Prólogo.
—¿Cuál fue tu crimen? ¿Por qué estás allí?
—Maté una persona.
Sólo hubo un incómodo silencio luego de eso. Y sinceramente, ya no le importaba. Se había acostumbrado a ello.
—Oh, Dios mío… Oh, Dios mío —lloriqueó atorada en el asiento. Se pasó las manos por el cabello rubio salpicado de sangre, a su lado Sai estaba pálido y sin vida, haciendo que el rojo de su sangre resaltara aún más. Lágrimas tras otra caían en su rostro mientras se sumía en la inconciencia arrullada por los lejanos sonidos de las sirenas acercándose.
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Abrió los ojos lentamente, adolorida de pies a cabeza. Se llevó las manos al cabello que sentía pesado y que le jalaba las sienes. Hizo una mueca de dolor al jalar la vía que tenía conectada en la muñeca. El ritmo de su corazón se incrementó al notar donde estaba. Las paredes blancas y vacías del cuarto del hospital de pronto se le hicieron asfixiantes. La máquina de monitoreo comenzó a pitar en cuanto su pulso se elevó por los cielos.
La enfermera entró corriendo, obligándola suavemente a acostarse nuevamente e inyectando un calmante en su vía intravenosa. Sintió como el líquido comenzó a hacer efecto de inmediato, calmándola.
—Por favor, tranquilícese. Fue traída al hospital, sufrió un accidente de carro.
—¿Y-Y Sai? —preguntó con temor. El recuerdo de él pálido e inerte le hizo cerrar los ojos.
—Su compañero está bien, está en una situación más delicada que usted, pero está estable.
Sintió como el alivio llenaba su cuerpo, y cerraba los ojos para descansar. Al menos no estaba muerto.
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—Papá, ya te dije que estoy bien —repitió por tercera vez, mientras se colocaba los zapatos y se levantaba de aquella cama por primera vez en días. Sus piernas temblaron pero su papá se apresuró a sostenerla. Ella le sonrió, él siempre estaba allí para ella.
Pero no todo había sido color de rosas. Toda locura tiene sus consecuencias.
—Hola Sai —saludó, con la tristeza inundando sus ojos celestes mientras observaba al moreno temporalmente en cama todavía. "Hola" escribió de vuelta en el agreste papel. Tenía partes del cuerpo cubierto de vendas, y la garganta recta y delicadamente sostenida por un collarín.
—¿Cómo te sientes hoy? —Caminó hasta su cama y se sentó en uno de los bordes.
"Mucho mejor, ¿y tu?"
Triste al saber que nunca más escucharé tu voz… Pero, prefirió callarse sus pensamientos y sonreír.
