1: Sicarios.

Mikan Pov

La gente nos miraba con inocencia, con dulzura, éramos unos hermosos niños en una fiesta de la alta sociedad. Nadie se preguntaba como habíamos entrado, después de todo solo éramos niños, seguro que nuestros padres estaban por ahí y nosotros nos habíamos juntado para jugar, divertirnos, varias mujeres nos dedicaban sonrisas cálidas con sus largos vestidos y los hombres nos acariciaban la cabeza con amabilidad cuando pasaban.

Lástima que esa felicidad nunca durase tanto ¿verdad?

Se escuchó un leve disparo. Esa era nuestra señal, la gente comenzó a alborotarse y el juego inicio, caminamos por ahí, inocentes, después de todo solo éramos niños.

Los cadáveres caían a nuestros pies, los ojos abiertos aun con el temor en sus miradas, el fuego se había propagado por toda la casa reduciendo la mayor parte a cenizas, me acerque a la niña vestida de blanco que me miraba suplicante, atemorizada, debía tener mi edad más o menos, llevaba un peluche entre sus brazos. Ella era una niña.

Yo era una asesina.

La oscuridad me rodeaba, el olor a podrido de la celda se introducía por cada rincón de la asquerosa celda, el frio helado que provenía desde la ventana abierta nos hacía temblar a todos. Porque si, aunque estaba en esa celda, no era la única. Varios ojos me devolvían la mirada con el mismo brillo en sus diversos iris.

Nosotros habíamos sido secuestrados desde nuestro nacimiento, solo teníamos nombres que apenas usábamos, quizás para aferrarnos a que alguna parte de nosotros aún era humana y no un arma. Habíamos sido entrenados desde que abrimos los ojos, nos convertimos en lo que se conoce como niños sicarios.

Aunque poco nos quedaba de niños… o de cualquier cosa similar a la infancia, quizás porque nunca tuvimos una, quizás porque después de que tus manos se manchen de sangre una y otra vez, después de ver a la gente morir, a tus supuestos ayudantes abandonarte y maltratarte, de las pesadillas que llegaban cada noche, del hambre, las lágrimas… un nudo se me hizo en la garganta, debía ser masoquista ¿Cómo me atrevía a pensar en cosas así? Suficiente depresiva era mi vida como para seguir humillándome así.

-Tengo hambre –se quejó Hikari removiéndose en su lugar, lo supe porque el tintineo de sus cadenas resonó por toda la celda.

Ser sicarios desde el nacimiento nos había unido, si alguna vez lográbamos escapar solo esperaba que siguiéramos juntos, aunque no con los mismos fines que ahora.

-Yo frio –susurró Timothy con su leve acento inglés, él provenía de Inglaterra. No tengo la menor idea de cómo lo trajeron, a ella y a su hermana gemela, Emma, aunque bastante similares físicamente eran completamente opuestos en lo que personalidad respecta.

Era normal tener frio o hambre, al menos para nosotros. Habíamos crecido tanto con esa sensación que a veces me sorprendía que la pudiéramos distinguir, uno pensaría que se acostumbraría ¿No? Cerré mis ojos, solo quería dejarme ir, permitir que mi vida se fuera lentamente y dormir.

[…]

-¡Mikan, Mikan! –exclamo Emma moviéndome el brazo, ella era quien estaba más cerca de mí, la única que podía tocarme, al instante me levante alterada de mi sueño no tan profundo

-¿Emma? –cuestione con preocupación

-¡Escucha! –me pidió, hicimos silencio para hacer lo que pedía

Gritos, llantos, golpes fuertes, luego silencio y volvía a comenzar. ¿Estaban atacando la organización? Eso explicaría los ruidos ¿pero quién había podido entrar? ¿Por qué aun no nos liberaban para escapar? Finalmente, se hizo un completo y oscuro silencio, nuevamente.

-Tengo miedo –confesó Hikari, yo trague en seco. Estaba asustada hasta las uñas del pie, no tenía miedo, quería salir huyendo de ahí, ahora mismo.

Escuchamos un grito que resonó por el lugar, era atemorizante, luego silencio, el golpeteo de los pies contra el suelo, el sonido de puertas abriéndose, acercándose, apremiándose, Emma se removió y tomo mi mano, queriendo protegerme, como siempre lo había hecho. Temblé sin poder evitarlo, tenía miedo, quería huir.

Se abrió la celda y todo se volvió negro

[…]

Luz.

Brillante, era muy brillante. ¿Había muerto y esto era el paraíso, por eso era así? Lentamente comencé a abrir mis ojos ¿Qué era ese aroma tan dulce que inundaba la habitación? ¿Y porque estaba tan cálida? ¿Dónde estaba?

-Oh, ya despertaste –sonrió ampliamente un hombre de cabellos dorados que acomodaba una mesa con tazas y platos, en los sillones de mi alrededor dormitaban mis compañeros, frente a mi había un hombre de mascara negra y otro de anteojos que me miraban fijamente

-¿Estoy muerta? –cuestione frunciendo el ceño, fantástico Mikan ¿era lo primero que se te ocurría preguntar? ¿Enserio? Observe que el hombre rubio sonreía

-No pequeña, estas tan viva como yo –contesto con amabilidad, fruncí el ceño, desconfiando de él

-¿Por qué estamos aquí? –volví a preguntar, sabía que se podía notar la desconfianza en mi voz, no quería hacerlo, parecía una buena persona.

-Los rescatamos de ese lugar- explico con calma mientras me entregaba una taza, se sentía tibia entre mis brazos, era extraño, dentro había un líquido marrón que parecía levemente espeso y tenía un olor increíblemente dulce

-¿Qué es? –parecía extraño, quería probarlo pero… ¿y si era veneno?

-¿No… sabes qué es? –Pregunto el chico de la máscara negra, sorprendido, yo me sonroje ante eso y negué vagamente- Es chocolate

Oh, Chocolate, había oído sobre él. Cuando salía a misiones e íbamos por la ciudad, muchos niños estaban comiendo eso, pero generalmente era en bochas de helado ¿también se podía beber?

-Es delicioso –susurró el rubio con una sonrisa amable- te puedo asegurar que te gustará. Yo no te daría algo que te haga daño ¿sí?

Sonreí vagamente y lleve la taza a mis labios, dando un leve sorbido, el líquido caliente cayo por mi garganta, era increíblemente dulce, sabroso ¡Era delicioso!, mi sonrisa se hizo más amplia, no podía creer de lo que me había perdido los últimos años. Sentí la mano del hombre rubio acariciándome el cabello, no pude evitar el impulso de alejarme

-Eres igual que todos –se burló el hombre de lentes, aunque en buen tono- te encanto el chocolate ¿verdad?

-Pues claro –contesto el rubio por mí, como si fuera obvio- a todos los niños les gusta él chocolate

La sonrisa se desvaneció de mis labios "A todos los niños les gusta el chocolate", mi pecho se comenzó a cerrar, mis manos se tiñeron de sangre, mi cuerpo de heridas, mis ojos de lágrimas, los gritos resonaban por toda la habitación ¿eran míos o de otra persona? No lograba distinguirlos, diferenciarlos, el llanto… ¿era mío? ¿Ese dolor era mío?, pestañee rápidamente, despejando mi mente. Intentando sacar los recuerdos de enfrente de mis ojos

-Eres un imbécil, Narumi –suspiro el hombre de mascara mientras rodaba los ojos- no le hagas caso, tu bebe el chocolate

¿Niños?

Me gire para observar a Emma, su cabello negro se veía limpio, seguramente nos habían lavado, pero las heridas se mantenían allí, la carne viva en sus piernas, su labio partido, la nariz rota, al lado estaba Soy, su cabello rubio estaba desordenado, una quemazón se extendía desde su mano hasta su codo, su pecho estaba vendado.

Hikari se removió adolorido a mi costado, estaba herido, tenía una pierna vendada y el ojo morado, su estómago rugió apenas abrió los ojos, a su lado Timothy aun dormía, moviéndose y frunciendo el ceño, en medio de una de las tantas pesadillas que poseía.

Me pregunte que significaba ser niño, la infancia. Nosotros nunca estuvimos con otras personas de nuestra edad, no fuimos al colegio, no comíamos excepto lo que nos daban, ¿los niños dormían en celdas?, ¿Eran obligados a entrenar día tras día?, ¿Usualmente ellos solían asesinar personas?, ¿Jugar con la vida?

-Pequeña –me llamo el hombre rubio, deje de mirar a mis amigos para centrarme en él, me estaba sonriendo, de nuevo ¿acaso nunca dejaba de hacerlo?- ¿Cómo te llamas?

-Trece –conteste sin siquiera pensarlo, el profesor modifico su sonrisa a una de tristeza. Odiaba cuando los adultos me veían así

-No tu número o sobrenombre –me dijo mientras negaba lentamente- tu nombre, el original ¿O es que acaso no tienes uno?

-Mikan, Mikan –susurraba la voz dulce- mi pequeña princesa, tu papá te llamo Mikan, como la mandarina dulce, es un nombre hermoso, Mikan Yukihira…

-Mikan Yukihira- conteste con la voz temblorosa. Nunca supe quién me había puesto ese nombre, pero siempre que pensaba en mi verdadero yo aparecía esa dulce voz, esas mismas palabras "Mikan, como la mandarina dulce"- Mi nombre es Mikan.