CUIDADO CON LO QUE ESCUCHAS… EN BAKER STREET

Fic escrito en colaboración con arcee93.

Disclaimer: Los personajes a continuación no me pertenecen, son del universo de Sir Arthur Conan Doyle y la adaptación de la BBC.

Capítulo I Las paredes escuchan

La señora Hudson subió las escaleras hasta el piso de Sherlock y John. No les había visto comprar comida y bien sabia ella lo descuidados que podían llegar a ser sus excéntricos, al menos de parte de Sherlock, inquilinos. Llevaba en sus manos un recipiente con el estofado que había preparado; Sherlock no podría resistirse, a su manera, amaba la comida de la amable señora.

El piso estaba vacío. Sin embargo, en la habitación de Sherlock se oían voces. Era evidente que ambos estaban en ella, puesto que sus voces sonaban alteradas como si discutieran. Con cuidado, dejó el recipiente en la cocina, extrañamente limpia, y se dispuso a partir; no quería escuchar una discusión de pareja. Entonces, cuando ya tenía un pie en la escalera, escuchó algo que la congeló en su sitio.

— ¡ES MUY GRANDE, JOHN! —se quejaba Sherlock con su mejor tono manipulador.

— Seguro que has visto peores, Sherlock —contestó Watson con la voz contenida, llenándose de paciencia, seguro, pensó la señora Hudson con su vena de cotilla despierta.

— ¡No te dejaré! ¡Mira, está goteando!

—Sherlock, no me hagas perseguirte —gruñó John. —Sólo acuéstate y bájate los malditos pantalones—. A la señora Hudson casi le da un ataque. ¿John Watson pervirtiendo o, peor aún, forzando a Sherlock? —No me mires así, no tengo ningún interés en ver tu pálido trasero—. Seguro que Sherlock estaba deduciéndole de nuevo. — ¡Maldita sea! ¡Ven acá, Sherlock!

Y empezó la verdadera función. La señora Hudson escucho cómo ambos hombres corrían por la habitación del detective, chocando contra los muebles, derribando todo a su paso.

Finalmente, el sonido de un cuerpo sobre otro siendo arrojado con violencia sobre la cama se dejó oír.

— Te tengo –susurró amenazador John. Ya para ese momento, la señora Hudson tenía la oreja casi pegada a la puerta. — Quédate quieto o usaré esas esposas en ti, Sherlock.

El detective consultor debió de rendirse, porque no volvió a llegar sonido de afrenta alguna. Convencida de que quizás sólo fuera algún extraño experimento de esos dos, se dispuso a marchar.

—John, me está goteando en la espalda, hazlo rápido —gimió el detective, vencido.

— No puedo si no te relajas.

La señora Hudson se quedó paralizada en su lugar. Definitivamente, esos dos estaban haciendo algo indecoroso.

— Sólo, métela ya —ordenó Sherlock.

— Como quieras —suspiró cansado el médico.

— ¡Te recuerdo que puedo montar la escena del crimen perfecta! —maldijo Sherlock con voz lastimera y frustrada al mismo tiempo.

— ¿Podrías, por una vez, hacerme caso y relajarte? Aún no he empezado—. La señora Hudson estaba ya hiperventilando. — Perfecto, ya verás que todo terminará rápido y podrás encerrarte en tu palacio mental de nuevo—. Sin embargo, el detective no cesó en su empeño irritante.

— Por qué la vida es tan cruel conmigo… Sólo quería resolver este caso… —seguía quejándose. — Por qué tiene que ser débil la carne y no permitir un sencillo experimento.

— Dame un segundo —contestó John concentrado tras pedir silencio. — Sólo respira y deja que acabe dentro —pidió con suavidad.

"¡Oh, Dios! John Watson era eyaculador precoz", pensó la señora, llevándose una mano al pecho.

— Listo. Ahora súbete los pantalones, Sherlock. No quiero tener que seguir viendo esta cara de ti.

— Oh, creo que me has dejado inválido —la ponderación escapaba de sus labios.

— No exageres —le regañó Watson.

— ¿Cuándo caminaré de nuevo? Esto duele mucho… —el detective maullaba cuan gato herido.

— Estoy seguro de que no ha sido tu primera vez, Sherlock —respondió condescendiente John. — Sabes que la sensación pasará en unos minutos.

"Oh, que brusco había sido John", pensó enfadada la señora Hudson, ¿cómo pudo robarle así la primera vez al tierno detective?

— Claro que ha sido mi primera vez. Sabes que borro de mi palacio mental la información inútil—. Y volvió a quejarse sonoramente. Por el sonido, Sherlock parecía estar rodando sobre la cama.

— Y por eso estás así —señaló Watson.

— Guardaré esto en mi palacio esta vez para recordar huir de ti —dijo el detective dolido.

"¡Oh, pobre Sherlock Holmes! ¡Qué salvaje ese John Watson!" Molesta con el doctor, la señora

Hudson bajó las escaleras y dio un portazo al llegar a su piso.

Al cabo de unas horas, consumida por la incertidumbre y, sí, la preocupación, la buena señora volvió a subir las escaleras hasta el piso de sus inquilinos. Las voces continuaban y, por supuesto, se quedó a escuchar.

— ¡Es asqueroso!

— ¡Abre la boca, Sherlock, y trágatelo todo!

— ¡No!

— ¿Quieres otra sesión como la de hace 8 horas?

— ¡Oh, no! —gimió el detective.

— ¡Entonces abre la boca, traga sin ver ni oler y deja de deducir qué es!

Esta situación tenía que acabar —se dijo a sí misma la señora Hudson mientras bajaba las escaleras más deprisa que de costumbre. Tomó el teléfono de su sala de estar y marcó el número de Scotland Yard.

Lestrade llegó al 221B rápidamente; el tono que había empleado la señora Hudson develaba que había observado o, al menos escuchado, algo muy traumático. La señora le abrió la puerta y, con un gesto, le invitó a subir al apartamento de Sherlock. Y lo que vio le hizo pensar que quizás ella tenía razón con lo de la violación.

Sherlock estaba más pálido de lo que ya era; caminaba con dificultad, casi como un pingüino, sudaba y alternaba miradas aterradas entre el reloj y Watson. El DI carraspeó, convencido de los hechos.

— Doctor Watson, acompáñeme a Scotland Yard.