionado. Encontrarme a mí misma y por más que tuviera millones de dólares sabía que no podría comprar felicidad en una tienda.

Vaya justo cuando creí que no podías ser más cursi, sales con estas ridiculeces. Me criticó esa voz en mi cabeza tan irritante. Consíguete una vida ¿quieres? Le reprendí como solo una tonta podría discutir con una voz ficticia de su cabeza. Patético.

Los golpes en la puerta de mi habitación me despertaron de mi discusión conmigo misma. Seguramente sería mi madre.

-Bella, despierta tenemos mucho que hacer antes de que esté listo tu vuelo.

Gemí. Perfecto ahora tendría que lidiar con la charla madre-hija sobre cómo tratar a Charlie.

Esto no puede ser mejor. Dijo la voz y por primera vez en la vida no pude estar más de acuerdo con ella.