Feliz Año a todos.
Sé que debo muchas actualizaciones, pero la combinación del año viejo, mis manos y las ganas de escribir me llevaron a hacer un fic muuuuy futurista de los hijos de los elegidos. Por supuesto, este es un SEMI AU y la idea no va ligada directamente a mi fic Apócrifo, ni a Fusión Prohibida y Memorias Borradas (aunque claro que hay cosas que sí están relacionadas).
Aquí, además de existir Mayumi y Kotaro Ishida, existe un tercer hijo menor de Sora y Matt llamado Takumi (es 7 años menor que Kotty, rubio y de ojos grises… es un chico medio raro, pero guapísimo y muy interesante, que suele hacerse el indiferente). En el caso de los Yagami, Tai se ha casado con la madre de sus trillizos Soji, Hidemi y Taiki, Akane Fujiyama, y pues además tienen otra hija que es menor, llamada Hikaru (de la misma edad que Takumi, esta chica de peque era muy traviesa, sucia y juguetona). En realidad Takumi y Hikaru (Tk y Karu) ya existen en otros proyectos que no he publicado, pero es la primera vez que los subo a fanfiction, así que espero que no les desagraden (seguro que piensan, ¿es que esta chica no se cansa de inventarle hijos a los elegidos?, la respuesta es no, me fascinan las combinaciones de hijos que puedo crear jojo).
De cualquier modo, el prota es otro personaje y en torno a éste gira la historia.
Es una historia que habla del amor y del desamor…
Dedicado a Marin-Ishida, quien recientemente publicó lindos fics Sorato que me reanimaron.
ESTRELLA Saeko
Por CieloCriss
Se desinfló por completo cuando estuvo frente al departamento de sus padres. Leyó el apellido Ishida en la plaquita de la entrada y suspiró desganado, como si no valiera la pena entrar.
Con sus ojos meditaba si era conveniente cruzar el umbral de la casa donde se había criado para pasar la fiesta de Navidad, pero a final de cuentas lo hizo, porque necesitaba consuelo.
Llevaba su par de ojos muy irritados. Cualquiera que lo viera por la calle probablemente notaría que había estado llorando como un bebé.
En definitiva, el joven prefería que le vieran llorar en casa. Quería sentir el cálido abrazo de su madre en su espalda. Quería notar la mueca chueca y singular que su padre le ofrecía como sonrisa de apoyo… no importaba cuantos años pasaran, ese joven no cambiaría esos consuelos por nada en el mundo.
Por eso accionó su brazalete digital, pulsó la clave de la puerta, y ésta cedió hasta abrirse como si fuera automática.
Adentro olía a galletas. Su madre tenía la costumbre de hornearlas desde que tenía 14 años. Cuando estaba de buenas, su padre se ponía a contar que un 24 de diciembre del 2002, su madre le había conquistado con esas galletas que sabían y olían como el mismo amor.
El amor.
El muchacho se acomodó el traje para verse compuesto. Tenía 23 años, pero en ocasiones todavía le pedían su ID en los antros y hasta sus mismos padres le confundían con un crío de 6 años.
Era de estura media, delgado y sus ojos rubíes eran sinceros, como la intensidad del sol.
"Una cena de Nochebuena en familia siempre anima al corazón", fue lo que pudo decir, mordiéndose un poco los labios.
Oyó que su madre gritaba su nombre. La vio más guapa que nunca a pesar de que ya tenía pequeñas arrugas, con un mandil gastado y en las manos unos guantes enormes y deformados que estaban quemados por partes, como la vida de cualquier persona.
"¡Kotty, hijo mío!", chilló Sora Ishida, abrazando a su hijo mediano con fuerza, "Has podido venir, ¡has podido venir!".
"No concibo Navidad sin ti, mamá", confesó el muchacho, con la voz ligeramente quebrada.
Quiso echarse a llorar y contar sus penas, pero el chico se contuvo en cuanto vio que su padre se asomaba por el pasillo con las mellizas en brazos.
"¡Natsumi! ¡Akiko!", llamó Kotaro, embobado en cuanto vio a su sobrinitas jalar al mismo tiempo la cabellera todavía rubia de su padre, Yamato Ishida.
"Hijo, quítamelas, me quieren dejar tan calvo como a Taichi", pidió el ex astronauta, aunque era un hecho que Yagami tenía más cabello que él.
Kotaro se olvidó brevemente de sus lágrimas contenidas, besó a su madre en la frente y corrió hacia donde su padre sostenía a las hijas de su hermana mayor, unas mellizas de apenas un año que tenían a todos locos en casa.
Sin saludar a Yamato, se echó en brazos a Aki, una dulce pelirrojita que era mucho más dócil que Natsumi, la hermana idéntica, pero de cabello castaño y tres minutos mayor.
"Qué monas están", las chuleó encantado.
Su hermana y marido vivían lejos y no podía ver a sus sobrinas seguido, por eso enloquecía cada vez que tenía la oportunidad de tenerlas cerca.
"Son preciosas y se parecen a Sora", acordó Yamato, tratando de quitar las manitas de Natsumi de su amado cabello, "pero los genes Yagami no les hace bien".
La manita nívea de Natsumi estaba tan aferrada a los cabellos dorados de su abuelo, que el mismo Kotaro tuvo que desenmarañar los deditos y liberar a su padre de la nieta, que sonrió con gracia, pestañeando unos enormes ojos iguales a los de su abuela materna.
"Bonita, no jales los cabellos de abuelito, que le saldrán canas y no podré soportarle", pidió Sora, reclamando a Natsumi, quien de inmediato se acomodó en los brazos de la mamá de su mamá.
"Natsu-chan es igual a mi madre", se ilusionó Kotaro, meciendo a Akiko.
Yamato bufó con indignación por el comentario de su esposa.
¿Él? ¿Insoportable por la aparición de canas? ¿Pues qué se creía Sora? ¿qué no podía asimilar la llegada inminente e inexorable de la vejez?
Eso creyó Kotaro que pensaba su padre con sólo verle el gesto que puso en el rostro.
"¿Y no vas a saludarme, hijo desnaturalizado?", regañó al muchacho.
"Perdona, papá, es que las nenas son más atractivas que tú", sinceró, dándole un abrazo a su padre con Aki-chan en medio.
"No te culpo", ahora se acomodó la corbata, rodeó los hombros del hijo y le sonrió. "Estas niñas nos han iluminado la casa".
"Me alegra… ¿y May?".
"Han ido a territorio Yagami para traerlos a la cena. Traerán una tarta, pero nadie querrá comerla porque son mucho mejores las galletas de tu madre".
"Porque son galletas de amor", susurró Kotaro.
Yamato iba a replicar, pero su hijo había afirmado una oración, no había utilizado la ironía, no había hecho una broma, sólo había dado una opinión llena de melancolía.
"No son galletas de amor. Son harina y chocolate, incluso me atrevo a decir que el ingrediente secreto es soda", una voz fría pero encantadora interrumpió la conversación.
Kotaro enfocó a Takumi Ishida, su hermano menor.
'Tk', como le apodaban en honor a su tío Takeru, se había vuelto a estirar un poco. Kotaro notó con decepción que estaba casi a su altura con sólo 17 añitos. Estaban más rubio y guapo que nunca. Sus ojos de plata parecían una espada filosa y de samurai.
Las manos de su hermanito eran largas y finas como pianista que era.
"Son galletas de amor, porque se entregan junto con ese sentimiento", retó Kotaro a su hermanito.
En realidad, quiso abrazarle. Decirle lo guapo que estaba, lo bien que le sentaba crecer y soltar esa voz madura, pero no pudo. La tentación de discutir siempre era más poderosa entre ese par de hermanos.
"Te equivocas", dijo con paciencia el hermano menor, "la galletas son un alimento, los sentimientos de las personas que las preparó son otro cuento. Llamarles galletas de amor es, por tanto, incorrecto".
"¡Ese no es el punto, Tk!", se enervó Kotaro Ishida, haciendo que los ojitos color chocolate de Aki se exaltaran.
Yamato resopló al oír a sus vástagos. Estaba impuestos a esos pleitos cada vez que se reunían.
"¿Alguna vez terminarán de crecer ustedes dos?", renegó, "Asustan a mi bebé, ven con abue, Aki-chan".
La bebé se aferró a su abuelo, y casi al instante, siguiendo los pasos de su melliza –que estaba al cuidado de Sora- se aferró al cabello de Yamato.
"Yellow", fue lo que dijo a su escaso año de edad, lo que provocó que Sora sonriera y los hermanos se relajaran un poco. Era una suerte que la cría distinguiera los colores tan pequeña y hasta en inglés.
"Por favor, chicos, salúdense y no peleen", rogó la madre. Ella y Yamato se retiraron.
Takumi y Kotaro hicieron un choque de manos en señal de paz y se separaron. Tk fue directo al piano que estaba en el lobby. Kotaro vagó por su antigua casa hasta que llegó a su habitación y le echó un vistazo.
Poco quedaba de su cuarto con tapiz del sistema solar y edredones de la NASA. Ahora, su habitación estaba llena de libritos de partituras, teclados a medio construir, libros y basura de su hermano menor, el único que compartía la casa con los padres.
Tres años atrás, Mayumi, la hija mayor del matrimonio entre Sora y Matt, se había casado con Taiki Yagami. Había sido un matrimonio abrupto, casi secreto y misterioso que todo el mundo se esperaba menos Yamato.
A Kotaro le fascinaba su cuñado y estaba definitivamente enamorado de sus sobrinitas, pero desde la partida de May, las cosas no habían sido las mismas en el hogar de los Ishida.
Kotaro había tenido que salir de casa para estudiar la universidad y comenzar a trabajar en el voluntariado del hospital.
Al principio había intentado vivir con Takumi y sus padres, pero el tiempo de los traslados entre el voluntariado y la universidad lo había vuelto loco, por lo que había terminado mudándose a una casa de estudiantes que estaba cerca del hospital donde hacía de voluntario al menos cuatro veces por semana.
Hacía de lo que fuera con tal de ayudar en ese hospital, donde se recibían enfermos de bajos recursos, abandonados y desahuciados.
Leía cuentos para ancianos, recibía recién nacidos cuando hacía falta personal médico, daba primeros auxilios en casos de urgencias y, si tenía tiempo, aceptaba las palabras de amor que le ofrecían las jovencitas moribundas.
En su afán por cumplirles deseos a chicas con enfermedades terminales, Kotaro hacía lo que fuera y eso lo tenía tremendamente desgastado.
Traes echar un vistazo en sus lugares especiales, fue hasta el corral donde su madre había acostado a las bebés y se ofreció a ayudarle con la cena.
"Kotty, quiero que te sientes y descanses", puntualizó Sora, tomando la quijada de su hijo mediano con preocupación, "¿Te crees que siento bonito que te me desaparezcas meses enteros y llegues a celebrar las navidades con estas ojeras?, sólo tienes 23 años".
"A mi edad papá estaba por graduarse de astronauta. Trabajar como voluntario en un hospital de enfermos terminales no es nada comparado con ir al espacio", consideró Kotaro, "y voy bien en las clases, ¿a que sí?, porque te ha llegado el kárdex con mis notas ¿cierto?".
Sora suspiró.
"Sí, Kotty, pero me preocupa tu salud y tu sonrisa".
"Te ayudaré a poner la mesa", y como recompensa a la preocupación de su madre, el chico sonrió con su enorme potencial de risa, estirando sus labios frescos, sus dientes blancos y relucientes. "Después de todo es tu aniversario, un día como este, pero de 2002, te hiciste novia de mi papá".
Mientras ponía los mantelitos individuales en una mesa larga que habían adquirido un par de años atrás, Kotaro comenzó a conmoverse con la música que salía de las manos de su hermano.
Al fondo, las melodías de Takumi traspasaban cualquier cuerpo y llegaban al alma. Si su hermanito aceptara ir al hospital a tocarle a las chicas enfermas, ¿acaso no sentirían amor?
"A eso yo le llamaría música de amor", soltó divertido, encantado de haber aparecido en su casa esa Navidad. Se sentía despreciable por haber dudado en tocar a la puerta.
Ahí, entre la mirada fría de su hermano, la ausencia de su hermana y la sombra de sus padres, estaba su verdadero hogar.
La puerta volvió a abrirse cuando Kotaro había terminado sus labores de ayudante. Vio con gusto que su hermana favorita entraba a la casa igual de 'cool' que siempre, pero con 27 años y dos hijas a cuestas.
Iba discutiendo con su marido, los dos vestían como dos chavales que no han crecido. Él llevaba su piercing de siempre, ella todavía lucía un tatuaje con el símbolo de la amistad en su antebrazo.
"May…", soltó con ilusión Kotty, y su hermana le sonrió con complicidad.
"Pero si es el buen Kotty que decidió venir a ver a su vieja hermana", se burló, mientras como crío, el pelirrojo hijo de Sora se le echaba encima a su consanguínea y la abrazaba con fuerza.
"No me digas Kotty, ¿no ves que ya casi soy licenciado en mercadotecnia y 'enfermero' al mismo tiempo?".
"Cierto, el chiquitín está creciendo", ironizó la rubia, separando al pelirrojo. "Pero en serio, Kotty, no sé si sea bueno que estudies dos cosas a la vez, te vas a matar".
"Nah, la tienes más difícil tú, oneesan, vives en el campo y cuidas a las peques y a tu otro hijo Taik", con una mirada encantadora y lo más frívola que pudo, Kotaro intentó burlarse de su cuñado, pero Taiki pasó de él, sólo lo saludó con un gesto y de inmediato fue adonde estaban sus hijas, es decir, arrinconadas en el corral con el abuelito Yamato vigilándolas de cerca.
Taichi Yagami y su esposa Akane llegaron tras la joven pareja, a su lado, la hija menor de éstos, llamada Hikaru, llevaba con torpeza un pastel de mal aspecto.
"Kotty, no has crecido nada", se burló Taichi, el mejor amigo de sus padres.
Kotaro suspiró.
"Tío Tai, no me digas así".
Pero Tai también le ignoró, fue hasta sus nietas y comenzó a pelear con Yamato por el amor de las mismas.
"Te digo que yo te las gané, yo voy a cargarlas en brazos, idiota", se oía la voz de Ishida.
"Las has tenido toda la tarde, baka, ¡es mi turno!", exigió el abuelo moreno, mientras Natsumi y Akiko tenían su atención en su adorado padre Taiki.
"¿No podrían repartírselas?, después de todos son dos nenas y las pueden rotar", propuso Taik.
"Hijo, no te metas. Esto es entre tu suegro y yo", regañó Taichi.
"Sí, mocoso, largo de aquí", apoyó Yama.
Mayumi y Taiki encogieron los hombros con despreocupación, recogieron a sus hijas y las llevaron a las mesas, para sentarlas en las sillitas especiales.
"¿Cómo estás, Akane-san?", preguntó Kotaro, ignorando la absurda conversación entre su padre y Yagami.
La esposa de Taichi le sonrió al pelirrojo. A pesar de la diferencia de edades eran buenos amigos desde que Kotty era niño.
"Aún no me acostumbro a la felicidad", le confesó la señora, "aunque ya suman casi 20 años de ella".
"A mí me parece que en cuanto nos acostumbramos a la felicidad se esfuma", aportó Kotaro, pero su frase se vio interrumpida cuando un gritito despavorido les hizo mirar al frente.
Hikaru Yagami, que llevaba por primera vez en su vida zapatos de tacón, resbaló con la tarta y estuvo a punto de caer, pero Takumi logró rescatar el pastel y sujetar a la chica al mismo tiempo.
"Tonta Hikaru, ¿es que tengo que repetirte que no puedes usar zapatos de tacón si no practicas antes?, además, no puedes entrar a mi casa con esos zancos, que vas a rayar el piso", regañó como ya era costumbre.
Pero aunque lo acostumbrado era que Hikaru le riñera de vuelta, Kotaro notó con asombro que la muchacha se ponía roja, se restregaba una falda arrugada y agachaba esa hermosa mirada castaña con la que había nacido.
"Lo intenté", se disculpó.
"Debes pedir ayuda de los demás cuando no puedas cargar tartas y andar en tacones al mismo tiempo", el tono de voz de Tk siempre sonaba frío, pero Kotty sabía cuánto adoraba su hermanito a la hija menor del matrimonio Yagami… de alguna manera estaban predestinados a enamorarse.
Era como los amores primeros y eternos de las películas. Era algo puro como su emblema.
Sacudió la cabeza y recordó la dolencia de su corazón. Encogió las cejas para armarse de valor.
Takumi llevó la tarta hasta la cocina.
"¿La has cocinado tú, Karu-chan?", preguntó a Hikaru.
"Sí, Tk".
"No la habrás hecho de lodo como cuando eras niña, ¿verdad?", siguió diciendo Takumi con indignación, "porque tardé meses en recuperar la funcionalidad de mi tripa".
"Eah, Tk, no hagas esas bromas pesadas con tu amiga", regañé al benjamín de la familia.
"Cuando tienes una mejor amiga, hay cosas que no son bromas aunque lo sean en tiempo y forma", fue la respuesta de Takumi.
A veces, su hermano soltaba frases inconexas sin lógica; filosofaba sobre cosas absurdas que nadie comprendía, ni siquiera su sombra.
Pero a Hikaru eso le bastó para sonreír de oreja a oreja, le dirigió a Kotaro una risa dulce, parecida a la de Hidemi Yagami, lo que le hizo confirmar al mediano Ishida que su hermanito y su mejor amiga se gustaban.
'El amor es tan bonito', se decía siempre que encontraba pares de enamorados y medias naranjas. Su primo Seiyuro le decía que si se esmeraba podía ser un excelente cupido pero un pésimo enamorado.
"Te presionas demasiado, primo, te exiges amor para con cada chica que se te declara", le decía frecuentemente el hijo de tío Takeru, "es verdad que tuve muchas novias antes, pero no les regalaba mi corazón a la primera, y a mí me da la impresión de que tú permites que cualquier chica te lo pisotee".
Sacudió la cabeza cuando escuchó que su madre los llamaba a que fueran a cenar.
Habían traído comida del restaurante de Daisuke, como siempre. Desde principios de noviembre apartaban cena para la familia porque los platillos elaborados de Sora no eran tan competentes como sus galletas. Yamato, por su parte, se rehusaba a cocinar desde que se había jubilado de la disquera y la NASA.
El matrimonio Yagami se sentó con las manos unidas. Taichi estaba encantado y parecía que ya había olvidado su discusión con Yamato por el amor de sus nietas. Por segundos, el hombre gritaba apodos y cariños graciosos a las mellizas, las llamaba "agumoncitas" "gorilitas" "alacrancitas" y cualquier frase que reventaba de enojo a Yamato, quien prefería referirse a sus nietas como "preciosidades", "dulzuras" y "hermosuras".
"¡Basta ya!", terminó regañando Sora, quien se sentó al lado de su marido. "Akane, ¿Es que ni Soji ni Hidemi y sus familias podrán venir?".
La señora Yagami se disculpó por la ausencia de sus otros dos hijos.
"Lo lamento, Sora-san, Hide y Seiyuro-san no pueden venir porque los niños tienen varicela; Soji está de viaje y no podrá llegar a tiempo", informó la señora.
"¡Varicela en navidad, mis pobres nietecitos locos!", lamentó Taichi, aunque al mismo tiempo liberó la carcajada, "Seiji trae una roncha en la punta de la nariz y parece el reno Rodolfo; Seichirou no puede ni caminar por las ronchitas que le salieron en las plantas de los pies y a Seiya lo bañan día y noche con una solución rarísima para que no se rasque los cachetes".
"Apenas un abuelo insensible se ríe de las penas de sus nietos", se indignó Yamato, mirando con odio a Tai.
"Estoy de acuerdo", apoyó Sora, siguiendo el juego.
"¡Por Dios, pero si es mejor que les dé la varicela cuando son bebés! ¿No es así, Kotty?", exigió respuesta Taichi.
Kotaro arqueó las cejas.
"En realidad no lo sé, porque sólo estoy de voluntario en un hospital y sólo he tomado asignaturas de trabajo social, pero te rogaría que me llamaras Kotaro y no Kotty, tío Tai, porque ya soy un hombre", se quejó.
"Este crío no cambia", se burló Taichi.
"Yo opino diferente", dijo Mayumi Ishida, quien a intervalos daba de comer a su bebé una papilla de aspecto asqueroso.
Se veía que la maternidad le caía excelente. A veces Yamato, Sora y hasta el mismo Kotaro se asustaban de lo liberal que podía ser Mayumi con sus bebas, pero en realidad era un hecho que los únicos que malcriaban a las mellizan eran los abuelos Taichi y Yamato en su afán por conquistarlas.
"¿Te refieres a que por fin maduró un poco?", preguntó Taiki.
El mayor de los trillizos de Tai era el obsesivo del matrimonio. También era mucho más torpe con las tareas que implicaban a las niñas, pero se esforzaba al doble que su mujer.
"No seas idiota", regañó su joven esposa, Sora giró los ojos inconforme de que su hija se expresara de su marido así en público, pero la rubia prosiguió. "Es un hecho que mi hermanito está muy herido y le cuesta mucho más aparentar ser feliz que antes, por lo menos este día".
"¿Eh?, ¡Si yo estoy bien!", reclamó Kotaro. De nuevo regresó la humedad a sus ojos rubíes.
"En realidad no estás bien, pero ya platicaremos luego", se entercó la rubia.
Kotaro notó que los Yagami, incluida la pequeña Hikaru, lo veían con signos de interrogación.
Su padre y su madre se habían puestos serios. Fue Takumi quien prosiguió.
"En realidad, Kotaro-niisan es transparente", precisó el rubio menor, "Y lo de hoy le duele mucho, con seguro se le ha muerto otra novia del hospital".
Fue como si el arbolito de navidad que adornaba el departamento se hubiera apagado. Fue como si Takumi hubiera hablando con una música de terror de fondo, o como si las lágrimas de Kotaro Ishida se hubieran convertido en un pequeño huracán en su rostro.
Él nunca confesaba nada a su hermano. Podría decirse que en los últimos años apenas hablaban, pero Takumi podía adivinar con facilidad los sentimientos de Kotaro.
Quizá se debiera a que tenía el emblema de la empatía o a que en realidad él era transparente, pero era un hecho que Tk tenía un don para comprender a los demás y, para el colmo, fingir indiferencia ante ese hecho.
Kotaro Ishida soltó los cubiertos cuando se descubrió llorando como crío en casa de sus padres, ¡y a sus 23 añotes!
No se sorbió los mocos ni corrió a los brazos de su madre como era su máximo deseo. Tampoco pidió el hombro de su padre, ni su pesada palmada en la espalda para darle ánimos.
Ni siquiera las sonrisas ajenas de Natsumi y Akiko lo despejaron. Porque era verdad. Se le había muerto la novia del hospital.
Justo dos horas antes de salir de la guardia del voluntariado, Saeko había quedado con el rostro contorsionado por el dolor. La habían cubierto con una sábana blanca, pero aquella última mirada no podía irse de la cabeza de Kotaro.
"¿Qué no puedes callarte, Takumi?, ¡Con un demonio, es Navidad!, ¿¡Por qué siempre le atinas a esas cosas?", gruñó Yamato a su hijo menor.
"Creo que tengo que volverme al hospital", susurró Kotaro, "Lo que ha dicho Tk es verdad, Saeko-chan murió, sólo me tenía a mí en el mundo y…".
"Es que no está bien que te lo tomes tan a pecho, hermano", siguió diciendo Takumi, "Desde chico tienes la costumbre de hacerte novio de cualquier chica que se te declara porque te sientes inseguro y no quieres causarles dolor, ¿Esperas entonces que todo vaya bien cuando te lo piden niñas moribundas?".
"¡Takumi!", gritó esta vez Mayumi.
Kotaro se levantó del asiento. El chico pensó en su Tsunomon, en lo bien que le haría tenerlo consigo. ¿Sería ya un monísimo Gabumon, con un pelaje espeso como el Gabu de su padre?, ¿y por qué pensaba en digimons cuando Saeko estaba muerta?
Hizo amago de marcharse pero Sora sujetó la mano del muchacho.
"No, hijo, no te vas, te quedas en casa, cenas con tu familia y nos hablas de esa muchacha si tú… si tú así lo quieres …".
El joven miró con desespero a los Yagami, apenado. No era que se sintiera en desconfianza con Taichi y su mujer, porque les llamaba tíos y sabía que eran tan cercanos como su tío Takeru. La pequeña Hikaru, eterna y destinada enamorada de su hermanito sabiondo tampoco representaba un lío para él, pero aún así estaba incómodo.
No le hacía gracia que su gente estuviera al tanto de que se hacía de novias a niñas sin esperanza, porque podían malinterpretarlo.
Kotaro no tenía ese pasatiempo tan triste y enfermizo. Simplemente las cosas terminaban así. Cuando esas chicas le tomaban su mano fuerte y morena entre las de ellas, que eran flacas y pálidas como la parca, se le rompía el corazón.
Le bombeaba una y otra vez sin parar. Dentro de él se escuchaba una voz que le decía. Esta vez es amor. Esta vez es amor.
Y Kotaro no podía mentirse más: él soñaba con enamorarse, aunque generalmente fueran las chicas las interesadas en cumplir ese anhelo.
"Es Navidad", comentó el pelirrojo cuando ya pudo hablar, "En Navidad hablamos del aniversario del noviazgo de mis padres, de Santa, ¡y hablando de Santa! ¿Qué le traerá esta vez a Aki y Natsu?".
Kotaro lanzó una mirada desesperada a su cuñado Taiki.
"Ah, claro, ¡Santa!", captó el moreno, "Pues Santa Tai", y apuntó a su padre Taichi, "les traerá dos balones de fútbol soccer profesionales para bebés".
"¡Eso mola!, ¿pero es que existen balones profesionales para bebés?", opinó Hikaru, quien parecía encantada por cambiar de conversación. Por el contrario, Kotaro notó con desagrado que su hermano menor le miraba todavía, como si estuviera leyéndolo.
"Yama Claus les ha dado un mini karaoke".
"¿Será que las gemelas cantarán tan bonito como May?", de nuevo suavizó la conversación Karu, que llevaba su cabello oscuro completamente lacio.
Kotaro se enterneció al ver la de esfuerzos que se veía que hacía esa criatura para agradar al creído de su hermanito, que sólo tenía ojos para los pianos y para leer corazones ajenos.
"May y yo les compramos… ehhh ¿qué era, cielo?".
"No les compramos nada porque hay que aprovechar mientras no tengan conciencia de que hay que darles regalos, odiamos la sociedad consumista que hay en torno a la Navidad y preferimos festejar tradiciones orientales".
"¡Yo no crié así a mi hija, eso es cosa de Yagami!", se atrevió a mentir Yamato, todavía con el ojo puesto en Kotaro. Sora se afinó la garganta.
"¿No les ha ido bien, May?", trató de anexar a la conversación la primera elegida del Amor.
"El invernadero, la granja, los sembradíos y el colegio en el que trabaja Taiki van bien", dijo Mayumi, hastiada de que la criticaran.
"Y es broma, sí les compramos obsequios", se apresuró a decir Taik, "bueno, en realidad no, ¿cuenta un cambio de ropa nuevo?, es que tienen tantos juguetes".
La conversación siguió y tomó ese rumbo. Kotaro no supo comprenderla ni seguirla por completo, pero se conformó con que no se volvieran a tocar cosas de su vida.
Su corazón estaba conmovido por estar ahí, compartiendo cena con su familia. Aunque también estaba triste por haber dejado atrás el cadáver de esa niña de 2 décadas que había sido su novia.
A Saeko la habían traído al hospital de desahuciados después de que fue víctima de un accidente en el que perdió la vida toda su familia y había quedado gravísima.
De eso hacía seis meses, pero Kotaro aún recordaba el olor a sangre que se desprendía del cuerpo de aquella muchacha menuda y de cabello castaño muy clarito.
A los dos meses, la muchacha le había confesado a Kotaro lo enamorada que estaba de él.
"Pero si yo sólo te leo en voz alta y te cuento cómo me va en la escuela", había sonreído el pelirrojo.
"No. Tú eres amor", había dicho debilitada la chica.
Un paro cardiaco la había dejado muerta esa noche. Kotaro estaba convencido de que Saeko lo quería tanto, que él tenía la obligación de sentirse igual.
"Es que no sé como se siente el amor", se decía a sí mismo cuando tenía dudas sobre la persona con quien salía.
Probablemente, se insistía, no hacía falta tener el corazón en revolución ni el alma en pena para enamorarse.
Quizá el amor no era como lo pintaban. Talvez el amor era Saeko, pero Saeko ya no estaba ahí, y por tanto, la argollita dorada y con un diamante diminuto que había comprado con sus ahorros tampoco debía salir del bolsillo de su pantalón.
Pensaba proponerle matrimonio. Kotaro estaba convencido de que su novia no tenía qué morir como las otras dos chicas que también habían sido sus enamoradas en el nosocomio donde daba servicio social.
El plan era llegar a casa y decir que iba a casarse con una chica enferma, pero en recuperación, a la cual adoraba. La estrategia que había desarrollado era que su padre se pondría pálido ante la noticia y su madre pondría el clásico rostro de terror que mostraba ante sus relaciones amorosas.
Su hermana le diría: "Estás mal, Kotty, crece, termina la carrera, consíguete trabajo y luego cásate"; y ya se encargaría de taparle la boca a Takumi si este intentaba decirle: "¿Acaso de verdad le amas, Kotaro-niisan?".
Pero nada de lo que había pensado había salido como lo quería. Y ahí estaba ahora, tratando de superar un momento de tensión mientras su familia hablaba de lo que les amanecería de Navidad a sus sobrinitas, quienes ajenas a todo, jugaban entre ellas una delicada guerra de papillas.
"Hermano, ¿de verdad regresarás a Odaiba pronto?", preguntó Hikaru a Taiki. Él y Mayumi vivían en el pueblo de la bisabuela Ishida porque estaban reactivando las tierras que tenía la familia.
"Claro, en cuanto convenza a mi mujer pediré el cambio a un colegio de por acá", dijo Taik. El rebelde muchacho se había convertido en un hombre igual de bonachón que su padre. Era directivo de una escuela primaria y se tomaba el papel con tanta seriedad como le pasaba a Taichi cuando era embajador del Digimundo en la Tierra.
Mayumi, contrario a los deseos de su padre, había estudiado agronomía. Era capaz de utilizar nuevas técnicas urbanas de siembra, pero aprovechando las tierras de su familia, la chica se había mudado al pueblo con su marido y llevaban una apacible vida con sus bebés.
La familia, sin embargo, los extrañaba mucho y siempre les chantajeaba para que regresaran.
"Entonces nunca, porque se ve que quien manda en tu matrimonio es May-san", se lamentó Hikaru Yagami, ensombrecida.
"No llores, bonita, que tienes a Hide y a Soji contigo".
Los ojos chocolate de Hikaru miraron con intensidad los de su hermano y se abrazaron como si fuera la última vez que fueran a verse.
"Cuida lo que dices, Takumi", fue la despedida de Mayumi. Su hermanito encogió los hombros.
"Es como la música y la nieve. Las dos caen pero sólo una se escucha", meditó el rubio de ojos grises.
"¿Y qué se supone que significa eso?", se desesperó May, echando una cobija sobre la carriola de las mellizas para que no les cayera el frío, "Takumi, tú de filósofo te mueres, ¿lo entiendes, verdad?".
"Lo mío es el piano, la roca y la cascada", comentó el chico, todavía en otra dimensión.
"No tienes remedio", renegó May.
"Vamos, Hikaru, eres tan tonta que seguramente tendré que ayudarte a partir la tarta".
La muchacha aludida sonrió a su hermano, se despidió de Mayumi, de las chiquitas y corrió a la cocina de los Ishida.
Kotaro entonces quedó solo con su hermana y esposo. A dios gracias sus padres y los Yagami habían tenido la idea de ir a ver a los trillizos de Seiyuro y Hidemi que tenían varicela.
"Haré que se declaren hoy", avisó Kotaro.
"¿De qué hablas?", se molestó Taiki, "¿Te refieres a que el bicho-raro-de-tu-hermano-el-pianista se le declare a mi preciosa e inocente hermanita?, ¡me niego!".
"Que sepas que crié a Hikaru como si fuera mi hermana y también es bastante bicho raro", se indignó Kotaro, recordando las épocas de su infancia cuando todos sus amigos menores le adoraban y le llamaban senpai.
A Hikaru la recordaba como una chica alborotada, que corría de un lado a otro, que moqueaba y se embarraba la ropa, lo que le ponía los pelos de punta a su hermanito, un pequeñuelo obsesivo de la limpieza y la perfección.
"Son tan para cual", aportó. Taiki y Mayumi rodaron los ojos, "De hecho, me recuerdan a ustedes dos cuando eran críos… estaban predestinados. Pasa lo mismo con Takumi y Hikaru, entonces ¿por qué perder el tiempo si tienes a tu media naranja de mejor amigo?".
"No te líes, Kotty", aconsejó Mayumi, "No desvíes tus problemas metiéndote en otros asuntos".
"¿Es que no has visto que Karu-chan hasta se alisó el cabello y se puso zapatos de tacón para Takumi?", se volvió a indignar el pelirrojo.
Taik le dio un coscorrón.
"Como me entere de que tu rubito hermanito el pianista autista anda pasándose de listo con mi hermanita vengo a darle una tunda".
"Tocas a mi hermanito por coquetear con tu hermanita y duermes en el sofá un año, idiota Yagami", defendió Mayumi.
"¡Eso no es justo! ¿Por qué siempre me amenazas con falta de sexo en la cama?, ¡que te sepas que te puedo asaltar en el invernadero!", retó el moreno.
"Por lo que más quieran, no enfrente de mí y sus hijas", rogó el pelirrojo.
"Taik, lleva a Aki y Natsu al carro, te alcanzo en un momento", ordenó la que mandaba en el matrimonio.
"Lo haré, pero reflexiona sobre tus amenazas", dijo el joven, marchándose con las bebés.
Los hermanos mayores del matrimonio Ishida se quedaron solos.
"Lamento que perdieras a tu novia… otra vez", y sin poder evitarlo, May soltó su frase irónica, aunque más que sarcasmo, llevaba implícita su preocupación por su hermano… ya le parecía que éste tenía como hábito hacerse de novias a chicas sin esperanza de vivir.
"Le quería de verdad".
"¿Qué te duele?", preguntó May.
"No estoy seguro".
"Si la hubieras amado, Kotty, sabrías perfectamente hasta cuál átomo te duele".
"No me llames Kotty, ¿qué sabes tú de mí, hermana?; todos critican mi vocación, pero estoy estudiando Marketing como lo prometí, ¿qué mal hago si voy a cuidar un poco a los enfermos?".
"Te encariñas demasiado, confundes el amor con cualquier sentimiento de simpatía y priorizas a los demás antes que a ti y tus sentimientos… Aprende de mis errores, confundí la amistad con Taiki con el amor que sentía por él por años…", la muchacha abrazó a su consanguíneo, "Lamento mucho lo de la muchacha que murió, pero tú no tienes la culpa ¿entiendes?, y que quede claro, no te llamaré Kotaro hasta que te vea bien".
Un portazo fue la despedida de Mayumi.
"Tan 'tierna' mi hermana", soltó con sorna Kotaro.
Al fondo se oían las risas de Hikaru, la leve voz de Takumi dando indicaciones y el sonido del cuchillo cuando cortan una rebanada de pastel.
"Ese par no me necesita… lo que necesito yo es… en realidad no sé".
En vista de que sus padres no estaban, su hermanito estaba tonteando y su hermana ya se había ido, el joven decidió dormirse un rato en su vieja habitación.
Quitándole el caos que hacía Takumi en su cuarto –para dejar el cuarto oficial del mismo impecable-, la cama estaba hecha y con sábanas recién lavadas. Kotaro Ishida sabía que si se marchaba a la casa de asistencia su madre no se lo iba a perdonar, además, no tenía ganas de tomar el tren para Koenji, que era el distrito donde habitaba.
Bien podía tener un auto último modelo, pero para desgracia de Yamato y Sora, sus hijos eran demasiado independientes con respecto a las cosas materiales. Mayumi había aceptado que le pagaran la universidad, pero ahora no aceptaba nada de sus padres aunque éstos tenían un excelente nivel económico.
Kotaro había optado por imitar a su hermana. Sus padres le pagaban el alquiler de la casa de asistencia y las colegiaturas, pero Kotaro no aceptaba carro, ni regalos costosos ni nada material, sobre todo desde que le había dado por ser voluntario en un hospital
Se recostó en su cama, apagó la luz con su brazalete y vio un momento que en el techo de su habitación aún brillaban las calcomanías que su padre le había pegado ahí.
Como todas tenían forma de estrellas, planetas y asteroides, Ishida mayor había pegado constelaciones enteras para su hijito, en aquel entonces sobre-consentido y gracioso a más no poder.
"Quién diría, Tsunomon, no me convertí en astronauta, ni tampoco quiero ser como papá, ni tampoco me he conseguido una mujer tan buena como mamá", a veces hablaba a su digital como si estuviera con él todavía. Le daba ilusión pensar que su voz, aunque sonaba adulta, era reconocida en el Digimundo por su mejor amigo.
"Tsunomon, ¿recuerdas que le poníamos nombres a las estrellas?", el chico apuntó una estrella pequeña, que brillaba en verde fluorescente en su techo, "ahora esa es la estrella Saeko".
Con ese pensamiento se quedó dormido.
Kotaro despertó pasadas las 2:00 horas del 25 de diciembre. Técnicamente ya no era el aniversario de sus padres y estaban en plena Navidad.
No supo por qué, pero sus pies lo arrastraron hasta el árbol de navidad artificial y con ánimo vio que había un regalo para él, como siempre, de parte de sus padres.
Era la armónica. Su padre la había empaquetado y se la había vuelto a regalar como cuando era niño. Kotaro sonrió, siempre se preguntaba por qué le daba Yamato la armónica a él.
Era el hijo con menos talento musical. Takumi, literalmente, era un genio en el piano. A su corta edad había dado conciertos especiales y lo pronosticaban como una lumbrera en música.
No sólo era capaz de tocar, sino de componer y dirigir orquestas.
Por otra parte, Mayumi cantaba como querubín y sabía tocar la guitarra y el bajo. Quizá Yamato no estaba muy contento de que la joven hubiera dejado el talento atrás por ponerse a plantar huertas y sembradíos, pero las cosas eran así.
Él, en cambio, tenía manos torpes para la guitarra y aire pesado para la armónica, aunque a su padre le parecía que ese instrumento debía tenerlo él.
"Sí, prometo que practicaré más", le sonrió a la armónica. Se la guardó en el saco. Esperaba no volverla a perder, seguro que Yamato se moría del enojo cada vez que veía a la armónica rodando por el suelo de la vivienda.
En la misma cajita había una bufanda que le había diseñado su madre. Kotaro se sonrojó e inmediatamente se la colocó alrededor del cuello.
"A que me veo guapo", dijo viéndose en el mediocre espejo que le ofrecía una esferita del arbolito.
Había un regalo para May, el karaoke de las bebas y un presente para Takumi. Kotaro lo tomó y fue a buscar a su hermano.
En su cuarto estaban las sábanas deshechas, pero no había rastro del chico.
Como le dio olor a licor, Kotaro encendió la luz y con interés descubrió un par de botellas de sake que con esmero añejaba su padre en su cava de alcohol desde tiempos inmemoriales.
Sonrió al pensar en el regaño que le darían a Takumi, aunque sintió que era mal hermano por pensar así. En realidad, Tk era un chico que no tenía sentido del miedo, lo que enloquecía a sus padres, que ya estaban viejos. Pero según sabía, no había habido noticias de que Takumi tuviera la afición de beber.
"Ay, mierda, ¡y estaba con Hikaru!".
Las sábanas revueltas no le daban buena señal. O quizás era una señal demasiado buena, al menos para su hermano.
Sin embargo, la idea de que su hermano perdiera la virginidad con la mejor amiga en el aniversario de sus padres en su casa le causó desazón.
Además, Takumi no podía ser tan cabrón.
Encontró a su hermanito en la cocina.
Estaba sentadito en una silla y recostado en la mesa, con los brazos ocultando su rostro de artista.
Kotaro dejó el regalito de los padres en la mesa.
"Tk ¿Estás ebrio?", preguntó. El silencio le contestó.
"Tk, ¿Te puedes poner de pie? ¿Estás respirando?", revisó que así fuera, "¡no me des estos sustos, ¿no ves que veo morir gente a diario?, ¡Takumi!".
Habría que llevar al crío a la cama. Se sintió feliz por ello. Al fin podría actuar como verdadero hermano mayor ante ese chico que era siete años menor que él.
Un olor muy dulce lo distrajo y al mirar hacia arriba, encontró a Hikaru Yagami abriendo la nevera y sacando una rebanada de tarta.
Con seguro los Yagami no habían vuelto por su hija, y cuando volvieran no les iba a hacer gracia ver a su benjamina con las mejillas especialmente chapeteadas.
Ya no llevaba el pelo tan liso y a leguas se veía que su estilo marimacho estaba dominando a la damita que llevaba adentro.
Por la pinta de borrachita que tenía, Kotaro supo que su hermanito no había desvirgado a nadie esa noche.
"Karu-chan", fue hasta la muchacha, que con trabajos sacaba el platito con tarta del refri, "Deja ahí, ven, siéntate, te serviré un poco de agua".
"Kotaro-sama, es para ti", ofreció la chica el pastel.
"Sí, claro, luego lo comeré".
"No. Es que no entiendes", hablaba claro a pesar de que parecía haberse pasado de copas, "lo horneé para ti".
Sin comprender por qué le decía eso, el pelirrojo le agradeció.
La tomó de los hombros.
"¿Te llevo a tu casa?", preguntó, ajeno a las mejillas de la niña que estaban a punto de explotar. Ajeno a los ojos cristalinos y oscuros que le penetraban con la mirada.
"Takumi dice que cuando una niña te da una carta de amor, te da un regalo o se te declara, tú la besas, ¿verdad?".
"¿Karu-chan?".
"Te hice una tarta, ¿entonces por qué no me besas a mí?".
Y las manos con las que sujetaba Kotaro a la castaña perdieron fuerza y quedaron colgadas a su costado.
Cuando menos pensó, la niña de 17 años, la mejor amiga de su hermanito, le sellaba sus labios con los suyos.
Y aunque sabían ligeramente a licor, lo que dejó alarmado a Kotaro fue que en su interior sintió que echaban carbón a una locomotora que le perforaba el pecho.
"Espera, Karu-chan…"
La separó de él cuando escuchó que algo caía en el suelo.
Kotaro miró al piso y vio que el regalo que sus padres habían apartado para Takumi estaba tirado.
"¡Takumi!", recordó de pronto. Sus ojos buscaron a su hermano.
Ya no estaba recostado en el comedor, pero alcanzó a verlo a la entrada de la cocina.
Brevemente, Kotaro fue capaz de ver la silueta de su hermano menor perderse en el departamento.
Llevaba una mueca muy rara en la boca. Los ojos grises se veían oscuros y no brillaban como la plata.
En esos segundos, Kotaro descubrió el dolor de la mirada de Takumi, supo que Hikaru le quería de verdad y comprendió que, sin darse cuenta, estaba inmerso en una historia de amor tan triste, como el leve brillo que desprendía la estrellita de plástico fosforescente que había en el techo de su cuarto y que el joven acababa de bautizar como Saeko.
¿Fin del Oneshot?
Estuvo muy triste, lo sé, y seguramente una secuela vendría genial, pero ya me lo dirán ustedes si vale la pena seguirle.
Desde hace tiempo tenía ganas de hacer un triángulo amoroso entre hermanos y otra persona, pero nomás no encontraba candidatos que me apeteciera torturar. Desde que creé a Takumi supe que contrastaría mucho con Kotaro, y eso fue lo que me animó a querer escribir sobre este par.
Ya dirán ustedes con quien estaba predestinada Hikaru. Yo lo dejo a la imaginación. También me dirán si les gusta Takumi. No pude evitarlo y en este fic terminé casando a Taiki con Mayumi. No contenta les creé hijitas, no sé, pero me pareció lindo imaginar que tuvieran gemelitas. También adelanté que es probable que Sei Takaishi se case con Hidemi Yagami y tengan trillizos.
Dirán ustedes ¿Es que todos tendrán miles de hijos múltiples en los fics de esta mujer?, la respuesta es 'no'. Sólo Taiki y Hidemi, ya que tienen el antecedente genético, por lo que los hijos les salen en forma de mellizos y trillizos en sus matrimonios. En el caso de Soji, mi nuevo personaje de Apócrifo, no sé que pasará, pero no tendrá gemelos ni trillizos ni quintillizos o al menos no se me antoja.
Gracias por leer este pequeño Fic Universo Alterno.
¿Lo disfrutaste? ¿Lo odiaste?, ¡dímelo por favor!
CieloCriss.
