Twilight/Crepúsculo no me pertenece. Solo la trama es mía.

**Este fic constara de drabbles cortos que posiblemente no tengan nada que ver uno con el otro.

-Lectura ligera para distraerse un rato.

Comenten & disfruten!


Él

Edward Cullen, era en cierto modo fastidioso. Se revolvía la cabellera para todo; cuando estaba enojado, desesperado, feliz e incluso solo por revolvérsela. También le había visto mover mucho la pierna cuando estaba sentado.

A pesar de ser un poco desconsiderado y con poco tacto, era muy guapo. Era alto, de ojos café claro, tenía un cabello corto-largo cobre y tenía manos grandes y cejas muy pobladas.

Pero a veces ni eso me hacía querer gustar un poquito de él.

Había notado que cuando escribía un reporte o se concentraba mucho en algún trabajo de la clase, sacaba la lengua solo un milímetro y la dejaba ahí hasta salir de su trance. Cuando hablaba y se expresaba, movía las manos y hacía ruidos con su boca para añadir emoción y adrenalina a la plática.

Fumaba de vez en cuando y sobretodo en los meses de frio.

Siempre que era mi tutor, me entregaba mis notas con pequeñas notitas por ahí y por allá. Y a veces encontraba dibujitos tontos. Suponía que eso era una muestra de que en realidad no era tan amargado como parecía ser. A veces, me recordaba a un niño pequeño que presumía sus juguetes o su estrellita en la frente a sus demás amiguitos.

Edward era estudiante del último año de la carrera de medicina y era inteligente. Más que inteligente, era dedicado y atento. Tenía tácticas muy buenas para memorizar todo y siempre sacaba muy buenas notas.

Era muy presumido. Vaya que era presuntuoso y engreído y a veces se cargaba un humor del carajo.

Nunca maldecía delante de mi o de otra mujer, mas sin embargo, le había escuchado maldecir junto a sus amigos. Pero fuera de todas sus rachas de ser pedante y altanero, era una buena persona.

A pesar de lo mucho que me costase aceptar que Edward Cullen era un gran tipo, lo era. Siempre me abría la puerta cuando entrabamos o salíamos de algún lugar. Me ponía atención al hablar, aunque se tocase el cabello o moviese la pierna como loco. Y expresaba sus puntos de vista de una manera respetuosa permitiéndome expresar los míos propios.

Cuando estudiábamos, Edward parecía ser otro profesor de la universidad, correcto, respetuoso y atento. Pero cuando no lo hacíamos, era cuando su carácter engreído salía a relucir.

A pesar de que nunca se pasaba de la raya, me molestaba y hacia bromas tontas haciendo notar su carácter petulante.

Entonces, terminé por catalogar a Edward Cullen como un chico de veintitrés años con la mente de uno de quince y el cerebro de uno de treinta que se revolvía mucho el cabello.