Como verán empecé un nuevo fic que ya lleva tres capítulos (yay) y que planeo terminar~ Obviamente se trata de los personajes de Shingeki en los Juegos del Hambre, pero va a estar contado desde los ojos de siete personajes distintos. Y claro, que un personaje tenga un capítulo para si solo NO garantiza su supervivencia(?).
Disclaimer: Los personajes utilizados pertenecen a Hajime Isayama y la saga en que está basado el fic, Los Juegos del Hambre, a Suzanne Collins.
Annie
Sus puños golpearon una vez más aquel pesado saco que pendía de la rama de un árbol. Sus nudillos estaban rojos, le dolían, pero su padre estaba satisfecho con su entrenamiento del día. Había logrado voltearlo una vez apenas habían empezado, cosa que no era un hecho menor para una chica tan menuda.
–Bien hecho, Annie. Terminas por hoy.
Annie dejó caer sus brazos a los costados de su cuerpo y soltó un suspiro de alivio. Ese día no era un día como cualquier otro. Era el día de la cosecha, el día en que Annie se presentaría voluntaria como tributo femenino del Distrito 1.
Estaba decidido, era la mejor de su clase a pesar de tener sólo dieciséis años. Tal vez con eso se había ganado el odio de muchos de sus compañeros, pero a ella no le importaba, solo quería pasar por ese infierno para que su vida fuera normal de una vez. O lo más normal posible tratándose de la vida de un vencedor.
La rubia se retiró del lugar sin decir una palabra, en silencio, pensando en nada más ni nada menos de en como lograría vencer a una multitud de niños enojados para llegar al podio apenas el acompañante dijera un nombre en voz alta. Tal vez para Annie esa era la verdadera parte difícil, los verdaderos "Juegos del Hambre". Sabía usar el cuchillo desde los nueve años, habiendo aprendido a golpear bien desde los siete. Su padre se había encargado de eso, él siempre tan considerado. ¿Qué podía hacer? Era un vencedor y como tal quería transmitirle aquel orgullo a su única hija.
El sol de las once de la mañana calentaba el ambiente de manera tal que era insoportable estar en el exterior. Aún así la chica lo había logrado. Había entrenado desde las siete de la mañana a un ritmo constante. Ahora bien ¿de qué le serviría eso en la arena si un tributo sabía montar trampas caza personas de todo tipo? Annie era muy inteligente, pero su padre sólo le había enseñado a usar sus habilidades de combate a pesar de ser una niña tan menuda.
Al entrar a su habitación del segundo piso quitó la prensa que recogía su cabello y lo dejó caer libremente por sus hombros. Era hora de tomarse un buen baño.
Abrió la llave de la bañera y esperó unos minutos a que se llenara de agua caliente y el vapor empañara el vidrio del espejo. Era un clima relajante del cual Annie sabía disfrutar bien. Rápidamente se despojó de sus ropas impregnadas de sudor y se metió en la bañera. Dejó que su cabeza se apoyara en el borde y relajó su cuerpo, fijando su mirada azulada en el techo. Las volutas de vapor danzaban sobre su cabeza creando dibujos bastante interesantes.
El baño le llevó más de lo esperado e incluso le había costado levantarse y salir de ahí. La Annie despreocupada e irracional quería quedarse, pero su mente terminó ganando y se vio obligada a separarse de su preciada bañera.
Salió del cuarto de baño envuelta en una mullida toalla y se secó el cuerpo mientras se aproximaba a su cama, donde reposaba el vestido que usaría en la cosecha. Era un vestido negro sencillo que le llegaba hasta las rodillas y le hacía parecer un poco más alta de lo que era. Se vistió sin más preámbulo y luego de ponerse los zapatos y recogerse el cabello bajó a la sala.
Su padre la esperaba con los bazos cruzados y el ceño levemente fruncido. Como era de esperase, llevaba las mismas ropas que en la mañana, no se había molestado en cambiarse.
–Veo que te tomaste tu tiempo. Vamos ahora o llegaremos tarde. –Acto seguido se inclinó para abrir la puerta de entrada y dejar salir a la chica.
La Aldea de los Vencedores del distrito 1 era de las más grandes y habitadas de Panem junto con la de los distritos 2 y 4. La razón detrás de esto era simplemente que los niños de dichos distritos eran entrenados desde muy pequeños para convertirse en tributos, en vencedores. Nadie estaba seguro si eso era legal pero nadie lo prohibía tampoco. Año tras año, cientos de chicos y chicas aspiraban a tener el honor de representar a su distrito en los juegos, incluso si esto iba en contra de su voluntad o si no era de su interés. Eso solía sucederle a los hijos de vencedores. Eran niños a los que nunca les había faltado nada, no tenían muchas razones para querer ganar los juegos. O tal vez sí. En la mayoría de los casos debían soportar el doble de presión, ya fuera porque sus padres querían que fueran como ellos o simplemente detestaban la idea de tener que vivir bajo la sombra de sus familiares vencedores por el resto de sus vidas.
Durante el camino Annie y su padre no hablaron mucho, solo se limitaron a cruzar un par de palabras triviales. Llegaron a la plaza y después de que su padre le deseara suerte, Annie caminó en silencio hacia el sector de las chicas.
A decir verdad, Annie no tenía amigos. Pero estaba bien con eso, ella nunca se había esforzado demasiado en socializar con sus compañeros de escuela. Tal vez cruzaba alguna que otra palabra con alguien de vez en cuando, pero solo cuando ellos se empeñaban en continuar la conversación. Muchos chicos y chicas de su edad inclusive la encontraban intimidante.
Por esta razón se situó cerca del podio, en una esquina donde las chicas que iban en grupos grandes no se metían. Estaba cómoda ahí, pero aún así recibía de vez en cuando algún codazo inevitable.
El alcalde del distrito subió al podio con unos papeles en la mano. Estaba acompañado por Galathea, la acompañante del Distrito 1 y por dos vencedores de juegos anteriores que serían los mentores aquel año. Mike Zakarius, el hombre, era un hombre rubio, muy alto y con aspecto de tipo rudo pero callado. Había ganado los juegos hace casi veinte años y ahora debía estar cerca de los treintaicinco. El padre de Annie le había dicho que Mike había ganado los juegos en cuatro días, asesinando con sus propias manos a casi la mitad de los tributos sobrevivientes al baño de sangre inicial. La mujer, Nanaba, era alta y de aspecto rudo, casi varonil. Llevaba el cabello rubio cortado muy corto y miraba a la audiencia de manera casi expectante.
Los murmullos de admiración no tardaron en hacerse notar entre la multitud cuando los mentores ocuparon sus respectivos lugares. En el Distrito 1, 2 y 4 los vencedores eran héroes, personas a las que todos los niños tenían como modelo a seguir; al contrario de los demás distritos, donde la mayoría de los pocos vencedores estaban muertos o se habían perdido a si mismos en su propia locura.
El alcalde finalmente se acercó al micrófono y se aclaró la garganta, claramente pretendía callar a todo el mundo. Una vez que lo consiguió, se dispuso a comenzar a leer su discurso sobre la creación de Panem y, posteriormente, de Los Juegos del Hambre. Era el mismo de todos los años; Annie siempre se preguntaba cómo era que no se lo había aprendido de memoria ya en los casi cuarenta años que llevaba en ese cargo. También se preguntaba si el Capitolio de verdad esperaba que la gente se tragara todas esas idioteces como que habían salvado a los distritos de la guerra y demás. Pero a eso sí tenía una respuesta. La gente de su Distrito si lo creía porque era idiota. Aún así, eso no era asunto suyo, era una de las pocas personas a las que el Capitolio había beneficiado con su "generosidad".
–Es el momento de arrepentirse, y también de dar las gracias. –Leyó el hombre con voz grave y serena.
Cuando el discurso llegó a su fin leyó la larga lista de los vencedores que el distrito 1 tuvo a lo largo de la historia con cierto deje de orgullo. Y cuando terminó, en la plaza reinaba un silencio sepulcral, como si ninguno de los allí presentes quisiese ser el primero en retomar su conversación con la persona que tenían al lado. Galathea aprovechó este silencio para ponerse de pie y cambiar lugares con el alcalde.
–Al parecer es hora de animar un poco este lugar ¡Felices juegos del hambre! –Gritó con entusiasmo. A ella se le sumaron miles y miles de aplausos y gritos de alegría, como si fuera el mismísimo Capitolio.
–Bien, bien. Veo que todos están muy emocionados. Entiendo su emoción, yo también ya muero por conocer a nuestros tributos de estos sexagésimo segundos Juegos del Hambre.
Annie miró a sus alrededores con una expresión que denotaba puro aburrimiento. Porque a decir verdad, las cosechas se le hacían siempre tediosas. Incluso aquel año. Siempre veía a todas las chicas que la rodeaban temblar de excitación, incluso algunas apretando los dientes para controlar sus nervios. Pero ella siempre intentaba parecer relajada.
Galathea se acercó a la urna de las chicas y, con una lentitud casi maliciosa, sacó un papelito.
–¡Caileigh Jewel! –Leyó en voz alta.
La niña se apresuró a subir al podio. Era una chica de trece años, bajita y algo regordeta. No parecía estar nerviosa en absoluto ¿Por qué iba a estarlo? En el Distrito 1 seleccionar a los tributos mediante un sorteo era una formalidad, siempre un chico mayor y bien entrenado iba a ofrecerse de voluntario.
Como era de esperarse, la mujer preguntó por voluntarios y Annie inmediatamente alzó su mano.
–¡Yo! ¡Yo me presento voluntaria! –No solía gritar, pero en algunas situaciones no le quedaba otra.
Una chica, algo enfadada, le dio un empujón algo brusco para que subiera al podio. Annie no le hizo caso y trepó los dos escalones mientras que la niña elegida bajaba.
–¿Cómo es tu nombre? –Preguntó Galathea incapaz de esconder su sorpresa.
–Annie. Annie Leonhardt. –Respondió la chica de manera gélida.
–¡Muy bien! Annie Leonhardt será nuestro tributo femenino. Ahora es el turno de los chicos. –Estrujó el hombro de Annie de manera fugaz y se acercó a la otra urna.
Otra vez tardó más de lo normal en sacar un papel. Incluso esta vez dejó caer el primero a propósito para tener que tomar otro. Annie pudo ver las caras de exasperación de algunos chicos.
–¡Cyril Metzger! –Leyó. Otro nombre que salía en vano.
Esta vez era un muchacho un poco más grande. Debía tener quince años aunque de seguro aparentaba más. Annie no pudo descifrar si el chico quería estar ahí o, como la niña, solo quería que llamaran a un voluntario y poder irse. Eso sí, parecía algo desorientado.
Cuando Galathea pidió voluntarios, un chico alzó la mano y empezó a abrirse paso desde la zona de los chicos de diecisiete años. No había forma de pasarlo desapercibido, ya que debía medir casi dos metros.
–¡M-me presento voluntario! –Declaró cuando estaba ya a unos pocos metros del podio.
Annie le dedicó una mirada recién cuando este estuvo a su lado. Tenía ojos azules como los suyos y cabello corto y negro. Annie lo conocía. Bertholdt Fubar iba a su escuela y estaba en la clase de chicos avanzados en la academia.
Bertholdt se presentó mientras se limpiaba unas gotas de sudor de la frente de la manera más discreta posible. Era un chico tan callado y tranquilo como Annie, pero sin duda alguna casi invencible en el campo de batalla.
Al parecer Bertholdt se sintió observado, porque terminó por devolverle la mirada a Annie, quién volteó la cabeza de inmediato intentando fingir completo desinterés.
–Muy bien, Distrito 1. Annie Leonhardt y Bertholdt Fubar los representarán este año. –Exclamó con una gran sonrisa.
Annie mantuvo la mirada fija en el público, observando las expresiones de júbilo de los mayores y niños y las sonrisas forzadas de muchos adolescentes que seguramente matarían ahora mismo por estar ahí en lugar de ellos dos.
Cuando el alcalde comenzó a leer el Tratado de la Traición, Galathea les indicó a ambos que se tomaran de las manos. Annie y Bertholdt intercambiaron una mirada, desinteresada de parte de Annie y tímida por parte de Bertholdt, e hicieron lo que les pedían. Annie lo sintió raro, casi incómodo ¿Cuántas eran las veces que tomaba la mano de alguien? Mientras pensaba en eso, el himno de Panem empezó a sonar.
