Anuncio de responsabilidad: Todos los personajes pertenecen a Andrew W. Marlowe, a pesar de que han encontrado su propio camino a mi corazón.
Eran poco más de las tres de la mañana. Beckett estaba sentada cerca de la ventana en un sillón en la oficina de Castle. La tormenta había cesado, dejando en su ausencia una fina llovizna que caía contra el techo de cristal sobre su cabeza. Llevando puesta la camisa de Castle, Kate tenía las piernas recogidas hacia sí sobre el asiento, sus brazos rodeándolas firmemente, y la barbilla apoyada en sus rodillas. Se había despertado tras sufrir una terrible pesadilla. Cayendo de la azotea, la cara de Castle era la única cosa que ella veía tras sus párpados mientras la fuerza de la gravedad la atraía con rapidez hacia su muerte. Abrió los ojos de golpe y lo vio, profundamente dormido a su lado, respirando. Vivo, los dos vivos. En ese momento, Kate había deseado tocarlo, alargar la mano para acariciarle el rostro, pasarle los dedos por su suave cabello, pero no había querido despertarlo. Parecía estar tan tranquilo. En vez de eso, Kate había salido de la cama, se había puesto la camisa de Castle y había deambulado hasta la oficina.
Todo estaba curiosamente silencioso salvo por el suave tintineo de la lluvia al caer contra el cristal. Mientras observaba como las gotas de agua se deslizaban por las ventanas, sus pensamientos se desviaron a los acontecimientos sucedidos el día anterior. Colgando de la azotea, sólo sus dedos aferrándose al borde de la cornisa, dándose cuenta de que no volvería a ver la cara de Castle, no volvería a oír su voz…
La verdad la golpeó con fuerza. Una lágrima escapó de su ojo y corrió por su mejilla. Dios, había estado a punto de perderlo. Otra lágrima siguió a la primera, y después algunas más. Kate apoyó la cabeza contra el respaldo del sillón y cerró los ojos. Respirando profundamente trató de controlar las lágrimas acumulándose bajo sus párpados. Unos pocos minutos habían pasado cuando la ligera presión de una mano sobre su hombro la sobresaltó. No le había oído acercarse.
—Lo siento —dijo Castle en voz baja—. No quería asustarte —ella sólo asintió con la cabeza—. ¿Estás bien? —le preguntó, con cierta preocupación en su tono.
—No podía dormir —respondió ella con la voz algo ronca. Se aclaró la garganta y tragó saliva.
Castle se arrodilló junto a ella, poniendo una mano sobre la suya.
—Kate —la llamó. Ella respiró hondo y soltó el aire lentamente por la boca. Castle esperó pacientemente a que ella volviera la cara para mirarle, y cuando lo hizo, él se percató, incluso en la oscuridad, del rastro que las lágrimas habían dejado sobre las mejillas de Kate. Castle le cogió la mano fría entre las suyas—. ¿Te arrepientes de….lo que ha pasado entre nosotros? —susurró, no estando seguro de poder mantener la voz firme.
Kate abrió mucho los ojos, sorprendida.
—¡No! No, no. Por supuesto que no —le dio un pequeño apretón a la mano de Castle y luego se la puso sobre su mejilla. Él se inclinó hacia la calidez de su gesto, sus párpados cerrándose por un breve segundo.
—Entonces, ¿qué? —preguntó Castle. Sosteniéndole la mirada en la penumbra, Beckett le pasó el pulgar bajo el ojo izquierdo, acariciándolo suavemente, pero permaneció callada—. Sólo… —la voz de Castle se apagó, luego respiró profundamente y volvió a empezar—, Sólo, ¿...háblame?
Una lágrima rodó por la mejilla de Beckett y cerró los ojos.
—Kate, por favor, habla conmigo —Castle suplicó, colocando una mano sobre la de Kate, todavía presionada sobre su mejilla, sujetándola firmemente contra su cara. Ella le miró y vio la preocupación en el rostro de Castle.
—¿Me puedes dar algo de beber? —preguntó Kate con timidez.
Él se puso en pie y le tendió una mano para que ella la cogiera. Kate se la tomó y dejó que Castle la levantara del sillón. La guió hasta la cocina y la hizo sentarse en un taburete frente a la barra de desayuno. Él encendió un par de luces de debajo de los armarios superiores, vertió un poco de leche en una cazuela y la puso a calentar, añadiendo cacao y algunas especias. Cuando estuvo listo, llenó un par de tazas y se sentó al lado de Kate. Ella cogió el chocolate caliente entre las manos, dejando que la porcelana calentara sus fríos dedos. Tomó un sorbo y percibió el gusto de avellanas y una pizca de canela en el paladar. Estaba muy bueno. Castle esperó pacientemente a que ella estuviera lista para abrirse a él. Tras tomar otro sorbo, Kate dejó la taza sobre la encimera y mantuvo las manos alrededor del calor que irradiaba de la cerámica.
Y entonces empezó a hablar. Le contó todo lo que había sucedido. Todo acerca de la pelea con Maddox, de cómo casi se cae de la azotea, de cómo oyó su voz, el recuerdo de Castle siendo la única cosa que le dio fuerzas para aguantar. Y luego le contó lo de su dimisión. Castle escuchó sin interrumpirla, habiendo olvidado completamente su taza de chocolate, y su rostro oscureciéndose cada vez más con cada cosa que ella le contaba. Cuando Kate terminó, él se tomó un minuto antes de hablar.
Colocando una mano sobre las de ella, que ahora descansaban sobre su muslo desnudo, Castle dijo:
—Todo se arreglará. Ya lo sabes, ¿no?
Ella asintió, su mirada clavada en la de él.
—Lo sé —murmuró Kate—. ¿Siempre y cuando estemos juntos? —añadió vacilante.
—Siempre —respondió él, una de las comisuras de su boca curvándose ligeramnete hacia arriba. Los labios de Kate se separaron en una sonrisa deslumbrante y Castle le devolvió el gesto.
—Siempre —repitió ella y los dos rieron.
—¿Quieres un poco más? —Castle le preguntó, mirando hacia la taza casi vacía de Kate.
—Sí, gracias —dijo ella, entregándole la taza.
Kate le siguió con la mirada mientras él rodeaba la isla de la cocina e iba hasta los fogones para calentar algo más de chocolate para los dos. Cuando se volvió de espaldas a ella, Kate se mordió el labio inferior. Le quedaban muy bien esos pantalones de chándal a Castle, llevándolos muy bajos sobre las caderas. Con una sonrisa y tratando de apartar sus ojos de la espalda desnuda del escritor —y de su trasero—, la mirada de Beckett se paseó por el salón y acabó posándose sobre la puerta de entrada. Vio su chaqueta de piel tirada ahí en el suelo, y no pudo evitar empezar a recordar lo que había ocurrido hacía apenas unas horas.
Cogiéndole de la mano, Kate había guiado a Castle desde la entrada hasta el dormitorio. Se había sentado en el borde de la cama, Castle de pie delante de ella. Mirándole a los ojos, tiró suavemente de sus manos y le hizo arrodillarse en el suelo entre sus piernas. Beckett acercó su rostro al de él y le besó tiernamente en los labios. Con mucho gusto le cedió al escritor todo el control de su primera vez y éste no vaciló en empezar a desabrocharle la camisa —sus labios no separándose un solo momento— y se la deslizó suavemente por los hombros y los brazos. El acto de desnudarse mutuamente se convirtió en un lento baile de cederse el turno el uno al otro y cuando Kate tomó el suyo, le quitó muy lentamente la camisa a Castle. Cuando la prenda cayó al suelo, Castle rompió el beso, se sentó hacia atrás y le quitó las botas y los calcetines, nunca apartando sus ojos de los de ella. Sus movimientos eran muy lentos y tiernos, casi alabadores. Cuando Castle hubo terminado, Kate volvió a atraer sus labios sobre los de ella, sosteniéndole la cara entre las manos, mientras él colocaba las suyas a ambos lados de su cintura. La espalda de Kate se arqueó hacia él en respuesta al cálido tacto de Castle sobre su piel desnuda.
Kate había empezado a deslizarse hacia atrás sobre el colchón, desplazándose al centro de la cama, y Castle la siguió, no queriendo separar sus labios de los de Kate. Ésta se tumbó boca arriba y él empezó a besarle el cuello, el pecho, el estómago, arrastrando sus labios sobre la piel de Kate hasta que llegó a la cintura de sus pantalones. Castle no dudó y desabrochó el botón y bajó la cremallera. Luego se sentó de rodillas entre las piernas de la detective, le levantó la pierna izquierda y tiró suavemente del bajo de sus pantalones. Pero éstos no se movieron. Castle la miró a la cara. Ella le sonreía con el labio inferior atrapado entre los dientes y se le escapó una risita. Kate le cogió las manos a Castle, se las volvió a colocar sobre la cintura de sus pantalones y levantó ligeramente las caderas del colchón. Castle deslizó los húmedos pantalones ajustados por la cadera de Kate hasta sus muslos. Luego se puso en pie y volvió a tirar del dobladillo de la oscura tela tejana. Esta vez los pantalones resbalaron hacia abajo por sus piernas y se los quitó. Lanzando los vaqueros a un lado, Castle comenzó a ascender otra vez por su cuerpo, dejando un rastro de besos sobre su tobillo, su pierna, —Kate contuvo la respiración y sus párpados se agitaron a gran velocidad cuando la boca de Castle se deslizó sobre su cadera— hasta que sus labios volvieron a encontrarse con los de ella. El escritor le acarició suavemente la cintura, deleitándose con la sedosidad de su piel…
—¿Dónde se ha ido tu mente? —la voz de Castle la trajo de vuelta a la realidad. Estaba de pie a su lado, con dos tazas humeantes en sus manos y una pequeña sonrisa en los labios.
Ella sintió que se ruborizaba.
—Yo… —Beckett empezó a decir, sonriendo y sacudiendo ligeramente la cabeza. Él se sentó, dejando las dos tazas sobre la encimera—. Estaba pensando, recordando... —no fue capaz de terminar la frase, por lo que en su lugar, hizo un gesto con la cabeza hacia el dormitorio mientras levantaba una ceja y le dirigía a Castle una mirada significativa. Él parecía confundido, y luego, comprendiendo lo que ella quería decir, una sonrisa presumida y sexy apareció en su rostro.
—Ah… ya veo —es todo lo que dijo él antes de ponerse de pie delante de Kate, entre sus piernas, con una sonrisa petulante en los labios. Se inclinó hacia ella para besarla profundamente y ella le rodeó el cuello con los brazos, apretándolo contra sí misma. Las piernas de Kate se envolvieron alrededor de la cintura de él por voluntad propia. Castle la levantó del taburete y lentamente la llevó hacia el dormitorio, cerrando la puerta tras de sí con el talón.
Gracias!
