Los muchachos del verano
(Secuela de Cuando la primavera tiñe al sauce)

Por M. Mayor


Sé que de estos muchachos han de surgir hombres de nada
hechos por la transformación de las semillas,
o han de lisiar el aire saltando de sus llamas,
desde sus corazones, cuando el pulso candente
del amor y la luz estalle en sus gargantas.
Oh, ved el pulso del verano en el hielo.

Veo a los muchachos del verano en su ruina..., Dylan Thomas.


1
Cuatro años después

Por la puerta de la Casa de los Gritos, un ciervo asomó los cuernos. Detrás de él siguió un perro negro, que daba ladridos y movía la cola frenéticamente, mientras daba paso a una pequeña rata que se rascaba las orejas. Finalmente, un lobo gris salió andando, con un aspecto desganado.

La escena tenía un poco de encanto: los cuatro animales interactuaban entre sí, igual que si fuesen buenos amigos. Sin embargo, el lobo que había salido casi a rastras, se apartó del grupo. Aulló casi con un quejido humano, las garras se le partieron en dos dando paso a unas manos, su patas se convirtieron piernas, mientras que el hocico se transformó en la dentadura blanca y perfecta de un muchacho. El lobo desapareció, ahora era un chico alto, de cabello castaño claro y ojos del color de una avellana.

—Que incómodo es esto —dijo Remus con una voz áspera, incorporándose.

Los animales lo miraron y de pronto también adquirieron forma humana. El ciervo se convirtió en un muchacho de cabello azabache y alborotado, que sacaba unas gafas de su bolsillo. El perro negro ahora era un muchacho gallardo de ojos grises. La pequeña rata estaba transformándose en un chico robusto y de baja estatura.

—¡Vaya, qué noche! —exclamó James, con entusiasmo—. Jamás había corrido tanto.

—No te quejes, Potter —dijo Sirius que antes había sido un perro.

—Recuerden que aún nos faltan los deberes para McGonagall —dijo Remus sacudiéndose algo de polvo, de una forma casi lobuna.

—Pero si hoy es sábado —se quejó Peter completamente transformado en humano.

—Aún así —dijo Remus, rascándose la cabeza—, no podemos faltar a los deberes, no quiero tener problemas.

Se pusieron en marcha. Para cualquier muggle, haber visto aquello, a unos simples, pero nada ordinarios, animales salir de una casona vieja y abandonada y después transformarse en adolescentes comunes, preocupados por la escuela y los deberes habría significado una locura. James, Sirius, Remus y Peter escondían un gran secreto desde hacía varias semanas. Pero en Hogwarts no debía enterarse nadie.

—¿Me puedes decir para qué demonios quieres ir a Hogsmeade? —decía una muchacha de cabello rizado, sosteniendo una escoba de quidditch, a su amiga.

—Necesito comprar algunas cosas en Dervish y Banges —respondió Lily Evans, despreocupada.

—No entiendo —dijo Dian Roosevelt, quien había crecido muchos centímetros más en los últimos años—, hace calor. Prefiero ir a jugar un rato al campo.

—Como quieras —dijo Lily arreglando una bolsita para compras—, yo sí iré. No sé por qué a veces te niegas a ir a Hogsmeade. Desde que visitamos el pueblo por primera vez actuaste muy extraña. ¿Acaso no adoras las tiendas de bromas y ese tipo de cosas?

—¡Ah, eso ya quedó en la historia! —fingió Dian despreocupada—, no me gusta ese lugar. Pero anda, ve tú y diviértete —dijo sonriendo.

—De acuerdo, si no quieres ir. ¿Estarás bien?

—Claro que sí —respondió Dian, echándose la escoba al hombro.

—Nos veremos en la cena —dijo Lily.

—Hasta entonces —dijo Dian y salió de la sala común de Gryffindor.

Todos esos años, Dian había escondido a su mejor amiga el secreto de haber ido a Hogsmeade sin permiso en el primer año. Creyó que era mejor que nadie lo supiera, después de todo, James y Sirius no habían dicho una sola palabra.

Remus aparentaba más edad de la que tenía debido a las ligeras marcas en su rostro causadas por los rasguños de luna llena; era un muchacho dócil y amable, a veces un poco huraño y normalmente sacaba excelentes notas, contrario a James Potter o Sirius Black. James era un muchacho popular, todos querían ser sus amigos; por ello algunas veces se pavoneaba con aires de grandeza. Sirius cada día era más atractivo y tenía fama de conquistar a las chicas de Gryffindor y de todas las casas, se paseaba continuamente con el grupo de amigos llamando la atención. Peter sólo había aumentado unos kilos y ganado poca estatura, su presencia a veces no se notaba, solía hablar muy poco, aunque algunas veces se metía en problemas por culpa de James y Sirius.

Lily había dejado crecer su cabello y algunos chicos no pasaban por alto su presencia: era linda y agradable, a todos simpatizaba; era popular por ser una de las mejores estudiantes de Hogwarts y aun así era también excesivamente sencilla. La fisonomía y facciones de Dian Roosevelt habían cambiado también; se había convertido en una chica sumamente atractiva, además de ser buena estudiante, aunque a veces arruinaba sus impecables promedios por su conducta, como lo había señalado McGonagall más de una vez. Pero era inevitable, a Dian le costaba mucho trabajo comportarse. Si no pasaba el rato con Lily algunas veces estaba con James y Sirius; aunque se llegaba a cansar de sus tonterías, ellos eran los causantes de que se metiera en problemas. Por ello prefería estar con Lily, quien a diferencia de ella solía tener una excelente conducta, lo cual la hacía mejor estudiante y mejor persona también.

Lily y Dian se apartaron un poco del grupo en los últimos años. Lily seguía sintiendo cierto rechazo hacia James y Sirius; ellos sabían bien que a ella no le gustaba el modo en que trataban a Severus Snape, pero no hacían nada por remediarlo. De hecho, Severus también se había alejado de Lily, cada vez era menos frecuente encontrarlo y sobre todo con sus nuevas amistades Slytherin. Dian la convencía de vez en cuando de reunirse con James y Sirius. Aunque también desaprobaba algunos comportamientos infantiles.

Desde que James y Sirius supieron que Remus Lupin era un licántropo, hacía cuatro años, habían forjado lazos inquebrantables. Ni siquiera las chicas sabían sobre la condición de Remus. A veces éste se sentía solo, se lastimaba a sí mismo, física y emocionalmente durante la luna llena. Aunque, unas semanas atrás, James y Sirius encontraron la forma de transformarse en animagos ilegalmente.

Había sido como descubrir un mundo nuevo, lleno de posibilidades y tentadoras ideas. En un principio, Remus sintió miedo y una enorme culpa por si las cosas se llegaban a salir de control, pero a la vez no sabía cómo compensar aquello, estaba profundamente agradecido y aliviado. El gran peso de su soledad se había vuelto fácil de sobrellevar.

Los muchachos sabían el riesgo y la grave falta contra el Ministerio de Magia. Pero esto hacía más interesante y deseable la aventura, y sólo de esa forma podían acompañar a Remus en las noches de luna llena, cuando se convertía en el lobo solitario y desaliñado. Sólo con la compañía de sus amigos volvía a ser el Remus tranquilo, pese a la transformación.

Dian bajó al vestíbulo, con la escoba en el hombro. Fuera del Gran Comedor había un anuncio que había visto tantas veces que había memorizado todas las líneas. Desde una semana antes se había avisado un gran baile de primavera. Sería una de esas fiestas donde se necesita una pareja para asistir, y en el castillo ya había rastros de las consecuencias que había traído ese baile: todo mundo tenía novio o novia y se podía ver en los rincones a las parejas besándose a escondidas, por supuesto. Dian no quería parecer tonta al no asistir al baile, pero no tenía pareja, aunque Lily tampoco y eso le reconfortaba un poco.

Ella se había vuelto popular en el colegio justo por la fama de su padre, el gran ex jugador de quidditch. Algunos chicos la pretendían, pero ella no sentía atracción por ninguno en especial. Caminaba distraída, no se dio cuenta cuando James, Sirius, Remus y Peter entraron en el Gran Comedor. Los cuatro morían de hambre y lo único en lo que pensaban era en el delicioso desayuno de todos los días.

—¿Te encuentras bien, Remus? —preguntaba Sirius.

—Sí, cansado, lo de siempre —respondió Remus, encogiéndose de hombros.

—Debes estar recuperado para más tarde, recuerda que tenemos que ir a practicar quidditch —dijo James sirviéndose jugo de calabaza.

—¿Practicar? —preguntó Sirius, incrédulo.

—Sí, las inscripciones para el equipo ya comenzaron y recuerden que yo nos matriculé a todos —dijo James, comiendo tostada.

—Un momento Potter —dijo Sirius—, ¿hablas de todos nosotros?

—Sí.

Los chicos se miraron mutuamente y al instante soltaron una gran carcajada. James los vio un poco ofendido.

—No te enfades, James —dijo Sirius—, pero debes saber que no soy nada bueno para el deporte. Es decir, las expectativas que tengo de la vida son otras y están muy alejadas del campo de quidditch.

—Pero tú sí eres bueno con tu escoba, James —dijo Remus—. Francamente yo no creo estar en las mejores condiciones para jugar. Pero puedo acompañarte en tus prácticas.

—¿Y tú qué dices, Peter? —preguntó James con ligera esperanza.

—Ni lo intentaré.

Durante los minutos que siguieron notaron que la mayoría de los alumnos se dirigían al vestíbulo.

—Van a Hogsmeade —dijo James.

—Vaya, creo que debemos ser más cuidadosos a la hora de regresar —señaló Peter—, unos minutos más tarde y podríamos ser descubiertos.

—Tienes razón —dijo Remus, visiblemente preocupado.

—¿Dónde estará? —preguntó Sirius al aire, escudriñando con la mirada todo el Gran Comedor.

—¿Tu nueva novia? —recalcó James sarcásticamente.

—No, hablo de Dian.

—Debe haber salido a Hogsmeade —respondió James, indiferente—. ¿Y qué con ella?

—Bueno, hizo los deberes de Defensa contra las Artes Oscuras por mí, le pagaré por ello —dijo Sirius.

—No deberías hacer eso —dijo Remus, mosqueado.

—¡Por favor, Remus! —exclamó Sirius—. A ella le encanta hacer ese tipo de trabajos y…

Snape los veía con el mismo odio de siempre. Sus pequeños ojos negros se entornaban hacia ellos desde la mesa de Slytherin. Su pelo negro y sus facciones hoscas seguían como siempre, aunque ahora maduras y reacias. Escribía en uno de sus libros, mientras echaba una mirada de vez en cuando a los Gryffindor, intentando divisar a la chica pelirroja, pero Lily Evans no había aparecido por ahí y no sabía hasta cuándo lo haría.

Severus se había convertido en muchacho retraído. Su impopularidad y falta de simpatía era proporcional a las excelentes notas que obtenía. Slytherin se veía siempre premiado con significativos puntos gracias a él. Los chicos no lo toleraban y nunca pasaban por alto la indiferencia de la sociedad hacia el pobre de Severus, ni su poco atractivo físico y mucho menos, su carencia de amigos.

—Es hora de irme —dijo James, levantándose—, iré a esas prácticas, quiero quedar en el equipo.

—Suerte, Potter —le dijo Sirius, lanzándole una manzana.

James la atrapó con gran habilidad y se apartó del grupo. Se dirigió a la Sala Común por la escoba, enseguida fue directo al campo de quidditch emocionado y un poco nervioso, quería calificar para estar en el equipo; el quidditch era una de las cosas que más amaba en el mundo y tenía que probar su destreza. Esa emoción y entusiasmo era tan similar al escalofrío que experimentaba cada vez que se topaba con un largo y sedoso cabello rojo, que le hacía sentirse arriba, muy arriba, de una escoba a toda velocidad.