Hola, este es mi primer fanfic, espero que sea de su agrado, es una adaptación de la novela "Ama como yo ame" de vallemar, la cual me dio autorización de adaptarla, los personas son de la gran escritora Suzanne Collins, de la cual soy una gran admiradora, nada es mio, lo hago sin fines de lucro, solo por entretenimiento y porque la historia, en mi humilde opinión, es fantástica, espero que la disfruten y comente y pregunten todo lo que quieran...
CAPITULO I
REGALO DE CUMPLEAÑOS
Al fondo sonaba la campana del teléfono, eran apenas las 7:30 de la mañana. Me pregunté quién llamaría tan temprano. Maldije una vez más por tener la habitación contigua al pequeño despacho. Yo sólo quería seguir durmiendo, pero aun y así, tenía curiosidad. Segundos más tarde, escuche la voz de la abuela. Ella había descolgado y parecía conocer a su interlocutor, incluso como si estuviera esperando su llamada. Intenté volver a dormirme. Seguramente sería alguna de sus amigas, pero su voz seguía retumbando en mis oídos.
EN LA OTRA HABITACIÓN
- Hola.
- Eres tú, -contesto la otra voz aliviada de saberlo-.
- Sí claro. Estaba junto al teléfono esperando tu llamada. ¿Quién esperabas que fuera?
- Por un momento pensé que me contestaría él. ¡Por dios!, todavía hoy le tengo miedo.
- El nunca contesta el teléfono, y menos este.
- Lo sé, pero aun y así me daba terror. ¿Soy la primera en llamar?
- Sí, pero anoche ya había hablado con las otras y deben estar por llegar.
- Bien, me visto y salgo en seguida. Calculo que llegaré más o menos en una hora.
- Está bien, Primrose todavía no se ha despertado. Ahora le estoy preparando el desayuno, quiero llevárselo a la cama como lo hago todos los años.
- Entonces tengo tiempo. ¿Y cómo está?
- Espero que hoy se encuentre mejor. Anoche volvieron a discutir, ¿sabes? y cuando la vi llorando, estuve muy segura de que lo que vamos a hacer es lo correcto.
- Claro que lo es, ya lo hemos discutido muchas veces.
- Sí, pero es que duele tanto todavía.
- Pero ella se merece la verdad, así que no sigamos perdiendo más tiempo hablando tonterías por el teléfono, vamos a hacer lo que tenemos que hacer.
Cuando empezaba otra vez a dejarme dormir, abrieron la puerta de mi habitación. Dos mujeres muy ruidosas ataviadas con bandejas llenas de comida, se movían sin ninguna prudencia. Eran mi abuela y mi nana.
- Buenos Días.
Dijo mi abuela, mientras dejaba una bandeja que traía en las manos sobre la cómoda y se inclinaba hacía mi en la cama para darme un beso en la frente.
- Dora, abre esas cortinas, que entre la luz del día, por favor.
- Es muy temprano todavía. -Le contesté tapando mi cara con la manta para filtrar los rayos de sol- déjame dormir un rato más.
- No seas perezosa, hace un día precioso.
Sabía que era inútil insistir, si se había propuesto que me levantara, me levantaría a toda costa, así que me recline sobre la cama y estiré los brazos para ahuyentar mi pereza. Tras un largo bostezo, le dije
- ¿Estaba soñando que sonaba el teléfono?
- No lo soñabas, era Annie.
- ¿Annie?, ¿a esta hora? ¿Y qué le pasaba?, tenía que ser muy importante para que se levantara tan temprano.
- ¡Claro que es importante!, es tu cumpleaños.
- ¡Sí! y por eso mismo debería poder dormir cuanto quisiera, -me volví a acurrucar bajo las sabanas calientes todavía-.
- Vamos, ya tendrás tiempo de dormir. Desayuna y luego cámbiate. Johanna, Ana, Annie, Dora y yo, tenemos una sorpresa para ti y, necesitamos que estés bien despierta para recibirla.
- Pues espero que eso que huelo sea café y no otro sueño, porque si no, no podré abrir los ojos.
- Es café. Levántate, tenemos que estar en el parque en una hora.
- ¿En el parque?, -hice una pausa-, abuela, ¿sabes que cumplo 18 años no 8, verdad?
- Claro que lo sé querida, -se volvió hacia Dora-. Tendremos que cancelar los payasos y los globos.
Me levante de un salto de la cama para no tener tiempo de arrepentirme nuevamente, y fui hasta el baño. Me detuve un momento en la puerta y conteste a su broma.
- Si los payasos son guapos y los globos de muchos colores pueden quedarse.
Mientras me duchaba, no podía dejar de pensar en que hoy cumplía 18 años, y comenzaba mi vida adulta, fuera lo que fuera que significara eso. No tuve la oportunidad de ser durante mucho tiempo niña, así que mi adolescencia fue bastante larga y peculiarmente tranquila. Mi madre murió cuando yo tenía seis años de edad. Yo quedé a cargo de mi padre, con quien muy a mi pesar no sostenía una buena relación. Discutíamos mucho, él me sobreprotegía de una manera demencial y yo muchas veces me sentía como una prisionera.
También estaban mi abuela materna, quien se había esforzado muchísimo para suplir la falta de mi madre. Portia, una amiga de la infancia de mi abuela, mi tía Johanna y su esposo, mi tío Haymitch, mi tía Effie, mis padrinos, Annie y Finn y por supuesto mí nana Dora. Crecí prácticamente sólo con ellos. Me educaron en casa, porque así lo deseaba mi padre. Él viajaba mucho y le gustaba que yo le acompañara en sus viajes. Mi abuela iba con nosotros y mi tutora la señorita Wiress. Tenía primos y también los hijos de mis padrinos, pero todos eran o más pequeños o mayores que yo, así que nunca tuve la oportunidad de tener amigos de mi edad.
Nunca entendí porque mi padre insistía en que le acompañara, porque aunque yo estaba ahí con él, rara vez compartía conmigo. Después de la muerte prematura de mi madre, cambió mucho. Yo le recordaba como un padre cariñoso y luego nada volvió a ser igual. No me trataba mal, incluso las pocas veces que estaba a mi lado, era evidente que me quería, pero el problema es que casi siempre se apartaba de mí, como si el verme le hiciera daño. Llegué a pensar que era porque le recordaba mucho a mi madre y su recuerdo le dolía demasiado.
Cuando ya fui lo suficientemente mayor como para darme cuenta de que mi encierro no era sano, empecé a tener fuertes discusiones con él. Le pedí muchas veces que me dejara asistir a una escuela normal, pero siempre se negaba sin darme ninguna explicación que fuera razonable. Mi abuela también discutía continuamente y le pedía por favor que cesara en aquel capricho, con el que sólo conseguía hacerme daño, igualmente mi tía Johanna y mi madrina, pero él nunca cedió. Sus relaciones con ellas eran bastante precarias. Incluso en varias ocasiones le escuche amenazarlas con prohibirme volver a verlas, para que dejaran de meter ideas estúpidas en mi cabeza.
Una hora más tarde, llegábamos las tres, Dora, mi abuela y yo, a un parque cercano a la casa, donde mi abuela solía llevarme a jugar cuando era una niña. Le llamaban el parque de El Bosque, tenía varias cascadas que manaban de una montaña y corrían en un riachuelo. Siempre me gusto mucho aquel lugar, era tranquilo y sosegado, y podías bañarte en su lago. Me hacía sentir libre, y mi imaginación volaba, podía ser una ninfa del bosque o una mariposa y no tenía ningún límite. Era curioso que hubieran escogido aquel lugar para mi decimoctavo cumpleaños, ya que este representaba la parte más feliz de mi infancia.
Cuando llegamos a la altura de la cascada principal, divisamos a mis tías; Johanna y Effie, y a mi madrina Annie. Las tres más peculiares mujeres que había conocido en mi vida, no por ser quienes cada una de ellas eran, si no por el hecho de que pudieran ser amigas y quererse tanto, siendo tan distintas las unas de las otras. Con el tiempo entendí que se complementaban y eso las unía y separaba al mismo tiempo, pues no podían estar mucho rato sin pelearse entre ellas, y de igual modo siempre estaban juntas.
Mi tía Johanna, una mujer muy bella. A sus 39 años, todavía contaba con la lozanía y brillo de la más temprana juventud. Siempre preocupada por su aspecto, por parecer joven y deseable. Aparentaba ser una persona bastante despreocupada, los temas políticos, económicos y filosóficos no eran su punto fuerte. Solía decir que ella se interesaba por cosas más mundanas, su lema era:
"La vida es difícil, si nos empeñamos en resolver en nuestras cabezas como solucionar los problemas del mundo, sin realmente poder hacer nada, nos la complicamos aún más. Cuando tengan una solución real, por favor me la comunican. Yo soy una mujer de hechos, no de palabras. Solo me entretengo con las cosas que soy capaz de manejar".
Mi tía Effie por otra parte, era una mujer refinada. Para ella la dignidad, el decoro y las buenas costumbres, jugaban el papel más importante y relevante de su vida. Preocupada siempre por mantener hasta el más mínimo detalle protocolar controlado, para que todo, desde las cosas más pequeñas de su casa, hasta una gran fiesta, fuera algo del agrado de los asistentes. Tenía un don especial en las artes culinarias, al punto de poder hacer sonrojar al mejor de los chef ante alguno de sus exquisitos platos.
"La organización es la clave para mantener la vida de toda persona de bien", solía decir constantemente.
Por último mi madrina Annie. Una mujer de mucho carácter, decidida, aventurera e interesada por cultivar más el intelecto que el cuerpo. Siempre avocada a causas por el bien común. Feminista, entregada a su trabajo, y con una forma de hablar peculiarmente irreverente.
"Las montañas se construyen de pequeños granos de arena. Arrimar un poco el hombro no le hace mal a nadie, pero sí que logra el bien de muchos". Esa sin duda era su premisa.
No parecían tener nada en común, excepto una cosa: Eran mujeres por cuyas venas corría sangre. Las movía una pasión desbordante ante todo aquello que hacían, ya fuera juntas o cada una por su cuenta. A pesar de sus diferencias ideológicas funcionaban muy bien en equipo. Casi podría decirse que lograban todo cuanto se proponían y, si no lo hacían, era porque habían perdido el interés en lograrlo.
Fue mi madrina la primera en saludarme y darme un fuerte abrazo.
- Hola princesa.
Ellas corrieron hasta mí emocionadas por verme.
- Déjame verte. Estas bellísima, feliz cumpleaños.
- Gracias, madrina.
- ¡Estas tan grande, ya eres una mujer!, -dijo mi tía Johanna, en un tono algo melancólico-. ¡Cómo pasan los años!
- No te preocupes tía Johanna, tu siempre estas joven, -le di un beso y luego otro a tía Effie-. ¡Hola tía Effie!
- Estoy tan feliz de verte, ¡feliz cumpleaños!
- Ya estamos otra vez, ¿siempre tienes que llorar?, -le dijo mi tía Johanna reprochándole, era cierto que mi tía Effie solía ser empalagosamente emocional- No seas tonta, que si empiezas ahora vamos a terminar llorando todas.
- ¡Calla Johanna!, ¡yo lloro todo lo que quiera! Además, sé porque te quejas, ¡tú no puedes llorar!, si lo haces te arrugas.
- Por favor, -les interrumpió mi madrina- el día es largo y si empiezan tan temprano, no habrá quien lo aguante.
- Eso digo yo, -le contesté aún riéndome, me divertía mucho verlas discutir- ¿por qué me han hecho levantar tan temprano para venir al parque?, ¿no podían esperar a la tarde? Cuando uno está de cumpleaños se merece dormir por lo menos hasta las nueve de la mañana ¿Se puede saber a qué se debe tanto misterio?
Se miraron entre ellas.
- Es que… -dijo mi madrina- te tenemos una sorpresa.
- ¿Un regalo?
- No exactamente.
- ¿No? Si no es un regalo, ¿entonces que puede ser?
- Más bien es algo que te pertenecía y, que desde hace mucho tiempo nosotras hemos estado guardando para ti.
Les miraba a todas con curiosidad, pero ninguna decía nada.
- Y, ¿me van a decir que es? o ¿tengo que adivinarlo?
- No, no, por supuesto que no tienes que adivinar nada, -contesto mi tía Johanna-, pero antes es mejor que te pongas cómoda.
Ellas tenían mantas y una cesta de picnic. Empezaba a sospechar que tenían la intención de pasar mucho tiempo en el parque.
- ¿Cómodas?, no entiendo nada. ¿Vamos a hacer un picnic o algo así?
- En cierta forma si, -me respondió mi tía Effie, mientras sacaba de una de las cestas, que estaba segura había preparado ella misma, una manta para colocar sobre el césped. - La sorpresa es larga y va a tomar su tiempo, así que tenemos que estar todas muy cómodas. Trajimos de todo, porque no vamos a movernos de aquí hasta que no terminemos.
- Que misteriosas, ¿qué es?, me muero por saberlo.
- Ten paciencia.
No sabía que se traían entre manos, pero parecía ser algo importante y que visiblemente las emocionaba mucho a todas, incluso me pareció verlas un poco nerviosas.
EN SU MENTE
La casa se encontraba inusualmente sola. Estaba acostumbrado que a esa hora, justo ese día cada año, ya hubieran llegado todas las urracas molestas, llenas de regalos inservibles para dárselos a Primrose, mientras desayunaban todas juntas el enorme y decadente desayuno que su abuela preparaba para ella. Pensó que a lo mejor era aún muy temprano, así que miro la hora para cerciorarse.
- Las nueve y media de la mañana, esto es muy extraño, -pensó en voz alta-. Ya hace rato que deberían estar aquí.
Estaba intranquilo y disgustado. No le gustaba tener que aguantar la presencia de todas aquellas pesadas mujeres en su casa, pero la ausencia de ellas le provocaba un sentimiento aún más inquietante.
Llamó al servicio y cuando la doncella hubo llegado, le pidió una taza de café. Ella se marcho y regreso unos minutos más tarde con una bandeja en sus manos. La dejo sobre el escritorio y sirvió una taza de la tetera, luego añadió azúcar, lo revolvió y le ofreció la taza humeante, bien caliente, como al señor le gustaba. Sae, el nombre por el cual respondía la doncella, no había terminado de cruzar la puerta para marcharse, cuando él la detuvo llamándola de nuevo.
- ¿Desea algo más el señor?
Preguntó ella suavemente y un poco asustada. Todos le tenían miedo, gozaba de la fama de tener muy mal carácter, y de ser intransigente con sus empleados. Ese día en particular no tenía buen semblante. Se le notaba molesto, e irascible, así que era mejor ir con mucha cautela para no molestarle.
- ¿Sabe usted si Primrose ya se ha despertado?
- Sí señor, la señorita se despertó y salió muy temprano con la señora.
Ella pudo ver una mueca de disgusto.
- ¿Dijeron a donde iban o a qué hora regresarían?
- No señor, por lo menos no a mí.
- Llame a Dora, dígale que venga a verme.
- Lo siento señor, Dora también se ha marchado con ellas.
El se quedo unos segundos de pie junto al escritorio de su despacho, con la mirada perdida. De pronto, sé hoyo un gruñido que estremeció a Sae, seguidamente tiro todo lo que estaba sobre la mesa de un solo manotazo, incluida la bandeja con el café y la taza que tenía en la mano. El líquido se derramo y le quemo, se escucho un grito ahogado de dolor. Iris estaba perpleja y asustada, no sabía si salir corriendo de ahí o auxiliarle. Durante unos segundos se quedo impávida, mirándole desde la puerta, hasta que él fue el primero en reaccionar.
- ¿Es que piensa quedarse ahí de pie todo el día?, -grito furioso, mientras caminaba rápidamente hacía ella- limpie todo este desastre. Voy a estar en mi habitación, avíseme inmediatamente cuando vuelva mi hija.
Luego se marcho dando un portazo detrás de sí.
