{{Ciento once}}
Fox, olvídame. No quiero saber nada más de ti. Borra mi número. Borra mi correo. No quiero que me hables más.
Esa era la último que había oído de él, y de eso hacía tres años. Tenía la fecha de la última vez que lo había oído hablar marcado a fuego en la mente, como una condena eterna. Diez de agosto. De hace tres años. A las tres y media de la tarde.
Los días siguientes fueron pasando lentos, iguales, sin nada que los hiciera especiales nunca más. Fox se mezcló entre la gente, cabizbajo, casi escondiendo la cara en abrigo gris. Sentía esa cosa en el pecho como de presión que lo hacía llorar de cada poco y que no se había ido en esos tres años.
Había intentado no llorar. Había intentado no coger el teléfono y marcar el número de Falco una y mil veces con las manos temblando sin atreverse a tocar el botón de llamada. Él se lo había pedido y era como una traición el no cumplir con lo que le había dicho, pero le hacía demasiado daño el no poder llamarlo, el no poder hablar con él. Lo peor de todo era no saber si seguía vivo o no más que por rumores y por el periódico. Él era uno de los únicos que pedía las misiones de alto riesgo. En los últimos dos años había llevado a cabo más de trescientas misiones, desde escolta de naves cargueras hasta la caza de los asesinos más sanguinarios de toda la galaxia. Fox temía que un día en las esquelas encontrase su nombre, y entonces el corazón del zorro se pararía con solo leer unas cuantas letras. No podría soportar otra pérdida como esa.
Había vivido en una constante obsesión desde que había hablado con él la que sería la última vez. Hoy hacía frío, y el zorro solo quería comprar algo de chocolate a las tres de la mañana, porque era él quien se encargaba de cotillear lo que tenía en la despensa y le iba comprando lo que le hacía falta y ahora no estaba y se le olvidaba el comprar, y luego volvería a casa a llorar un rato, quizá. Hoy tenía mucha gana de llorar. Lloraría preparando el chocolate, lloraría poniéndole azúcar y revolviéndolo porque se quemaría la lengua y se pondría triste por esa simple tontería.
Fox entró en el veinticuatro horas pequeño de cerca de su casa y fingió una sonrisa a la tendera que le dio la bienvenida. Parecía que había alguien más hoy en la planta baja, se alegraba por ella. Subió al segundo piso donde se ubicaba la mayor parte de la alimentación y algo del bazar. Los precios eran algo más altos allí, pero realmente hoy no tenía ganas de esperar a comprar al día siguiente. Le apetecía mucho tomarse un chocolate caliente.
A esas horas las luces estaban bajas y lo incitaban a dormir un rato, aunque ahora estaba cansado casi siempre en realidad.
Echó un vistazo a los mostradores. Un paquete de chocolate a la taza en polvo. 4'80. No es tanto. Una pizza que no sabría tan bien como las que él hacia, pero la quería. 2'80. No es tanto. Su champú favorito. 2'75. Barato. Había una manta grande como las que se ponían en las cunas de los bebés, y realmente Fox la quería. Hoy le apetecía algo que se sintiera suave y caliente contra su piel cuando por fin pudiera dormir y la sensación de algo así cuando se despertara con el estómago revuelto por los nervios.
Fox fue al piso bajo por fin, y allí miro unas revistas y el periódico nuevo. Le echó un vistazo rápido a las esquelas antes de que la chica se diera cuenta. Nadie conocido. Suspiró aliviado hasta mañana. Vio unos cereales que solía comer en la Great Fox, y más por recuerdos que por otra cosa llenó una bolsa pequeña para comerlos por la mañana, a ver si eso entraba cuando tuviera hambre... Si es que la tenía.
-Son 20'50, Fox.
-Aquí tienes.
-Gracias. ¿Quieres una bolsa?
-Ya la traigo, gracias.
Esa era la única conversación que había tenido en unos días. Mientras se alejaba, oyó cómo la chica despachó a alguien más. Esa persona iba corriendo por la calle cuando él abrió la puerta.
Su casa estaba fría, estéril, indeseable. Le cayó como piedras en los hombros y el pecho y quiso llorar, pero no pudo.
Los cristales de la cocina estaban empañados y para ver encendió la luz de la campana extractora. Todo su maldito piso estaba vacío de vida. Puso el chocolate en la leche, el tiempo necesario en el microondas. Ya no tenía ganas de ser el líder de un gran equipo como lo había sido antes de este paréntesis de cinco años que habían acordado. Se sentía inútil al no poder avanzar. Había intentado olvidarlo, pero ¿cómo vas a ser capaz de olvidarte de alguien que te había acompañado durante tanto tiempo? Ya no sabía si llevaban quince, dieciocho años siendo amigos. La verdad es que no importaba.
Mientras gira la cuchara en el chocolate su cuerpo convulsiona y las lágrimas caen por su rostro. Ahí está, ahora va a poder aliviarse un poco. Echa un trago a la bebida caliente. Está muy bueno. Apaga y se lo lleva al sofá, en zapatillas y pijama, la mitad del vaso ya y sigue llorando. Se queda acostado un buen rato, dándole ligeros tragos y abrazando la almohada. ¿Por qué seguía doliendo si hacía tanto tiempo desde aquello? Era estúpido. No había llorado tanto desde... Desde que su padre había muerto, probablemente. ¿Temía por Falco o simplemente lo quería? No había mucha diferencia.
Coge su teléfono. Pasa las fotos, una a una. Los recuerdos se apelotonan en su mente. Hace mucho que no hace esto. Otro trago de chocolate. Pasa su zarpa por la manta. Calentito como un abrazo. Pasa otra foto. Le hubiera gustado que ese abrazo se lo hubiera dado él. Otra foto. Otra. Otra. Sus ojos empiezan a cerrarse. Deja el teléfono a un lado en la mesilla y se duerme allí sin pensarlo dos veces. Hoy había sido un día triste, como otros cualquiera que pasaban en su vida.
Los ojos le ardían de llorar. Fox los cierra y trata de concentrarse en dormir, pero no puede, como todos los días de su vida, así que coge el teléfono para volver a repasar todas esas fotos una vez más. Mil ochocientas. Las sabe todas ya de memoria.
A la mañana siguiente el zorro se despierta en el sofá con el móvil en la mano. ''Eres un idiota'', se dice a sí mismo. Viendo que el aparato está bajo de batería piensa en él. Es lo primero de lo que se acuerda cada mañana. ''Estúpido''.
Como todas las mañanas se levanta y se da una ducha con su champú favorito. Se desenreda el pelaje con sumo cuidado y después, envuelto en una bata que tiene desde hace años, va a tomar unos cereales por fin. El silencio del piso lo mata. No oye el ruido el motor, no oye a los demás hablar, no oye a ROB notificando cosas. No oye a... Deja de pensar, mirando fijamente los cereales. No puede seguir así.
Toma una bocanada de aire, le da un sorbo al zumo. Traga. Su estómago le dice que pare, el dice que siga un poco más, tiene que comer algo, pero el silencio es insoportable, así que decide encender la radio y la sintoniza en las noticias. No es que vaya a hacerle caso.
Le lleva tiempo comer y se aburre un poco. Mira el mar por la ventana y el mar le recuerda a Zoness. Suspira. Mira a los coches mejor. Los ciudadanos trajeados y los militares van caminando tranquilamente a sus trabajos, y muchos de los cadetes ya se van acercando a la academia. Se acaba el zumo allá, colgado de la ventana. Tiene que salir a volar algún día si no quiere que se le estropee el Arwing, hace más o menos un mes que no lo toca para nada.
Aún no ha empezado el día y no se le ocurre en qué pasar el tiempo. Él no está hecho para ese tipo de vida y le cuesta intentar ser un ciudadano normal, con sus quehaceres normales. No tenía que hacer nada de nada. Ni un trabajo ni una obligación.
Fox toma el teléfono y marca. Un ocho. Un siete. Un tres. Un seis. Número a número. ''Borra mi número''. Con eso no es suficiente cuando lo marcas una y mil veces durante años, día si, día también, pero no toca la tecla de llamada. Tocar esa tecla significa traición. Poquito a poquito los borra, tira el móvil al sofá. Lo pone a cargar. Necesita salir un rato, despejarse.
El cánido toma la cartera y el abrigo gris, no necesita nada más, y hoy es un día muy claro y nublado y la luz le molesta. Camina sin un rumbo determinado por las calles futuristas de Corneria. ¿Vamos al cine? Sí. Vamos al cine. Escoge una película sobre Katina de acción y mientas come palomitas y toma un refresco no le parece tan mala. A estas horas la sala más pequeña esta vacía y el ambientador de manzana ha sido recién dispersado. De cada poco la acomodadora aparece por allí para echarle un vistazo a la pantalla y al zorro que se ha repantingado en el asiento desde ya hace un rato.
Cuando mira el reloj son las diez y media y el día acaba de comenzar y piensa en Falco. Está enfermo, sí. Tiene que estar enfermo. Seguro.
Entra en el museo de botánica a mirar plantas y maquetas de plantas y bichos. Ya se conoce todos los bichos. Ya se conoce todas las plantas. Son las once y diez y el día acaba de comenzar. Fox suspira. Esto es insoportable.
Se va a por un cómic, tiene dinero de sobra, así que Fox se va a por el cómic y nada le convence. Elige uno al azar al final y se lo lleva sin mirar ni siquiera de qué va. Le da un autógrafo a un niño que se lleva un par de cómics y que de paso se va a donde sea que va contento con su autógrafo a enseñárselo a unos amigos. Luego también le da unos a sus amigos. Llegan tarde a clase ya, hace cinco minutos que pasa de la hora de regreso del recreo.
Va por una pizzería. Una pizza pequeña, una bomba, de esa que tiene atún y un montón de queso y alcachofas y no sabe qué más, y que después le ponen otra capa de masa por encima para cerrarla. Mira mientras la hacen y cuando le dan la caja con ella aquello huele a gloria. A veces vive de pizza durante algunas semanas porque es lo único que le apetece en realidad. Eso no es saludable, lo sabe, pero ya no le importa porque de todas maneras no necesita ser saludable en estos momentos. Solo un año más. Solo un año y medio más y todo mejorará. En un año y medio todos estarán reunidos en la nave. ¿Verdad? Sí, claro. Tiene que ser así. Si Falco no muere antes, porque un año y medio es mucho tiempo y en un año y medio es muy fácil morirse eligiendo las misiones que él elige... Siente un nudo en la garganta. ¿Por qué su cerebro se empeñaba en hacerle esto? Las calles todavía estaban mojadas del día anterior y oía algunos pasos detrás de él. No les dio importancia ya que había mucha gente. Caminaba cabizbajo al igual que ayer.
Qué rica olía la pizza... Olía realmente bien. Y estaba muy calentita. En cuanto llegue a casa se comerá un buen trozo de ella y dejará un trozo para por la noche, porque cuando estuviese fría estaría mucho más rica.
Las llaves. Abre la puerta. Las deja en el recibidor. Va al salón. Abre la caja, coge una servilleta. Muerde. Deliciosa...
Así pasa un rato. Es casi tan buena como las que hacía él. Entonces se tiene que limpiar la mano porque la salsa escurre como un demonio pero no va a dejar de comer. Enciende la tele donde dan una serie de juicios y luego otro de cosas de Papetoon donde hay ganaderos todavía que le gustaba mucho.
Cuando mira el móvil ve que tiene un mensaje. Ocho. Siete. Tres. Seis... Abre el mensaje que dice ''estas hecho un desastre''. Y se enfada. No, hoy hablarte sería traición.
