Lo miraba, lo sabía. Notaba sus penetrantes ojos azules en su nuca. Miro atrás y le sonrió, ella se sonrojó. Esos pequeños gestos no estaban permitidos, pensó Sybil. El chofer no debería mirarla a ella, y sonreírle de esa forma, dandole a entender que le había pillado mirándolo. Si su padre se enterara... Y aún así, le gustaba. Hacía tiempo que se fijaba en esos pequeños gestos; miradas disimuladas, sonrisas pícaras. Flirteaba. Sybil no podía creerlo; Branson, el chofer. Anque hacía mucho que dejó de ser el chofer. Branson era inteligente y justo, y la escuchaba. Sus opiniones le interesaban y generalente, las compartía. Y no se podía negar que el Irlandés era atractivo. Su figura, alta y fuerte, a la que tan bien le sentaba el uniforme. Y sus ojos, azules, profundos y sinceros. Su acento Irlandés, del centro de Dublín, segun le había dicho, aunque ella no pudiese diferenciarlo. Le había contado tantas cosas acerca de Irlanda, de Dublín, de la gente de allí. Sus bailes, sus costumbres, su manera de ver el mundo, sus ansias de libertad.
Cuando la ayudó a bajar del coche, notó que sostenía su mano más tiempo de lo que debería y, cuando sus miradas se encontraron, él volvió a sonreir de esa forma que le hacía sentir tantas cosas a la vez. Sybil no podía apartar la mirada, se sentía como himnotizada.
- Sybil, querida, por fin has vuelto. - la voz de su hermana mayor la hizo volver a la realidad. Soltó rapidamente la mano del chofer y rompió el contacto visual. Con una última mirada a Branson, entró en casa detrás de Mary.
Horas después, Sybil caminaba por el oscuro jardín. Recordó la discusión que había mantenido su familia durante la cena. Por supuesto, sin preguntarle una sola vez lo que pensaba. Decían que tenía que encontrar un buen marido, y que pensaban invitar a los Jones, una familia de buena condición con tres hijos solteros. Pensaban que el mayor sería un buen partido para ella. Intentó contener un sollozo, pero no pudo evitar llorar.
- ¿Lady Sybil?¿Esta usted bien? - No pudo evitar sonreir al reconocer la voz de Branson, que se acercaba a ella con cara de preocupación. Sus pies habían ido automáticamente hacia un luegar agradable, el garaje. - ¿Que ha pasado?¿Alguien esta enfermo? - ella se secó las lagrimas e intentó actuar con normalidad.
- Esas confianzas le habrían traído problemas de no haber sido yo, ¿Sabe?
- ¿Que pasa? - le dijó él, y se atrevió a acariciarle un brazo. Un simple gesto por el que debería perder su puesto. Pero Sybil se sintió my agradecida. Desde que lo había rechazado tras su confesión en York, su relación no se había enfriado. Al contrario, Branson parecía mucho más sincero, y pequeños gestos como aquel le demostraban que, a pesar de haber sido rechazado, no iba a dejar de apoyarla.
- Nada, ya sabes... La presión. - el bajo la mano, dudoso, y cogió la de Sybil. Ella la sostubo con fuerza. Sabía que aquello no estaba bien, pero no podía negar que ss sentimientos hacia el chofer no eran los que deberían. Hasta hacía un tiempo, se había dicho a sí misma que eran amigos. Pero ahora, cada vez que llegaban noticias, numeros de hombres que habían muerto en el frente, pensaba en lo que haría si llamaban a Branson a filas. No a William, a su padre, o Matthew, que ya estaba allí, si no a Branson. ¿Y si no regresaba? No podría soportarlo, se hundiría sin remedio. La primera vez que ese pensamiento le vino a la mente fue cuando se dio cuenta de sus propios sentimientos.
