Un nuevo inicio

I- Lo que vivimos

Un joven rubio caminaba apresurado por las calles de Sound city rumbo a su casa. O a su cárcel, como a él le gustaba llamarle. Era casi la hora tope para que los donceles estuvieran en las calles sin acompañante. Después de terminar las clases de ese día en el instituto se entretuvo un poco hablando con una de sus maestras, por lo que cuando se percato ya había perdido media hora del valioso tiempo de regresar a casa.

Sound City era una pequeña ciudad que tenia leyes muy estrictas y restrictivas en cuando a los donceles se refería. Una de ellas era que ningún doncel podía estar deambulando por las calles sin compañía luego de la hora tope, es decir las 18:00 horas, o las seis de la tarde.

El gobernador de la ciudad, un sujeto llamado Orochimaro era un varón de aspecto enfermizo, que solo reflejaba lo demente que estaba. Pero tenía mucho poder y dinero, he influencias con las personas que correctas, por ello podía hacer lo que quisiera con Sound City y nadie del gobierno nacional intervendría.

El rubio apuro el paso hasta casi correr por la acera en la que iba, eran las cinco de la tarde, tenía que llegar a su casa, y salir de nuevo a comprar lo que sería su cena, y la de su hermano. Este día le tocaba a él, y si no llegaba a tiempo, sería castigado.

El rubio llego a la casa a las cinco y cuarto, tenia cuarenta y cinco más para la hora tope. Sin detenerse, fue a su habitación, tomo el poco dinero que tenia y salió corriendo a la tienda más cercana. Mientras corría vio a otros donceles, que se apresuraban a sus casas, o a las tiendas, o a los sitios de trabajo. En una esquina, vio como unos varones jóvenes, estaban en medio de la acera impidiendo el paso a los donceles que se apresuraban a pasar por ahí. El rubio solo pudo bajar la cabeza, apretar los puños y seguir su camino. Las cosas eran así en Sound City, los donceles eran el objeto favorito de maltrato. Aunque las estrictas leyes que caían sobre ellos eran para ''proteger a los donceles'' nada se hacía por evitar los maltratos.

El rubio llego a la tienda, tomo lo que su poco dinero le permitía comprar y salió corriendo hacia la casa. Llego agitado con quince minutos de ventaja ante la hora tope. Se inclino detrás de la puerta tratando de tomar aire, con la bolsa de la tienda en sus manos. Mientras recuperaba el aliento, alzo la mirada y vio a su alrededor. Su casa era pequeña, desde la puerta se entraba directamente a la pequeña sala, donde solo había un sofá grande color amarillo, y uno más pequeño de color verde, junto a la pared una mesa de centro cargada de libros y libretas del instituto, tanto de él como de su hermano. En total la sala no tenía más de veinte metros cuadrados. Al fondo, siguiendo un pequeño pasillo, se podía llegar a las tres habitaciones y al baño. A la derecha una se podía ver la cocina, solo era separa de la sala por un comedor de madera de cuatro sillas. En la cocina, una estufa pequeña, sin horno, un refrigerador que en definitiva había visto muchos mejores tiempos. Una alacena llena de pegatinas de animales y stiker de las tiendas, era usada para guardar los platos, vaso, y demás utensilios de cocina. Siguió con su recorrido visual por las paredes grises y se topo con el reloj, eran las seis menos cinco. En ese momento el rubio se dio cuenta de dos cosas, la primera, su tutor estaba a punto de llegas, y la segunda; su hermano aun no llegaba a la casa.

En un cuarto semi obscuro de una casa en Sound City se escuchaban los gruñidos de placer de un varón, otro rubio doncel se encontraba con las manos atadas al cabecero de una pequeña cama de hierro. Estaba desnudo, son una cinta aislante sobre la boca, para impedirle gritar. Ardientes lágrimas bajaban por su rostro. Mientras, su cuerdo era sacudido junto a la pequeña cama con los envistes de su agresor. Era horrible. Tenía las piernas también atadas y abiertas, halabas de las cuerdas que lo sujetaban a pesar de saber que se estaba lastimando las muñecas y tobillos, pero no podía estar quieto mientras abusaban de él, el dolor en su cuerpo aumentaba con cada empuje de ese animal sobre él. Le dolía horrores.

Quería gritar y no podía, quería moverse y no podía, quería matar a quien lo estaba usando como su puta personal, y de nuevo, no podía.

Tenía los ojos, fuertemente cerrados, en un vano intento de olvidar a quien lo maltrataba, pero esa cara ya la conocía. Sabía que en esos momentos, su cara estaba contraída por el placer y de seguro una sonrisa llena de sadismo estaba instalada en su boca. Aun con los ojos cerrados no podía impedir la salida de las lágrimas.

-Vamos Dai…puta…se que te gusta... – dijo entre jadeos de placer un hombre de tez morena, mientras se enterraba profundamente entre las piernas del rubio – te gusta… ser mi puta...

Ante esas palabras, Deidara halo más de los amares de sus brazos para intentar soltarse, los insultos no salieron de su boca por culpa de la cinta que mantenía unido sus labios. El dolor en su entrada era tremendo, el dolor en su orgullo y dignidad, venia dado de una herida que nunca sanaría.

Se removió tratando de quitarse de arriba al maldito animal que lo forzaba y solo consiguió enojarlo. El enojo hizo que lo sujetara con más fuerza por las caderas, impidiendo así sus movimientos y dejando las marcas de esas horribles manos sobre la blanca piel, causando más dolor al rubio y uniendo a las demás marcas y cortes que cubrían su cuerpo.

-no te quieres comportar…-rio por lo bajo mientras las embestidas no cesaron- pensaba devolverte temprano, pero me quedare contigo un poco más.

Ante esas palabras, Deidara abrió los ojos con pavor, un temblor más fuerte se extendió por todo su cuerpo, mientras seguía siendo mancilladlo.

Naruto estaba sentado en la pequeña mesa de la cocina, frente a el había un plato no muy grande de su amado ramen. Pero no estaba comiendo. Eran ya las siete de la noche y su tutor no había llegado. A su hermano…lo esperaba más tarde.

''sé que no estás bien, solo puedo imaginar por lo que estas pasando, no sé qué hacer para ayudarte. Lo único que puedo hacer es curar tus heridas cuando llegues''

Los pensamientos del rubio se vieron interrumpidos por el sonido del la puerta al abrirse. Se levanto de la silla y se inclino en una reverencia, para recibir a su tutor.

-vaya, veo que te tocaba hacer la cena esta noche –la voz burlona de su tutor, provoco en el rubio un escalofrió por todo el cuerpo.

-bienvenido, kabuto-sama – se obligo a hablar el rubio. Termino la revensia, se enderezo, pero continúo con la mirada en el suelo. Estaba prohibido mirar a los varones sin su permiso. Y kabuto nuca se lo había dado. Naruto sabía muy bien, que era un fanático de los castigos físicos. Por ello trataba de no provocarlo. – la cena está servida, kabuto-sama

El peliblanco, miro alrededor, y vio lo que Naruto había preparado como cena. El odiaba el ramen. Como tutor de Naruto y su hermano Deidara tenía la ''obligación'' de velar por ellos. Pero como los dos eran donceles, se podía decir que tenía a dos esclavos a su disposición. Hacía ya ocho años que era el tutor de esos donceles, y vaya que se había divertido disciplinándolos. Nunca los violo, ya que prefería a las mujeres, pero ahora, que podía ver el atractivo de los donceles, se preguntaba si también podría 'educarlos' en ese aspecto.

-¿dónde está tu hermano? –pregunto kabuto, mientras se dirigía al pasillo, para ir a su pequeña habitación. Sabía que Deidara no estaba, ya que estaba prestando un ''servicio'' a su… amigo/novio.- ya paso la hora tope, y no me pidió permiso para salir con alguien o llegar tarde – se detuvo antes de entrar al pasillo, para espera la repuesta de Naruto.

El rubio apretó los puños con fuerza, y mantuvo la mirada baja. El era consciente de que Kabuto sabia por lo que estaba pasando du hermano en esos momento.

–el…no sé donde esta, creo que ese hombre lo tiene.- sentía un nudo en la garganta que lo asfixiaba. No era la primera vez que su hermano desaparecía. Desde hacía ya tres meses, que un tipo alto, fuerte y de mucho poder, se lo llevaba para…usarlo sin que nadie pudiera hacer nada. O mejor dicho sin que Naruto pudiera hacer algo.

Kabuto soltó una carcajada por lo bajo y siguió su camino, no sin antes decir; -así que se está revolcando con su novio…

-¡el no es su novio! -grito Naruto sin poder contenerse. Kabuto se detuvo en medio del pasillo y miro a Naruto, quien lo miraba directamente a los ojos, con una expresión de furia e indignación. Dio un paso en dirección al rubio y alzo una ceja en señal de advertencia.

-¿me acabas de gritar?- pregunto con calma. Con satisfacción vio como Naruto retrocedía y bajaba la mirada.

-perdóneme, Kabuto-sama…estoy… un poco preocupado.-dijo el rubio con voz baja, no pudo evitar que sus manos temblaran un poco, ya que si Kabuto decidía castigarlo por gritarle, se la vería fea esa noche sin Deidara. Además, si el también estaba herido no podía ayudar a su hermano.

-esta noche me siento generoso, no castigare tu falta como te mereces – Kabuto seguía en la entrada del pasillo. Viendo como el rubio bajaba la cabeza en señal de sumisión. Le había costado por lo menos enviarlo dos veces al hospital para implantar en el interactivo muchacho un poco de respeto – solo vine a buscar unos papeles, me iré en unos momentos. Cuando tu hermano termine de revolcarse con su novio, recuérdale que no quiero sorpresas.

Naruto se quedo donde estaba, hasta que escucho la puerta de la habitación de Kabuto. Cuando escucho el sonido, inspiro profundamente. No respetaba a ese hombre, solo le temía por lo que podía hacerle a él y a su hermano. Se dirigió una vez más a la cocina, y guardo su amado ramen en el refrigerador, ya no tenía apetito. Se sentó en la mesa a esperar hasta que ese bastardo dejara ir a su hermano.

Naruto estaba caminando por medio de una calle obscura, era de noche y nadie estaba a la vista. Era extraño, ya había pasado la hora tope para un doncel estar en la calle. Mientras caminaba, todo a su alrededor cambio. Las casas no eran la que conocía, las calles no eran las que conocía. El se empezó a levantar frente a él. Segándolo. Se detuvo y miro a su derecha, ya no estaba solo. Sin darse cuenta, Deidara estaba junto a él. Pero este no lo miraba, tenía una sonrisa en el rostro y miraba al frente.

-que miras Deidara? –pregunto Naruto, pero el otro rubio no respondió. Solo comenzó a caminar de frente. Hacia la luz del sol. – Oye, Deidara, espérame.- todo volvió a cambiar, ya no habían casas, ya no habían calles. Todo estaba obscuro. Naruto escucho el grito de Deidara, miro donde estaba antes su hermano y lo vio caer a un poso. Escucho otro grito a su izquierda y vio como un chico pelirrojo caía también en otro poso. De repente una fuerte brisa azoto a Naruto, no podía avanzar, estaba clavado donde estaba, sus pies eran muy pesados. La brisa seso de golpe. Miro a los lados, buscando a su hermano y al chico pelirrojo que no conocía, cuando iba a gritar de nuevo, el suelo desapareció a sus pies, y comenzó a caer en un obscuro poso.

El sonido de un vehículo alejándose despertó a Naruto de su pesadilla. Miro alrededor y se dio cuenta que seguía sentado en la mesa de la cocina. Vio el reloj de la pared, ya era media noche. Escucho otro ruido cerca de la puerta de su casa.

-Dei…- se levanto aprisa y se dirigió a la puerta. La abrió sin siquiera verificar quien era. En la entrada, vio a su hermano que estaba sobre sus rodillas y manos, respiraba agitadamente, y se podía escuchar como sollozaba. –Deidara…-susurro el rubio mientras el nudo en su estomago creía al mirar a su hermano en esas condiciones. En ese momento Deidara intento incorporarse, levantando una de sus rodillas, pero no pudo, un dolor debió de recorrer su cuerpo, ya que sollozo más fuerte, y se quejo de dolor. Eso saco a Naruto de su shock, se apresuro a ayudar a su hermano. Se arrodillo junto a él, sin tocarlo, sabía por experiencia que eso solo lo alteraría mas –Deidara…sujétate de mí, te ayudare a entrar a la casa.

Deidara giro el rostro hacia el otro rubio, en ese momento Naruto vio los moretones que tenía en los pómulos, su ojo izquierdo lucia una gran hinchazón, tenia los labios partidos en más de un sitio, y se podía apreciar que había tenido una cinta aislante por mucho tiempo sobre ellos.

En un principio, el rubio no dijo nada, mientras sus ojo azules chocaban con los zafiros del menor. A pesar del dolor que sentía en todo su cuerpo, a pesar de querer morir en ese momento, lo que más le dolía, es que sabía que su hermano tarde o temprano pasaría por lo que él estaba pasando en ese momento.

-Vamos Deidara, aunque estemos frente a la casa, puede pasar una patrulla, y Kabuto no está para autorizarnos - volvió a hablar el menor frente al mutismo del rubio mayor – te voy a tomas del brazo, de acuerdo? –ante el asentimiento del rubio mayor, procedió a alzar el brazo izquierdo de su hermano y pasarlo sobre sus hombros. Los donceles no eran muy fuertes físicamente, pero de ninguna manera iba a dejar a su hermano en la calle solo porque pesaba más que el. Pasó su brazo derecho por su cintura, y cuando lo tuvo sujeto, procedió a ponerse de pies lentamente. A cada movimiento que hacían, Deidara no podía evitar un quejido de dolor, y que las lágrimas salieran de sus ojos. Despacio pero sin pausa, Naruto puso de pie a su hermano, y comenzaron a recorrer los tres metros que los separaban de la entrada.

A paso lento iniciaron el recorrido, Naruto paso la mirada por el cuerpo de su hermano, y se dio cuenta en las condiciones que estaba; La camiseta manga larga azul estaba rota en varios sitios, y tenía manchas de sangre, los pantalones negros de mezclilla estaban en iguales condiciones, además presentaban una humedad entre las piernas, sabía que era sangre.

Entraran a la casa y Naruto guio a Deidara hasta su habitación. Sin decir palabra algunas, ayudo a su hermano a curar sus heridas. Le quito la ropa despacio, busco desinfectante, vendas, y tiritas para tratar las heridas. No tenían ningún analgésico para mitigar el dolor, no estaba permitido para ellos. En todo momento durante la curación Deidara mantuvo la mirada en el piso, moviéndose porque Naruto lo movía. Cuando llego el momento de curar su entrada, Naruto lo ayudo a llegar al baño, pera que se hiciera cargo de tan íntima área.

Mientras Deidara estaba en el baño, Naruto se fue a su habitación, se sentía impotente, su hermano había sido violado violentamente y no podía hacer nada. Todo porque un maldito varón decidió que sería su juguete. Era la sexta ocasión en la que tenía que curar heridas, golpes, cortes. Ya era la sexta vez que veía las muñecas de Deidara en carne viva por los amares que lo habían sujetado. Era la sexta que veía las marcas en la espalda de su hermano. Deidara nunca le había contado por lo que pasaba cuando ese animal se lo llevaba sepa Dios para donde. Pero podía adivinarlo.

-Maldición! – el rubio paseaba por su habitación. Tenían que hacer algo y rápido. Cuando vio los ojos de su hermano, vio dolor, miedo, ira, y una gran tristeza. Cada vez le costaba más a Deidara volver a la normalidad. Sabía que si seguía de esa manera podría cometer una locura.

En su caminar por el pequeño espacio que era su habitación, paso frente a un espejo de medio cuerpo y se detuvo en su reflejo. Unos ojos azules le devolvieron la mirada, medía un metro cincuenta y cinco, no era muy alto, tenía una complexión delicada, sus hombros eran delgados, su piel era suave, sus facciones finas, tenía tres pequeñas marcas en cada mejilla, como si fuera bigotes, dando un aspecto infantil. Su silueta se podía contornear si usara ropa más ajustada. Tenía un trasero redondo y firme que atraía más de una mirada por parte de los varones. Su cabello alborotado estaba un poco largo y algunos mechones le enmarcaban el rostro. En resumen era un doncel muy atractivo. Y ese era el problema. Ser doncel era un problema en esa ciudad, si tan solo pudieran cambiar ese hecho…si tan solo pudieran cambiar de vida, si tan solo pudieran cambiar…

Naruto abrió los ojos desmesuradamente, ya tenía la solución, para él y para su hermano.

/

En otra parte de Sound City, un pelirrojo recién se despertaba a su realidad. Estaba tirado en el suelo, cerca de una pared. Sentía dolor en todo su cuerpo. Desde que entro por la puerta de ese apartamento esa noche, supo que sería muy difícil. Escucho unos ruidos cerca, en la habitación continua a la sala, se podían escuchar unos gemidos que iban en aumento. También escuchaba el inconfundible sonido de producía el sexo.

El pelirrojo se sentó despacio. Comprobando en el procesa los daños que le causo su tutor. Sentía un fuerte ardor en su espalda, lo que correspondía a los golpes del cinturón, su labio inferior estaba hinchado al igual que su pómulo y su ceja izquierda, consecuencia de las bofetadas y puñetazos que recibió. Trato de pasar una gran bocanada de aire a sus pulmones, y tuvo que soltar un gemido de dolor. Tenía lastimado el tórax y abdomen, de seguro por las patadas que le dio cuando cayó al suelo antes de perder el conocimiento.

En ese momento el grito de placer de una mujer llego a sus oídos desde la habitación. De seguro su tutor no tardaría en correrse también.

A sus 19 años Gaara estaba más que acostumbrado a esos ruidos. Comenzó a incorporarse apoyándose de la pared, se sentía mareado. Recordó que desde el almuerzo no había comida nada más. Trato de erguirse en toda su esplendida estatura de un metro cincuenta, pero el dolor en su abdomen le recordó que no podía hacerlo de momento. Lo más rápido que pudo, entro a su habitación y cerró la puerta. Agradecía tener una puerta en su habitación, aunque en esta no hubiera mucho que guardar.

Gaara echo una mirada a lo que le rodeaba. Frente a la puerta había un futon en el suelo que en otros tiempos fue blanco, ahora exhibía un color entre el gris perla y blanco. A su derecha unos libros descansaban apilados, a dos pasos de distancia de los libros estaba la pared. A la izquierda del futon había un armario sin puerta que se encargaba de guardar lo que tenía por ropa, zaparos y botiquín casi diario. Camino los cinco pasos que los separaba del futon y despacio se acostó en el mirando al techo. Eso era todo lo que tenía. Esa era su habitación. Esa era su vida. Cerró los ojos e ignorando los sonidos que aun no cesaban se dejo llevar por el dolor y el cansancio y se entrego a los brazos de Morfeo.

Eran las cinco menos cuarto de la mañana cuando Gaara se despertó de nuevo. Aun con dolor, y un poco entumecido por el frio, se levanto de su futon y fue al pequeño baño del pasillo. Luego de asearse un poco, y ocuparse de su cuerpo, se vistió lo mas abrigador posible, y salió del departamento. Vivía en un edificio de veintes 'apartamentos' que bien eran más pequeño que una ratonera. Pero era lo que le correspondía a los donceles huérfanos como él. Bajo las viejas escaleras, esquivando todo tipo de basura a su paso, y salió a la calle fría y bacía.

La vida de un doncel no era nada sencilla en Sound City. Comenzaba a las cinco de la madrugada, cuando los donceles huérfanos que pasaban los dieciocho años tenían que prestar 'servicios a la ciudad'. A esa hora, iniciaba la jornada limpiando las calles de la ciudad, ayudando a los 'ciudadanos decentes' en lo que necesitaran, bien podía ser, arreglar sus jardines, pasear sus animales, lavar la ropa o quien sabe que mas. La jornada comunitaria terminaba a las ocho. Después de esa hora, los donceles podían ir a sus trabajos convencionales.

Gaara camino unas dos cuadras lejos del edificio hasta llegar a una parada de autobuses. Había tres donceles mas esperando el vehículo que los recogía y los llevaba a donde tenían que comenzar a trabajar. Nadie dijo nada, los donceles huérfanos no eran muy comunicativos. Todos tenían su propio infierno personal que vivir. Al cabo de diez minutos llego un camión con asientos pegados en la parte de carga y cubierta por un techo de metal. Todos subieron, sin siquiera decir el más mínimo saludo, tan pronto como estuvo sobre el camión, Gaara busco con la mirada a un rubio de ojos azules. El era lo más cercano a un amigo que Gaara tenía. No lo encontró en el camión, por lo que no le fue difícil imaginarse el motivo de su ausencia, solo se podía faltar al servicio comunitario si se estaba tan lastimado como para no moverse.

Con un suspiro, se sentó en uno de los banco, y paseo su mirada aguamarina por los que estaban esa noche el camión. Era un total de quince donceles en edades que iban desde los dieciocho a los veinticinco o veintiséis años, cuatro de ellos estaban en diferente etapas de embarazo, tres presentaban marcas en el cuello, por las muescas que hacían cada vez que el camión se movía, parecía que estar sentados en el duro y frio metal, les lastimaba. Otros dos al igual que el mismo tenían moretones en el rostro por a ver sido castigado. El resto parecían estar bien, por lo menos físicamente. Todos sabían que el maltrato tenía varias caras.

No todos los donceles eran tratados de esa manera en la ciudad, solo los huérfanos lo era. Cundo un doncel se quedaba huérfano o era abandonado, se le asignaba un tutor, o una pareja de tutores como era el caso de Gaara. El doncel era para el tutor algo así como su esclavo personal, se suponía que el deber de los tutore era cuidar y educar 'correctamente' a los donceles para que se integren a la sociedad una vez alcanzaran la edad adulta. Pero la verdad era otra. Los donceles huérfanos desde pequeños eran educados a golpes, se les obligaba a asistir a la escuela primaria y segundaria, hasta la edad de dieciocho años. Una vez terminado el instituto comenzaban a trabajar, tanto para la ciudad, como para poder subsistir. Pero había algo más que asechaba a los donceles. Cuando se iniciaba la época de trabajo, eran expuestos más ampliamente a la sociedad, donde los varones podían verlos. Si un varón se interesaba por un doncel huérfano podía 'aportar' a la ciudad por el derecho exclusivo de usar a ese doncel. Desde el momento en el que el varón pagara el dinero por el doncel, este se convertía en su esclavo sexual personal. El varón podía tomarlo cuando y doncel quisiera, ya sea que el doncel estuviera de acuerdo o no. Lo podía golpear hasta que se cansara, siempre y cuando fuera para 'corregir su comportamiento'

Eso había pasado con Deidara, hacía tres meses un varón se había interesado en el, realizo el 'aporte' a la ciudad por una suma acordada, y desde entonces comenzó a violar al rubio.

Nadie podía defenderlo, era totalmente permitido. Nadie podía ayudarlo, ni curarlo ni protegerlo. Eran vulnerables a todo lo que los varones quisieran.

En el caso de Gaara, aun ningún varón se había fijado en el. Algunos decían que era apuesto, y por tal razón, desde que supo cual sería su destino se escondía de las miradas de los hombres. Aprendió a ser invisible, a fundirse con lo que le rodeaba. Aprendió a silenciar sus paso, su respiración. Todo su ser para que pasara desapercibido ante sus depredadores. Gaara sabía que en algún momento su suerte se terminaría y darían un aporte por él. Por ello estaba tramando salir de la ciudad.

Siendo un doncel era difícil, pero si fuera un varón, no.

/

Habían pasado ya tres días desde que Deidara fue dejado en la puerta de su casa por ese monstruo. Apenas comenzaba a levantarse de la cama para incorporarse a los trabajos que tenía. Eran tres en total.

En ese tiempo Naruto le había contado un plan de lo más descabellado para huir de la ciudad. Era algo muy difícil de conseguir, casi imposible, totalmente descabellado, una locura…y lo iban a hacer.

En ese momento, Deidara estaba sentado en su minúscula cama, pensando en los detalles que a su hermano menor se le escapaban, como por ejemplo a dónde irían después de salir de Sound City.

Las opciones no eran muchas, ya que no tenían dinero para boletos de avión ni de tren. Tenía que ser a una ciudad que no estuviera muy lejos y que las leyes para los donceles no fueran tan denigrantes como las que regían esa ciudad.

-Dei-chan…como te sientes hoy? –Naruto entro en ese momento a su habitación. Era temprano, de seguro se estaba preparando para ir al instituto ya que llevaba unos pantalones de vestir obscuros y una camisa blanca de mangas cortas. –estas… mejor…?

Titubeo un poco, ya que sabía que después de que ese maldito se lo llevaba, Deidara pasaba unos días muy difíciles.

-Si Naruto, estoy mejor. –ya no le dolía tanto el cuerpo, si bien no tenían acceso a los medicamentos, tenían otras formas de tratar sus dolencias. – ¿ya te vas al instituto?

Naruto bajo la mirada y apretó un poco los puños, otro día en el instituto significaba otro día donde los varones pudieran verlo y trataran de aprovecharse de él. Pero este día en particular, tenía un mal presentimiento. Tenían que irse pronto, antes de que algo malo pasara.

-Deidara, creo que tenemos que hacerlo pronto- soltó sin más el rubio, clavando sus ojos en los otros azules que lo miraban sin mucha esperanza y con miedo –tengo un mal presentimiento –continuo bajando la mirada el rubio menor.

Deidara recordó el último mal presentimiento de su hermano, y fue el mismo día que el monstruo fue a buscarlo para usarlo la primera vez. Apretó los puños y se levanto de la cama casi sin dolor, se coloco frente a su hermano y poniéndole las manos sobre los hombros le hablo con toda franqueza;

- Es peligroso Naruto, es difícil…pero –el menor alzo sus ojos a los de su hermano- lo haremos –esto provoco que el menor abriera los ojos con alegría y un inicio de sonrisa se plantara en su boca- iré a trabajar hoy a la librería y luego a la cafetería. Hay alguien con quien me gustaría hablar.

-Es ese doncel pelirrojo? –acoto el menor con una sonrisa más amplia. Conocía a Gaara, el amigo de su hermano mayor era un doncel muy hermoso, pero tremendamente serio.- la vas a contar de nuestro plan? –pregunto un poco más serio el rubio.

-Aun no lo sé…-respondió Deidara con la mirada perdida- el aun no ha sido dado a ningún varón, no sé si quiera dejar a su tutor.

-No me digas que le gusta que le peguen y que espera con ansias que lo usen? –pregunto con sarcasmo Naruto. – si le quieres contar, asegúrate de que esté dispuesto a hacer lo necesario para salir de aquí.

-Lo estamos tu y yo, Naruto? –Pregunto con solemnidad el rubio mayor- estamos dispuesto a hacer lo necesario para salir de aquí?

Naruto bajo la mirada al piso, y recordó tres noches atrás cuando ayudo a su hermano a curar las heridas de su cuerpo que le quedaron después de que lo violaron. Recordó también las golpizas que recibía cuando era más joven, a fin de enseñarle a comportarse, pensó en todos los días que tenía que correr a casa porque no tenía permitido estar en las calles después de cierta hora. Recordó también cuando un grupo de estudiantes lo habían arrinconado en los baños solo para intentar desnudarlo y toquetearlo. Con eso en mente, clavo su mirada azulina en la de su hermano mayor, y sin temor alguno le respondió.

-Si, Deidara, estoy dispuesto a todo para que salgamos de aquí.