Acto I: El perfume

Era un día de primavera; la tarde cálida de un día de primavera. El sol se movía despacio por el cielo, acercándose a occidente y oscureciendo su luz.

Las ventanas abiertas del estudio de Mouri Okimoto dejaban entrar el perfume de los jardines exteriores, que reventaban de flores de todas clases y colores.

–Entonces, te haré llegar tus encargos por medio de Akatsuki-kun. ¿Te parece bien así? –preguntaba el líder de la casa a un joven desgarbado, que se sentaba encorvado en uno de los sillones. Tenía brillante cabello cano, ojos de un azul de zafiro y vestía unos sucios jeans oscuros y una chaqueta púrpura con líneas blancas en los brazos.

El muchacho revisaba aburrido toda la habitación y a su anfitrión, apenas había tenido tiempo de dormir algunas horas y este sujeto ya lo había retenido por dos largas horas horas.

–Me parece bien –dijo, levántandose feliz de que hubieran terminado–, sólo que no sea a mi casa...

–Tenemos las mismas precauciones que tú –rió Okimoto, divertido por la indirecta de que lo perjudicarían–. Descuida. Bienvenido a los negocios de Mouri –le ofreció la mano.

El llamado "Demonio" aceptó la mano, cerrando el trato.

–Si no te importa, tengo cosas que hacer ahora... –añadió, mientras lo soltaba para taparse la boca por un enorme bostezo que incluso le sacó una lágrima.

–Adelante, ve –Okimoto se recostó en su asiento.

Una voz serena pero sin expresión se escuchó desde afuera.

–Okimoto-sama, voy a entrar –se anunció el visitante, mientras el de cabellos canos posaba la mano sobre el picaporte y abría la puerta. De pronto se encontró con un joven que sería cinco o seis años mayor que él como mucho. Tenía cabello castaño oscuro, muy lacio y corto, peinado con raya al medio. Vestía un elegante atuendo en diferentes tonos de verde, lo que, por alguna razón, resaltaba la delicadeza y la belleza de sus facciones. Piernas largas, figura delgada y esbelta, erguido con la frente bien alta... y con unos ojos pardos, rasgados y suspicaces, hipnotizantes, que se posaron sobre los ojos de zafiro del Demonio.

El de cabello oscuro abrió los ojos imperceptiblemente y un leve sonrojo coloreó sus mejillas. Alcanzó a entreabrir apenas los labios, dando a su rostro una dulce y arrobada expresión de sorpresa.

El muchacho dio un paso atras por la repentina aparición de la persona frente a él, la bellisima expresión que mostraba brillaba con encanto tan delicado que era casi femenino. No pudo evitar sonreírle coquetamente entrecerrando los ojos, y tampoco pudo quitar su intensa mirada de él mientras entraba y hacía una reverencia para Okimoto.

–Ah, Shoju-kun, llegas en el mejor momento. Te presento a nuestro nuevo colaborador, Chousokabe Motochika, el "Demonio del Oeste" –dijo éste, poniéndose de pie y acercándose a ellos.

El de cabello oscuro miró a su hermano, parpadeando levemente.

–Chousokabe-kun, éste es mi hombre de mayor confianza, mi hermano menor, Shojumaru.

–Es... un placer –balbuceó Shojumaru, volviéndose hacia Motochika y ofreciéndole su mano.

Chousokabe tomo la delgada mano, notando que de frágil sólo tenía la apariencia.

–Mucho gusto, Shoju-kun –contestó, sonriéndole y mostrando sus colmillos, haciendo uso del diminutivo de Okimoto.

Shojumaru frunció el ceño y levantó apenas el labio superior, mostrando uno de sus colmillos. Apretó la mano inconscientemente.

–Ah, Shojumaru es un poco exigente con las formalidades... te recomiendo que le llames por su nombre completo –rió el hermano mayor, encogiéndose de hombros.

El joven, aún con su seductora sonrisa y sin separar sus zafiros de los ojos marrones del menor de los Mouri, rectificó:

–Lo siento Shojumaru-san, es un placer...

–Chousokabe-kun recibirá sus encargos por medio de Akatsuki-kun, pero sería bueno que tú fueses quien supervisara lo que debe hacer, ¿no crees? –preguntó el líder a su hermano, una vez que éste soltó la mano del Demonio.

–Por supuesto –accedió Shojumaru, sin un segundo de duda–. Yo me haré cargo, no te preocupes.

–Bueno... ¿Y qué necesitabas tú aquí? –preguntó Okimoto.

–Sólo buscar unos papeles que tengo que enviar –Shojumaru caminó cadenciosamente hasta el escritorio y levantó una carpeta negra–. Ya los tengo, así que... me voy –añadió, regresando hacia la puerta con su andar sensual–. Mmh, Chousokabe, ya que está aquí, ¿por qué no me acompaña, y le presento al resto de nuestros hombres?

–Claro... –aceptó el aludido, caminando detrás de él–. Hasta pronto, Okimoto, no olvides que los pagos son en efectivo –agregó lo último para cerrar la puerta detrás de sí y admirar una vez más esa bella figura, tan diferente al estúpido lleno de testosterona que era su hermano.

Shojumaru lo llevó por pasillos intrincados y ricamente adornados, fue introduciéndolo con otros servidores y finalmente lo llevó a los jardines, que se coloreaban de naranja con la durmiente luz del anochecer.

Los alrededores estaban desiertos; todos estaban adentro pues se estaba sirviendo la cena, así que los jardines se hallaban en un silencio pacífico y hermoso.

Cuando al fin se detuvieron en una especie de tunel creado por unos altos arboles recubiertos de flores, Chousokabe se paró frente a su nuevo jefe, simulando dar pasos con las yemas de sus dedos por su hombro hasta llegar a su mejilla y acariciarla con el costado de su mano.

–¿Por qué me trajiste aquí? –preguntó, con un tono de voz seductor y a la vez divertido.

El menor de los Mouri sintió un súbito escalofrío recorriéndole el estómago y el bajo vientre, pero se cuidó muy bien de no demostrarlo.

–Parece un joven inteligente, ¿podría adivinarlo? –respondió, en un susurro perfumado. Su aliento olía a algo que parecía el fresco aroma de las flores de su jardín. Levantó la mano enguantada y pasó uno de sus dedos por el labio inferior de Motochika.

En respuesta, éste mordisqueó la punta de ese dedo, tironeando con cuidado de la tela hasta sacarle el guante y pasar su lengua por los delgados dígitos, sin cortar el contacto visual.

Un escalofrió recorrió a Shojumaru, que no podía dejar de admirar esos brillantes ojos y la tibia lengua que lo acariciaba.

–Qué ojos más hermosos –dijo en voz baja, levantando la otra mano y sujetando con ambas el rostro de Motochika. Lo atrajo despacio hacia sí, pues la diferencia de alturas era de unos quince centímetros y ni siquiera parándose en puntas de pie lograba alcanzarlo.

El muchacho sonrió por el cumplidom dejándose guiar por las finas manos hasta la misma altura.

–Oh, sí, esto va a ser bueno –pensó para sí mismo, para luego succionar el labio inferior del castaño y mordisquearlo.

El gemido que Mouri dejó escapar de su boca delicada fue devastadoramente sensual para quien lo escuchaba.

No siendo una persona con mucho autocontrol, Motochika dio rienda suelta a su deseo tras aquel sonido. Profundizó el beso, probando cada rincón de esa tibia cavidad mientras metía las manos por el saco de Shojumaru, deshaciéndose de la molesta corbata y luego abriendo la camisa, arrancando los botones en el camino.

–Ah... Qué impetuoso –sonrió lascivamente el de ojos pardos, llevando sus manos a las muñecas de Chousokabe y sujetándolas con fuerza–. Ahora trabajas para nosotros, así que tienes que seguir mis órdenes...

–¿Entonces deberé cobrarte también por esto? –preguntó el muchacho, juguetón, inclinando aún más la cabeza para lamer su delgado cuello.

–Se te pagará de acuerdo al servicio que des –replicó Shojumaru, divertido, mientras dejaba caer el otro guante y acariciaba la cabeza cana con movimientos suaves.

–¿Y qué es lo que deseas, Mouri-san? –añadió Chousokabe con el mismo tono. Todo su ser irradiaba deseo y salvajismo, como una bestia. Libre del agarre del otro, paseó sus manos por el pecho a medio desnudar mientras seguía atacando con su boca el cuello del castaño.

–Sólo a ti –replicó el de cabello oscuro, apretando su cuerpo contra el joven.

–Excelente respuesta –Motochika enredó sus piernas para derribarlo suavemente sobre el pasto y comenzar a deslizarse hacia terrenos más bajos, mordisqueando toda la piel en su camino y deteniendose en sus rosados pezones, mientras desabrochaba sin dificultades el cinturon y pantalon verdes.

–Vas rápido... –susurró el jefe, sujetando el cabello de Chousokabe y tironeando de él para llevar su cabeza hasta arriba y poder besarlo.

–¿Debería parar? Olvidé tomar en cuenta tu edad –se burló el de pelo blanco, besándolo sin dejar de acariciar con una mano y pellizcar con la otra.

El indignado suspiro de Shojumaru terminó en una risotada.

–¿Qué edad tienes, majadero?

–Veinte –respondió el joven, trazando círculos por el vientre de Mouri hasta llegar al elástico de su ropa interior y delinearlo con suavidad, apenas separándolo de la piel.

–Vaya... soy sólo cuatro años mayor que tú, no es la gran cosa –se quejó Shojumaru, incorporándose y empujando a Chousokabe hasta tenderlo de espaldas. Trepándose a su cintura, cogió el cierre de la chaqueta púrpura con los dientes y lo deslizó hacia abajo.

El joven sonrió, mirando al cielo donde ya asomaban algunas estrellas, disfrutando del calor que irradiaba el otro, antes de volver su atención a él cuando sintió sus manos paseando bajo su camiseta.

Se sentó con esfuerzo para sacarse la ropa del torso, recorriéndole escalofríos por el frío viento.

–Será mejor que vayamos a otro sitio –reflexionó Mouri, sentándose derecho–. Vamos... Sígueme.

Motochika lo seguía, divertido al ver cómo sujetaba su ropa desarreglada e imposible de cerrar porque el joven casi la destrozara. Fue sorprendente la suerte que tuvieron para no cruzarse con nadie en el camino, hasta llegar a una elegante habitación que olía justo como el castaño.

–Bienvenido a mi dormitorio –invitó el dueño–, el único lugar donde estoy a salvo de las idioteces de mi hermano.

El muchacho se paseó por el enorme cuarto, olvidando por un momento por qué motivo habían llegado ahí.

–Sigue sorprendiéndome cómo Okimoto se mantiene en el poder –comentó, asomándose por los cristales del ventanal que daba al jardín.

–Eso es porque soy yo quien lo sostiene –replicó Shojumaru, subiéndose a su cama y desparramándose sobre ella–. Si estuviese solo, todo nuestro imperio se habría reducido a cenizas.

–Oh... –fue lo único que obtuvo por respuesta, antes de sentir cómo se movía el colchón por el peso del otro, que gateaba hasta quedar en cuatro patas sobre él.

Shojumaru miró hacia arriba y sus ojos oscuros se encontraron con los ojos de mar de Motochika.

–Eres una aparición, un espíritu embrujador –sonrió, estirando la mano y acariciando el rostro del chico–. Me has atrapado por completo...

–Me siento halagado –respondió el Demonio, cerrando los ojos y disfrutando de la caricia–, parece que eres una persona muy importante...

Regreso su atención a la camisa y chaqueta, ayudándole a sacárselas mientras depositaba húmedos besos en su cuello y hombros.

–¿Por qué lo dices? –la pregunta salió en un susurro, mezclada con un sonoro gemido.

–Para mantenerte encubierto y tener a Aki entre las principales zonas –respondió el otro, acariciando con su nariz el semiendurecido miembro sobre la tela–. No cualquiera hace eso...

–Si nadie sabe de mí, es porque así debe ser... el líder es mi hermano, no yo...

–Debe tener sus ventajas... –dijo Motochika, deshaciéndose despacio del resto de ropa del castaño y soltando su aliento contra su erección–. Poder disfrutar del anonimato... –añadió. antes de lamer el costado desde la base hasta la punta, limpiando con su lengua una gota que comenzaba a escurrir.

–Eso no es algo que yo disfrute particularmente –gimió Mouri, sujetando de nuevo la cabeza platinada con su mano nerviosa.

–Hmmm –reflexionó el otro, devorando de golpe toda su extensión y comenzando un subir y bajar lento, mientras jugueteaba paseando los dedos por sus testículos.

Las piernas de Shojumaru se doblaron espasmódicamente. El joven levantó la mirada para admirar las exquisitas caras que hacía Mouri mientras lo atendía, acelerando para ver hasta dónde lo podía llevar.

Los jadeos no se hicieron esperar. Parecía que no había barreras entre ellos, era algo extraño, sentían una atracción que parecía traída de otro mundo.

Motochika separó su boca para masajearlo con la mano.

–¿No tendrás problemas si te escuchan? –preguntó con voz grave, llevando su otra mano a desabotonar su propio pantalón.

–Estoy prácticamente solo en este piso... las otras dos habitaciones... son de mi padre y de mi hermano... y mi padre está bastante sordo –gemía entrecortadamente al hablar–. Mi hermano se la pasa con sus putas, así que me importa un bledo...

–Bien –sonrió Chousokabe, terminando su labor con sus pantalones y liberando su deseoso miembro. Soltó a Mouri por un momento para apoyarse sobre las manos a ambos lados de la cara del otro–. ¿Cómo lo vas a querer? –inquirió, como si en verdad estuviera vendiendo un servicio.

Mouri abrió la boca y respiró sonoramente, poniendo los ojos en blanco. Había estado a un paso de tener un orgasmo instantáneo. Todo su cuerpo se retorció.

–Qué pasa conmigo... –rió en voz baja, girando el sonrosado rostro hacia un costado.

El muchacho dejó que el comentario inflara su ego de macho y comenzó a mover la cadera, creando fricción entre las dos erecciones. Se apoyó en un codo y con la otra mano tironeó la cara del mayor para besarlo desesperadamente.

El de cabello oscuro se dejó hacer, perdido en ese torrente de pasión que lo tocaba con sus manos hirvientes.

–Nunca nadie me ha tenido así –susurró, cuando los labios de Motochika le dieron un respiro.

–Y aún no has probado lo demás... –respondió el joven con una sonrisa–. ¿Tienes algún lubricante o quieres... así? –cuestionó, poniendo sus manos sobre los firmes glúteos del castaño.

–Si vas a tener cuidado... –Shojumaru llevó la mano a la entrepierna de Chousokabe y apresó el poderoso miembro con ella–. Hazlo con cuidado o te lo arranco –amenazó, soltándolo y dejándose caer hacia atrás grácilmente.

El muchacho rió, incorporándose sobre sus rodillas para tener mejor control. Lo sujetó por la cadera, se escupió en la mano para lubricarse y se posicionó, comenzando a empujar con suavidad hasta que la punta pasó la apretada entrada.

–Ah... –el mayor se dobló sobre sí mismo, crispando los dedos.

Chousokabe apretó los ojos, encantado por la sensación, avanzando lentamente hasta que estuvo completamente dentro de Mouri.

–E-Estás tan estrecho... –comentó involuntariamente, antes de salir de él completamente y volver a entrar.

Shojumaru volvió a retorcerse, seguro de que esa vez sí se vendría si seguía escuchando esa voz profunda.

–Maldito... Qué rayos tienes... –gimió ahogadamente, apretando la cabeza contra la almohada.

–Ja.. No... No lo haces... muy seguido, ¿eh...? –preguntó Motochika, entrecortado, estableciendo una velocidad constante en sus embestidas.

Si no fuera por la actitud lasciva y conocedora del hombre, casi habría podido asegurar que era virgen por lo estrecho que estaba. Le encantaba y no creía poder aguantar mucho.

–Nadie me había llamado tanto la atención –murmuró Mouri, volviendo a jalarlo por los cabellos y lamiendo los labios del chico con actitud salvaje.

Chousokabe lo mordió con el mismo salvajismo y aceleró las estocadas, prestando atención con una de sus manos al miembro que bailoteaba entre los estómagos de ambos.

El orgasmo de Shojumaru fue instantáneo, no había pasado ni un minuto desde que el Demonio lo había apresado en su mano cuando un gemido sonoro y prolongado se escapó de los labios delgados.

El muchacho sonrió complacido para luego hundir la cara en su cuello, tomándole un rato más antes de salir de él y terminar vaciándose sobre el estomago del castaño. No era fanático de esas cosas, pero en ese momento le parecía tan erótica la imagen...

Mouri respiraba agitado, su chato vientre subía y bajaba aceleradamente. Llevó sus manos a él y lo recorrió con los dedos, llenándolos de aquella sustancia pegajosa. Acercó una mano a la boca y metió uno de los dedos en ella, saboreando lentamente. Su cabello transpirado se pegaba a su rostro.

–Maldición... –exclamó el Demonio ante la imagen, dejándose caer sobre él para besarlo con la misma desesperación de antes–. No hagas esas cosas o no podré ser suave la próxima vez... –advirtió, cuando necesitó aire y se separó del beso.

–Tú serás como yo te lo ordene –susurró el de cabellos castaños, levantando sus largas piernas y apresando con ellas la cadera de Motochika mientras sus brazos se aferraban a su cuello. Lo apretó tanto contra sí que le cortó la respiración por un instante.

–¿Ah, sí? –preguntó el chico, divertido y excitado por el dominio del otro.

–Sí –los ojos de Shojumaru brillaban pérfidamente cuando bajó la mano y atrapó nuevamente el miembro del Demonio con ella–. Esto me pertenece... –lamió su oreja con lascivia.

El muchacho dejó escapar todo el aire de sus pulmones en un gruñido y respondió:

–En... Entonces, tendrás que mantenerme ocupado...

Eran extrañas las sensaciones que le provocaba Mouri, de rechazo por su declarada posesividad y de infernal deseo por poseerlo de todos los modos posibles.

Shojumaru recorrió todo el cuello de Motochika con su lengua.

–¿Por qué me seguiste el juego? –preguntó, relamiéndose.

–¿Bromeas? –preguntó a su vez el otro, incrédulo–. No todos los días una cosa tan hermosa te pide con la mirada que te lo tires en ese mismo instante... –no era capaz de decirle que era algo más allá que eso, la conexión que sintió al instante, eso era cursi.

–Dices esas cosas con una impunidad tal que provoca corregirte de un golpe... –murmuró Mouri, en medio de una seguidilla de perturbadores escalofríos que le provocaban suspirar pesadamente y que lo conducirían seguramente a un nuevo clímax.

Revolvía el cabello cano con las manos nerviosas, mientras sus piernas se apretaban más en la cadera de Chousokabe y uno de los dedos de sus pies se hundía entre los glúteos del chico.

–Hey... –se quejó éste, con tono un tanto alarmado por el camino que quería seguir.

–No te preocupes –jadeó Shojumaru–. No me gusta ser el de arriba.

–Bien... –contestó Motochika, relajándose una vez más y bajando su cara a la altura del cuello de su contratista, para mordisquearlo y dejar trasos de saliva.

Luego de unos segundos en silencio, matizados sólo por los ruidos que hacían los labios de Chousokabe al humedecer su piel, Mouri preguntó en voz baja:

–¿Tan evidente fui...?

–No sé si alguien más se enteró, pero para mí fue muy obvio... –se detuvo pensativo un momento y luego soltó entre risas–: Debo ser como un perro que huele hormonas.

–¿Será que tú me deseaste desde el primer momento, igual que yo a ti? –los labios delgados del castaño se habían puesto pálidos otra vez.

Chousokabe hizo fuerza para separarse un poco de él y mirar sus bellos ojos pardos, enmarcados por largas pestañas. No quería admitirlo, pero desde que los había visto se había sentido embelesado por ellos.

Se inclinó para besar sus labios sensualmente, lentamente, y casi pidiendo permiso metió su lengua para danzar con la otra.

–Debe ser eso... –aceptó, luego de un largo minuto de haber compartido el beso.

El de cabello oscuro se relamió una vez más.

–Así que hermoso, eh... –casi salió como un susurro.

El Demonio rió quedo, acariciando su cuerpo, sintiendo como el calor lo invadía una vez más.

–Totalmente...

–Nunca me habían dicho nada así –confesó el de ojos pardos, sonrojándose levemente.

–Debieron ser ciegos... o idiotas –su voz sonaba divertida mientras se deslizaba para clavar sus dientes en las clavículas del mayor.

Las horas siguieron corriendo mientras el Demonio acarició cada uno de los rincones de la humanidad de Mouri, mientras lo tomaba una y otra vez hasta hacerlo dejarse la voz en cada grito.

No olvidando a qué había ido a esa casa, Motochika tuvo que marcharse para cumplir con su labor, pero el vívido recuerdo de la piel de Shojumaru y su tibio y definido aroma no dejaban de volver a él.

Pasó un mes hasta que volvió a tener una asignación por parte de los Mouri. Se le había avisado que se reuniera con el tal Akatsuki en un lugar del centro de la ciudad. Sin embargo, para su sorpresa, el mismo Shojumaru le salió al encuentro.

Poco faltó para que le saltara encima y lo tomara en ese mismo lugar. Tratando de guardar las apariencias por la escolta que acompañaba a Mouri, Chousokabe lo saludó con un ademán de la mano, pues si lo tocaba no creía poder resistirse.

El rostro del otro denotaba que se había percatado de sus intenciones, y lo que era mejor... que las compartía.

–Buenas tardes, Chousokabe-kun –saludó, con un movimiento de cabeza–. Aproveché que tenía cosas que hacer por aquí, así que te traje tu trabajo...

–Excelente... me gustaría discutir mi... agenda contigo... –"¿Que clase de patética excusa es ésa?", pensó–. Hay un par de cosas... –le echó una mirada recelosa a los hombres que lo escoltaban–. Si no te importa, me gustaría que fuera en privado...

–De hecho, sí, tenemos que hablar sobre tu asignación... –añadió Shojumaru, pensativo–. Pueden marcharse por ahora –indicó lánguidamente a sus guardaespaldas–. Los llamaré si necesito algo.

Los hombres se retiraron con una reverencia, dejando a los otros dos a solas. Se miraron largamente por unos instantes, transmitiendo todo en sus miradas.

–Conozco un buen lugar aquí... –susurró Shojumaru–. No hacen preguntas y cobran bien.

–Te sigo –fue la respuesta ahogada del joven.

Caminaron algunas cuadras, algo separados el uno del otro, pero lo suficientemente cerca como para no perderse en el mar de gente.

Una vez en el lugar, Mouri entró despacio, con parsimonia, como quien está acostumbrado a que le sirvan. Una mujer se le apareció y le hizo una profunda reverencia.

–Bienvenido, Shojumaru-sama –lo saludó. Echó una mirada a Chousokabe, que no se atrevía a entrar del todo–. ¿Viene con usted?

–Sí –respondió suavemente el de cabellos oscuros, sacando su billetera y extrayendo varios billetes grandes de ella–. La misma habitación de siempre... –le entregó el dinero a la mujer, que nuevamente se inclinó y desapareció detrás de un biombo con detalles dorados.

Siendo descubierto como su acompañante, Motochika se paró a su lado.

–Veo que eres cliente frecuente... –comentó, revisando el lugar. Aunque sencillo, se veía que sólo gente de dinero iba ahí.

–Digamos que sería un poco humillante no conocer a los competidores de mi rubro –replicó Mouri, con una sonrisa hipócrita–. Y no vengo tan seguido, pero sí dejo buenas propinas.

Chousokabe rió divertido. Ese hombre era de lo más extraño, de apariencia frágil y hermosa, un excelente actor para su familia y un bastardo por dentro... En ese momento se dio cuenta de que quería averiguar más sobre él, sobre el verdadero Shojumaru.

Cuando los hubieron conducido a la habitación, el castaño dio otro poco de dinero a la mujer y se encerró con Motochika.

–Necesito saber algo –dijo, apoyándose contra la puerta.

–¿Hmm? –musitó Motochika a modo de pregunta, sensualmente, arrinconándolo en ese mismo lugar mientras comenzaba a mordisquear el lóbulo de su oreja derecha.

–¿Has estado con alguien en este tiempo que no nos vimos?

El muchacho se mordió la lengua. no muy seguro de si debía decirle la verdad. Un mes era mucho tiempo y estando ebrio se había metido con un par de mujerzuelas.

La mano de Shojumaru se prendió a la entrepierna del pantalón del otro.

–Responde –ordenó, sin quitarle los ojos de encima.

Chousokabe apretó los ojos adolorido. Lo mejor era mentir, pero esos ojos parecían ver mas allá de todo.

–S-Sí...

Mouri resopló, molesto.

–Tendré que enseñarte... –murmuró, librándose de las manos de Chousokabe y empujándolo hacia la cama.

El muchacho se sacó los tenis cuando cayó sobre su trasero en el mullido colchón, no muy seguro de qué debía esperar.

–Te voy a enseñar a no darle esto a nadie más –susurró el de ojos pardos, trepándose sobre su cintura y comenzando a desvestirlo con lentitud–. Te voy a enseñar que tú eres de mi propiedad...

Se inclinó sobre él y hundió su lengua en el oído del muchacho.

–Mío, todo mío... Sólo mío...

El muchacho gimió al instante, invadiéndole pánico por las palabras y una excitación increíblemente extrema.

–Mouri... –llamó, mientras se movía para probar el sabor de su cuello.

–No quiero que te revuelques con nadie más... –decía éste, apretado contra el oído de Chousokabe–. No quiero que nadie más te toque...

–No desaparezcas por tanto tiempo... –se quejó Motochika, admitiendo que lo había extrañado. Incluso mientras se tiraba a esas muchachas, pensaba en él.

–He estado ocupado –replicó Mouri, molesto, levantándose y apoyándose sobre los codos–. ¿Crees que no quería dejar todo y salir corriendo a buscarte? Dejaste tu aroma impregnado en mi cama... no he querido cambiar las sábanas para no dejar de olerlo...

–¿Nadie más te ha tocado? –inqurió Motochika, un tanto incrédulo, ayudándolo a desvestirse.

–Incluso si así lo quisiera, estoy tan agotado al final del día que ni siquiera tengo ganas de buscar compañía.

Se incorporaron apenas para poder sacarse los pantalones y sentir su desnudez.

–Mmh, dices esas cosas y yo no puedo resistirme... –susurró Chousokabe, sentando a Mouri sobre él frente a frente, quien aferró sus piernas a la cintura del joven.

–Necesito paz, Chousokabe... Soy un manojo de nervios desde que me levanto hasta que me acuesto –Shojumaru apoyó la cabeza contra el pecho del chico.

El Demonio acaricio su cabello y bajó, rozando apenas su columna con las yemas de los dedos.

–¿Quieres que te haga olvidar...? –ofreció en un susurro.

–Dámelo todo... –pidió el de ojos pardos, sin moverse–. Dame todo lo que tengas... Destroza mis sentidos, mi razón, mátame y revíveme una y otra vez...

–Lo que ordenes... Mouri-san –abrazó la delgada figura y con fuerza lo derribó sobre su espalda–. Te daré todo lo que desees... –agregó, con total sensualidad y entrega.

Como prometió, le entregó todo lo que tenía de energía en ese momento, lo tomó de todas las maneras que logró imaginar hasta que no pudo más; hasta que terminaron aferrados el uno al otro en la cama, jadeantes e incapacitados para siquiera cambiar de posición. Agotado, Shojumaru se quedó dormido y, en contra de su naturaleza, Motochika lo acarició y consintió, sin nada más que el deseo de verlo dormir tranquilamente.