Hacía rato que la luna se había elevado en el cielo, y el grupo de Sanzo descansaba en una posada que habían encontrado a lo largo del día. La noche era fresca, y por alguna razón parecía más oscura de lo habitual. Genjyo Sanzo se removía sobre su cama, inquieto. Sus manos apretaban tan fuerte las sábanas que los nudillos se le volvían blancos, y un sudor frío corría por su frente y por su espalda. Jadeando, repetía siempre las mismas palabras: "Lo...dejé...morir"
La respiración se le cortaba, todos los músculos de su cuerpo se tensaban, a la vez que volvía a su mente la faz de aquel hombre. Aquel que para él había sido como un padre, con su sincera sonrisa en el rostro y su resplandeciente presencia que ahuyentaba todos sus miedos. Kommyo Sanzo, aquel que lo había sido todo para él y cuyo último recuerdo era su cadáver ensangrentado.
-Lo..dejé...morir- El sudor resbalaba por el rostro del rubio, mezclándose con sus lágrimas.
Sentía el creciente dolor en el pecho, que parecía a punto de estallar, y en sus oídos todavía resonaba aquella voz suave:
"Me llamabas de una forma tan insistente que te traje conmigo sin consultar a nadie"
"Se fuerte, Genjyo Sanzo"
"Genjyo Sanzo..."
"Sanzo..."
Abrió los ojos de golpe. La última palabra no la había oído en sueños. Sanzo miró a su alrededor, entre la oscuridad de la habitación. Respiraba agitadamente y tenía los ojos desorbitados "No...no puede ser" pensó "era solo un sueño... solo...una pesadilla" Pero entonces volvió a oír la voz que lo llamaba.
- Genjyo Sanzo.
La voz provenía del exterior de la posada. Sanzo se levantó como pudo de la cama, se tambaleó y estuvo a punto de perder el equilibrio. Se acercó a la ventana y, allí estaba él, tal y como Sanzo lo recordaba: Resplandeciente y con su eterna sonrisa enmarcando su rostro. Sanzo abrió sus ojos violetas de par en par, y de sus labios solo escapó una palabra:
-Maestro...
Kommyo solo sonrió más aún y lo miró directamente.
-Koryu, has crecido tanto...
Un nudo se apoderó de su estómago, llenándole de nervios. ¿Cómo podía su maestro, fallecido años atrás, estar enfrente de él?
No... aquello no era posible... se trataba de convencer Sanzo. Pero, al mismo tiempo, parecía tan real... El rubio trataba de no crearse falsas esperanzas, pero el verlo allí, de pie, mirándolo y llamándolo... No podía evitar sentir una angustiosa emoción. Volvía a ver a su maestro, volvía a verle.
-Koryu, veo que has sido fuerte, como te dije- susurró despacio el mayor--¿Por qué no bajas y paseamos como cuando eras pequeño?
-Esto no puede ser- dijo el rubio, mirando al espectro- no puede ser... tu...tu... ¡Estás muerto!
Kommyo solo sonrió
-¿De verdad crees que estoy muerto?
-Yo...- Sanzo se quedó sin palabras- yo... lo ví. ¡Te mataron delante de mí, joder!
-Pero Koryu... ¿Tú qué crees que es la muerte? ¿De verdad piensas que me he alejado de tí?
-Ma...maestro...-sollozó Sanzo. Aunque sabía que no podía ser real, que era un fantasma del pasado... tenía que bajar.
Kommyo lo esperaba... Aunque viniese del mismísimo más allá, su maestro lo esperaba escaleras abajo. Sanzo salió de su habitación y bajó a toda velocidad escaleras abajo, temeroso de que pudiera desvanecerse. Salió de la posada y miró desesperado a su alrededor, buscando a su maestro. Lo vió cerca de él, bajo un árbol. Temblando de pies a cabeza, se acercó a él:
-Estoy aquí, maestro.
-Sabía que vendrías, Koryu- dijo Kommyo, con su perenne sonrisa.
Sanzo levantó una temblorosa mano, tratando de tocarle, para ver si era real. Tocó el hombro de su maestro: sólido. Era real, estaba allí, a su lado, como lo estuvo siempre. Sin poder resistirlo más, se lanzó a su pecho, sollozando como un niño y abrazándolo con fuerza, con miedo a que pudiera desaparecer. Kommyo, por su parte, correspondió al abrazo, acariciando el cabello rubio de Sanzo, como solía hacer tiempo atrás; cuando Sanzo era un niño. Este se encontraba seguro por primera vez en mucho tiempo, allí, envuelto en los cálidos brazos de su maestro. Estaba aferrado a ese hombre, temeroso de despertar y comprobar que todo había sido un sueño y que volvía a estar solo. Permanecieron unos momentos así, hasta que despacio, Kommyo lo separó de él, mirándolo con ternura.
-Este tiempo solo ha debido de ser muy duro para ti...- Kommyo hablaba a la vez que tomaba a Sanzo por los hombros y lo miraba fijamente- Pero... eso quedó atrás. Ahora.. Vamos a pasear, como hacíamos antes...
Sanzo pensó que en ese momento bien le habría podido decir que fueran al infierno juntos, que él hubiera aceptado de buena gana. Se encontraba contento, y sonreía como no lo había hecho desde hacía muchos años.
La luna se había ocultado en el cielo negro. La suave brisa nocturna azotaba los árboles de aquel pequeño bosque, donde los dos hombres comenzaron a pasear... Uno con el corazón encojido de la emoción , y el otro... simplemente sonriendo. Charlaron largo rato, como hacían antaño, y poco a poco se adentraron en el bosque, hasta llegar a un pequeño claro, donde se vislumbraba una sombría figura a lo lejos. Sanzo entrecerró los ojos, tratando de reconocer a la figura, envuelta en oscuridad. Y por segunda vez en la noche no pudo creer lo que venían sus ojos: se trataba del siniestro Ukoku Sanzo.
Sanzo se detuvo bruscamente, completamente paralizado. Enfrente de él, Ukoku lo recibía con una cínica sonrisa.
-Vaya, vaya, al fin vienes Sancito- dijo con voz teatral- ¿Te lo has pasado bien jugando con mi marioneta?
-¿Mario...neta...?-dijo Sanzo en un susurro, sintiendo como el corazón se le encojía de dolor- No... no...
-Vamos, no me digas que de verdad habías creído que el viejo Kommyo había vuelto a la vida- dijo, fingiendo sorprenderse- eres más ingenuo de lo que pensaba, Ko-ry-u...
Sanzo tragó saliva, mirando a Ukoku con los ojos desorbitados. Después, ladeó la cabeza lentamente, mirando a su maestro. Y aterrorizado, vió como poco a poco, la resplandeciente figura se iba desvaneciendo. Sanzo levantó la mano, tratando de agarrarle y detenerle... pero su mano solo envolvió aire. Se quedó estático un momento, contemplando el espacio donde momentos antes había estado su maestro. Con lágrimas de furia en los ojos, se giró hacia Ukoku.
-¡Tu! ¡Maldito hijo de puta!- rugió, lanzándose contra el oscuro monje.
Ukoku rió ante la reacción del rubio. Acto seguido, apareció junto a él y golpeó fuertemente a Sanzo en el estómago, haciendo que este se doblara sobre su cintura. Sin darle tiempo a recobrarse, lo golpeó en la espalda con el codo. El rubio se derrumbó sobre sus rodillas, jadeando de dolor.
-Duele, ¿Verdad? Pero... ¿A que no se compara con el dolor que te dejó su pérdida?
-Ca...cabrón...- escupió Sanzo, tratando de levantarse
-No te levantes, sólo te haras más daño. Como cuando amas a una persona... Cuanto más la amas, más daño te hace...
Ukoku tomó el cigarrillo de su boca, y con su habitual sonrisa cínica, se arrodilló hasta quedar a la altura de Sanzo.
-No estás hecho para amar, ¿sabes? -susurró el monje oscuro, poniendo su cigarrillo en la boca entreabierta del rubio.
Sanzo se lo tiró al suelo de un manotazo y acto seguido escupió en la cara de Ukoku. Este abofeteó fuertemente a Sanzo, dejándolo mas maltrecho aún, si cabía.
-Muy mal, Sancito...-dijo mientras se limpiaba la saliva caliente que se deslizaba por su cara- eso no se hace... creo que va siendo hora de que alguien te enseñe modales...
Sanzo miró a Ukoku con los ojos desorbitados. El monje oscuro se le estaba acercando demasiado...trató de alejarse, pero sus piernas no le respondían debido al terror que le producía ese hombre. Desprendía un aura repleta de la oscuridad más profunda, que hacía que la sangre se le congelara en las venas.
-Así me gusta, Sancito. Bien sumiso.
Ukoku se le acercó más, disfrutando con la expresión de Sanzo, tan asustado y nervioso. Se pasó la lengua por los labios, y clavó sus ojos oscuros en las orbes violetas del rubio.
-Bien...sumiso...
Sin darle tiempo a reaccionar, Ukoku tumbó bocarriba a Sanzo. Se colocó sobre él y con una mano le sujetó ambas muñecas por encima de la cabeza. El aterrorizado rubio pudo ver la lujuria en los ojos del otro, que poco a poco iba acercando su rostro al suyo. Sanzo se retorció, tratando de zafarse, pero era en vano, Ukoku tenía mucha más fuerza que él. Con esto, solo consiguió que apretara su agarre entorno a sus muñecas, hasta casi hacerle gritar de dolor.
-Vamos a ver esa piel blanca inmacualda que tanto gusta a los dioses -susurró el monje oscuro, con sorna en sus palabras. Luego, una de sus manos descendió hasta la túnica del rubio.
-A...aléjate de mí- consiguió decir Sanzo, con una expresión de asco y terror en su rostro
Ukoku ignoró las quejas del rubio y se agachó, hasta quedar a centímetros de su cara.
-Ooohh... ¿no te gusta? -dijo en un falso puchero.
Luego descendió hasta la boca de Sanzo, para sellar sus labios con los del aterrorizado monje. Sanzo pugnaba por apartar los labios de Ukoku, pero en respuesta el monje profundizó más el beso, introduciendo su lengua dentro de la boca del rubio. Sanzo empezó a sentir arcadas, y Ukoku dió por finalizado el beso, no sin antes morder el labio inferior de Sanzo, rompiéndolo. Pero no había hecho más que empezar. Fué bajando despacio la mano que tenía libre hasta llegar a la entrepierna del rubio, y llevó sus labios hasta su oreja.
-Deberías colaborar- le susurró al oído- Si no... te haré daño...
Sanzo sintió sus mejillas sonrojarse involuntariamente, a la vez que echaba el cuello hacia atrás, tratando en vano de alejarse del monje oscuro.
-Hummm... Así que quieres que te bese ahí.. pues bien.
Ukoku se inclinó en el cuello del rubio, abrió la boca y comenzó a besarle con fuerza y lujuria, dejándole un rastro de saliva y la piel enrojecida.
-Bas...ta..- pidió el rubio, incapaz de articular palabra.
-No, no basta -respondió Ukoku entre los besos.-Sé que te gusta, solo hace falta mirarte allí abajo para saberlo...
-¡No!- gritó finalmente Sanzo- ¡Déjame!
Por respuesta, Ukoku volvió a besar al rubio, introduciendo su lengua de manera lujuriosa. Sanzo daba débiles patadas, ya que apenas le quedaban fuerzas para resistirse. El siniestro monje comenzó a deshacer el atuendo de Sanzo, empezando por la túnica, que no tardó en quedar apartada, después sacó su camisa sin mangas y la enrolló alrededor de las muñecas del rubio, maniatándolo y dejándole a él las dos manos libres. Finalmente, comenzó a quitarle el pantalón que llevaba, despacio, humillándolo. Ante lo que se le venía encima, Sanzo no pudo reprimir dos silenciosas lágrimas, que recorrieron sus mejillas.
-Vaya, Sancito, ¿lloras de placer? -susurró obscenamente Ukoku al oído del rubio- Tan bueno soy que te hago llorar? Y eso que todavía no he hecho nada..
El monje oscuro pasó sus frías manos por el pecho pálido de Sanzo, acariciandolo sensualmente, deteniéndose en pellizcar sus pezones, que se encontraban ahora erectos por las oleadas de placer indeseado. Sanzo cerró los ojos con fuerza, culpándose por haber sido tan ingenuo, por haber creído que su maestro podía estar vivo, y por haber caído tan fácilmente en la trampa. Un escalofrío recorrió su espalda cuando oyó de nuevo la voz de Ukoku.
-Bueno Sancito, creo que ya hemos jugado bastante...- dijo, mientras lamía dos de sus dedos- creo que es hora de pasar a cosas más interesantes.
-No... no, por favor...- suplicó Sanzo, con la cara descompuesta en una mueca de terror-
Ignorando al rubio, Ukoku introdujo de golpe dos de sus dedos en la entrada de Sanzo, moviéndolos en círculos y haciendo que el rubio soltara un grito dolor. La sonrisa de Ukoku se hizo más amplia al oír los gritos y los gemidos de Sanzo.
-¿Ves como te excita? Me encanta cuando gimes así.
Sanzo trató de abrir los ojos, de los que no paraban de brotar lágrimas...
-Vamos, gime en mi oído. Gime para mí.
Ante esta afirmación, Sanzo decidió que no lo oiría gemir. Mordiéndose el labio, cerró los ojos con fuerza y trató de pensar que estaba en otra parte, en compañía de Hakkai, y de la cucharacha pervertida...y de Goku. Eso es, trató de pensar en su mono, de distanciarse de la situación. Al ver esto, Ukoku dijo:
-Vaaaaya, así que vamos de duros, ¿eh Sancito?- Ensanchó aún más su grotesca sonrisa, y retiró los dedos- bien, pues veamos entonces que te parece esto.
Sin esperar más, Ukoku penetró brusca y enteramente a Sanzo, provocando que gritara de dolor y que varias lágrimas más rodaran por sus mejillas.
-Me encanta esa expresión en tu rostro- dijo entre jadeos Ukoku- hace salir tu lado más vulnerable... me pregunto si cuando murió Kommyo tenías una parecida...
Sanzo sintió como las arcadas pugnaban por salir de su estómago... Le ardían las mejillas y le dolía todo el cuerpo... pero lo que más le dolía era lo que le estaba diciendo aquel desgraciado... Su maestro... Su querido maestro... ¿Cómo coño se atrevía aquél bastardo a hablar así?
Se sintió presa de la rabia y de la impotencia, ya que en su humillante situación no podía hacer nada, ni siquiera defenderse de aquel hombre.
-¿Qué piensas, Sancito? -exclamó Ukoku, divertido, moviendo sus caderas y sintiendo como se contraía el estrecho interior del rubio- Ya te dije que quería oírte gritar...
Ukoku hizo una mueca de falso desagrado y comenzó a moverse con más velocidad. Sanzo pensaba que se desmayaría de dolor. Aquel cabrón estaba haciendo que su entrada se desgarrara debido a las bruscas embestidas, y no sabía cuanto tiempo duraría aquello. Sin embargo, a pesar de la humillación y la repulsión, no pudo dejar de recriminarse a sí mismo el que su miembro estuviera excitado. "Por favor, que termine esta pesadilla" pensó, mientras sentía sus mejillas empapadas en lágrimas. Ukoku se acercó a él y lamió obscenamente sus mejillas, para luego bajar hasta su cuello y comenzar a succionarlo y morderlo lujuriosamente. Sanzo no pudo evitar que un gemido escapase de sus labios al sentir el aliento húmedo de Ukoku en su cuello... Cerró los ojos con más fuerza, deseando que todo acabase por fín, despertar de esa pesadilla... Pero nada sucedía.. Sentia su miembro arder dolorosamente, presa de la considerable erección a la que lo había sometido Ukoku. Un gemido ronco y profundo brotó de su garganta. Apenas podía soportar el dolor de su entrada, y las enbestidas del monje oscuro sólo le hacían desfallecer aún más.Cuando Ukoku sintió próximo el orgasmo, hizo algo que asqueó profundamente a Sanzo. Salió sin ningún cuidado de él, y colocó su miembro delante de la cara de Sanzo. El rubio solo tuvo un momento para entender lo que iba a hacer, y casi vomitó allí mismo. Al momento siguiente, Ukoku se había corrido sobre su rostro. En ese momento Sanzo se desmayó, debido a la mezcla de nervios, humillación y naúseas.
-Ha estado muuuy bien, Sancito- dijo Ukoku, mientras miraba el miembro de Sanzo, que también había eyaculado antes de desmayarse- muy pero que muy bien...
Ukoku se levantó de encima de Sanzo, se colocó la ropa, y desapareció entre las sombras, dejando al monje rubio tirado en medio del claro, incosciente.
Sanzo se quedó allí en el suelo, inmóvil. Le dolía todo el cuerpo y apenas podía respirar. Estaba empapado en sudor y en semen, desnudo y maniatado. Y temblaba. De dolor y de miedo. Aún no podía creerse la humillación sufrida... Trató de respirar hondo, pero no le llegó el aire. En su lugar, sintió otra vez las ganas de vomitar, las ganas de escupirlo todo y, de alguna manera, desahogarse. Las lágrimas seguían humedeciendo sus mejillas... Se sentía sucio, asquerosamente sucio; y lo único que pasaba por su mente en esos instantes eran un par de ojos dorados, seguidos de la sonrisa más sincera y encantadora que había visto. Sanzo suspiró, derrotado.
-Goku... Yo... ya no soy... tu sol..
Las tinieblas envolvieron su vista, y allí mismo se quedó inconsciente.
