Capítulo 1: reconociendo el amor

Sentía que la adolescencia cruelmente los había alejado. Sus cuerpos habían cambiado, ya no cabían en la pequeña cama y bajo la vigilancia y el ojo desconfiado de Marrón Glacé, cada vez era más difícil escurrirse a su habitación por las noches, aunque fuera sólo para conversar o saber si estaba bien. Habían crecido, al fin, y junto con sus cuerpos, un cariño indescriptible y una admiración intocable también crecía dentro de su pecho. Al observar desde lejos su figura, que se volvía casi una sombra cuando se afanaba en algo, sintió nostalgia por esos días de juegos en los que no eran más que un par de niños compartiendo sus mutuas soledades. La muerte y la exclusión, los había unido en un fuerte lazo de hermandad y amistad. No conocía a otra persona en quien confiar, a quien aferrarse para no caer frente a la dureza de su mundo, ante la desigualdad del destino. Se sentía pobre e inútil. Su soledad sólo podía ser cubierta por otra alma y su corazón, sin ni siquiera preguntarle, ya la había elegido.

- ¡Oscar! ¡Oscar! - André se acercó al umbral de la caballeriza para mirarla a los ojos. La había llamado un par de veces y al no obtener respuesta se había acercado para asegurarse de que estaba bien - ¿Te encuentras bien? - le preguntó con dulzura y buscando su mirada. Posó delicadamente una de sus manos sobre su hombro. Oscar despertó de su ensoñación al sentir la mano de André en su hombro. Se estremeció al tenerlo tan cerca y sólo se limitó a sonreír

–Estoy bien- le dijo serenamente, mientras caminaba pausadamente hacia su caballo. André se quedó mirándola sin saber muy bien qué decir o qué hacer. La impetuosidad de Oscar, durante las últimas semanas, se había desvanecido casi como un sueño. De cierta forma, le preocupaba verla emocionalmente susceptible, pero al mismo tiempo, sabía que dentro de su corazón habitaba una tormenta que era muy fácil de despertar. Se puso frente a ella, tomó las riendas del caballo y se quedó observando por algunos segundos cómo esta le acariciaba las crines.

- ¿Qué escondes? Le preguntó directamente.

- ¿A qué te refieres? - contrapreguntó sin dejar de acariciar y mirar a su hermoso corcel.

-No sé, dímelo tú. Has estado muy extraña últimamente.

-No es nada André, sólo estoy cansada- sonrió para sus adentros al sorprenderse de lo bien que podía disimular sus sentimientos – Cuidar de la delfina de Francia no es una tarea tan simple- continuó indiferente. Pasaron algunos segundos durante los cuales sintió punzante la mirada de André que había logrado ponerla nerviosa. Cuando por fin se atrevió a mirarlo a los ojos sintió ganas de llorar. Su orgullo no le permitía expresar lo que realmente sentía, pero por sobre todo el miedo, el miedo de sólo pensar en mostrarse tal cual era frente a los demás, frente a la severidad de su padre y, por sobre todo, frente a André. Ni siquiera se permitía pensar lo que podría pasar si ella confesara sus sentimientos y fuera correspondida por su sirviente, su valet, su mejor amigo y, por sobre todo, su igual. Despejó esa idea inmediatamente de su mente.

-Me iré a arreglar- le dijo secamente dando media vuelta y dándole la espalda. Se detuvo por un momento – Déjalo en la entrada por favor- pidió dándole una última caricia a su caballo. André la miró hasta verla desaparecer por la puerta de la caballeriza. Se sintió sin motivo alguno completamente desdichado. No sabía de dónde provenía ese sentimiento, pero quiso creer, por un momento, que quizás eso era lo que sentía Oscar, una inexplicable desdicha. Sintió tristeza por ella. Luego de tantos años juntos, había aprendido a interpretar sus gestos, sus silencios y su forma tan peculiar por intentar expresar lo que su corazón realmente anhelaba. La admiraba increíblemente por su fiereza, su inquebrantable fuerza de voluntad y su capacidad de sobreponerse a los castigos a los que su padre la había sometido por no poder actuar y responder como un verdadero hombre frente a las múltiples tareas que debía cumplir diariamente. Pero también sabía que, por sobre todas las cosas, Oscar era realmente una mujer. Eso era innegable. Más allá de su indiscutible belleza, apreciaba en ella la dulzura que demostraba al acariciar a su caballo o al admirar una rosa; sus agraciados movimientos al caminar, su liviandad para luchar con la espada y su particular humor. Eso, era algo que ningún entrenamiento masculino había podido arrebatarle. Y él lo sabía. Muchas veces, desde las sombras, la vio conversando con su abuela o acurrucarse en su pecho luego de alguna golpiza propinada por el General. Se quedaba largos minutos con ella, tan frágil y fuerte al mismo tiempo, sin derramar una sola lágrima, pero disfrutando de la calidez de otra persona. Sabía que eso era todo lo que necesitaba: cariño y comprensión. Sin embargo, ahora en sus gestos había algo distinto, algo que no lograba descifrar. En eso, era también muy femenina. Escondía ese secreto que todas las mujeres conciente o inconscientemente intentaban resguardar. Sonrió al pensar en ello. Lady Oscar era toda una mujer y él, quizás sólo él, era capaz de verlo.

…..…

Oscar sintió un gran alivio al darse cuenta que nadie había reconocido a la princesa al ingresar al salón. Observó, como buena militar, todo el movimiento antes de plantarse en algún lugar a vigilar. Finalmente, al ver que todo ocurría con total normalidad y que María Antonieta lucía realmente feliz y emocionada, se quedó cerca de la pista de baile, totalmente alerta ante cualquier movimiento que pudiera parecerle extraño. De pronto y sin saber cómo, la princesa había desaparecido de su vista. La buscó con la mirada por las esquinas, en los grupos de conversación. No quería llamar mucho la atención, por lo que tranquilamente comenzó a caminar por el salón buscando algún resquicio de ella, pero nada. Con un gesto de su mano, le indicó a las damas de honor que la siguieran, la había divisado en uno de los balcones del teatro, al parecer, conversando con un caballero. Se acercó sigilosamente para alcanzar a escuchar algo de la conversación. Justo en el momento en el que el mozalbete acercaba su mano para quitarle la máscara a la princesa, se interpuso entre ellos tomándola del brazo y haciéndola delicadamente a un lado. El apuesto joven que estaba frente a sus ojos, se quedó mirándola perplejo. Pudo distinguir en ella rasgos finos y delicados, sin embargo, se sintió un poco confundido al darse cuenta que iba vestida con ropa militar.

-Disculpe, no sabía que esta Lady estaba acompañada- dijo inclinándose levemente como muestra de respeto. Oscar, se quedó mirándolo unos segundos sin responder nada. Sus suaves gestos y delicada educación de cierta forma la habían perturbado. Lo miró con severidad, mientras él seguía con la cabeza inclinada.

- No os preocupéis- declaró la comandante mientras volteaba su cabeza hacia las damas de honor, las cuales comprendieron inmediatamente cuál era el proceder. María Antonieta se alejó rodeada por las mujeres, mientras Oscar siguió de pie frente al elegante caballero enmascarado, como una forma de asegurarse de que no seguiría a María Antonieta.

-Perdone por no presentarme como corresponde- le dijo suavemente quitándose la máscara.

–Mi nombre es Hans Axel Von Fersen de Suecia, mi título es de conde, pero en este momento me encuentro en Francia en gira de estudio - Sonrió levemente al terminar la frase. Oscar hizo un rápido escaneo del hombre que estaba frente a ella. Debía tener más o menos su edad, sus ojos eran grises, pero brillantes, su ropa elegante y fina, sus modales delicados, pero a la vez muy varoniles. Era definitivamente atractivo y cortés. Interiormente, se alegró de que no pudieran haberse visto frente a frente con la Princesa. Sabía que María Antonieta era incapaz de esconder sus sentimientos y, si hubiese podido apreciar el bello rostro del sueco, hubiese quedado prendada de él.

-Oscar Francoise de Jarjayes, Comandante de la Guardia Imperial- se presentó ceremoniosamente realizando una pequeña reverencia – Espero que su estadía en Francia sea cómoda- dijo dando media vuelta para retirarse, sin embargo, la mano del sueco se lo impidió. La tomó del brazo, gesto que fue rechazado inmediatamente por la joven. Fersen, quedó perplejo algunos segundos ante la reacción de Oscar, no obstante, sintió cierto cosquilleo en el estómago al ver sus ojos brillantes de algo que parecía rabia.

-Disculpe…- dijo él tranquilamente, dando un paso atrás - No era mi intención…

-Lo entiendo - le interrumpió Oscar - pero no está permitido tocar de esa forma a un comandante de la guardia imperial - Oscar permaneció seria y firme, mirándolo fijamente a los ojos. Sabía que, con ese llamado de atención, el sueco no se atrevería a acercársele nuevamente. Luego, se dirigió hacia la salida del salón tranquilamente, manteniendo su mano en la espada envainada. Fersen, se quedó mirándola hasta verla desaparecer. Luego, se acercó al balcón. Le causó curiosidad el carruaje en el cual se retiraba la mujer enmascarada. No había podido ver su rostro, pero su instinto le advirtió que era alguien importante, no una simple noble. Puso especial atención en cómo Oscar montaba en su caballo blanco. Pudo ver sus formas con mayor detalle, percatándose de que era muy delgada y fina como para ser un hombre. No cabía duda, ese comandante era una mujer, cosa que le llamó poderosamente la atención. La fuerza de su mirada color záfiro lo había incomodado terriblemente y él, no era hombre de avergonzarse frente a alguien del sexo opuesto. Volvió a sonreír levemente al recordar la furia de la mujer cuando le tocó el brazo. Sintió una fuerte necesidad de saber más de ella.

…..

Camino al palacio, María Antonieta no podía dejar de hablar acerca del misterioso hombre con el que había bailado prácticamente durante toda la velada y, con el cual, había tenido la oportunidad de intercambiar apenas un par de palabras.

-Madame Noailles su voz era profunda y clara, aunque al parecer extranjera- dijo María Antonieta con excesivo entusiasmo, no podía sacarse de la cabeza su voz y se mostraba evidentemente encantada. La mujer solo se limitó a mirarla, poniendo su mano en la frente en señal de estar ya cansada. Al bajar del carruaje, Oscar le ofreció su mano sosteniéndola delicadamente. La princesa se sentía increíblemente cómoda y segura con Oscar, por lo que no tuvo reparo en continuar con su monólogo acerca de lo sucedido hacía apenas unas horas. Resguardada por Oscar y su séquito de damas de honor se dirigió hacia sus aposentos. Cuando entraron a la habitación, Oscar pidió permiso para retirarse.

-Sí querida Oscar, puedes retirarte, pero antes me gustaría preguntaros algo- Instintivamente, Oscar sabía qué era lo que la Princesa ansiaba tanto saber.

-Estoy a vuestras órdenes su alteza- Dijo Oscar realizando una reverencia.

- ¿Pudisteis averiguar algo más del caballero con el cual estuvimos esta noche? Pude percatarme de que os quedasteis un momento más con él. Me encantaría agradecerle su compañía…- pausó su pregunta mientras se dirigía al espejo de la gran habitación. Se sentó frente a él y continuó - Por su acento y modales, puedo advertir que es extranjero y noble, pero me gustaría saber su nombre, quizás podamos aprender algo más de él – dijo disimulando indiferencia, mientras una de sus damas de honor, le quitaba las pinzas para desarmar su peinado.

- Princesa María Antonieta - Dijo Oscar con serenidad - El joven es un conde sueco que ha venido a nuestro país a estudiar. Su nombre es Hans Axel Von Fersen. Realmente no sé cuánto tiempo tiene pensado quedarse - explicó - Es todo cuanto pude averiguar, lo lamento - terminó casi en un hilo de voz. Realmente le preocupaba esta situación.

-Muchas gracias, Oscar. Podéis retiraros.

María Antonieta continuó mirándose al espejo con la mirada perdida. Aun percibía en su cuerpo, el perfume del sueco. Su corazón había latido tan fuerte que sentía que se saldría por su garganta. Repitió el nombre del caballero en silencio - Hans Axel Von Fersen. Fersen- repitió en su interior – Fersen.

….

Como siempre, André esperó a Oscar despierto en la caballeriza mientras atendía a los caballos. Para matar el tiempo, decidió leer un poco pero, al cabo de unos minutos y sin darse cuenta, se durmió profundamente. Cuando Oscar llegó, simplemente dejó su caballo fuera de la entrada a la mansión, a sabiendas que André lo retiraría a penas la sintiera llegar. Caminó casi por inercia hacia su habitación, pero a medio camino y sin saber por qué, decidió ir a la caballeriza. Abrió sigilosamente la puerta, percatándose de que André dormía profundamente sobre el heno, con un libro apoyado en el pecho. Sintió una leve estocada en el corazón al verlo así. Se le asimiló mucho al día en que llegó a ser su compañía. A pesar de su corta edad, parecía seguro de sí mismo, sin embargo su mirada traslucía el miedo y la tristeza de encontrarse lejos de su pueblo y de sus padres. Dormido así, irradiaba algo de esa inocencia y fragilidad, además de una gran ternura. Oscar, se acercó cuidadosamente hacia él, inclinándose hacia él levemente para sacar el libro que tenía aferrado entre sus brazos. Inevitablemente, al acercarse, pudo apreciar con mayor cercanía y detalle el rostro de su amigo. ¡Había cambiado tanto! Hacía apenas unos años era un chiquillo flaco y desgarbado. Hoy, lucía como un joven muy apuesto, cosa que había podido verificar por los comentarios de las damas de la corte cuando la acompañaba a esos tediosos bailes. Cuando jaló del libro, André se movió hacia un lado quedando en posición fetal. Oscar suspiró aliviada, había logrado su misión de quitarle el libro sin despertarlo. Se retiró de la caballeriza tal como había entrado: en silencio y sigilosa, como una leona que está en busca de su presa. Antes de cerrar la puerta, volteó para mirarlo por última vez.

-Buenas noches, André – susurró y cerró tras de sí la puerta, sin poner mayor atención al libro que llevaba entre sus manos. El titulo decía "Cartas de dos amantes" de Rousseau.

Al día siguiente, Oscar se levantó temprano. Desayunó sola en su habitación. Se extrañó por la ausencia de André, ya que solía ser muy madrugador. Bajó y preguntó a su Nana por él.

-No lo sé niña Oscar, su habitación está intacta – dijo la anciana sin demostrar mayor preocupación. Oscar salió por la puerta principal, percatándose que su caballo ya no estaba donde lo había dejado, por lo que supuso que André estaría en la caballeriza con él. Se dirigió hacia el lugar rápidamente. Entró y André dormía sobre el heno, tal como lo había dejado la noche anterior, pero en otro lugar. Echó una mirada rápida a los caballos, viendo que su corcel lucía limpio y brillante. Tenía agua y se alimentaba. Se quedó detenida en la puerta sin saber si despertar a André o no. Finalmente y sin ninguna delicadeza, desde la puerta lo llamó.

- ¡André! – Sonrió internamente al observar la reacción de éste al escuchar su grito. André se sentó rápidamente aturdido aún por el sueño. Se restregó los ojos sin saber muy bien quien estaba parado en la puerta a contraluz.

- ¿Eres tu Oscar? - preguntó confundido.

-Veo que has dormido aquí- dijo severa - no te quejes si después te enfermas. Salimos en diez minutos, prepárate - se quedó mirándolo por algunos segundos esperando alguna respuesta, luego dio media vuelta y se dirigió hacia la casa. André, que no había alcanzado a reaccionar, se levantó y comenzó a sacudir de su ropa los restos de hierba. Sintió un leve ardor en la nuca, por lo que hizo algunos movimientos para aliviarlo, sacudiendo sus hombros al tiempo que abría y cerraba los ojos para terminar de espabilar. De pronto, recordó el libro que supuestamente iba a leer para esperar a Oscar. Escarbó entre la paja, por si había quedado escondido ahí, pero no había rastro de él. Se rascó la cabeza, tratando de recordar si lo del libro había sido un sueño o realidad. Se quedó algunos segundos pensativo haciendo un esfuerzo por volver en sí, hasta que se le vino a la mente la imagen de un hermoso ángel de resplandor dorado que lo había ido a visitar durante la noche.

-Oscar – murmuró para sí mismo sonriendo. Luego, corrió hacia los caballos para ensillarlos. No había tiempo para ese tipo de cavilaciones.

….

Los rumores ya habían recorrido todo Versalles acerca de la nueva "amistad" de la princesa María Antonieta. No había noble que no supiera acerca del apuesto y educado conde sueco, que compartía prácticamente a diario con la delfina. Esta, parecía vivir en una ensoñación constante desde que había mandado a llamar a Fersen con la excusa de darle la bienvenida a la corte francesa. La mujer sonreía por cada rincón y se daba el gusto de dar largos paseos de su brazo, respaldada por la indiferencia y despreocupación que le demostraba el joven príncipe heredero. Sentía que estaba viviendo los días más felices y dichosos de su vida y no tenía ningún reparo en demostrar que se sentía con el corazón pleno de felicidad. Oscar, los acompañaba siempre que podía. Esta rutina la había acercado mucho más al joven conde y a María Antonieta, llegando a sentir admiración por ella y sus cualidades: su espontaneidad y enorme sencillez; su sensibilidad ante las cosas bellas, su obstinación y naturalidad. Independientemente de sus debilidades, luego de tratar más de cerca con ella, le era inevitable quererla y, por lo que podía ver, a Fersen le pasaba algo muy similar.

Por su parte, Fersen, disfrutaba de sus nuevas amistades. Casi no se daba tiempo para estudiar, ya que la princesa había resultado ser tremendamente demandante y le era imposible negarse a sus peticiones, con su belleza y encantos, lograba convencerlo de casi cualquier cosa. El conde, sabía que esto no se mantendría así por siempre, que sus años de juventud pronto se verían empañados por las obligaciones propias de su rango y cuna, por lo que se empeñó firmemente en disfrutar de la alegría de la joven princesa y de la seriedad e inteligencia de su amiga Oscar. Durante sus paseos, muchas veces se daba el tiempo de observar a las dos mujeres casi opuestas entre sí en cuanto a madurez, gestos e intereses, no obstante, podía ver en ellas algo en común: belleza y femineidad. Muy a su pesar, ambas provocaban en él algo nuevo e impactante, tanto así que había dejado de visitar a sus viejas "amigas" y estaba avocado tan sólo en complacer los caprichos de María Antonieta y en tener largas conversaciones acerca de política y literatura con Oscar. De hecho, ya era habitual ver al sueco en la mansión de los Jarjayes practicando esgrima, tiro al blanco o simplemente bebiendo vino. En realidad, disfrutaba increíblemente la compañía de Oscar y André, los consideraba una pareja muy particular. Se había podido percatar que, junto a él, ella era muy distinta a la comandante seria y parca del palacio real. Sonreía mucho más y bromeaban constantemente entre sí. Oscar, insistía en dejar en evidencia que André jamás había sido capaz de ganarle en esgrima y él, por su parte, se jactaba de haberse dejado vencer por ella en más de una carrera a caballo. Tenían tantos recuerdos en común y eso, sin querer, le provocaba una pizca de envidia. Incluso, se tocaban y miraban de una forma que, para los ojos de la sociedad, podría ser inadecuada. Entre ellos, había algo más que una relación de sirviente a ama o incluso, de amigo a amiga. Entre ellos había intimidad y confianza. Él, en cambio, nunca había tenido la oportunidad de relacionarse de esa forma con nadie, ni siquiera con sus hermanos.

André, sentía cierta simpatía por Fersen. Lo consideraba extremadamente inteligente, galante y tenía unos modales tan elegantes y refinados que, sin duda, se hacía encantador aún para sus pares, si es que tenían la oportunidad de conocerlo bien. No obstante, percibía en Fersen un ego muy elevado, ya que este estaba conciente de sus encantos y no dudaba en demostrarlos, incluso frente a Oscar, que generalmente los pasaba por alto. La actitud del sueco ante Oscar, de cierta forma le molestaba. Lo había visto observarla agudamente ya muchas veces, con la mirada brillante y fija en cada uno de sus movimientos. Podía percibir que la admiraba, lo cual no era extraño para él, pero también había en su expresión un dejo de deseo que, el sueco, no intentaba disimular.

- ¡André, practica conmigo! – dijo Oscar sacándolo de su monólogo mental, mientras le lanzaba la espada espada. Él se quedó algunos momentos sin poder reaccionar, se sentía molesto y excluido sin saber por qué - ¿tienes miedo? – bromeó Oscar sonriendo al ver que no reaccionaba – no te preocupes – le dijo - esta vez quizá te deje ganar.

Con cierta parsimonia, André se levantó de su asiento y se dirigió hacia Oscar, todavía perturbado por sus propios pensamientos. Sintió que necesitaba tiempo para procesar esas sensaciones provocadas por la presencia del sueco.

-No puedo – le dijo –acabo de recordar que mi abuela me pidió que le ayudara a ordenar la alacena, ya sabes, no le podemos permitir que cargue cosas pesadas – le entregó la espada que segundos antes Oscar le había lanzado – pero estoy seguro que Fersen desea enfrentarse contigo, ya que aún no ha sido capaz de ganarte – esbozó para ambos una forzada sonrisa, que más pareció una mueca de dolor. Oscar y Fersen se limitaron sólo a mirarse extrañados. Con el tiempo, habían logrado cierta intimidad que les permitía ahorrarse algunas palabras.

Oscar y Fersen entraron a la casa en silencio. El aire se había enrarecido luego de la actitud de André. Se sentaron frente a frente en la mesita de unos de los salones a beber una copa de vino. El sol ya estaba cayendo y los colores que iban desde el blanco hasta un rojo fuego, los dejo embelesados por algunos minutos. Luego de eso, Oscar comenzó a sentirse incómoda y decidió romper el silencio.

-No te he visto por el palacio estos días, ¿ha sucedido algo con la princesa? - preguntó mientras seguía observando como el sol dejaba entrar los últimos rayos de su luz a través de la ventana. Fersen, se demoró algunos segundos en contestar.

-Nada en especial- respondió lacónico – es sólo que…- se interrumpió así mismo, sin darse cuenta que el resto de la frase sólo la había completado en su cabeza - es sólo que contigo me siento más cómodo y la princesa me está dando demasiada atención.

-Es sólo que… - Oscar se quedó mirándolo con curiosidad. Realmente la actitud de André le había afectado.

-Nada. Es sólo que había descuidado mis estudios y me he dedicado a ellos durante estos días – se excusó sin saber si su explicación había sido lo suficientemente convincente para Oscar. Si algo sabía de ella, es que no podía subestimar su inteligencia y astucia.

-Entiendo- masculló la joven con la intención de evaluar que tan cierto era lo que el sueco le contaba, no obstante, desistió de ello al ver que se levantaba de su asiento.

-Me tengo que retirar, querida. Quizás mañana vaya a visitar a su alteza real – dijo casi en un suspiro – la nostalgia realmente se apoderó de mi – pensó en silencio.

-La princesa estará muy dichosa. Estos días la he notado un poco decaída y triste. Sin duda, tu presencia la alentará a salir a tomar un poco de sol – dijo Oscar sin levantar la vista de la copa de vino que revolvía sin cesar entre sus manos.

Fersen sólo se limitó a sonreír y, haciendo una pequeña reverencia, se retiró del salón.

Oscar se quedó parada frente a la ventana, viendo desaparecer el caballo de Fersen, así como el sol también lo hacía. Sintió a sus espaldas un ruido, por lo que se volteó lentamente a mirar. Su Nana estaba retirando las copas de la mesita.

-Nana, ¿André terminó de ayudarte en la cocina?

La abuela la miró extrañada - No mi niña - hizo una breve pausa para dejar la bandeja sobre la mesita - apenas entró se fue directamente a su habitación, ¿pasa algo? - preguntó con preocupación la abuela de André.

-No es nada, creo que me confundí y pensé que me había dicho que tenía que ayudarte. ¿Le puedes decir que lo espero en la biblioteca por favor, Nana?

- Si mi niña – respondió la abuela retirándose del salón.

Oscar se volvió nuevamente hacia la ventana, la noche ya había caído y no quedaban rastros de los hermosos colores del atardecer, ni de Fersen. Posó una de sus manos sobre el frío vidrio de la ventana, necesitaba sentir algo distinto al calor que se alojaba en su corazón – André – murmuró para sí, cerrando los ojos por algunos segundos, dejando que el frio recorriera su mano, la cual luego poso empuñada sobre su pecho – André – repitió con tristeza.

…..

El joven valet subió ágilmente las escaleras, dirigiéndose rápidamente hacia la biblioteca. Sabía que debería tener una muy buena excusa por su actitud de la tarde, pero no quiso pensar en ello. No sabía aun con certeza qué sucedía en su interior, por lo que no tendría la capacidad de explicar a Oscar su salida tan repentina de la práctica. Golpeó con sus nudillos la madera. Espero algunos segundos por respuesta y, al no obtenerla, abrió sigilosamente la puerta. Oscar estaba sentada junto a la chimenea, con un libro entre sus manos. Leía afanadamente, quizás por eso no le había respondido.

-Aquí estoy, Oscar, la abuela me dijo que me necesitabas – dijo de pie junto a ella. Estaba tan rígido que parecía una estatua.

- ¿Te debo enviar una invitación para que te sientes? – ironizó Oscar sin levantar la vista del libro. André se acercó rápidamente al silloncito frente a la joven rubia. Se dedicó a observarla a la luz de la chimenea. Sus pestañas parecían mucho más largas y su perfil más fino. Sus labios estaban relajados y rosados, muy distintos a cuando tenía que cumplir sus obligaciones. Su cabello, parecía del color fuego. Pensó que la conocía tan bien, que podría pintarla a ojos vendados.

Cuando al fin Oscar levantó la vista del libro, lo cerró y lo puso junto a la mesita que estaba al lado del sillón - André… - dijo pausadamente mientras cruzaba una de sus piernas - ¿qué opinas de la relación del conde Fersen con la princesa?

André suspiró aliviado. Pensó que la conversación tendría otro giro.

-Creo que mi opinión está demás, después de todo, soy solo tu valet, un sirviente – se sorprendió a si mismo al escucharse decir eso.

Oscar lo miró seria, abriendo sus hermosos ojos azules, como cuando se enfurecía por alguna injusticia. André se dio cuenta de ello, pero luego pudo percibir que se relajaba y había bajado la cabeza y la mirada, lo cual él interpretó como una tregua de paz.

-Sabes a que me refiero. Qué se dice en Versalles acerca de ellos, que comentan y cómo perciben su amistad. He podido notar cambios en la princesa. Ella es muy sincera con sus sentimientos y eso puede no ser bien visto en Versalles. Su actitud puede resultar muy peligrosa – abrió los ojos nuevamente para mirar a André fijamente – y te aclaro, que tu opinión siempre me ha importado – dijo esbozando una pequeña sonrisa.

André se alegró. Su confusión hacía que exagerara las cosas, aunque no tenía ni la menor idea de dónde había salido su respuesta anterior. Aclaró su garganta para responder.

-Tienes razón, debe ser tu intuición femenina – intentó bromear, pero al ver la expresión seria de Oscar decidió continuar - aunque para mí, María Antonieta, sigue siendo tan caprichosa como siempre y Fersen, con su actitud, alimenta esa característica de la joven princesa – André se puso de pie para avivar el fuego que estaba a punto de extinguirse, luego, volvió a sentarse frente a la joven comandante.

-En cuanto a los rumores de la corte, efectivamente, muchos están hablando de su amistad. No sé si esos rumores han llegado a oídos del príncipe heredero o peor aún, del rey, aunque sinceramente, lo dudo. Creo que Fersen ya estaría fuera del país.

-Sí, tienes razón – musitó Oscar – estoy realmente preocupada por esta situación. María Antonieta es tan inocente, hermosa y frágil, que puede convertirse en presa fácil de habladurías infundadas. Creo que lo mejor por ahora es mantenerla vigilada, por eso, es preciso que de ahora en adelante vigiles a la princesa de forma muy cuidadosa, debemos evitar que se esparza cualquier rumor entorno a su relación con Fersen.

-No le des demasiada importancia a esto, Oscar- dijo André tratando de tranquilizarla al ver que su expresión se había endurecido – La princesa es muy querida por todos, incluso por el pueblo, nadie permitirá que le hagan daño.

Oscar, en silencio, se puso de pie frente a la ventana imbuida en sus propios pensamientos. Había prometido cuidar a María Antonieta con su propia vida, y eso es lo que haría. Aun así, no podía evitar sentir miedo y aprensión frente a lo que estaba sucediendo con el conde sueco. Sabía que la corte francesa era un nido de víboras, pero la princesa aún era demasiado inmadura para darse cuenta de ello.

Al verla tan taciturna, André se dirigió hacia la puerta - buenas noches Oscar – dijo desde el umbral.

-Espera André – lo detuvo Oscar, sin voltearse desde la ventana – ¿Tienes alguna explicación para lo que ocurrió esta tarde, durante la práctica?

André se quedó unos segundos mascullando rápidamente en su cabeza alguna excusa.

-No fue nada, creo que estaba un poco agripado, pero me sirvió descansar – el joven abrió de par en par sus grandes ojos verdes cuando Oscar se dio la vuelta a mirarlo. Sin poderlo evitar, agachó la mirada para no encontrarse con la de ella y ser descubierto en su mentira – Perdóname Oscar – pensó – pero ni yo mismo sé que me pasa.

-Creo que el extraño ahora eres tú – agregó la joven - ¿qué es lo que te pasa?

-Ya te lo dije- dijo en apenas un suspiro.

-Por lo general, los hombres no suspiran – hizo una breve pausa, esperando que André levantara la mirada – por favor, no vuelvas a dormirte en las caballerizas. No nos conviene que te enfermes ahora que tenemos tanto trabajo. Mañana salimos temprano, descansa.

-Eso haré, Oscar.

Apenas André se retiró de la habitación, Oscar se desplomó en el sillón. La tensión que le producía el tener ese tipo de conversaciones con su valet, realmente la agotaba. Había aprendido a reprimir muchos de sus sentimientos durante su vida, pero éste era algo nuevo y no sabía muy bien cómo manejarlo. Era como un fuego que crecía en su interior, desde las entrañas, que se traducía en un deseo incontrolable de salir corriendo a los brazos de André y suplicarle que la abrazara y no la dejara sola. Últimamente, quería estar todo el tiempo con él. Tenerlo lejos la angustiaba terriblemente. Él era su seguridad y confianza. Él era su complemento, lo que necesitaba para respirar. Sacudió la cabeza al darse cuenta de sus pensamientos. ¿Qué le estaba pasando? Intentó pensar desde cuándo había comenzado a sentirse así y no lo pudo recordar. Sus sentimientos habían crecido de forma tan natural y espontánea, que le era imposible recordar el momento exacto en que todo cambió. Su incipiente amor por André, era lo único que no podía tener bajo su control y se sintió impotente por ello. Unas lágrimas rodaron por sus mejillas. ¿Así era como se sentía el amor? ¿Angustiante y a la vez desbordante de pasión? ¿Podía, realmente, darse el privilegio de amar a quien quisiera o debería someterse nuevamente a los designios del destino y de su padre? Se golpeó la cabeza con las manos, creyendo que de esa forma podría dejar de pensar. Finalmente, luego de llorar largamente, se entregó al cansancio y al sueño.

El 10 de mayo de 1774, la vida de María Antonieta y el príncipe heredero dio un giro totalmente irreversible. El Rey Luis XV había fallecido, por lo que se convirtieron en los nuevos reyes de Francia. En todo el país hubo gran alboroto. Con la joven pareja, se sembraba una nueva semilla de esperanza en quienes ya habían perdido casi todo, excepto la dignidad. Por las calles, los retratos del nuevo rey y la reina eran mostrados en todos los aparadores de las tiendas y en los medallones. Europa entera estaba disfrutando en el júbilo de una nueva era.

A pesar de su nuevo nombramiento, María Antonieta continuaba comportándose como una niña malcriada y caprichosa, con la diferencia que ahora, tenía mucho más poder. Comenzó a gastar dinerales en nuevos vestidos, zapatos y joyas, a costa del trabajo de un pueblo que seguía muriendo de hambre. Por supuesto, tampoco desestimó a sus antiguas amistades, muy especialmente al conde Fersen. Continuaban dando largos paseos, coincidían en bailes, óperas y en cualquier lugar. Lo que antes había sido tan solo un rumor hoy, para el resto de los aristócratas de Versalles, era casi una certeza: la reina de Francia tenía un amante.

Mientras María Antonieta, daba uno de sus paseos junto al conde Fersen por los jardines de Versalles, la marquesa Noailles se quejaba del comportamiento de la reina con el Conde de Mercy.

-Si permitimos que María Antonieta siga aferrándose a sus caprichos, algo muy grave podría llegar a suceder – decía sin poder esconder la frustración que le provocaban los caprichos de la reina - Se ha negado a recibir a un acompañante del duque de Germain, que venía a presentar los saludos del rey de Suecia. Las consecuencias de tal desaire podrían ser fatales y se empeña en reunirse con personas jóvenes tan inexpertas como ella. Ha mostrado una gran preferencia por ese conde de Suecia, mirad, ahí la tenéis – El conde Mercy la escuchaba con gran paciencia, sabiendo de antemano lo aprensiva que podía resultar lady Noailles en todo a lo que se refería a la etiqueta y reglas de buen comportamiento de la corte francesa. También conocía muy bien a la joven reina. Sabía lo dulce e inocente que podía llegar a ser, pero también conocía de su obstinación y su capacidad de lograr cualquier cosa que se propusiera hacer. No le extrañó, por lo tanto, verla pasear del brazo del joven estudiante sueco, sin una pizca de decoro o vergüenza. – Tranquilícese, madame – dijo con voz pasiva – se preocupa demasiado por la reina-

Lady Noailles lo miró de una forma que temió ser fulminado por el fuego de su mirada - no desestime mis apreciaciones, conde Mercy – declaró la mujer mientras daba media vuelta para seguir observando a María Antonieta desde el balcón. El Conde hizo lo mismo, sin notar ninguno de los dos la presencia de la joven comandante rubia tras la puerta.

….

Esa noche, Oscar tuvo dificultades para conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos, venía a su mente la imagen de María Antonieta rodeada de sombras con grandes bocas y garras, que intentaban atraparla. En su sueño, la joven reina corría aterrada suplicando por su ayuda. Finalmente, luego de varios intentos fallidos por dormir, decidió permanecer despierta, tenía muchas cosas en que pensar. Fersen era su amigo y había llegado a apreciarlo al poder estar más cerca de él, disfrutaba de su compañía y, sin duda alguna, hacía muy feliz a la reina permaneciendo a su lado. Sin embargo, si las cosas continuaban así, María Antonieta corría un gran peligro. Sabía que debía cumplir con su deber y su deber máximo era proteger a la familia real. Tenía que hablar con Fersen, no podía aplazarlo más.

Oscar y André salieron temprano esa mañana. Hicieron el recorrido en total silencio hasta la casa del joven sueco en completo silencio.

-Espérame aquí – le pidió a su valet.

- ¿Estás segura? – le preguntó André, preocupado por la tristeza que emanaba esa mañana Oscar. Ella sólo se limitó a responder asintiendo con la cabeza.

Al ser anunciada, la comandante esperó sentada frente al escritorio de Fersen. Pudo percatarse que había estado escribiendo lo que parecían ser cartas, ya que muchas de ellas se encontraban perfectamente apiladas junto a una sin terminar. Cuando apareció por la puerta, automáticamente se puso de pie. Su corazón sufrió un sobresalto, no le gustaba lo que tenía que hacer, pero para ella era más importante el honor de la familia real, que su amistad con Fersen.

-Oscar, ¿qué haces aquí tan temprano? No es que me desagrade vuestra visita, pero no tienes muy buena cara – ambos tomaron asiento, quedando frente a frente en el escritorio. Fersen la conocía lo suficiente como para distinguir su alegría, enojo o tristeza. En este caso, se le veía abatida, pálida… triste.

-Lo siento, pero seré directa – dijo mirando fijamente al hombre - es preciso que abandones Francia lo antes posible, ¡te lo imploro!

Sostuvieron sus miradas por algunos segundos, hasta que el hombre rompió el silencio - ¿tu petición se relaciona con María Antonieta, verdad? ¿Los rumores de nuestra amistad se han divulgado por todo el palacio?

-No, por fortuna aún no – respondió bajando la mirada - Quizás haya rumores, pero no han llegado hasta mis oídos. Son tantos los que se han percatado de la amistad entre ustedes.

Fersen permaneció en completo silencio. Sabía que Oscar sufría al tener que hacerle esta petición, pero ¿por qué tenía que ser justamente ella quien le pida que abandone Francia? Maldijo su mala suerte y a su corazón, que no sabía si lo podría soportar. También pensó en María Antonieta. Cualquier sentimiento que hubiera albergado en su corazón hacia la joven reina, en ese mismo momento se desvanecía. Decidió, finalmente, tomarlo como un llamado de atención del destino. Su relación con María Antonieta era peligrosa, política y emocionalmente y, por tanto, prohibida. Aun así, no pudo evitar entristecerse. Abandonar Francia, era abandonar sueños, personas, lazos… sentimientos.

-Supuse que esto sucedería – agregó luego de un largo silencio - María Antonieta ha mostrado interés en mi persona y ha tenido infinidad de muestras de amabilidad hacia mí, que no merezco. De todas maneras, es algo que ya había pensado hacer.

Oscar lo miró con una mezcla de ternura y nostalgia. Entendía de cierta forma su desánimo ante su petición. No debía ser fácil para él alejarse de la persona que su corazón anhelaba, pensó.

- Fersen, es mejor que permanezcas en Suecia durante algún tiempo. Cuando pienso en todas las cosas que han sucedido hasta ahora, no quiero ni imaginar en las consecuencias que esto podría acarrear.

-Lo haré, Oscar – habló en apenas un hilo de voz volteándose hacia la ventana - Sabía que tarde o temprano tendría que irme. Permaneceré en mi país hasta que la corte de Francia se haya olvidado de mí – volteó nuevamente para acomodarse en la silla. Cruzo sus manos sobre las rodillas, evidentemente derrotado - Sin embargo… - dejó la frase a medio terminar. Oscar pudo notar que sus ojos se humedecieron - ¿cómo podré apartarme de ti y de María Antonieta?

La joven, prefirió hacer de cuenta que no había escuchado esta última frase, que interpretó casi una confesión. Aun así, las dudas vinieron a su mente. ¿Qué era lo que realmente sentía Fersen por ella y por María Antonieta? Por su parte, siempre lo había visto como un buen amigo. Había llegado a admirarlo por su inteligencia e infinita paciencia que demostraba ante la reina, pero nunca fueron tan íntimamente cercanos. O eso creyó hasta ese momento. Decidió retirarse antes de que la conversación tomará otro matiz, lo cual sabía la haría sentir incomoda.

-He cumplido con un deber y te agradezco mucho que me hayas escuchado. Hasta siempre – habló dirigiéndose hacia la puerta.

Al ver que Oscar se marchaba sin decir una palabra acerca de lo que había escuchado, tan seria e imperturbable como siempre, sintió el impulso de tomarla entre sus brazos y obligarla a expresar lo que realmente sentía. No obstante, al verla a los ojos, sabía que podía ser tan frágil como una rosa y que eso más que acercarla, la alejaría. Estando frente a ella, sin embargo, no pudo evitar querer sentir, por primera y quizás última vez, el tacto de su piel. Le tomó la mano, ignorando el desconcierto total de la joven ante su gesto. Pudo percibir que su piel era suave como el pétalo de una rosa, sus dedos alargados y finos, precisos para crear las más bellas melodías y suaves caricias. Oscar intentó zafarse del contacto con Fersen, pero éste la tomó con aún más fuerza - Óscar, dime, ¿nunca te sientes sola? – la rubia lo miró con tristeza, no por su pregunta, sino por descubrir la inmensa necesidad de afecto que tenía el joven conde, porque ella a pesar de haber tenido una estricta educación militar, siempre había tenido el afecto de su nana, André y de su madre. Cada momento con ellos, los había albergado en su corazón como el más grande tesoro – Oscar, ¿piensas pasar toda tu vida vistiendo ropas masculinas, a pesar de que en realidad eres una joven muy hermosa y muy dulce? – acotó finalmente Fersen, dejando en libertad la mano de la joven, al notar lo incomoda que se había vuelto la situación.

-No me siento sola – explicó - Desde que nací mi padre me educó como a un hombre, porque siempre quiso tener a un descendiente varón que pudiese heredar los blasones y la fortuna del famoso general Jarjayes. Para mí es algo totalmente normal.

Fersen bajó la mirada. Se sentía avergonzado por la pésima estrategia utilizada para retener a Oscar unos momentos más junto a él - Volveremos a vernos, lo sé, lo presiento. No te olvides de mí, por favor.

Oscar se retiró dejando la seguridad y orgullo de Fersen por el piso y sin pronunciar una sola palabra más. Camino al carruaje, analizó sus sentimientos. No quería que André notará que todavía estaba alterada por lo sucedido hace algunos minutos. Se tranquilizó rápidamente, conocía a Fersen y muchas veces su orgullo y ego le jugaban malas pasadas. Al subir se sentó junto a su valet en completo silencio. Este sólo se limitó a observarla. Su respiración era agitada y su mirada irradiaba un destello de furia y tristeza que trataba aun de controlar.

- ¿Qué sucedió allí dentro? - se atrevió a preguntarle.

-Todo lo hice por el bien de la reina y la seguridad de mi país – respondió sin mirar a André a los ojos - Espero llegues a perdonarme, Fersen – pensó para sí.