Disclaimer: Harry Potter le pertenece a Rowling. Si fuese mío, entonces Draco iría con Harry a la Torre de Astronomía, y no para ver las estrellas precisamente...

Este fic ha sido creado para los "Desafíos" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black"

N.A: Estoy consciente que debo actualizar mis otras historias y traducciones, pero este reto ya tenía tiempo que debía estar arriba y por eso me adelanto a postearlo. Más que todo porque tengo la fecha límite encima :v En fin, espero que disfruten. Ah sí, esta historia sólo tendrá tres capítulos, y estará finalizada para el 20, así que no teman.

Y, ah sí, esto es un fic Harry/Draco en toda regla.


La gran apuesta

~o~

La pequeña (gran) travesura.

—Ahí tienes, hermano —informó Ron, exultante—. La apuesta es sencilla: besa a alguna persona en medio del Gran Comedor.

Harry sabía que algo le decía que aquello era una muy, muy mala idea. ¿Por qué aceptó en un principio? Ah, sí, los muchachos últimamente andaban comentado que, luego de haber terminado con Ginny, ahora le gustaban los hombres.

No estaban lejos de la verdad, pero eso no quería decir que le gustara alguien en específico.

Es sólo que luego de que hubo terminado la guerra, muchas cosas sucedieron: las personas cambian, su perspectiva es más amplia y Harry sabía que se comportaba como un viejo desdichado, pero su realidad era que deseaba terminar ese nuevo curso preparatorio en Hogwarts (como un octavo año, o algo así) y luego iniciar su nueva vida como auror.

Mientras Harry pensaba en todo lo que haría de ahora en adelante con su vida, Ginny no pasó ni una vez por su mente.

¿Deseaba alguien que él quisiera, no sólo por su condición de héroe de guerra, sino que le amara de verdad y formara una familia junto a él? Claro que lo anhelaba, fue una de las cosas que siempre quiso, pero ahora, en su situación actual, eso sólo parecía un buen sueño.

—Mira —comenzó Ron una vez más, sacando a Harry de sus cavilaciones—. Sólo tienes que pararte, buscar a una persona, la que más te guste. Pelirrojos, castaños… —con eso, hizo una breve pausa y con el encantamiento Señálame (modificado por Hermione), apuntó a cada persona con esas características en el Gran Comedor. Ron sonrió—. Tienes bastante para escoger, compañero. Hasta dejé a las chicas en la lista, ya sabes, para que no haya corazones rotos porque te gusta más un palo de escoba que la Snitch.

Y con eso, todos en el mesón de Gryffindor, o al menos los que estaban cerca de él y de Ron, rompieron en carcajadas. Seamus se puso tan rojo que Harry, casi, casi temió que se ahogara con el jugo de calabaza.

—Gracias, Ron, realmente eres un buen amigo —Harry masculló, el sarcasmo brotando de sus poros.

No se atrevió a mirar la sonrisa guasona en la cara de su amigo pelirrojo, más concentrado en picotear el puré de patatas, como si éste fuese el culpable de todos los males.

—No es gracioso, chicos —saltó Hermione, como no, en defensa de los incautos—. Y Harry, deja de mutilar tu comida, no tiene la culpa que Ron no termine de madurar.

—Pero Hermione, ¡fíjate todas las opciones que tiene y no quiere a nadie! —Ron comenzó a balbucear—. ¡Hasta tiene a rubios, casi todos en el Gran Comedor suspiran por Harry! —se quejaba de forma visible, pero Harry estaba más concentrado en las manos de su amigo que movía la varita donde aún permanecía activo el encantamiento, señalando de forma casi imperceptible a todas las cabezas rubias del Gran comedor.

Harry permaneció en silencio, una voz susurrándole en su interior que algo saldría mal y que ese sería un buen momento para echarse a correr.

Entonces, cuando Ron y Hermione peleaban, bueno, Hermione se comía a improperios y regaños a Ron por su incapacidad de buen juicio y sentido común al pedirle que modificara un hechizo puramente académico para algo tan vano y soez, el encantamiento se rompió, haciendo que todas las personas rubias que habitaban el Gran Comedor giraran sus cabezas en dirección al trío que despotricaba. Hermione a la derecha de Harry y Ron a su izquierda.

Harry sintió que se empequeñecía con cada segundo que transcurría y la mirada de más de cincuenta ojos se posaba sobre sí. Tragó saliva silenciosamente, Hermione y Ron enmudeciendo de inmediato.

El silencio se acentuó un poco en el recinto, casi como en una espera tensa y oscura.

Entonces, la voz de Dean sacó a Harry de sus tormentosos pensamientos.

—Harry, deberías, bueno no sé, pero creo que deberías hacerlo… ya sabes, sino los rubiecitos te hechizarán hasta el olvido.

Y tenía razón. Aunque haya sido idea de Ron, los ojos de aquellas personas le observaban a él, como si fuera el culpable de que el encantamiento les haya hecho lo que se supone que les hizo.

—Harry, no tienes que-

Pero Harry se incorporó con brusquedad y Ron automáticamente le dio un palmazo en la espalda.

—buena suerte compañero.

Y Harry le dirigió una mirada que prometía… cosas.

—Ya hablaremos, compañero.

Tragó saliva y Hermione sonrió, susurrándole a un pálido Ron: te lo dije.

Cuando Harry salió de su puesto en el mesón de Gryffindor, ahora todos los ojos, o al menos la mayoría, estaban puesto sobre él, pero Harry sabía quiénes eran las personas que el encantamiento había señalado anteriormente. Una mirada de soslayo a la mesa de las serpientes le indicó que un par de ojos grises tormentosos le observaban.

Oh mierda.

Rubio, ojos grises, perfil afilado: un Malfoy.

El encantamiento también le había apuntado. La vida era una hija de perra.

Pero, ahora que lo veía bien, ahora que su mirada no era un fugaz avistamiento, la expresión en el rostro del rubio indicaba todo menos desdén u odio. Le observaba porque seguramente el encantamiento hizo algo en él, pero no porque quisiera, es más, parecía que deseaba con ahínco intentar pasar desapercibido en medio de todas aquellas personas que, seguramente, le indicaban hostilidad.

Y Harry llegó a la inesperada y epifánica conclusión que Malfoy era perfecto. Quizá así dejarían de joderle, quizá no le utilizarían más ni estarían jamás a la expectativa de que el chico dorado podría estar disponible.

Resuelto, caminó a la mesa de Slytherin, quedando frente al rubio de mechones platinos y ojos grises tormenta que aún le observaban.

—Malfoy —fue introductorio o un saludo, no le importó—. ¿Podrías pararte?

El tiempo y las personas le enseñaron que si no utilizaba su posición como héroe, las respuestas serían más amigables.

Esperaba alguna respuesta desdeñosa, más no esto.

— ¿Y por qué, si se puede saber, oh aclamado salvador? —el sarcasmo no provino de Malfoy, que seguía silencioso y tenso, sino de Pansy Parkinson, que sujetaba el brazo del rubio protectoramente.

Harry no le hizo caso, pero frunció el ceño.

— ¿Puedes pararte?

— ¿Es una orden disfrazada, Potter?

Esta vez fue Blaise Zabini quien salió. ¿Qué coño les sucedía?

—Miren, no se met-

— ¿O qué? —atacó Pansy—. ¿Si no te hacemos caso nos echarás a las mazmorras? Muy Gryffindor.

¿Ahora que le sucedía a esos dos? Él sólo quería que Malfoy se incorporara para terminar con ese maldito teatro. Todo mundo le observaba.

—No, Parkinson, no haré tal cosa —espetó.

—Seguro que eso me tranquiliza —masculló en voz baja Blaise, Pansy le sonrió y se apretujó más al silencioso Malfoy.

Harry llegó a su punto de ebullición. Sin importarle que Pansy se lastimara o no, sujetó la corbata verde y plateada del rubio, halándola hacia él. No le importó que todo mundo en el Gran Comedor le observara, después de todo esa era la idea: sujetó a Malfoy, lo haló hacia sí y le besó.

No fue un beso como tal, más bien fue un choque brusco de labios contra labios, pero seguramente, para todos los habitantes de Hogwarts, aquello sería un apasionado beso de amantes.

Hubo un jadeo colectivo y un par de gritos. Malfoy por supuesto, se puso tan pálido y tenso que Harry creyó que se iba a desmayar. La cara de Pansy se desencajó en un grito silencioso y Blaise parpadeó como búho con exceso de cafeína.

Harry se alejó lentamente, lo primero que a su mente llegó fue: apuesta realizada.

Entonces, sus ojos esmeraldas se posaron en un trémulo Malfoy que le observaba con el rostro impávido, pero su cuerpo temblaba y sus labios se movían, como si quisieran gritar y no podían. Harry sintió que debía disculparse por meter al rubio en aquello, por no pensar en él aunque realmente poco le importara, pero Harry practica la ferviente religión: sus problemas sólo son de uno.

—Malfoy…

Harry estaba seguro que le hechizaría, pero contra todo pronóstico, el rubio salió corriendo del Gran Comedor, Pansy correteando tras él mientras Blaise Zabini le contemplaba en mudo silencio que prometía dolorosa venganza.

Harry parpadeó unas cuantas veces, incapaz de creer que Malfoy no le haya maldecido, insultado, ¡nada!

— ¡Sr. Potter!

Y esa era la voz de Minerva McGonagall.

Estaba jodido.

Continuará.