Disclameir: Harry Potter no me pertenece, es propiedad de JK Rowling. Yo escribo por placer y sin animo de lucro. Mi única recompensa son vuestros comentarios.


Prólogo.

Los angostos y malolientes pasadizos del callejón Nocktun constituían un nuevo testimonio de lo mucho que el Ministerio y la Comunidad Mágica habían marginado las Artes Oscuras de la sociedad, tachándolas como malignas. Un tercio de la financiación pública que estaba destinaba a mantener saludable el callejón Diagon sería suficiente para lubricar su aspecto y arrebatarle esa mala fama que cargaba, injustamente, entre brujas y magos corrientes. Por supuesto, el Ministerio jamás apoyaría dicha derrama.

Pese a ser todavía temprano, los destellos dorados del Sol que renacía el día por el horizonte se hacían allí inapreciables, difuminados por las elevadas paredes de piedra vieja y la estrechez entre un edificio y otro, y resultaban en un ambiente lúgubre y viciado. La mayoría de los establecimientos habían abierto sus puertas unas dos o tres horas atrás, pero la actividad dentro de los locales era escasa, lo que permitía a los pocos forasteros moverse con mayor comodidad.

Una oscura figura destacaba de entre el resto. Con un caminar arrogante y una apariencia proclive a la intimidación, de hombros anchos y elevada estatura, recorría con la mirada los diferentes escaparates de las tiendas del callejón, sin que ninguna vendedora ambulante se atrevería a acercársele. Finalmente, sus ojos se detuvieron en el viejo rotulo "Borgin&Burkes" y sus labios se torcieron en una mueca de triunfo, semi oculta por una perilla castaña.

La puerta del establecimiento chirrió al abrirse. La figura avanzó hacía el mostrador desierto, sin fingir ningún interés por la retahíla de objetos tenebrosos que abarrotaban las estanterías de muestra, y tocó la campanilla que colgaba del techo. El lejano eco de un gruñido y el sonido de unos pasos que iban acercándose lo alertó de la próxima llegada del señor Borgin.

El hombrecillo de aspecto envejecido y cabello grasiento examinó al extraño que había entrado en su tienda con ojo calculador, de arriba abajo, y frunció los labios con disgusto al no hallar nada él, ni en su aspecto embrutecido ni en su túnica negra remendada, que delatase un siniestra cantidad de oro oculto en los bolsillos.

El señor Borgin odiaba ser requerido de sus tareas por individuos semejantes, venidos únicamente a curiosear lo que no podían permitirse comprar, y no realizó ningún esfuerzo por ocultar esa molestia de su voz.

- ¿Qué es lo que quiere?

No obstante, el desconocido no pareció sentirse ofendido.

- Me interesaría comprar algunos libros - esclareció con franqueza, tendiéndole una nota que el vendedor se negó a aceptar, tras sacudir el cuello con rechazo.

- Aquí no vendemos libros - refutó con desgana -. Pruebe algunas tiendas más abajo.

Borgin caminaba de nuevo hacía la trastienda privada cuando, sin perder la expresión calmada, el otro hombre lo detuvo antes de que pudiera alejarse.

- A mi costa que usted si dispone de estos ejemplares. Se lo ruego, por favor, haga el favor de comprobar la lista.

Con un semblante que divergía entre la desconfianza y el desinterés, el señor Borgin regresó al mostrador y finalmente aceptó la nota para leerla a regañadientes. El cambio que procedió a aquello fue algo instantáneo. Los párpados del hombre se ampliaron y su rostro, pálido de por sí, perdió cualquier rastro de color. Su postura, antes calmada, casi indiferente, se había convertido en un manojo de nervios. Y, de inmediato, devolvió la nota a manos de su propietario, como si ésta quemara.

- No sé que clase de tienda piensa usted que regento - farfulló con ira -, pero le ordenó ahora mismo que se vaya. Aquí no encontrará nada de lo que está buscando. ¡Fuera!

Las facciones del otro hombre no sufrieron una transformación tan adversa, pero sí que se endurecieron. Disimuladamente, el señor Borgin condujo una mano al bolsillo de su túnica, en busca de la varita.

- Yo que usted no haría eso - los ojos verdes del desconocido relampaguearon con una emoción peligrosa -. Únicamente soy el mensajero, señor Borgin. Pero puedo ser casi igual de peligro que él si se me ataca.

- ¿El… mensajero?

- De alguien que espero, usted no haya olvidado. Por su propio bien, señor Borgin.

Existía una amenaza vedada detrás de aquellas palabras. El vendedor parecía ahora más envejecido que nunca. Había desistido en su idea de emplear la varita y mantenía la vista inmóvil sobre aquel rostro extraño. Un cabello castaño, largo y enredado, con una falta de higiene severa, un mentón firme y una barba mal afeitada, cejas gruesas, carillos entrados en carnes, viejas gafas y unos ojos que se ocultaban tras ellas… con un matiz verde que traía a su mente viejos recuerdos, memorias pérdidas sobre alguien del pasado...

No. El señor Borgin sacudió la cabeza y se recriminó a sí mismo por pensar tales estupideces. Aquella era una idea completamente absurda. La apariencia de aquel hombre bien podría tratarse de un disfraz. Un lunático con afición por la magia oscura que pretendía intimidarlo.

Y, pese a todo, aquellos ojos…

El desconocido habló:

- Lo recuerdas… ¿verdad?

- No - Borgin sacudió la frente de nuevo, testarudo -. Lo que usted sugiere es imposible. No me lo creo.

No obstante, ni siquiera él fue capaz de ocultar ese matiz, mezcla homogénea de esperanza y temor, que arrastraba su voz, cubierta de nerviosismo.

- ¿Por qué, no?

Lo curioso es que realmente parecía extrañarse… no entender…

Un lunático, se repitió a sí mismo el señor Borgin. Un completo lunático.

- Bueno… pues porque él está… está…

- ¿Qué? ¿Muerto?

Por primera vez, los ojos del desconocido se estrecharon y manifestó una emoción real en su rostro. Enfado. Furia. El viejo mago retrocedió unos pasos involuntariamente. Se había enfrentado a diversos y poderosos magos a lo largo de su vida. ¿Qué poseía aquel de especial que lograba intimidarlo?

- ¿Eso es lo que está sugiriendo? - continuó sin piedad -. El mago más poderosos de todos los tiempos muerto… ¿por un niño?

Borgin dudó.

- Si no es así, ¿dónde está? ¿Por qué se ha ocultado durante estos doce años? ¿Qué sabes tú de él?

Los ojos verdes se clavaron en su rostro como agujas ponzoñosas capaces de extraer cualquier verdad de sus pensamientos, y el viejo mago supo que lo estaba evaluando del mismo modo que evaluaba él a sus clientes. Por un momento, sintió temor de haber preguntado demasiado. Después, las dudas volvieron a ocupar su mente. La historia que contaba no podía ser cierta. ¿Qué hacía él inclinándose a las ordenes de un lunático? Entonces, volvieron a coincidir sus ojos. Y las dudas se esfumaron con ellos.

- Él se debilito, es cierto - reconoció el extraño -. Y desde aquella noche aguarda su momento para resurgir de nuevo… como todos nosotros.

Probando de tal modo que el valor del que se le achacaba no era fruto de su invención, Borkin se atrevió a preguntar de nuevo.

- ¿Por qué ahora?

- Digamos que cierto objeto legendario a llegado por fin a su alcance; y con él, pronto tendrá posibilidad de recuperar todo su poder. Siempre que usted me ayude… y me entregue lo que le pido. Por supuesto - añadió en el último momento, como si fuese algo tan evidente que no se le hubiera ocurrido advertirlo antes -, a usted se le recompensará debidamente, en todas las formar posibles.

Aquella promesa exudaba a oro. Lujosas cantidades de oro. El rostro del señor Borgin ofreció finalmente su primera sonrisa.

- Por supuesto. Será un honor para mi colaborar en tan notable propósito. Sé bien que el Señor Tenebroso nunca olvida a quien le ha prestado su ayuda.

El desconocido corroboró sus confianza con un ademán elegante. El señor Borgin lo contempló con avidez un segundo más, como si pretendiese obtener de su semblante uniforme las respuestas a cada una de sus preguntas; después se disculpó y dirigió sus pasos hacía la trastienda.

- Tardaré sólo unos minutos.

El comprador asintió y permaneció a la espera, sin permitir que nada, ni en su expresión ni en su postura, evidenciara el posible nerviosismo que pudiera estarlo invadiendo, y que se acrecentaba inevitablemente con el trascurso del tiempo. ¿Cuánto más podría tardar? ¿Sus palabras habrían sido suficiente para convencerlo? ¿O serían un grupo de aurores los siguientes en atravesar dicha puerta? Sea como fuere, el tiempo se le agotaba….

Finalmente, cuando los pocos minutos se hubieron convertido en dos cuarto de hora, el señor Borgin apareció, arrastrando una maleta de viejos libros tras de él.

- Lamento haberlo hecho esperar, señor. Como comprenderá, estos libros se hallaban bien ocultos y no ha sido fácil deshacer los encantamientos que los protegían. ¿Desea disfrazarlos de alguna manera?

- Un conjuro reductor será suficiente.

- Muy bien.

El señor Borgin se inclinó levemente hacía él, como muestra de respeto antes desconocida, y se apresuró a cumplir sus instrucciones. Los volúmenes se encogieron y él los ocultó en una discreta bolsa escarlata, tendiéndoselos al otro hombre, quien los aceptó con un grave asentimiento. Borgin no desvió los codiciosos ojos de su figura mientras éste los revisaba para comprobar que todo estuviese en orden.

- Cuenta con mi agradecimiento, señor Borgin. Creo que esto… - introdujo la mano en su capa hasta obtener una reluciente esfera dorada del tamaño doble de un puño - saldará nuestras cuentas.

El vendedor amplió sus saltones ojos al máximo, sin acabar de creerlo, y aceptó para sí la esfera, después de lo cual la golpeó suavemente con los nudillos en la superficie, asegurándose de que no era hueca.

- ¿Es…? ¿Esto es oro?

El desconocido arqueó las cejas, con elegancia.

- ¿Acaso se merece usted otra cosa?

El señor Bogin tragó saliva varias veces, tratando de hallar la respuesta más adecuada. Sus manos se negaban a separarse de la esfera y tampoco desviaba la vista de ella. Aquel obsequio no sólo equivalía a quinientos galeones de oro, sino que era un objeto único, incapaz de hallar otro igual en la naturaleza, y completamente imbuido en magia.

Si había unos segundos ya había mostrado grandes cantidades de respeto, ahora su cuerpo entero parecía inclinarse al servicio de su poderoso cliente.

- Muchísimas gracias, señor. Muchísimas gracias. Si fuerais tan amable de indicarme el modo para corresponder su generosidad…

Sus palabras fueron interrumpidas por el desconocido con un gesto sentencioso.

- Al contrario. Para mi ha sido un placer hacer negocios con usted, señor Borgin. Tal vez algún día nos encontremos de nuevo.

-Claro, señor. Tan pronto como usted desee.

Finalmente, con plena confianza en que el oro bastaría para comprar el silencio de Borgin, aun cuando dicho silencio fuera únicamente debido a la esperanza de recibir otra pieza semejante algún día, el hombre se colocó la capucha de su capa alrededor de la frente, ocultando así su rostro, y camino hacía la salida de la tienda. Había conseguido su propósito. Ahora debía marcharse.

Su mano había alcanzado ya el picaporte cuando, de nuevo, la voz de Borgin lo detuvo, resonando desde su espalda.

- ¡Señor!

El desconocido atendió la llamada y giró el rostro hacía él con una pizca de desesperación que quizá quedara reflejada en su mirada esmeralda, sumergida en falsa ira. Pero su expresión había cambiado radicalmente; parecía ahora más viejo que nunca, no únicamente viejo, sino ajado. Rendido ante las adversidades de una vida que había sido torcida en su contra sin razones más válidas que la de un odio injustificado.

En la profundidad de esos que un día pudieron ser azules, pero que ahora habían sido corroídos por el tiempo, habitaba una tristeza y una desesperación tan profunda que el otro se sorprendió por no haber percibido antes. Los ecos de una pasado perdido. La ilusión arrebatada de un muchacho joven y entusiasta que, junto a su hermano, decidió haber realidad su sueño y abrir una tienda de reliquias mágicas con capacidades sorprendentes.

- Señor… ¿Cuándo…? ¿Cuándo resurgirá el Señor Tenebroso?

El comprador lo examinó con atención durante apenas unos segundos, que pesaron sobre su corazón del mismo modo de sus latidos; siempre huella tangible del tiempo que se esfumaba. Sin embargo, algo en aquella expresión tan anhelante, en su evidente desesperación, en esa muestra de temerosa esperanza… trajo a su memoria recuerdos de él mismo. Por primera vez, pensó en él y en aquel viejo hombre como seres que pudieran no ser tan diferentes. Y, aun sí se colocaba a sí mismo en un riesgo, supo que él merecía una respuesta.

- Todo su tiempo, señor Borgin. Todo a su tiempo… Él no nos defraudará.

No giró el cuello para observar la reacción del anciano mientras asimilaba sus palabras, ni permaneció en aquel establecimiento para escuchar su posible contestación. Por el contrario, con la mercancía adquirida bien adherida a su mano, atravesó la entrada de la tienda y mantuvo un ritmo tranquilo mientras su figura aún pudo ser divisada a través del cristal del escaparate. Una vez que la distancia alcanzó los seis metros, el desconocido aceleró el paso; y, poco después, comenzó a correr.

Corrió y corrió, y se negó a detenerse hasta que varios minutos hubieron pasado. Para entonces, su antaño imponente figura había menguado, reduciéndose algunos palmos en altura y en tamaño. Sus ojos continuaron siendo verdes, ocultos tras las mismas gafas, pero sin rastro de su barba y su lago cabello. Su rostro se convirtió en el de un niño entrante en las primeras fases de su adolescencia.

Con la respiración descontrolada por el esfuerzo y el corazón palpitando tan fuerte que, en algún momento, temió pudiera escapársele de su pecho, dicho niño recostó su espalda contra la vieja pared de ladrillos e, involuntariamente, sus labios se torcieron en una reluciente sonrisa. ¡Lo había logrado! ¡Tom podría contar con una oportunidad ahora!

Debía regresar a casa y comunicárselo lo antes posible.

Sin perder la sonrisa, Harry Potter extrajo un pequeño traslador de uno de sus bolsillos y agitó la varita ante él, murmurando unos pocas e imprecisas palabras. Cerró los ojos y lo aferró con su palma, mientras con la otra sostenía fieramente la bolsita escarlata. A los pocos segundos, se produjo un pequeño estallido y el joven Potter desapareció del callejón, sin que nadie fuera testigo y sin dejar ningún rastro que lo evidenciara.


La madrugada había alcanzado a Prive Drive. No había luna, por lo que las estrellas resplandecían con mayor intensidad en el Cielo. La mayoría de los vecinos se hallaban durmiendo, en la seguridad de sus dormitorios y sus camas, tal vez en la compañía del ser amado, aunque a algunos desafortunados les restasen pocos minutos de sueño, pues pronto habrían de despertarse para iniciar la jornada laboral.

Entre los que aún no se habían acostado, destacaba un niño, un niño que pronto dejaría de serlo, pues en pocos días cumpliría los doce años, fecha que para muchos marca el inicio de la adolescencia. Harry Potter permanecía despierto desde hacía casi dos días, en los cuales, sus ojos, ojerosos y enrojecidos por el transcurso del tiempo, no se habían apartado de los gruesos volúmenes de tapas oscuras que cubrían las baldosas de la habitación, excepto para asearse e ingerir pequeñas cantidades de alimentos.

Del triunfo que lo invadiera cuarenta y ocho horas antes, después de que el plan diseñado por él y por Tom hubiera sido un éxito, únicamente restaban pequeñas volutas de humo que se difuminaban más y más con el gastar de las páginas. Había registrado, palabra por palabra, el contenido de cada una de ellas. Y seguía sin encontrar nada. Nada que pudiese resultar útil para sus propósitos.

~ Harry, es suficiente. Ahora necesitas dormir. Olvídalo y descansa. ~

El Diario de tapas renegridas se hallaba a poca distancia de él, sobre el almohadón de la cama, y el muchacho no se sorprendió cuando dichas palabras aparecieron en él surgidas de la nada. Sin embargo, sí se cuestiono si aquella sería la primera vez que Tom escribía esas palabras, o por el contrario, llevaba sugiriéndoselo ya algún tiempo. Tal era el efecto de la magia que imbuía esos libros.

No te preocupes tanto por mi. Todavía puedo aguantar un poco más. Estoy seguro de que en este encontraré algo.

~ Harry, no. He dicho que ya es suficiente.

El joven mago percibió como si una aureola cálida se instalara en su pecho y, pese al cansancio, sus labios se curvaron en una sonrisa inevitable. Amaba sentir el afecto de Tom hacía él. Su conexión tan perfecta…

A decir verdad, los últimos meses en la escuela la había extrañado mucho. Por supuesto que jamás habían dejado de comunicarse, hacerlo durante demasiados días conllevaba en él un estrés inimaginable, pero sí había comenzado a guardarse secretos. No porque quisiera ocultarle las cosas, sino más bien… porque no deseaba inquietarlo, o peor aún, sentir su desaprobación. El asunto del cancerbero, su profunda amistad con Hermione — de la cual si había hablado, pero Harry sabía que había intentado disimular la intensidad de sus sentimientos —, su decisión de robar la Piedra… Pequeñas cosas sin trascendencia pero que impedían que su unión fuera tan perfecta como lo había sido, o como lo era de nuevo.

Desde el primero día de vacaciones, Harry había decidido que tal situación debía llegar a su fin; y durante largas horas, lo había confesado todo. Sorprendentemente, la reacción de Tom no había sido tan mala como hubiera temido.

Por favor, Tom. Te lo ruego: dime algo. Merezco que estás enfadado, pero…

"No lo soportaré si me odias…"

Aquello no se atrevió a escribirlo.

~ No estoy enfadado contigo, Harry. Sólo necesitaba tiempo para reflexionar. ~

Ah, ¿no?

~ Por supuesto que no, pequeño. Entiendo porque no me contaste aquellas cosas. Y aunque me decepcione que no confiaras en mi, también es culpa mía. Hubo una realidad muy importante que pase por alto. ~

¿De verdad? ¿Cuál es?

~ Te estás haciendo mayor. Has crecido. Ya no eres un niño. Ya no me necesitas para tomar tus propias decisiones. ~

¡No! Yo siempre voy a necesitarte, Tom.

~ Pero no del mismo modo. Siempre voy a preocuparme por ti, Harry, especialmente cuando acometas riesgos estúpidas. Pero prometo que intentaré no enfadarme y respetar tus decisiones. Después de todo, equivocarse es la mejor forma de crecer. ~

Gracias, Tom. Yo te prometo que, a cambio, siempre confiaré en ti.

Después de aquella conversación, Harry sintió como si todos sus miedos y cargas más pesadas hubiesen desaparecido. Se sentía liviano y feliz. Feliz porque Tom no se hubiese enfadado, pero también porque comenzara a dejarlo de ver como un niño, para pensar en él como una persona casi madura. Ante todo, feliz por haberse confesado y porque de nuevo había restablecido su unión con él. Tom era la persona más importante en su vida y jamás podría sustituirlo por nada ni nadie.

Por supuesto, aquel no fue el único tema que habían discutido. El enfrentamiento con Voldemort y Quirrell también había sido una parte importante en sus declaraciones. Aún más sorprendente, Tom tampoco lo culpaba. Es más, había ayudado a Harry a librarse de su culpa, aunque un residuo de ésta si permaneciera allí, apalancado en lo más oculto de su corazón.

Pero… él no pudo resurgir por mi culpa. Es culpa mía que tú aún estés preso en este Diario. Lo estropeé todo.

~ En primer lugar, no es culpa tuya. Él te ataco primero; tú únicamente te estabas defendiendo. Y en segundo lugar, él no es yo. Aún si hubiese resurgido hubiera sido un hecho totalmente desenlazado conmigo. Y tampoco creo que sea mi yo real, el que se desunió conmigo. ~

No lo entiendo.

~ Bueno, realmente no estoy en posición de afirmarlo con seguridad. Mis memorias son completas hasta la edad de dieciséis años, momento en el que creé este Diario. A partir de ahí, yo dejé de ser yo. Y mis recuerdos dependen de la información que depositó en mí, mi yo original. ~

Pero, de alguna manera, tú sigues siendo él.

~ Si. Soy la encarnación de un pedazo de su alma. Siempre permaneceremos conectados a causa de ello. ~

¿Y el antiguo Voldemort? ¿Y él que yo vi esa noche?

~ Poseo teorías. Mi yo original, después de crearme a mi, creo otros cuatro horrocruxes para que lo mantuvieran con vida indefinidamente. Así, hicieron cuatro pedazos de su alma, más la que aún portaba en su propio cuerpo. La noche en que la maldición asesina rebotó contra él, esa parte de su alma fue destruida, pero su ser no murió porque todavía pervivimos las otras cinco. Lo que tú viste anoche… es un eco perdido de su conciencia. Un ente que no puede morir, porque en realidad no está vivo. El reflejo de lo que fue. Un contenedor que preserva su magia, sus memorias, sus objetivos… pero que no puede hacer uso de ellos. Una sombra. ~

¿Y qué ocurriría si hubiese conseguido la Piedra?

~ No puedo precisarlo. La Piedra le hubiese generado un nuevo cuerpo. Hubiese vuelto a ser yo, sin serlo del todo. Probablemente, hubiera dado como resultado un ser inestable, obsesionado con los últimos momentos de vida de su predecesor, pues son los que él recordaría más plenamente. ~

¿Y no existen más horrocruxes? ¿Tu yo antiguo no fabrico un plan de reserva por su algo fallaba?

~ De nuevo, entramos en las teorías. Tengo algunas sospechas al respecto, pero prefiero no compartirlas todavía. ~

Harry no insistió. Por un lado, porque sabía de antemano que sería inútil. Por otro, porque era la primera vez que Tom se sinceraba con él a tal grado, demostrando que sus palabras anteriores eran ciertas, comenzaba a verlo como un adulto. Los Horrocruxes, Voldemort… eran cosas que Harry intuía porque él había dejado entrever, pero jamás en una conversación tan abierta e importante como esta. Le estaba muy agradecido a Tom por ello y todavía más decidido que antes, si es que acaso fue posible, a no traicionar dicha confianza.

¿Qué ocurre con la Piedra? ¿Crees que servirá para ti?

~ Desde luego, es una gran hazaña que la hayas conseguido; aunque temo que este hecho pueda alertar a Dumbledore sobre ti. Se trata de un objeto mágico con valor incalculable y, de un modo u otro, siempre nos resultará útil. ~

¿Pero servirá para concederte un cuerpo?

~ Mi caso es extraño, Harry. Además de un horrocruxe fui diseñado con otras funciones complementarias. Tal vez… ~

Tal vez, ¿qué?

~ Tal vez sea necesario recuperar algunos volúmenes con información al respecto. ~

¿Volumenes?

~ Si. Dos de ellos escritos por mí. El resto los obtuve en mis viajes por Egipto y la Selva Negra. ~

¿Y dónde puedo encontrar esos libros?

~ Ocultos en la vieja tienda donde un día trabajé. En la despensa privada de Borgin and Burkes. ~

Obtener un frasco de poción multijugos supuso fácil tarea, esencialmente, debido a la ilimitada cantidad de piezas de oro que, gracias a la Piedra, mantenía a su disposición. Bastó con solicitar el pedido y aguardar pacientemente a que una lechuza de alas negras acudiera a entregárselo. Por contra, conjurar el traslador ilegal había requerido un mayor número de esfuerzo y habilidad. Aunque las instrucciones de Tom fueron precisas y facilitaron mucho el trabajo, Harry ni siquiera tenía permiso para realizar magia fuera de la escuela, por lo que tuvo que obligar a Vernon a alquilarle una pequeña habitación en un hotel muggle, en el centro de Londres, donde el número de magos era lo suficientemente alto para que el Ministerio no percibiese nada extraño en una demostración de magia.

Lo más complicado había sido asimilar su papel, pues el aspecto no era suficiente. Debía convencer a Borgin de que realmente acudía en nombre del Señor Tenebroso, hasta que accediera a venderle dichos libros. El oro, por mucho que fuese, no bastaría para que se los entregara de cualquier otro modo.

Harry había ensayado varias veces frente al espejo, intentado visualizarse con el aspecto de aquel muggle gigante que se había hospedado en el mismo hotel que él en Londrés, cuyo aspecto había llamado su atención y, tras robarle algunos cabellos, había sido elegido como representación del su propio "yo". Por alguna razón, Tom había sugerido que deshiciera el encanto de sus ojos, para mostrárselos tal cual eran, de fulgurante color verde, y que conservara las gafas. Aun así, si alguna vez el señor Borgin y él coincidían con su auténtico aspecto, sería del todo imposible que éste lo reconociera.

¿Estás seguro de que no nos delatara? Me inquiera haber revelado demasiado. Él no parecía un hombre en quien confiar…

~ Y no lo es. En cierto sentido, su vida ha sido una tragedia. ~

¿Por qué?

~ Él y su hermano provenían de una familia de antiguos magos venida a menos. Es decir, que poseían la sangre pero carecían de dinero. Sin embargo, ambos se sentían muy orgullosos de su herencia. Tras finalizar el colegio, juntos viajaron incasablemente alrededor del mundo en busca de objetos mágicos, viejas reliquias pérdidas de nuestra civilización. Las pirámides de Egipto, los templos Mayas, las tumbas del Sahara, los santuarios del Himalaya… Al cabo de los años, habían reunido tantos tesoros que no sabían bien que hacer con ellos. Y decidieron abrir su tienda. ~

¿Borgin&Brukes?

~ Si. Sus primeras reliquias eran piezas tan únicas y exquisitas que pronto se extendió fama. Sus bolsillos comenzaron a rebosar de oro, y más importante, las puertas de la más alta sociedad elitista les fueron abiertas. Se convirtieron en una más de las familias que constituían el núcleo de la sociedad mágica a finales del siglo XIX. Incluso el Primer Ministro de aquellos tiempos les entregó un premio por sus contribuciones a la Historia de la Magia. ~

¿Y qué ocurrió después?

~ Por desgracia, las cosas cambiaron. Definiciones como magia oscura llegaron a ser consideradas como demostraciones del mal. Los Defensores de la Sangre descendieron hasta convertirse en mentes retrógradas y peligrosas para lo sociedad. Muchos rituales de magia fueron prohibidos y condenados los magos y brujas que los practicaban. El hermano de Borgin fue uno de ellos. Resultó atrapado por una cuartilla de aurores, quienes le tendieron una trampa, y murió en Azkaban. La tienda de ambos fue clausurada y, con amargura, a Borgin no le quedo más remedio que desplazarse y reinaugurarla de nuevo en uno de los peores sectores de la sociedad, entre ratas y alcantarillas, donde los magos sangre pura acuden todavía atraídos por las viejas prácticas, pero ocultos con temor en medio de las tinieblas que brinda la noche. ~

Harry meditó un momento en las palabras de Tom, y a su memoria retornó el lisiado vacío que había detectado escondido en los ojos del anciano. Así que esta era su triste historia, el origen de su dolor. La destrucción de sus sueños, la injusta clausura de su tienda, la trágica pérdida de su hermano. ¿Por qué? ¿Cuál era la causa de tanto sufrimiento?

Me parece una historia horrible.

~ Lo es. Con el tiempo, el entusiasta joven que una vez recorrió el mundo en busca de aventuras y reliquias, desapareció; en su lugar sólo quedó el viejo Borgin, un hombre avaro y tacaño, que no siente interés ni conmiseración por nadie excepto por sí mismo. ~

~ Por eso él jamás nos traicionará, Harry. Y como él existen cientos. Miles de personas cuya vida ha sido arrebata y todavía recuerdan… Son ellos quienes defenderán nuestra causa hasta el final. Quienes siempre hallarán razones para luchar por la magia. En ellos siempre seremos capaces de encontrar seguidores. ~

El muchacho se sintió totalmente imbuido por sus seductoras palabras. Prácticamente, visualizaba los rostro desconocidos de los que Tom hablaba; sin haberlos conocido nunca, podía imaginar sus vidas, sufrir por su injusto dolor. Él formaba parte de ellos. Y deseó, más que nada, ser él quien rectificara esa situación. Quien los vengara.

Tal vez fue la emoción más intensa que había experimentado en sus casi doce años de vida.

Nosotros los ayudaremos, ¿verdad Tom? Cuando recuperes tu cuerpo, ¿ya no tendrán por qué esconderse?

~ Nunca más. Y tu estarás a mi lado. Juntos, vengaremos lo que ellos sufrieron y devolveremos la magia ala esencia que le corresponde. ~

Haré mi mejor esfuerzo para ayudarte.

Prometió, jurándose a sí mismo que realmente trabajaría duro para lograrlo. Tal vez no hoy, ni mañana. Tal vez no con los libros que con tanto esfuerzo había reunido esta vez, tal vez con otros diferentes. Pero un día, él ayudaría a Tom a recuperar todo su poder; y entonces, nada ni nadie podría frenarlos.

~ Entonces duerme, Harry. Es muy tarde ya, y necesitas recuperar fuerzas. Mañana seguiremos investigando. ~

De nuevo, la preocupación que Tom mostraba por él le enterneció. Y, dado que prácticamente sus párpados se cerraban solos, decidió obedecerle.

No había prisa. Un día lo lograrían.

Buenas noches, Tom.

~ Que descanses, pequeño. ~


¡Konichiwa! ¡WoW! Todavía no puedo creerlo. Después de sólo dos semanas, aquí está completo y términado el epílogo de Lores of the Dark. Debo decir que me siento muy orgullosa del resultado, pues creo que ha quedado exactamente como yo deseaba. Vemos que Harry ha crecido en el trascurso de las vacaciones y que su última aventura le ha servido para madurar. Su relación con Tom sigue firme y cada vez se propone retos más osados, a fin de conseguir su retorno. Antaño fue la Piedra, ahora unos viejos libros.

También he disfrutado mucho escribiendo la historia del señor Borgin, pues fue por completo inintencional. Mientras escribía, iba surgiendo en mi cabeza y supe que debía añadirlo. Y la conclusión, súblime. Cada vez nos acercamos más a lo que, en el futuro, será considerada la pareja Tenebrosa más poderosa de todos los tiempos, XD.

Ahora en serio, perdonan mis delirios, es que estoy contenta y la adrenalina se descontrola. Confio en que hayáis disfrutado el capítulo, y que haya quedado a la altura de vuestras expectativas. De esta forma inicio un nuevo proyecto y sería un sueño para mi, recibir por ccon él tanto apoyo como me brindastéis los números lectores de la precuela.

Para el próximo capítulo, compareceran los duendes, los viejos amigos de Harry, Tom de nuevo, por supuesto, y un personaje cuya aparición muchos lleváis reclamando durante largo tiempo. Además os prometo una nueva jugada maestra de Harry, que poco a poco va limando las uñas (XP). Hasta entonces, ¡cuidaos os mucho!

Con ilusión, Anzu.

¿REVIEWS?