Atención de una madre

Desafío para la primera semana de marzo de 2015 del foro de las Expansiones. Consiste en abrir un libro y elegir un renglón al azar, y a partir de ahí empezar una drabble que se ambientará, necesariamente, en una expansión del potterverso. Yo he abierto El Elfo Oscuro, que es lo que estoy leyendo. Ignoro por completo si R. A. Salvatore, su autor, ya lo había publicado en 1991, que es cuando sitúo a Almudena leyendo. Pero no me importa. El objetivo no es la coherencia sino la creatividad.

"Ahora Belwar no se perdía ni una sola de sus palabras, que era precisamente lo que pretendía Drizzt".

-¡Almudena!

La niña dio un respingo y la varita de abedul, con la que había estado jugueteando de manera inconsciente mientras leía, salió disparada de sus dedos y rodó hasta meterse bajo un sillón.

-Oh. No.- Protestó Almudena. Ahora tendría que mover el sillón para recuperarla. La niña había optado por ponerse de rodillas y escudriñar los bajos para comprobar que, lamentablemente, la varita no estaba al alcance de su mano. Levantó la cabeza para enfrentar la mirada de su madre.

- Te está bien empleado, por no hacer caso a mis llamadas.- Ana se cruzó de brazos y le dedicó una mirada un tanto intransigente. Almudena estaba un poco colorada y el pelo, tras haber inclinado la cabeza, se le había quedado bastante alborotado. Tan flacucha y con aquella expresión tan frustrada, a su madre le dio lástima y acabó por sacar su propia varita con un suspiro ahogado de resignación.

-Anda, quita de ahí, que a tu abuela no le gusta que se arrastren los muebles.

La niña se retiró sin decir una palabra y sin quitar los ojos de su madre mientras agitaba con soltura la varita para hacer elevarse con seguridad el sillón. Su hermana Ceci se parecía más a su padre, con su pelo oscuro y lacio y sus ojos grises, mientras que ella, la benjamina de las hermanas Pizarro, tenía muchos rasgos de su madre. Aunque Ana era alta, segura y resolutiva. Y tenía una varita poderosa. No como la suya, que era de abedul y crin de unicornio y…

-¿Qué haces ahí quieta como un pasmarote? No voy a pasarme todo el día levitando un sillón con orejas y estampado de flores.

La niña dio un respingo cuando su madre interrumpió sus reflexiones y corrió por su varita. La aferró con fuerza e, instintivamente, se dedicó a observarla minuciosamente mientras su madre devolvía el sillón a su posición inicial. Cierto que el pequeño trauma de haber resultado poseedora de semejante combinación de madera y material mágico no lo había superado, a pesar de haber transcurrido seis años ya. Pero tampoco era menos cierto que le daba rabia si se rayaba o astillaba la punta. Afortunadamente parecía impoluta, así que la guardó con cuidado congratulándose internamente de su buena suerte.

-¿Se puede saber qué estabas leyendo? – Ana, una vez más, la hizo desviar la atención de vuelta a la realidad.- El Elfo Oscuro.- Siguió hablando su madre sin darle tiempo ni para abrir la boca.- Pues debe ser fascinante para tenerte tan sorbido el seso como para no oirme llamarte. Anda, venga, que la comida está lista y no está bien hacer esperar a tu tío Fernando.- Ana le pasó el brazo por los hombros para guiarla con firmeza pero también con afecto hacia el comedor. Almudena estaba aniñada para su edad, un poco más flaca de lo que a su madre le gustaría y además se había vuelto un poquito huraña. La mayoría de sus amigas y compañeras de estudios ya eran adolescentes de tomo y lomo. Hasta su prima Lucía andaba metida en aquella etapa vital.

Aunque Almudena no se percatara de ello, su madre estaba muy pendiente de todo aquello. Tal vez por su forma de ser se expresara con condescendencia y quitando hierro al asunto, pero la realidad era que Ana no podría despreocuparse lo más mínimo de nadie a quién quisiera mucho. Y las niñas y José Ignacio eran, sin lugar a dudas, lo que más quería en el mundo. Ya se enteraria, cuando su niña no estuviera al tanto, de qué era eso del elfo negro o lo que fuera que leía Almudena.