Disclaimer: Inuyasha no me pertenece, es de la gran Rumiko Takahashi.

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Beso recreado: Sailor Moon, capítulo 162.


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El sonido que anunciaba el término de las clases se escuchó y Kagome -como siempre- tardo unos segundos en despejar su mente; al menos esa vez no se había quedado dormida sobre el pupitre como solía hacerlo.

Con expresión desanimada y lentos movimientos guardó sus cosas, respondiendo apenas en un susurro las preguntas que le hacían sus amigas. De alguna manera sentía todo molesto, cualquier pregunta, cualquier seña, cualquier voz lastimaba sus oídos. ¿Qué era eso? Hacia una semana no veía a Inuyasha por cuestiones de exámenes y ahora que habían terminado todo le fastidiaba, hasta llegó a pensar y a cuestionarse el hecho de seguir asistiendo al Instituto.

Salió del salón despidiéndose de las chicas con un movimiento, no quería ir todo el camino escuchando sus chucherías cuando estaba de esa manera; sentía impotencia por algo que aún no descifraba, un sentimiento pesado en su corazón que le decía perderás. ¿Perder qué?, ¿Qué eran esas voces en su mente?

Concéntrate Kagome, solo es un mal día —pensó soltando un suspiro, dejando que el viento meciera sus cabellos, relajándola de sobremanera.

Un momento, ¿Viento?

Su vista se levantó hacia el cielo, frunciendo el ceño al notar las nubes que amenazaban con volverse negras. No, simplemente imposible, ¿En pleno verano una tormenta? Casi inconscientemente llevo su mano a la altura de su corazón, aquella sensación se hizo más fuerte y una urgencia de ver a Inuyasha la asaltó.

Apretó su mochila contra ella y, en una acción desesperada, echó a correr sin importar que su falda se levantara con cada brusco movimiento. Sus ojos comenzaron a aguarse, su garganta se cerró y simplemente… dejó de pensar; lo único que su mente lograba procesar era la imagen del Hanyou, aumentando la sensación asfixiante de que algo iba mal. ¿Por qué en esos momentos?, ¿Qué era eso que aprisionaba su alma?

De repente, y como si todo confabulara en su contra, una niña se puso en su camino. Abrió sus ojos con sorpresa y, en un intento de no chocar con ella, frenó de golpe; tropezando con sus propios pies y cayendo bruscamente en el duro pavimento. Soltó un leve quejido tomando su tobillo, siendo completamente consciente de que se lo había torcido y de la sangre que comenzaba a brotar de su rodilla.

—Morirá.

Kagome levantó la vista con susto al oír la voz de la pequeña, parpadeando repetidas veces con su corazón acelerado al notar -con horror- que era un espíritu.

—¿Quién? —preguntó con cautela, sintiendo una pequeña gota caer en su rostro; comenzaba a llover, una tormenta y no cualquiera.

La pequeña, la cual estaba de espaldas a la pelinegra, volteo lentamente, ladeando su cabeza en un gesto terrorífico que provoco un sobresalto en la joven.

—Él… lo perderás —musitó, volviendo a darle la espalda y desapareciendo de golpe, dejando a Kagome con la palabra en la boca y con aquella sensación intensificada.

Las gotas comenzaron a caer con fuerza, mojando su uniforme y cubriendo las lágrimas que, sin darse cuenta, comenzaron a salir de sus ojos. La mano que estaba en su tobillo se dirigió a su corazón junto con la otra, apretando aquella parte con fuerza en un intento por calmar sus latidos, diciéndose que aquello no pasaría. Su cabello se mojó por completo en cuestión de segundos y la sangre de su herida se esparció por el suelo, dándole a entender que no había sido un simple golpe.

—¡KAGOME!

—Inu… Inuyasha… —susurro, viendo a lo lejos una mancha roja acercarse a toda velocidad; casi se arrastró por el suelo para acortar el momento y llegar a él de una vez, reprimiendo un quejido cuando su tobillo dolió aún más, sumado al ardor de su rodilla.

Los ojos dorados de Inuyasha recorrieron la figura sobre el suelo con una preocupación mal disimulada, su olfato no le había engañado cuando sintió la sangre de Kagome. Después de todo, había sido bueno ir a ver qué tanto hacía sin ir a la otra época

—Kagome, ¿Estás bien? —preguntó, agachándose frente a ella sin despegar su mirada de la herida.

—Solo es una torcedura —respondió con dificultad, extendiendo sus brazos cuando Inuyasha se inclinó aún más, dándole a entender que la llevaría.

Se pegó al pecho del Hanyou con fuerza, cerrando su ojos y rodeando el cuello contrario con sus brazos cuando la cargó al estilo princesa; cuidando de no lastimarla aún más. Creyó que al tenerlo así de cerca la sensación desaparecería, pero, al parecer, estuvo equivocada. Sus ojos volvieron a cerrarse y solo se concentró en el aroma que desprendía el peliplateado, ignorando sus preguntas y desconectándose del mundo, intentando desaparecer ese sentimiento y de olvidar las palabras que aquella niña le había dicho.

Lo perderás.

Morirá.

Él.

¿Quién?

Se negaba a pensar que aquel espíritu se refería a Inuyasha, se negaba a creer que esa sensación asfixiante y mal presentimiento se debía a que en realidad pasaría. No, una y mil veces no; ella lo protegería, tenía el poder, solo necesitaba su arco y…

Mi arco.

Sus ojos se abrieron cuando dejó de sentir la lluvia mojarlos, notando que habían llegado a su templo; sin embargo no le dio importancia a ese hecho, sino que observó al Hanyou como si se hubiera percatado de algo terrible.

—¿Me puedes decir que está pasando? —preguntó ya algo molesto, sin entender por qué estaba herida ni, mucho menos, por qué lo miraba de aquella manera.

—Mi arco… —susurro Kagome con horror, si el cielo y aquellos presentimientos eran lo que creía, ¡Necesitaba su arma y las flechas! Aunque, de todos modos, ¿Serviría de algo usarlas en su época?, el hecho de que no sirviera comenzaba a desesperarla.

—Está en la otra época —dijo con obviedad—, ¿Tus padres? —murmuro al no sentir el olor de los demás cerca.

—Inuyasha, necesito mi arco, ¡Ahora! —ordenó, apretando la tela roja entre sus manos con sus nervios a flor de piel al oír que su familia no estaba, ¿Aquello era una película de terror?

—Keh, a mí no me das órdenes —se mofó, subiendo las escaleras para llevarla a su habitación, no quería que se resfriara.

Kagome reprimió el impulso de decirle un sonoro ¡Abajo!, por el simple hecho de que la estaba cargando, cortando -también- todo intento de patalear, su tobillo dolía horrores.

Resignándose dejó que la sentara en su cama aun estando completamente empapada, observando cómo se alejaba de ella para tomar el botiquín que siempre tenía cerca y acercándose nuevamente con algo de duda.

—¿Cómo paso esto? —preguntó, tomando las cosas para comenzar a vendar su tobillo y la herida de la rodilla.

—Me tropecé —musitó con simpleza, evadiendo el hecho de las palabras que aquel ente le había dicho.

Un calor inundo su pecho cuando las manos de Inuyasha pasaron por su piel con una delicadeza inusual, palpando las heridas y desinfectándolas con cuidado, observando sus gestos para saber si dolía demasiado.

—Listo —una mueca orgullosa se formó en su rostro al saber que pudo curar a la pelinegra.

—Gracias, Inuyasha —agradeció con dulzura, provocando un ligero sonrojo en el Hanyou—. ¿Podrías hacerme un favor?

—¿Mmnh?

—Necesito que traigas mi arco —apenas terminó la frase un fuerte trueno resonó en el lugar, sobresaltándolos a ambos. Kagome desvió su mirada hacía la ventana más asustada que antes, pensando seriamente si sería buena idea dejar ir al peliplateado.

—¿Para qué lo quieres? —preguntó con extrañeza, la Higurashi estaba actuando demasiado raro ese día.

—Por favor, lo necesito conmigo —con un gesto suplicante junto sus manos, si, definitivamente necesitaba con qué defenderse si algo llegaba a pasar—. Además, podré cambiarme en lo que vas a buscarlo —inventó.

Inuyasha, creyendo que ese pedido era para que la dejara a solas y pudiera cambiarse, asintió; comprendiendo que por la herida tardaría más y no lo quería muy cerca.

—Enseguida vuelvo —dijo ya en la ventana, saltando por ella sin darle tiempo para responder y perdiéndose en la oscuridad de la noche.

—Está oscureciendo muy rápido… —murmuro para sí misma, comenzando a desvestirse con dificultad.

Se levantó de la cama saltando con su pie sano, tomando una toalla del armario y una muda de ropa; secó su cabello y se colocó un pijama negro, volviendo a la cama y sentándose para comenzar a peinar sus hebras oscuras. La herida dolía solo un poco aunque, para su suerte, no lo sentía demasiado; sus pensamientos estaban completamente en todo lo ocurrido aquel día.

¿Y si fue solo su imaginación? Estar tanto en la otra época podría afectarle, después de todo convivía demasiado con demonios y todo tipo de criaturas que poseían un fragmento de la perla. Seguramente el estrés de los exámenes, sumado a sus deberes de recolección de fragmentos fueron demasiado para su cerebro y sentimientos.

Su corazón dio un vuelvo cuando oyó un ruido en la parte baja de la casa, como si alguien hubiera roto algo con fuerza. Sus ojos se dirigieron a la puerta de su habitación por acto reflejo, rezándole a todos los dioses existentes que fuera solo su mente y se estuviera volviendo loca. En verdad, prefería eso.

Colocándose sus zapatos sin importar que llevara pijama se levantó, intentando apoyar su pie sin éxito y teniendo, nuevamente, que saltar con un pie para asomarse por la puerta. Estaba por salir de la habitación cuando una mano se apoyó en su hombro, haciendo que soltara un grito de completo horror.

—¡¿Qué demonios te pasa?! —gritó Inuyasha, alejándose de golpe ante tremendo grito para sus sensibles orejas.

—¡Me asustaste! —se quejó Kagome, demasiados sobresaltos para ese día.

—Keh, ¿Quién más iba a venir? —bufó, extendiéndole el arco para que lo tomara de una buena vez; al menos se cambió.

Un poco de alivio inundo su corazón al ver su arma, tomándola y apegándola a su pecho con recelo.

—Nadie… Tal vez deba dormir —murmuro algo nerviosa, volviendo a su cama y acostándose en ella con lentitud—. Inuyasha... —llamó—, puedes... ¿Puedes quedarte conmigo?

El Hanyou parpadeó un par de veces confundido, asintiendo lentamente ante la pregunta hecha y sentándose en el pequeño espacio que Kagome le dejó; de alguna manera sentía que algo estaba mal.

Ella sonrió, una dulce sonrisa que derritió el corazón de Inuyasha y luego sus ojos se cerraron, yendo al mundo de los sueños con la tranquilidad de saber que él estaba a su lado y no se iría.

Y todo se volvió...

Oscuridad.

Un estruendo la despertó, sus ojos se abrieron con susto incorporándose rápidamente de la cama; su cabello ya seco se movió con brusquedad y el arco, antes pegado a su pecho, ya no se encontraba ahí. Intento identificar de dónde provino aquel ruido, buscando a Inuyasha con la mirada sin dar con él por ningún rincón de la habitación.

Con la cabeza dándole vueltas optó por levantarse, colocándose sus zapatos y caminando con dificultad hacia la puerta, abriéndola y saliendo dispuesta a bajar las escaleras; tomando su arco en el proceso. Con cada paso que daba sentía que se lastimaba un poco más, el mismo estruendo volvió a oírse y creyó oír la voz del Hanyou, esos sonidos… ¿Estaba utilizando a Tessaiga?

Cuando abrió la puerta corrediza el olor a tierra húmeda llego a ella, el cielo seguía igual de negro con la diferencia de que ya no llovía y gran parte del suelo estaba destruido. La misma niña que se había cruzado en su camino estaba en medio de todo el desastre, una sombra violácea se hallaba detrás de ella y sus ojos parecían dos cuencas vacías, sin vida, sin nada.

—Un espíritu maligno —mencionó casi por inercia, encontrando a Inuyasha varios metros más alejado; a juzgar por su apariencia parecía no estar teniéndola nada fácil.

Dispuesta a ayudar se colocó en posición de ataque -su ataque-, tensando su arco luego de haber colocado la flecha en su lugar. ¿Será un monstruo de mi época?, pensó al no detectar un posible fragmento de Shikon en aquel ente. Entonces… ¿Dónde debería lanzar la flecha?

Brincó en su lugar cuando aquella cosa volteó hacia ella, disparando inconscientemente en su dirección y captando la atención de Inuyasha al instante, el cual había detectado su olor. Su corazón dejo de latir unos segundos al ver como su flecha traspasaba la espesa niebla que conformaba aquel espíritu, sin hacerle ningún rasguño y provocando la estruendosa risa del mismo, tan asquerosa.

—Imposible… —murmuro retrocediendo un paso; ya había luchado contra entes malignos en su época, no podía ser que sus poderes no funcionaran. ¿Por qué?

Morirá.

Lo perderás.

Él.

Inuyasha.

¡No!, no permitiría que aquello pasara aún si tenía que sacrificarse. Intentó dar un paso siendo detenida por una fuerte ventisca que la envió al interior de la casa nuevamente, ocasionando que se golpeara fuertemente contra la pared. Un quejido de dolor salió de su garganta y el grito de Inuyasha no se hizo esperar, moviéndose con toda la intención de ir hacia Kagome.

—Detente, híbrido —siseó aquel ser—. Te he dicho por qué estoy aquí, ¿Acaso lo ignorarás?

—Keh, como si me importara. ¡Tú no puedes hacer nada por destruir este mundo!

—Inuyasha tiene razón —lo que parecía ser una mujer desvió su vista hacia la pelinegra, la cual salía del interior de la casa con una mueca de dolor reprimida—, no sé quién eres ni lo que dijiste, ¡Pero no permitiré que lastimes a nadie! —sus ojos mostraron decisión, con ello estaba dejando en claro que ella pelearía…, que lo protegería.

De un momento a otro todo se tornó borroso; el arco en sus manos tembló levemente, sus ojos dejaron de enfocar al enemigo unos segundos y eso fue distracción suficiente para ser golpeada con fuerza, cayendo varios metros atrás y manchando su pijama -nuevamente- con la sangre que brotó de sus labios. Llegó a escuchar el grito de Inuyasha a lo lejos, mas no pudo comprender lo que dijo ni se preocupó por intentarlo, el monstruo frente a ella era demasiado fuerte y su arma se encontraba muy alejada de ella, debía concentrarse.

Destruirá esta época, lo matará a él, no puedo… rendirme—pensó, levantándose con algo de dificultad y tambaleándose debido al dolor.

Las zarpas de aquel ente maligno se acercaron a gran velocidad, dispuestas a desgarrarla sin oportunidad a nada; sus ojos café se abrieron con sorpresa cuando, a un milímetro de su rostro, alguien se interpuso ante ella, deteniendo las grandes garras sin esfuerzo alguno…, o eso creyó.

—Inuyasha —fue lo único que pudo llegar a decir antes de que su expresión cambiara a una horrorizada.

La misma risa soltada anteriormente se dejó oír y todo volvió a desaparecer, como si se tratara de un laberinto del cual debía salir, del cual debía encontrarse. Sus brazos se abrieron automáticamente en un intento por sostener al Hanyou, herido en el pecho con tres grandes marcas que parecían brillar con un toque aterrador.

Con sus ojos aguados intentó ignorar su propio dolor para tomar el rostro de Inuyasha entre sus delicadas manos, notando que su cabello perdía el brillo plateado para pasar a un profundo negro.

—Espíritus que juegan con tus sentimientos —entendió finalmente, aun así, no estaba segura si aquello de destruir su época era una broma o no.

Los débiles ojos -ahora negros- del contrario la observaron sin entender, aceptando la ayuda al saber que él solo no podría, mucho menos siendo humano. Maldición, era la primera vez que se olvidaba -o no sabía- de que habría luna nueva.

Una vez lograron llegar a su habitación acostó a Inuyasha en su cama con delicadeza, cubriéndolo con los rosados mantos y frunciendo el ceño con preocupación al ver que su respiración comenzaba a ser irregular. Aprovechó que había cerrado sus ojos para tomar su uniforme, dirigiéndose al baño para quitarse el pijama manchado de sangre, notando que su cuerpo dolía por los golpes que le habían dado.

Ya cambiada regresó al cuarto con un paño, sentándose a un lado del Hanyou y colocando la húmeda prenda sobre la frente del mismo, en un intento por calmar la fuerte fiebre que tenía. ¿Y si aquel ente le había inyectado veneno?, ese pensamiento la tenía intranquila y no dejo de darle vueltas al asunto hasta ver como Inuyasha abría sus ojos, sonriendo débilmente.

—Inuyasha —a pesar de haberlo intentado, su voz salió quebrada; una traicionera lágrima bajo por su mejilla, solo una a pesar de que sentía estar a punto de romper a llorar. Todos los sentimientos acumulados en un solo día comenzaban a marearla y ver al chico que amaba en ese estado solo empeoraba la situación.

—Ka-kagome... —musitó con algo de dificultad, levantando su mano para limpiar aquella gota salada que bajaba por la delicada mejilla de la Higurashi, sintiendo como ésta sostenía su mano sin querer soltarlo—, maldición, seguramente volverá.

—No te preocupes por eso, Inuyasha —negó lentamente, apretando el agarre cuando vio como él se incorporaba con dificultad—. Iré a la antigua época a avisarle a Sango y a preguntarle sobre tu estado, yo te protegeré —casi sin darse cuenta se fue acercando al Hanyou, quedando frente a frente, sus ojos conectados sin poder despegar su vista—. No permitiré que aquel espíritu se salga con la suya.

Cuando terminó de hablar sus narices estaban rozándose, Kagome cerró sus ojos y la distancia que los separaba desapareció; uniendo sus labios en un tierno beso que encerraba silenciosas promesas. Si bien era un ente maligno más, el que sus poderes no hayan funcionado y el estado de Inuyasha lo hacían ver mucho peor, contando con la amenaza dicha.

Sus manos entrelazadas se apretaron entre sí, queriendo alargar el beso lo más posible mientras ambos corazones latían con fiereza a pesar de ser un simple contacto, sin movimiento de por medio. Los segundos pasaban y, finalmente y con pesar, separaron sus labios; desentrelazando sus manos mientras Kagome se levantaba por completo.

—Ahora sí —musitó la pelinegra, un agradable calor inundaba su pecho y, a pesar de sus heridas, aquello le había dado la fuerza suficiente—, iré con Sango y los demás.

Volteó con lentitud, saliendo de la habitación y dejando a Inuyasha allí. No tenía idea de dónde estaba su familia, de lo que estaba pasando y de lo que podría llegar a pasar. Solo estaba segura de algo: ese presentimiento que tuvo desde el principio se estaba cumpliendo y no esperaría más señales para proteger a su amado.

Ella estaría al frente en esa batalla, con o sin sus poderes, protegería a todos.

Porque ese presentimiento y lo dicho por el espíritu... no se harían realidad.