Bueno, bueno Izzie aquí, molestandoles con una nueva historia xD

primero que nada, decidí publicar esta historia, una porque el fandom está muy abandonado y necesita su pequeña dosis de Mimato, dos porque decidí continuar mis demas historias hasta que esté en vacaciones siendo esta la única que tengo disponible y bueno para que supieran un poco de mi tambien xD

Ahora aclarando, debo confesarles que hace un mes creo si no es que mas, me encontré con un anime que se llama Yosuga no sora, y debo advertir que si son muy sensibles no lo vean, porque es fuerte, tematica fuerte y escenas tambien para mayores, la cosa es que el anime me dejo un mal sabor, no explotaron a los personajes de la manera correcta y fue ahí que mi otro yo salió a relucir y me dije: ¿Y si hago una adaptación? y bueno me puse a trabajar y esto salió, aclaro que no es una copia al anime, porque a mi no me gusta eso (ya que es plagio) y me gusta crear mis propias ideas, pero al ser una adaptación me basé en él para crear la historia,la cual si es cien por ciento original, solo mia ;)

Tambien debo de hacer una advertencia, este fic contiene OOC y traté de hacerlo lo mas justificado posible,a medida que pasen los capitulos iré explorando eso, tambien tiene una tematica fuerte y si no te gusta o te sientes ofendido no lo leas.

Y obviamente digimon no me pertenece =D

Ahora si,disfruten.


Entre líneas

En algún momento, en algún lugar, en un suspiro, en una palabra… ¿los sentimientos llegaran a ser suficientes?

Eso es lo que se pregunta ella, eso es lo que se pregunta él, que desde el primer instante en que sus miradas se cruzaron, se formó ese hilo rojo que los mantiene unidos, naciendo un verdadero amor entre ellos, ¿El problema? Son medios hermanos…Pero que, ella tenga el mismo apellido que él y le diga papá a su padre, no significa que la sangre los una…

Porque uno no elige de quien enamorarse…


De Prisa.

Vivimos en un mundo acelerado, cada segundo, cada minuto y cada hora son como una pequeña condena cuando tomamos un mal paso, una mala decisión, nos encarcela a un mundo lleno de remordimientos, arrepentimientos y tristeza, el tiempo, no va tomado de nuestras manos y es un constante recuerdo de que solo estamos tomando prestado un poco de sus horas en este mundo y cuando menos lo imaginamos, menos lo pensamos, en un parpadear de ojos, ya no estamos aquí, pero eso no importa, el mundo no se detiene por ello, el mundo sigue con su ritmo suicida, ahogando a las demás almas atrapadas en cuerpos superficiales que solo buscan satisfacer necesidades ínfimas, pero eso tampoco importa, el mundo no se detendrá y mucho menos por cada mal paso que demos, por cada error, por cada muerte, ni siquiera por el llanto de ella, ese que me atormenta días y noches, ese que al solo cerrar mis ojos, me atrapa en una pesadilla, pero eso, tampoco importa, no para el mundo.

Todo se acelera, las personas vienen y van, todo va de prisa, vamos tan rápido que no nos detenemos a ver lo que está frente a nuestras narices, no miramos aquellas pequeñas letras que están entre líneas, esas que muestran el retorcido mundo en el que estoy sumergido, letras que me tienen atrapado, que me asfixian, pero que me hacen sentir tan vivo, como nunca antes, letras que, muestran el amor mas puro que nunca ha existido, amor que es prejuzgado y condenado.

La escuchó suspirar a mi lado y eso es suficiente para mi, todo mi tormento desaparece por completo, dentro de mi, mi vida es un estrago, donde miles de hilos negros comprimen mi corazón así como mi alma, donde nada de lo que siento es verdadero y todo lo que siento es falso, a veces pienso que yo también voy demasiado de prisa, quizás, como este avión que nos lleva a nuestro hogar y no me detengo a ver que es lo que hay frente de mi, y eso es ella, la cual, ahora depende solo de mi, tampoco soy capaz de ver lo que hay entre esas grandes y gruesas líneas, ni de descubrir lo que estaba a punto de desembocarse…


Capitulo Uno.

Sus ojos clamaban por cerrarse, anhelando el descanso que no tenía desde hacía nueve días, su cuerpo ardía y sus dedos entumecidos no le permitían hacer movimiento alguno, el asiento suave del avión el cual abordaba era una antojadiza invitación a quedarse dormido por todo lo que restaba del vuelo.

Se permitió relajarse perdiéndose entre todas las nubes que la ventanilla le mostraba, eran grandes y parecían esponjosas y si esforzaba un poco su imaginación, podría verle forma a todas las nubes que podía alcanzar a ver, con melancolía, se preguntó, si su papá estaba disfrutando de un paraíso de nubes y felicidad, lo deseaba con todo su ser, que fuera feliz, que de todos, él fuera el que gozara de ese lugar maravilloso que todos nombraban para que el sufrimiento de ellos, valiere realmente la pena.

—Yama…

Respingó al escuchar la suave voz de su acompañante, su brazo dolía a causa de los finos dedos que se enterraban en él, alarmado volteó hacia ella, encontrándose con sus ojos color miel bañados en preocupación y desesperación.

—No te duermas.

Pidió suplicante y para su pesar, él obedeció, llevaba nueve días sin poder dormir bien, exactamente desde que su padre junto con su madrastra habían muerto en un accidente automovilístico, fueron los peores momentos de su vida, las imágenes del carro desecho y de los ataúdes firmemente cerrados le atormentaban a cada instante, él no había vuelto a dormir primero por incredulidad, luego por pena, después por agonía, por el dolor y por último, por ella, su pequeña y frágil hermana.

—No me estoy durmiendo—dijo, condescendiente.

—lo estabas haciendo, te vi.

—Pero ya no, Mimi, estoy más que despierto.

La muchacha se recostó en su propio asiento con una sonrisa de satisfacción, Yamato no dijo nada, desde que la conocía, siempre fue una niña consentida y dependiente, su padre, le obligó a cuidarla, tal vez porque siempre pasaba enfermándose por todo o porque su delicada figura pedía a gritos ser cuidada, él en un inicio no se tomó muy bien la orden de su papá, no quería nada con la niña que contribuyo a que se separara de Takeru hasta que, un día, la encontró ardiendo en fiebre, fueron semanas las que ella pasó en el hospital y cuando ella volvió, todo cambió para él.

— ¿Faltará mucho para que lleguemos?—preguntó la muchacha removiéndose incomoda en su asiento—. No me gustan los aviones, me dan miedo.

Lo sabía, él lo sabía muy bien, la conocía como si se tratare de su propio reflejo así como también sabía que su miedo a los aviones no era lo que le impedía poder conciliar el sueño, su miedo era que él cerrara los ojos y que no los volviera a abrir, así como su papá y su madrastra.

—No te preocupes, yo estoy contigo—susurró, dándole un ligero codazo.

—Y yo contigo—musitó ella—. Pero eso no impedirá que nos hagamos papilla si este avión se cae.

Soltó una fresca carcajada ante el rostro horrorizado de ella, el cual mutó a uno de indignación ante su burla.

—Ya, ya, lo siento—dijo, conteniéndose otra carcajada—. No pasará nada, ¿Por qué no duermes un rato?

—No quiero—respondió tozuda con sus brazos firmemente cruzados.

—Entonces, ¿Qué propones?

Las expresiones en su rostro se suavizaron mostrando a penas un rictus de preocupación, Yamato se reprimió el impulso de pasar sus dedos por su rostro, había ciertos gestos que él no se permitía y ese era uno de ellos.

— ¿Crees que papá y mamá estarán disfrutando de unas esponjosas nubes?— pregunto ella, observando detenidamente la ventanilla.

Yamato sonrió con nostalgia, no le sorprendía que Mimi pensara lo mismo que él, ella era su reflejo y siempre terminaban diciendo o terminando lo que uno empezó, tenían una especie de conexión que era tan fuerte que no necesitaban leerse las mentes para saber que era lo que el otro pensaba.

—Estoy seguro que si—contestó, observando también las nubes.

—Matt, no quiero irme con Natsuko

Y ese era otro asunto que lo tenía sin sueño, él tampoco quería irse con su mamá, no por un resentimiento, si no por la incomodidad que le suponía tener que vivir con una persona que era prácticamente una desconocida, la última vez que la había visto—sin contar en el velorio de su padre— tenía diez años y ya de eso habían pasado ocho años, estaba seguro que si ella no le hubiera mandado todas esas fotografías de Takeru, posiblemente, lo hubiera olvidado hacía tanto tiempo.

—Yo tampoco quiero—admitió soltando un suspiro cansino.

—Entonces, haz algo, tú eres el mayor.

—Podríamos alquilar un apartamento, pero no nos durará toda la vida.

—Natsuko es tu mamá, ella tiene que ayudarte con el pago.

—No podemos exigirle a ella, no le tengo confianza, mucho hace con acogernos.

—No quiero—dijo cruzándose de brazos—. No quiero quedarme con una mujer que me ha de odiar por creer que yo fui la causante de su divorcio.

—Mimi, tu no tienes la culpa, lo que hizo mi papá no tiene nada que ver contigo, tu no los obligaste.

Mimi le dio la espalda, Yamato sabía que estaba conteniéndose una rabieta, y en parte la comprendía, a penas habían pasado nueve días desde que su padre junto con su madrastra murieron, nueve días que cambiaron su mundo completamente, empezando, con mudarse, desde Corea, hasta Japón, la tierra que los vio nacer, el lugar donde Hiroaki Ishida se casó con Natsuko Takaishi y el mismo lugar, donde Hiroaki engañó a su esposa con Satoe, la madre de Mimi.

No era fácil, claro que no lo era, cuando Satoe llegó a su casa con esa pequeña niña entre sus brazos, proclamando que era hija de su papá, supo que todo estaba perdido, su madre había enloquecido completamente, destruyendo cada objeto de su hogar, todo era difuso para él, que se mantuvo oculto con Takeru detrás de un sillón, esa noche su papá se había marchado, volviendo a las semanas después por él, para llevárselo a Corea, junto con su madrastra y su nueva hermana, niña que de odiarla con todas sus fuerzas había pasado a ser su mundo, su único mundo.

—Intentémoslo—pidió ella volteándose hacia él, revelando sus miedos con una sola mirada—. Siempre hemos sido tu y yo, solo nosotros, podemos salir de esta, estoy segura que lo lograremos, Yama, solo di que si.

Yamato se enterneció ante las lágrimas que amenazaban por salir, acarició las mejillas de la chica, en un claro gesto de derrota, él jamás podría luchar contra ella.

—Lo intentaremos, saldremos de esta.


A lo largo de su vida, las personas le habían dicho que siempre las caídas eran las mas dolorosas y no esas caídas que experimentó junto con su mejor amigo, aquellas en las que terminaba con sus rodillas raspadas o sus brazos quebrados, no, ese tipo de dolor solo duraba en el momento y a veces dejaba una pequeña cicatriz que te hacían reír por lo ridículo de tu golpe, esas caídas no eran nada comparado con la caída emocional que todos tendrían que vivir en un determinado momento, solo que ella pensó que nunca caería de un altura tan alta en donde su alma terminara hecha pedazos en todo el pavimento, imposibles de volver a recolectar…

No, ella no lo pensó…

Sus amigas le habían dicho que empezara de nuevo…un nuevo comienzo…darle vuelta a la pagina y comenzar una nueva historia, algo sencillo de decir, pero difícil de realizar y ella a sangre fría lo sabía, estando ahí, en medio de su habitación, rodeada de tantos recuerdos, de él, de la persona que la destrozó, recuerdos que debía tirar en una simple caja como si se trataren de basura.

— ¡Ush! Sora, ¿Cómo pudiste usar este suéter tan feo?

La muchacha alzó sus ojos rubís hacia lo alto, encontrándose con una de sus mejores amigas, una chica alta y de cabellos purpuras quien sostenía con la punta de sus dedos una prenda de lana.

—Me lo regaló mi suegra—negó con la cabeza con brusquedad—. Quiero decir, la mamá de Yuuki.

— ¡Yuk! Asco, asco—barboteó lanzando el suéter en la caja en medio de la habitación, ella suspiró con derrota, estando segura que esa caja nunca iría al contenedor de basura.

—Miyako, deja de ser tan grosera—regañó otra, una muchacha de cabellos castaños y cortos.

—No estoy siendo grosera—rebatió la chica—. Estoy siendo realista y ese suéter es horrendo, siempre se lo dije a ella.

—Tiene razón—dijo Sora—. Está horrible.

—Ves, Hikari, tengo la razón y ya Sora quita esa mala cara, mejor escucha la gran noticia que Kari tiene para ti.

— ¿Qué noticia?—demandó la castaña enarcando una ceja.

—Eres el colmo—señaló Miyako, rodando sus ojos con exasperación, Sora la observó lanzarse a su cama en un brinco sobreactuado contuvo una risa ante el dramatismo de la mas alta de todas—. De lo de tu guapo novio, Takeru.

—Oh si—contestó la joven alarmada, recordando que en esa noche conocería a la familia de su novio—. Hoy vienen los hermanos de T.K.

—A vivir aquí—completó Miyako conteniéndose un grito de emoción.

—y ¿Eso por qué es buena noticia para mi?—preguntó frunciendo el ceño.

—Porque tiene un hermano—obvió ella—. Un hermano mayor, de tu edad, seguramente guapísimo, esa es tu oportunidad para que conozcas a un chico mejor que ese idiota de…

—No quiero un novio, Miyako—le cortó la joven—. Gracias por preocuparte pero creo que este nuevo comienzo lo empezaré sola.

—Oh vamos, Sora, tienes que darte la oportunidad, entiendo que estés decepcionada de los hombres, pero mereces ser feliz.

—A penas tiene unas semanas de haber terminado con el chico, dale un respiro, Miya—intercedió Hikari por su amiga.

—Pero que pérdida de tiempo, si yo no estuviera con mi hermoso Ken, no perdería la oportunidad de intentarlo.

—No es el momento—dijo Sora—.No quiero a ningún hombre en mi vida.

—Oh entiendo, entiendo, bueno, también tiene una hermana…—soltó al aire como quien no quiere la cosa.

— ¡Miyako!


Incrédulo, observó sus manos temblorosas, a medida que los segundos pasaban sus manos se enfriaban y se descontrolaban más, se regañó a si mismo, no era como si fuere a ver a una gran celebridad o al mismísimo Dios, pero ver a su hermano después de tantos años, le ponía absurdamente nervioso.

Y no es que tuviera una década de no verlo, a penas unos días, cuando se dieron cuenta de la muerte de su papá, él junto con su mamá fueron hasta Corea, a despedirlo, estando ahí, él se quiso acercar a su hermano, pero la chica que estaba entre sus brazos, nunca se separó de él y sinceramente por mucho que lo intentó, él no se sentía a gusto con esa chica de por medio, su madre la había señalado como la hija de su papá y de su esposa y eso había sido suficiente para que el no quisiera estar cerca de ellos.

No es que le cayera mal, en lo absoluto, incluso se compadeció ese día que la vio tan destrozada siendo su hermano el único pilar que logró mantenerla en pie, pero, por mucho que no desease pensar mal, ella junto con su madre, habían sido las que destruyeron a su familia y no se sentía a gusto cerca de ella.

—Takeru, estate pendiente por si lo ves.

Asintió ante el llamado de su madre, la cual en esos momentos era un manojo de nervios, la muerte de su padre había sido impactante, pero fue mas, el hecho de que su madre les ofreciera posada a ellos, de su hermano lo comprendía, era hijo de ella, pero de la chica, ¿Por qué? ¿Por qué tenia que hacerlo? Porque Yamato es su tutor, Takeru, no la puede dejar sola…le había dicho su madre, con una voz tan impersonal y tan monótona, sabía que le dolía, lo sabía muy bien, pero ella había tragado su orgullo por esa chica o tal vez por el mismo Yamato, ambos lo habían visto en el velorio, sobreprotegiendo a esa niña, seguramente su madre pensó, que sin ella, Yamato no pondría un pie en su casa y eso le hacía hervir la sangre, por muy inmaduro que fuere, tenía grandes resentimientos por ella.

— ¡Oh! Ahí está.

Takeru alzó su vista encontrándose con el grupo de personas saliendo por las paredes de cristal que los separaban de ellos, observó a la distancia a su hermano con su vista hacia el suelo caminando despacio, detrás de él iba la chica, sus dedos sosteniendo el filo de su camisa, su mirada hacia abajo también, vestían de negro y podía apreciar la tristeza de ambos desde lejos, una punzada atravesó su pecho, para él, la muerte de su padre no le suponía el mismo dolor que para Yamato y la culpa le corroía.

Su madre corrió hacia ellos, notó como la chica se escondía detrás de su hermano ante la presencia de su mamá y eso no hizo más que molestarle.


Yamato recibió el abrazo de su mamá que le supo a extraño y distante, por mucho que ella acariciara su cabello con cariño y le besara la mejilla con amor.

—Lo siento tanto, hijo, de verdad lo siento.

Y sabía que no mentía, en el velorio, no tuvo la oportunidad de apreciarla, pero ahora, teniéndola enfrente, podía notar como su rostro seguía exactamente igual desde la última vez que la miró a excepción de sus ojos que mostraban tristeza, cansancio y derrota.

—Gracias, mamá—contestó, lleno de sinceridad—. Por todo.

La miró asentir con una sonrisa dolida, sus ojos azules como los de él se enfocaron en la figura que se escondía detrás de él, Mimi mantenía su cabeza sobre su espalda y la podía sentir temblar ligeramente así como sus dedos estrujando su camisa.

No supo que decir, su madre la conoció hacía tantos años y no en muy buenas circunstancias, lo único que Takeru y ella tenían de Mimi era un mal recuerdo, la dinamita de la explosión, el fruto de aquella infidelidad y ahora, ¿Cómo debería de presentarla? ¿Debería de hacerlo? O ¿lo mejor era exigirle a Mimi que saludara? Conociéndola como lo hacía, sabía que no le obedecería.

—Mimi—dijo él—. Ella es mi mamá.

La sintió removerse con incomodidad pero para su sorpresa ella asomó su cabeza encarando a su madre.

—Mucho gusto—musitó, escondiéndose nuevamente en su espalda, y ahí estaba el resultado de lo que su padre, su madrastra y el mismo habían creado con Mimi, su extrema dependencia por él.

—Oh, es cierto, ¡Takeru!

Takeru se asomó, Yamato notó lo grande que estaba su hermano, escasos centímetros mas alto que él, su rostro había dejado su redondez infantil, mostrando unas facciones mucho más adultas y ¿Por qué no? También atrayentes, un orgullo nato apareció en él, Takeru a simple vista mostraba ser un buen chico, con esa sonrisa afable y su postura amigable, a sus ojos, su hermano seguía siendo aquel niño que el dejó hacia tantos años atrás.

—Cuanto tiempo—musitó Yamato, queriendo decir tantas cosas.

—En realidad no tanto—dijo él, encogiéndose de hombros—. Nos vimos en Corea.

—Oh es cierto, disculpa, en esos momentos no tenía cabeza para nada ni nadie.

Quizás para una sí, quiso decir Takeru, mordiéndose la lengua.

—Lo entiendo.

—Gracias.

El silencio reinó entre ellos, no es que Yamato no quisiere decir nada, tenía tantas cosas de las que quería hablar pero todas se atoraban en su garganta o se anclaban en su cerebro con la intención de nunca salir de él, estando ahí, frente a su madre y su hermano, Yamato se dio cuenta de cómo el tiempo había hecho mella entre ellos.

—Mimi—llamó solo como un intento de romper la tensión—. El es Takeru, te he hablado mucho de él—la tomó por un brazo jalándola hacia el frente, su rostro seguía gacho, Yamato quiso comprenderla, de ahora en adelante, le tocaría relacionarse con la ex familia de su papá.

—Mucho gusto—susurró, monótona, sin verlo.

—Igual—musitó Takeru viendo hacia un lado.

Yamato se dio cuenta de lo difícil que sería para los tres poder relacionarse entre sí, sabía que tenía cierta ventaja con Mimi, pero a su madre y a Takeru a penas los conocía y no tenía idea de cómo ellos reaccionarían con Mimi irrumpiendo en su hogar, lo que si sabía, es que probablemente ninguno de los tres podrían llegar a tener una buena relación.

—Bueno, andando—habló Natsuko, fingiendo una sonrisa de ánimo—. Han de estar muriendo de hambre.

Takeru se acercó, ayudándole con una de sus maletas, su madre emprendió marcha, Yamato pudo ver los rígidos que estaban sus hombros y como sus pasos eran hoscos y descoordinados, Mimi caminó jalando su propia maleta, seguía cabizbaja y podría jurar que la miraba mucho mas delgada que la noche anterior, el dolor de perder a sus padres era desgarrador y él mismo lo estaba experimentando, pero él, a diferencia de ella, tenía que ser el fuerte, porque si los dos caían nunca más podrían volver a levantarse.


Llegaron hasta el estacionamiento, junto con Takeru guardaron las maletas dentro del baúl, solo eran tres, sus demás pertenencias estaban en camino, por lo tanto solo habían empacado lo mas esencial, su madre ya estaba dentro del carro y Mimi parada a su lado, su abrigo negro le hacía ver mucho mas pálida de lo que era siendo iluminada por los rayos del sol le hacía ver como una frágil muñeca de porcelana, permitió que su hermano subiera primero al carro para el abrir la puerta trasera, dejó que primero entrara Mimi para luego subirse él.

Se dedicó a observar el paisaje en todo el camino, quedando maravillado ante lo diferente que Odaiba era ante sus vagos e infantiles recuerdos, una vez más se dio cuenta de cómo el tiempo había creado una gran brecha entre él y aquel niño de siete años que una vez vivió con esas dos personas que se les hacía desconocidas, se preguntó, si algún día podría recuperar los años perdidos con ellos.

Su vista se corrió hacia Mimi, la chica también estaba perdida en el paisaje que se le ofrecía, observó su delicado perfil y su cabello castaño cayendo en cascada por su cuerpo, se detuvo en su pequeña nariz recordando como antes siempre que lo mandaban a levantarla le apretaba la nariz por molestarla hasta que ella terminaba llorando y él terminaba con un merecido regaño, deseó podar apretarla como aquellos tiempos, y reír como loco ante la ira acumulada en ella, la verdad, simplemente deseaba arrancar toda esa tristeza y no sabía como podría lograrlo, tal vez el mismo condenado tiempo, sería la cura perfecta, por mucho que no le gustare eso.


—Sé que no es la gran casa que tenían allá, pero…

Yamato negó con la cabeza, restándole importancia al asunto, sabía muy bien, que en Odaiba se vivían en apartamentos y no en la casa de dos pisos que tenían en Seúl, observó a Mimi de reojo, parecía estar observando críticamente la puerta pintada en blanco con el apellido Takaishi impreso en un cartelito, estaba seguro que para ella sería difícil, estando acostumbrada a grandes espacios, esperaba, por todos los dioses, que lograra acostumbrarse lo mas pronto posible, porque, lastimosamente, ese sería su hogar por un buen tiempo.

Su mamá respiró con alivio o al menos eso le pareció a él, abrió la puerta permitiéndoles la entrada, el primero en dar paso, fue Takeru quien llevaba una de las maletas, Yamato notó que su cuerpo seguía rígido y un nudo se apoderó de su garganta, se sentía horrible ser un extraño para su propia familia.

Natsuko le siguió el paso, dejándolos a ellos solos, Mimi no se miraba a gusto, su rostro se lo decía y no hacía falta preguntarle, ella sola se encargaría de contarle.

—Ninguna de nuestras cosas cabrán aquí—dijo, en tono crítico—. Seremos un estorbo, tenemos que irnos.

—Mimi, acabamos de llegar—habló, en tono de advertencia—. No podemos negarle su hospitalidad, no a ella.

Mimi se cruzó de brazos apartando su rostro bruscamente del de él, Yamato negó con la cabeza, cuando se lo proponía, ella lograba a ser una odiosa, para su buena o mala suerte, él ya sabía como lidiar con ella.

—Compórtate—le ordenó agravando su voz.

—Siempre me comporto—dijo en voz digna alzando su cabeza con aires de grandeza.

Movió su cabeza de tal manera que su cabello fue a dar en el rostro de él, sonrió socarronamente ante los berrinches de Mimi y también por el delicioso aroma que estos le dejaron impregnado en su nariz, la miró entrar a la residencia, apresuró su paso y entró, lo primero que se encontró fue con un pequeño pasillo y el recibidor en donde habían varias fotografías enmarcadas, para su sorpresa, había una de él, de unos dos años atrás, en un paseo familiar, se preguntó por qué su papá no le había dicho nada, tal vez, hubiera mostrado una mejor sonrisa que esa que mostraba la fotografía.

Tomó su maleta y se encamino hasta la sala, era acogedora y decorada con varias cosas modernas, el comedor de cuatro personas estaba a un lado del sofá mas grande, a su alrededor habían tres habitaciones y un baño, sin olvidar la puerta de cristal que mostraba un pequeño balcón, ni la cocina que ocupaba un gran espacio del apartamento.

—Solo somos nosotros dos—comenzó a explicar Natsuko, mostrando una sonrisa nerviosa—. Por eso es que no ocupamos un apartamento mas grande, solo hay una habitación extra, así que, la puedes ocupar tú—dijo, señalando a Mimi—. Yamato por los momentos compartirás habitación con Takeru, no he conseguido aún una…

— ¡No!

Gritó Mimi sobresaltando a todos los presentes, Yamato sintió sus finos dedos anclándose en su brazo y no tuvo que mirarla para saber que todo su cuerpo temblaba de un miedo que no sabía si justificar o no, tenía nueve días seguidos durmiendo con Mimi, no es que antes no lo hubiera hecho, en días de tormenta, o cuando su papá y madrastra salían, ella se escabullía a su cama y todo era risas y ridículos cuentos mágicos para ahuyentar a los "monstruos" inexistentes, así que no estaba mal, claro que no, pero desde el accidente, sus noches se habían transformado en largas horas de llantos y gritos tanto de ella como de él y estaba seguro de dos cosas: no podía dejarla sola y su nueva familia no soportaría esas largas horas que ellos compartían su dolor.

—Dormiré con Mimi—dijo él sintiendo como el agarre en su brazo disminuía.

De todas maneras, siempre habían sido ellos dos.

— ¿Están seguros?—inquirió su mamá, con su ceño fruncido.

—Lo que menos queremos es molestar—habló Mimi, en lugar de él—. No se preocupe por nosotros.

—No son una molestia—dijo ella, hablando con sinceridad—. Pero está bien, pasaré el futon.


Acomodó las maletas en un rincón de la habitación, que constaba solo con una cama, la mesita de noche un armario y su futon acomodado a un lado de la cama, miró de reojo a Mimi, quien rebuscaba algo entre sus cosas.

— ¿Qué buscas?

—La foto—musitó ella concentrada en su tarea, a los pocos segundos sacó un marco decorado con una cinta negra, en donde aparecían su padre y su madrastra sonriendo hacia la cámara, la colocó sobre la mesa y se dedicó a contemplarla.

—No creo que se conveniente—dijo Yamato no muy convencido de que esa fotografía descansara en ese lugar.

—Esta es mi nueva habitación—soltó ella en voz ruda—. Puedo decorarla como quiera, son mis padres.

Yamato suspiró sabiendo que seria una lucha perdida, en cambio se recostó en su futon, la cena había sido parcialmente silenciosa, siendo la única que interrumpía su madre, quien les anunciaba como serían sus estudios de ahora en adelante y sobre las tutorías que tendrían que llevar diariamente, a él le pareció una gran idea, así se mantendrían ocupados y no pensarían en sus padres.

— ¿Crees que el uniforme de la escuela sea bonito?

Volteó a verle para responderle, apartando la vista de inmediato, sus mejillas se sonrojaron levemente, Mimi se estaba colocando su camisón, no había visto nada más que sus piernas, pero eso era suficiente para ocasionar que su cuerpo se revolucionara.

—Es de color azul—dijo él, una vez se repuso.

—Que apagado—renegó ella caminando hacia la cama—. Me gustaba mi antiguo uniforme.

—En Corea no hay nada que nos retenga, Mimi.

—Lo sé.

La miró acostarse en la cama y hacerse un ovillo, había sonado muy rudo y sabía que la había lastimado, no fue su intención, claro que no, simplemente quería hacerle entender que Corea nunca mas volvería a ser su hogar, y de regresar seria muy doloroso.

—Sé que dejaste a todas tus amigas, y que este lugar no se parece en nada a la casa que teníamos pero, tú lo dijiste, siempre hemos sido nosotros dos y te lo digo yo, saldremos de esta, te lo prometo.

—Lo sé.

Yamato no esperó más por parte de ella, por los momentos era suficiente, se recostó con sus ojos pegados en el techo pensando en como su vida había dejado de ser, para convertirse en otra.

—Tal vez, no fue mala idea regresar aquí—susurró ella.

— ¿por qué?

La pequeña mano de ella irrumpió su visión, Yamato extendió la suya hasta tocar la de ella, sus dedos se entrelazaron y el sintió esa calidez que siempre sentía con ella.

—Yo te prometo esto—la escuchó decir—. Encontraré a mi verdadero padre, no descansaré hasta hacerlo…

Y su traicionero corazón se aceleró, estalló y todos sus miedos y preocupaciones eran nada comparado por lo que en esos momentos estaba pasando, se aferró al agarre de Mimi y no pudo evitar recordar la primera vez en que su corazón se volvió loco.

Tenía doce años y ella once, fue una tarde, era condenadamente fría y la nieve lograba cubrir sus tobillos, pero ese no fue impedimento para buscar a Mimi hasta encontrarla escondida en la casa de árbol en la que ella jugaba todos los veranos, la encontró llorando, de una manera en que nunca la había escuchado, él reconocía los llantos de Mimi y ese, estaba lleno de resentimiento y dolor.

No supo que hacer ni como actuar, simplemente se sentó a su lado y esperó hasta que ella dejara de llorar, no supo cuanto tiempo fue, pero sus piernas dormidas le decían que había pasado una eternidad en esa posición.

—Mamá lo engañó—se atrevió a decir ella envuelta en sollozos—. Él no es mi verdadero papá, mamá lo engañó para quedarse con él…mamá lo engañó…

Y fue en ese preciso momento en que su corazón estalló con locura, ella no era su hermana y a pesar de que su madrastra se lo negara hasta el cansancio, ellos lo sabían, no era su hermana y nunca lo sería, no importaba que compartieran el mismo apellido, ni que ella nombrara a su papá como el suyo propio, ella no era su hermana, no lo sería nunca y eso era suficiente para que su corazón se acelerara.

Pero, la espina de la duda seguía hiriéndolo a cada minuto que se detenía a mirarla, y ¿Si Mimi había escuchado mal? Y ¿Si Satoe se hubiese equivocado y el verdadero padre era Hiroaki? Y ¿Si nunca encontraban al verdadero padre? y ¿Si ella en realidad era su hermana? Y ¿Si no? Mimi los había escuchado, detrás de la puerta, su madre había salido embarazada de otro hombre, ahí, en Odaiba, y se lo había lanzado a su papá para quedarse con él, esa era la verdad que ella proclamaba, y esa era la duda que a él lo atormentaba, ciertamente, Mimi no se parecía a su papá en lo absoluto, mucho menos a él, peor a Takeru, él nunca lo consideró como su hermana si no como su compañera de juegos a quien debía cuidar, y él, se aferraba a eso, pero al mismo tiempo se sentía partido en dos, temía descubrir una triste realidad, temía que ese hombre jamás existiera, temía tantas cosas y sin embargo, cada vez que ella le miraba, todos sus miedos se evaporaban y las palabras de hacía tantos años volvían a él, con la prometedora esperanza de que ella, no era ni sería nunca su hermana.

—Lo encontraré Yamato, tomaré su apellido solo para casarme contigo.

—Mimi…por favor…

—Te lo prometo, Yamato, lo encontraré.


Y bueno eso ha sido todo,quiero agradecer ante mano a mis lindas amigas:Sakura Tachikawa y a mi bella beta Criisi, quien por cierto me ha ayudado mucho con el Taiora que se desarrollara en la historia =D

Muchas gracias a los que se atrevieron a leer esta retorcida historia xD y espero un comentario solo para ver si quemo o no la historia xD xD xD espero que pasen una gran semana santa, tengan mucho cuidado con los viajes, y si pueden, haganle un pequeño tiempo a Dios =D que el los recibira con mucho amor.

les mando un beso y un abrazo :*