Mientras reescribo "Invierno en Vilna" voy a publicar este fic que es un gran reto. Va a ser largo, con mucho, mucho headcanon y muchísima historia.

Espero no meter mucho la pata y que de verdad os guste. Agradezco en el alma a mis betas, Alega (a quien le debo la vida y unos cuantos FrEs) y Mireyan, que me han estado soportando todos los cambios que he ido haciendo y a mi lista de amigos de twitter que han estado sufriendo mis tirones de pelo.

Como siempre, Hetalia no es mío, de otra forma esto no se llamaría fanfiction.


Tres veces

La primera vez

Desde 1385 hasta 1795

Los humanos tienen suerte; sólo viven una vez, por tanto, sólo pueden morir una vez. Sus familias y amigos sufren, eso está claro, pero al final se reponen y siguen viviendo. Es ley de vida.

Con las naciones es distinto. Pocas veces se sabía con certeza cuándo una nación moría, pero a veces se sospechaba que hubo varios Francias, Italias o Españas a lo largo de los siglos. No se podía indagar a fondo porque antiguamente una nación nueva no era más que otro enemigo con ansias de tierras, no había tiempo para ponerse sentimental echando de menos a un colega muerto. Sobrevivir era lo primordial.

Cuando Lituania era físicamente un niño no llegó a planteárselo, ocupado como estaba en las prioridades de la infancia, como lo era jugar a perderse en el bosque con sus hermanos pequeños, ignorando la esencia de su naturaleza y, por añadidura, la idea de reinos representados por seres humanos. Cuando sus padres accedieron a entregarlo a los druidas, no era capaz de entender nada de lo que estaba pasando.

—Tienes algo especial, Toris, por eso te han elegido. Eres uno con la naturaleza y tu empatía con nosotros los humanos te hacen ser único, por eso debes aprender y vivir por todos y nosotros haremos lo mismo por ti. A partir de ahora, serás y te llamaremos Litua.

Esas palabras no tuvieron sentido, le parecieron huecas. Creció a un ritmo lento y, viviendo una juventud en apariencia perenne, vio envejecer y morir a sus padres y hermanos. Su falta de desarrollo no era su única habilidad, también sentía cada ataque a su tierra como si hirieran su propia piel. Poco a poco empezó a olvidar esa época en la que fue humano: la imagen de su familia se hizo borrosa y desaparecieron los recuerdos de sus primeros años. Su nombre, en cambio, decidió atesorarlo. ¿Los humanos? Eran parte de él, seres débiles a los que les debía la vida. ¿Dejar de existir? Algo que nunca iba a suceder. Llevaba décadas sin apenas crecer, sólo llegó a crecer cuando anexionó mas territorio. Evidentemente la muerte la veía muy lejos de él.

Ese país de sonrisa amable no podía imaginar que en unos cientos de años hubiera dado lo que fuera por haber seguido siendo humano.

oOo

Todo empezó con un problema, con una solución y con una frase.

El problema eran los caballeros teutones y los años que llevaban detrás de él haciéndole la vida un poco más dura cada día.

La solución la dio Jogaila, su jefe de aquel entonces, encontrando a una mujer casadera en un reino vecino, uno grande y poderoso con el que vencería a los teutones. El único inconveniente era que tenía que dejar su antiguo modo de vida, que los cristianos habían bautizado bajo el término de "paganismo", un precio pequeño a pagar por la seguridad que esa nueva alianza le iba a proporcionar.

Y la frase...

— ¡Enséñame tu pito!

Esa era la frase.

Y él pensando que ese muchacho rubio sentado en aquel trono iba a comerle vivo, si hacía unos momentos era el colmo de la seriedad. Sus nervios desaparecieron dejando paso a la incredulidad y el horror. ¿Por qué algo así le estaba pasando precisamente a él? Se suponía que Polonia era uno de los grandes países de Europa, no un chico de su edad diciendo burradas.

— ¿De verdad tengo que enseñar mi…? —comenzó a preguntar, inseguro.

Si había que hacerlo, no le iba a quedar otro remedio. Era eso o seguir siendo el saco de boxeo de los caballeros teutones.

Maldito el día en el que su jefe se empeñó en formar esta alianza.

Nada más entrar en la sala la presencia de ese muchacho le intimidó, no por su apariencia física, sino por la seguridad que parecía mostrar. Tenía una estatura normal, sin ser excesivamente alto ni demasiado bajo. Una melena rubia oscura enmarcaba su cara y sus ojos verdes poseían una mirada directa y clara, o al menos le dio esa impresión antes que, después de soltar la frase, el chico se escondiera detrás del trono, avergonzado por lo que había dicho. No consiguió observarle mejor, ya que ni el Rey Jadwiga (porque no tenía título de reina ni de princesa a pesar de ser mujer) consiguió hacerle salir de ahí.

¿Con ese muchacho iba a crear una unión? Que su nuevo Dios le pillara confesado, ahí perdido en un país desvergonzado con un rey-niña y una nobleza insoportable. Él que de por si era una persona reservada y seria, le iba a costar horrores acercarse al otro. Podía augurar que la alianza sería un desastre. Para colmo de males, después de la reunión le dijeron que debería pasar un mínimo de diez días en Cracovia para aprender todo lo que pudiera sobre Polonia y sus costumbres para que así éste hiciera lo mismo con él e ir familiarizándose el uno con el otro. Se esperaba que la unión durara bastante, por ello tenían que empezar a conocerse bien.

Los primeros tres días casi no le vio más que a la hora de la comida. Si tenía que aprender algo, estaba fallando de una manera espantosa. Aún así, sólo en ese tiempo se dio cuenta que ni siquiera era capaz de manejar ese objeto tan simple llamado cuchara. Intentaba mirar a Polonia a ver si conseguía averiguar cómo se usaba y éste no hacía más que tener la vista fija en el cuenco, dándole pequeñas patadas por debajo de la mesa cuando movía las piernas de forma nerviosa. Se mordía los labios y no parecía querer mirar al frente, así que al final Lituania se desesperó, tomó el cuenco en sus manos y sorbió la sopa directamente del borde. Polonia aguantó una carcajada y le imitó, casi tirándolo todo encima de sus ropajes blancos para desesperación de los tutores que les habían asignado, que acababan de entrar en ese momento en el comedor.

¿Se estaba riendo de los lituanos? ¿O lo había hecho para enfadar a aquellos humanos que se suponía que iban a cuidar de ellos? Su sonrisa triunfante no dejaba lugar a dudas, aunque luego volviera a bajar la cabeza en cuanto sentía la mirada de Toris sobre él.

Si ya con ese detalle se notaba las diferencias entre los dos países, ¿qué iba a pasar entonces en lo referente a la política? Pensar en ello ya le provocaba dolores estomacales. Era mejor centrarse en cómo usar la cuchara en aquel cuenco blanco y finamente decorado, algo de lo que no disponía en casa, su casa.

Cracovia no era su hogar.

No solo chocaba en eso. En su territorio había más campesinos que nobles y se sentía fuera de lugar en el palacio de Cracovia. Sus diferencias abarcaban la forma de saludar, la de hablar e incluso la de caminar. Lituania había vivido en bosques, había cazado y había bailado en los equinoccios y solsticios, no estaba preparado para la vida en la corte. No era un bárbaro iletrado, había estudiado mucho, esforzándose más que nadie —y de eso estaba seguro—, a pesar de haber aprendido a leer y a escribir desde hacía poco gracias a Alba Rutenia, una muchacha que vivía con él. Pero a los ojos de los demás sí lo parecía, señalándoselo a la menor oportunidad, aprovechando el poder dejarle en evidencia. Su aspecto tampoco era del gusto de nadie entre sus ropajes de color verde y su pelo enmarañado, cuando Polonia siempre vestía mantos hilados en oro y su cabello brillaba al sol. Su empeño por intentar complacer a los demás sin conseguirlo era evidente y agotador; además, estaba deseando volver a Vilna, con pocas ganas de comprobar si había sido del agrado de Polonia, que había prácticamente desaparecido de palacio, como si evitara de verdad estar con él. Este pensamiento le provocaba muchos más dolores de estómago y le daba miedo no poder estar a la altura de las circunstancias. Pedían demasiado de él e iba a decepcionar a los nobles polacos, que seguro se decidirían por alguien con más clase como Austria, dejándole a merced de los invasores.

Una vez pasaron esos diez días en tensión sin avanzar en nada (ni siquiera en el manejo de la cuchara), tuvo que preparar el equipaje para volver a Vilna, algo que seguro le iba a aliviar tanto que dormiría de golpe todo lo que no pudo dormir en ese tiempo. Justo antes de subirse a su caballo fue llamado por Jadwiga por medio de un sirviente de la corte, ya que quería hablar con él a solas para despedirse. Se encontró con ella en una especie de despacho cuyos únicos muebles eran una mesa, una silla y una estantería enorme llena de objetos, posiblemente de gran valor. La habitación era grande, igual que las del resto del castillo, así que había tanto espacio que el eco de sus voces resonaba por todas partes gracias a las paredes de piedra. Jadwiga le sonrió y le invitó a pasar, cerrando la puerta con cuidado. A Lituania le apenaba ver a alguien tan joven cargando con una responsabilidad tan grande, pero la determinación en los ojos de la niña le daba a entender que posiblemente estuviera más concienciada de su puesto de lo que pensaba.

—Siento mucho que tenga que marcharse. También siento que no haya podido empezar una amistad con Lord Polonia, tiene una personalidad un poco difícil, así que quiero que entienda que no se lo vamos a tomar en cuenta. —Su voz era clara y segura y su forma de expresarse demasiado madura. Lituania bajó la cabeza para mirarla a los ojos, muy sorprendido por lo resuelta que era la chiquilla, como si jugara a ser adulta.

—Él no tiene la culpa de nada. —"Aunque si hubiera mostrado más interés las cosas hubieran sido mucho más fáciles", pensó—. No creo estar hecho para esta vida, la responsabilidad es sólo mía.

Ella mostró una expresión seria en el rostro, pues no le gustaba nada lo que estaba escuchando. Se acababa de dar cuenta, porque Lituania estaba seguro de ello, que eso no iba a cuajar tan bien como planeaban. Que esperaban de ellos que se hicieran amigos en el momento, como si eso fuera tan sencillo.

—De todas formas me gustaría que lo reconsiderara. ¿Ve este cuarto? Es para usted, para cuando se hospede aquí, en Cracovia. Aún no está acabado, falta una cama cómoda, una bonita palangana de plata para que pueda lavarse y mas nimiedades, pero es suyo. Quiero que tenga claro que es bienvenido aquí y que sabemos que el cambio es difícil, así que nos esforzaremos tanto como usted con nosotros. Espero verle pronto, Lord Lituania.

Lituania se despidió inclinándose ante ella, prometiéndole un regreso que no iba a saber cuándo iba a realizar y Jadwiga le cogió de las manos, apretándolas suavemente e intentando darle seguridad, tal vez un gesto aprendido de sus padres que perduraba en su memoria. Cuando Lituania regresó al jardín frontal del castillo para montar en su caballo y así empezar el viaje, se dio cuenta de que éste tenía una corona de rudas silvestres en la crin. Las pequeñas flores amarillas contrastaban con el pelo duro y negro del caballo y eran hermosas, tan frescas que aún tenían gotas de rocío de la mañana.

Y olían fuerte. Muy fuerte.

—Un muchacho se acercó hace un momento y se las puso —le informó uno de los soldados que le estaba esperando pacientemente—. Era rubio, con melena por los hombros y vestía como un noble. También era muy callado, no creí que fuera a hacerle daño al animal así que le dejé que le pusiera la corona. Seguro que quería asegurarnos un buen regreso, ¿no le parece?

No parecía que ése fuera un país en el que tuvieran ese tipo de supersticiones, pero podía intuir quien se había tomado esas molestias. O por lo menos deseaba estar en lo cierto y no sentirse como un idiota que se había esforzado para nada.

Lituania acarició al caballo, quitándole una ruda para mirarla con cuidado. Era su flor favorita ¿pero cómo lo sabía Polonia? En diez días casi no le había hablado y tampoco parecía que se hubiera interesado por él, pero en cambio con un detalle como ése había tirado por tierra esa supuesta indiferencia.

—Creo que me quedo aquí con el Gran Duque. Lo siento, ya regresaré a Vilna más adelante.

Evidentemente no encontró reparos en su decisión, así que se dirigió a las cuadras con el caballo, llevándolo con mucho cuidado. Una vez ahí encontró a Polonia sentado en una banqueta y trenzando una nueva corona de rudas mientras tarareaba una melodía en voz baja. Estaba tan concentrado en su trabajo, que no se percató al instante de su presencia, dándole oportunidad de observarle un poco mejor desde su sitio. De haberse conocido en otras circunstancias, pensaba que habría acabado intentando hablarle con todas sus fuerzas. Ser una nación implicaba trabajar en solitario desde muy joven. Conseguir un amigo como él, alguien en quien depositar toda la confianza, era una oportunidad casi irrepetible y de la que nunca llegaría a arrepentirse.

¿Por qué no empezar ahora? Dar el primer paso no debía ser algo tan terrible. Alguien debía darlo y desde luego Polonia no parecía tener el carácter para hacerlo, aunque le hubiera pedido de esa manera ver su pene unos días atrás.

Escuchar su tarareo suave y dulce le animó aún más.

—Muchas gracias por la corona de flores —dijo en voz alta, asustando al otro chico que le sonrió nervioso.

—Creo que le gustaba a tu caballo, me dio un lametón mientras se lo ponía. —No sonaba disgustado por ello, sino divertido, como si le gustaran mucho los animales.

—Sí, ha sido un regalo precioso, de verdad, sobre todo teniendo en cuenta que has trenzado una flor que huele realmente mal. —Sonrió abiertamente, mirando cómo Polonia se sonrojaba y dirigía la mirada hacia sus pies, usando su pelo como una cortina para tapar su vergüenza—. Lo que no sé es cómo sabías que la ruda silvestre es mi flor favorita. Casi no hemos hablado así que es seguro que no te he comentado nada al respecto.

—Le pedí a Jadwiga que le preguntara a Jogaila sobre tus gustos —susurró aún más bajito del tono en el que estaba cantando.

Era adorable verle: tan bajito y abochornado, con esa piel tan pálida y el rostro tan infantil. Lituania sintió verdaderos deseos de protegerle cuando, irónicamente, era el otro quien tenía que protegerle a él. Ése fue el comienzo de una relación a la que Lituania nunca fue capaz de ponerle nombre.


NOTAS:

- Litua era el nombre de Lituania cuando comenzó a ser país ahí por el año 1000. Significa "país" o "tierra" y de ahí derivó su nombre actual.

- Polonia necesitaba urgentemente un heredero al trono que pudiera casarse con su rey Jadwiga. En un principio, la unión iba a ser entre Austria y Polonia, pero no cuajó ya que los nobles polacos no querían un rey austriaco. Finalmente se decidieron por Lituania, que necesitaba ayuda contra las invasiones.

- Rutenia es el nombre que tenían los territorios donde actualmente se ubican Ucrania y Bielorrusia. Tenía varias opciones, así que dejé con el nombre de Rutenia a Ucrania y de Alba Rutenia a Bielorrusia. Si veis a alguien llamado Alba, ya sabeis quien es.

- Por cierto, fueron los bielorrusos los que enseñaron a los lituanos la escritura, ya que el lituano de por si era un idioma solo hablado.

- Jadwiga era una niña cuando se casó con el Gran Duque de Lituania, tenía 13 años. Como en Polonia no podía reinar una reina, le dieron el título de Rey a pesar de ser una mujer.

- Si, las rudas silvestres huelen mal. Y es la flor nacional de Lituania.