¡Hi! ¿Cómo están? c: Les traigo un nuevo fic. Sí, sé que las lectoras de Amnesia dirán "e.e ¿Qué pasó con Momo?" No se preocupen D: espero poder actualizar hoy n.n


Esto es una probadita de una historia que he tenido en el fondo del cajón por cuatro años. Espero que les guste lo que van a leer, pues me he esforzado mucho en adaptarla. Como siempre, los personajes pertenecen al gran Kishimoto-sama, la historia es totalmente original y en un principio era un Naruto/OC, pero decidí que Naruto se ve mucho mejor con Hinata que con cualquier otra chica. Por eso, perdonen si identifican un poco de OoC en nuestra Hina-chan, pero es para dar coherencia a la historia.

Recordatorios:

-Los padres de Naruto están vivos.

-El mundo de Naruto se redujo a una isla misteriosa, por lo que nuestro mundo actual tal y como lo conocemos existe en conjunto con el universo de los ninjas.

-Los Uchiha no fueron masacrados por Itachi.

-No hay un solo OC en la historia, por lo que podrán ver solo a los personajes de Naruto.


1

Sangre de mariposas

Hada de lluvia, atrapada

El arribo de los cinco extraños

Pero, antes de ti

solo había verdades falsas

ahora, ésta mentira verdadera

es la que me mantiene viva

—¿Quién anda ahí? —preguntó, con el corazón desbocado. Estaba aterrado, y no era para menos.

Un abismal lapso de cinco minutos era el que separaba la creciente felicidad de la aldea con la decadencia inhóspita con lo que ahora se encontraba. Todo, más que repentino y sorpresivo, había sido siniestro. Los guardianes de la isla, de los que todo mundo se jactaba de valerosos cuidadores de la paz, habían reculado nada más escucharon la fuerte voz del enemigo.

La música había cesado, las risas habían acallado, los gritos de terror se hicieron presentes. Para cuando los más jóvenes habían conseguido resguardarse de la matanza, la aldea ardía en vivas llamas.

—¡Soy yo, Naruto! ¡Sal! —respondió al punto la voz de Sasori.

Naruto se dejó mostrar, solo para dejar ver que estaba armado hasta la médula con kunais que no dudaría en usar. Miraba ferozmente a su amigo, aún dudando de su propia acción. Hasta él, idiota e imprudente, sabía que no debería confiar en nadie en circunstancias tan extremas como esas.

El crepitar del fuego y los gritos allá afuera lo desesperaban. Lo que más quería era defender su aldea, fueran quienes fueran los atacantes, aún si moría en el intento. Pero se había acobardado en el instante en que recordó a su madre. Mamá era la única persona que lo hacía vacilar al querer dar su vida por la aldea. Después de todo, mamá era la única persona en el mundo entero que veía por él.

—¿Qué quieres, Sasori? ¡¿Por qué no has salido de la aldea ya?! —cuestionó el niño.

—No seas absurdo Naruto, no podríamos irnos sin ti —Sasori se acercó más, solo recibiendo uno de los kunais del pequeño chico. Naruto iba en serio con lo de defender a su inconsciente madre—. ¡Te he dicho que no seas absurdo! ¡El único que está con ellos es Sasuke!

—¡No digas más! ¡Sasuke jamás haría eso! ¡¿Destruir la aldea?! ¡¿Por qué?!

—¡Eso pregúntaselo a él! —exclamó Sakura, entrando a la casa—. Ahora vámonos, Naruto. Van tras los más jóvenes. Tu madre estará bien.

—¡Ni de broma la abandonaré! —replicó encarnizadamente. Estaba furioso, y una de las razones, era la traición de ese pretencioso de Sasuke, que todos creían amigo.

Sakura se adelantó a darle una bofetada al chico, para ver si con eso reaccionaba.

—¡Ya han masacrado a los chicos de la academia! ¡Si no salimos cuanto antes de la isla, nosotros seremos los siguientes! —le gritó duramente. Naruto derramó dos silenciosas lágrimas. No podía irse sin más dejando atrás a la única persona que veía por él.

—¡Lárgate Naruto! ¡Ya te lo he dicho, no necesito a un mocoso llorón como tú! —exclamó su madre. Los presentes la miraron sorprendidos. Habían jurado verla recostada en el suelo, totalmente inmóvil debido al humo que había conseguido respirar en el teatro antes de que Naruto la sacara de ahí.

Naruto la miró, dolido. Deseaba tanto que su madre le necesitara, como había necesitado a su padre en su tiempo. Pero Kushina Uzumaki siempre había sido un misterio para su hijo.

—Si no te vas en éste momento, ¡yo misma te entregaré a los Uchiha! —amenazó la mujer.

Rin, Shino, Rock Lee, Choji y Sai ingresaron con apuro al lugar. Al parecer ya estaban todos. Los ocho sobrevivientes a la Masacre de los Uchiha.

Sakura le tomó la mano a Naruto. Sai tomó la otra mano, obligándolo a salir del lugar de una vez. En unos minutos más la aldea entera estaría cayéndose entre cenizas y llamas. Comenzaron a correr con toda la rapidez de la que eran capaces. Un sonoro estrago a sus espaldas los detuvo un instante.

Al mirar atrás, la casa de Naruto se había convertido en escombros ardientes.

Naruto gritó fuertemente, llamando a su madre. Aunque en vano.

Vive de mí, respira por mí,

sueña para mí, ama, conmigo…

que yo ya lo hago.

Cinco años después, 2013

Incluso beber agua le irritaba la garganta. Pero la chica era terca. Siempre había sido terca. Sentada en la penúltima fila de asientos de la sala de espera que recibía a los viajeros de primera clase, hacía acopio de las fuerzas que le quedaban para seguir despierta. La cabeza le daba vueltas, sentía el cuerpo derretirse y el dolor de la garganta era insoportable. Pero la chica era terca.

Nada más despertarse, Kurenai le había informado que su padre regresaría a la ciudad a bordo de un vuelo privado, y llegaría alrededor del mediodía. La muchacha había insistido hasta el cansancio en faltar al instituto para poder ir por su padre al aeropuerto.

—Pero si ni siquiera puedes tenerte en pie, ¿así pensabas ir al instituto? —le había regañado Kurenai al ver que no se podía tener en pie esa mañana, debido al fuerte resfriado.

Pero hasta ella se sorprendía de las renovadas energías que la chica había adquirido al saber que su padre volvería (¡por fin!) después de cinco meses en la lejana Alemania, reuniendo restos y datos de fósiles para estudiarlos junto a un equipo alemán especializado en paleontología.

—¡Papá regresa! ¡Papá viene a Japón! —había gritado sonoramente, a pesar de su irritada garganta. Luego se arrepintió de gritar así, por supuesto, porque el dolor había arreciado tanto como lo había hecho la lluvia de octubre, cayendo a cántaros sobre Tokio.

Viajando por todo el mundo junto a su padre, había llegado a Japón, el país donde la familia de su madre vivía, hacía cuatro años. No sabía si era porque su madre era japonesa o porque ya estaba cansada de acompañar a su padre en los trabajos de arqueología, pero Tokio le había gustado tanto que había decidido ocupar (contra las protestas de la familia Hyuuga, y también de la familia Carvell), la propiedad que los Hyuuga poseían en Tokio, y la cual había estado cerrada los últimos dieciocho años.

Desde que se había establecido, sus principales compañías en la mansión Hyuuga eran su okiya* Kurenai, y su mayordomo y cocinero, Benten. Aún a pesar de la fabulosa compañía de sus amigos y de su novio, ella siempre anhelaba más que a nada los regresos de su padre, quien seguía viajando y ejerciendo su trabajo de arqueología.

—Debiste quedarte en casa —aún le reprochaba Kurenai, preocupada—. Más tarde tendré que ir al Ryotei de los Fuwa —anunció, tal vez vacilante porque podría llegar la hora en que tendría que irse para poder llegar a tiempo a su trabajo.

—¿Por qué padre no ha llegado? ¿No se suponía que su vuelo arribaría hace cinco horas? —cuestionó la chica con apuro. No le gustaba que su querida okiya dejara sus compromisos de lado por estar con ella.

—Hay una tormenta eléctrica allá afuera. Es natural que no te des cuenta, puesto que estamos adentro del aeropuerto…—alegó Kurenai amablemente. No sentía el mismo apremio de la chica por irse; aún faltaban tres horas, el hijo de los dueños del Ryotei Fuwa podría esperar—. Un té de limón te sentaría… olvídalo, tú eres una meiko* muy extraña… ¿Quieres jugo de naranja?

—¡No, estoy bien! —negó la chica, envarándose en su lugar para hacérselo notar a su okiya. Un escalofrío, resultado de lo mal que se encontraba, la obligó a desparramarse de nuevo en el asiento—. Lamento ser tan mala aprendiz.

—Oh, no digas eso Hinata. La ceremonia Erikae* está lejos y tú estás enferma. Tus tiempos de shikomi* ya pasaron… No te muevas de aquí, iré por unos bocadillos —dijo Kurenai, caminando con paso decidido.

La gente le miraba con reverencia. Después de todo, era normal ver a Kurenai en tomesode*, aún si no usara el peinado tradicional. Kurenai era una geisha con gustos tan particulares como los de su aprendiz, Hinata.

Aún a pesar de que le dijo que no se moviera, Hinata estaba desesperada de estar sentada. Decidió dar una vuelta alrededor de las salas de espera y las puertas de abordaje, mientras el altavoz del lugar indicara que el vuelo desde Alemania había arribado.

En un aeropuerto podía haber tantos extranjeros como paisanos, todos en un mismo lugar. Hinata podía ver tantos rasgos que no eran muy comunes en Tokio, como la piel oscura de los africanos, o el cabello tostado de los latinos. Ella, con un cuarto de sangre inglesa, gracias a los Carvell, poseía un hermoso cabello color berenjena oscura, y unos exóticos ojos lilas. En alguna parte había leído que los ojos de color eran defectos de nacimiento. Ella no podía saber si esto era verdad o no, porque después de todo, su padre y sus tíos y muchos de sus primos tenían el mismo tipo de ojos, rasgo común entre los Hyuuga, la familia que le daba su apellido.

Mientras se afanaba en observar casi con atención a los que pasaban frente a ella o a sus costados, hubo algo que le llamó la atención. Un chico, un muchacho más alto que ella, sonriente, gritón, de cabello rubio alborotado. Suplicaba a sus acompañantes poder seguir con la banda puesta en su frente. Uno de sus compañeros, el que parecía el mayor, negaba con la cabeza. Otro se reía, al parecer burlándose de la suerte del rubio, quien comenzaba a hacer pucheros.

Eran cinco en total. Los cinco, todos diferentes unos de otros, como si se hubiesen reunido en una expedición desde diferentes partes del mundo para llevar a cabo una hazaña tal como llegar hasta Tokio. Hinata los miró un buen rato, admirada por su apariencia. Y al parecer no era la única. Se preguntaba si sería posible ir por las calles con la indumentaria que vestían. Uno de ellos poseía apenas un chaleco táctico color negro que no le cubría más que el pecho, los hombros y el brazo derecho. Fue precisamente este quien cruzó miradas con la chica y le sonrió abiertamente.

Para cualquiera, una sonrisa tan directamente amistosa, le hubiese parecido una invitación para corresponder con una sonrisa igual. Pero Hinata a veces tenía en casa la compañía de una persona capaz de hacer sonrisas falsas, por lo que reconoció ésta inmediatamente. El muchacho, claramente le estaba diciendo "lárgate o deja de mirar". Hinata, sonrojada, decidió desviar su atención a la tabla de vuelos, donde se indicaban los arribos y los despegues.

—¡Andando, no me gusta hacer esperar! —exclamó el líder del grupito, asiendo la correa de su mochila, como un gesto que anuncia que están por moverse.

—¡No jodas Sasori, es porque te da miedo el agua que quieres llegar de una vez a la posada! —exclamó el otro chico alborotado, el que se había burlado del rubio, disconforme.

—¡Es de mala educación hacer esperar! —replicó Sasori, el líder.

Los chicos pasaron raudos, en fila india, uno tras otro, cerca de la chica, sin siquiera notarla. Primero Sasori, el líder, luego el chico de sonrisas falsas y otro chico pelirrojo, luego el chico burlón. Y el rubio hubiese pasado de esa forma casi instantánea, de no ser porque a mitad de su trayecto, un extraño cuchillo cayó de su vestimenta.

El chico recogió el cuchillo y se apuró para alcanzar a su grupo. Empujando accidentalmente a Hinata, y haciéndola tambalearse y caer de sentón. Cualquier japonés se hubiese detenido, la hubiese ayudado a levantarse y hubiese pedido disculpas. Pero el chico solo gritó un vago "¡Lo siento!" y aceleró el paso para poder alcanzar a sus compañeros, tal vez seguro de que lo dejarían perderse en la ciudad si no se apuraba.

Hinata, de naturaleza tranquila y amable, se enfureció. La ultima vez que había estado tan molesta, su legítima abuela, Koharu Utatane, la había obligado a acoger en su casa a Shion Hyuuga, su prima. Por suerte, Shion se había aburrido de la casa y había regresado con sus padres y su hermano mayor.

—¿Se encuentra bien, señorita? —preguntó de inmediato un hombre al verla sentada en el suelo, extendiendo una solícita mano.

Hinata estaba acostumbrada a esa amabilidad. Generalmente, nada más veían sus vestimentas de Meiko y el llamativo ofuku* en su cabeza, la gente se la quedaba mirando tal como ella había mirado a los cinco extraños.

La chica aceptó la mano ofrecida y se puso en pie. Lamentó estar enferma, porque no era el momento preciso para detenerse a pensar que si salía a tremendo diluvio, tal vez moriría en el intento, literalmente. No le importó.

Tan pronto como estuvo de pie, agradeció con una pronunciada reverencia a quien la había ayudado y sin siquiera echarle un segundo vistazo, salió corriendo en la misma dirección que habían tomado los chicos.

Afuera la ciudad parecía estarse inundando. Las gotas repiqueteaban con fuerza en el suelo, los árboles y los techos de los vehículos, formando una estridente canción que bien podría acallar a un concierto de hard rock.

Miró a un lado. Nada. Miró hacia el otro. Dio con ellos de inmediato porque tal como adentro, los que pasaban cerca, los miraban con la impresión y la duda pegadas a la cara. Tan pronto como salió a la fuerte lluvia, no tuvo más opción que correr tan rápido como se lo permitieran sus pocas fuerzas, alcanzando por muy poco la extraña chaqueta naranja-negra del chico rubio, pues estaba a punto de subir al taxi en el que ya estaban sus acompañantes.

Hinata, sin aliento, se arrodilló. Estaba exhausta. El resfriado no haría más que empeorar, si eso aún era posible.

—Oye, ¿te encuentras bien? —preguntó el chico, inclinándose junto a ella.

—¡El tiempo apremia, Naruto! —exclamó Sasori, cómodamente sentado en el asiento del copiloto.

—¡Que te jodan Sasori, no nos vamos a ahogar por unas gotitas de agua! —replicó el rubio, para a continuación ofrecer una mano a Hinata.

Ella le rechazó de un manotazo. A continuación se incorporó, casi como si tuviese un resorte, y sin dar tiempo al rubio de siquiera sorprenderse, el puño de Hinata fue a dar directo a la cara del chico, obligándolo a entrar de topetazo. El chico que se había burlado anteriormente, volvía a reírse del rubio, mientras Hinata, empapada hasta los huesos, volvía en dirección al aeropuerto.

Entonces lo vio. Tan imponente y venerable como se veía, no podía hacer menos que reconocerlo a veinte metros. Mifune, su mano derecha, estaba junto a él. Y a Hinata no le importó parecer menos meiko de lo que ya parecía, después de todo estaba empapada y el peinado se le había deshecho. Corrió a su padre y lo abrazó, sonriendo ampliamente.

Tomaste de pronto mi reticente mano

Y volviste de colores ésta monotonía absurda.

¡Hola de nuevo! Espero les haya gustado este primer capítulo. Si fue así, háganmelo saber en los reviews para continuarlo. Si tienen críticas constructivas, estaré encantada de leerlas c: Prometo contestar a los reviews en el siguiente capítulo (si es que dejan 7u7 jajaja).

Sin más por el momento, ¡que disfruten su día y gracias por leer! n.n