El sol ardiente caía sobre él mientras caminaba por una calle abarrotada de personas y vendedores. Ludwig se secó el sudor de la frente con un pañuelo disimuladamente mientras el rumano parloteaba a su lado. Vladimir estaba emocionado por poder mostrarle su capital a alguien nuevo pues Alemania nunca lo había visitado.
El alemán había viajado a Rumania por cuestión de negocios. Al final de la junta, el rumano había insistido en visitar las calles de Bucarest con tanto entusiasmo que el rubio no pudo decir que no. Y ahí se encontraba, caminando por un mercado de gitanos que trataban de venderle collares para la buena fortuna, amuletos contra los espíritus, pociones y brebajes, plantas y hierbajos, etc.
Iba caminando sin rumbo, siguiendo al rumano cuando algo llamó su atención. Entre los mercaderes se encontraba una anciana diminuta que vendía antigüedades. El alemán se acercó observando la mercancía que se encontraba sobre una vieja mesa de madera.
Ludwig pensó que sería bueno comprarle algo a Feliciano como un recuerdito de su viaje. Sobre la mesa se encontraba un viejo espejo de metal, un peine de plástico, un pequeño joyero de madera, varios collares, una lámpara de aceite, una pequeña copa de madera, etc.
Todo tenía una ligera capa de polvo y nada le convencía como un buen regalo para su amigo castaño. Levantó el espejo y vio que algo brillaba debajo de una alfombra morada enrollada cuidadosamente. Metió la mano y sacó lo que parecía ser un reloj de arena. Le sopló un poco para quitarle el polvo a fin de observarlo mejor.
Era de cristal con un armazón de metal y debía medir aproximadamente 15 cm. No podía distinguir bien las formas y el decorado del armazón pero no importaba, lo limpiaría al llegar al hotel. Finalmente había encontrado un objeto para Italia. Una vez limpio, debía ser un excelente adorno para el estudio o la recámara.
-¿Disculpe, cuánto cuesta este reloj?-preguntó amablemente
-1,500 Leus-dijo la mujer con una voz suave y cansada. Alemania sacó las monedas de su bolsillo y agradeció la venta con un gesto.
El rumano había seguido caminando y parloteando sin darse cuenta de que el rubio se había quedado atrás por lo que no le costó trabajo alcanzarlo. Ambos siguieron platicando hasta que Rumania lo acompañó a su hotel. Alemania entró a su habitación y se dirigió al baño, dispuesto a limpiar el reloj.
Con la ayuda de un trapo, comenzó a retirar la tierra que se encontraba sobre el ornamento del reloj con cuidado. Limpió el cristal hasta que pudo ver la arena blanca en su interior. Con sumo cuidado, comenzó a quitar la suciedad del objeto recién adquirido. Justo en ese momento pudo observar el complicado decorado que ostentaba.
El armazón resultó ser 2 manos esqueléticas de metal. Cada una acunaba uno de los bordes del reloj dejando que dichos extremos descansaran en las palmas. Era un reloj muy curioso.
Una vez que terminó de limpiarlo, se dio cuenta que, al estar sujetándolo de forma horizontal, la arena había detenido su flujo y se encontraba estancada en ambas cavidades. Finalmente lo colocó de manera vertical mientras pensaba en el italiano, quizás no era un buen regalo después de todo.
Justo en el momento en que el último grano de arena cayó, un resplandor cegador comenzó a surgir del objeto.
-¡¿Qué está pasando?!-exclamó Ludwig sorprendido y parpadeó tratando de ver. Horrorizado, se dio cuenta que el espejo frente a él comenzaba a desvanecerse. No podía creerlo.
Mientras el resplandor se volvía más fuerte, todo a su alrededor comenzaba a disolverse en el aíre. Un sentimiento de vértigo se alojó en su estómago cuando el suelo también se desvaneció bajo sus pies. Su corazón se contrajo dolorosamente cuando sintió que caía en un vacío completamente ciego por la luz que emitía el reloj.
Finalmente un dolor agudo recorrió su cuerpo cuando cayó de golpe en el pavimento.
-Agh!-Alemania se sentó en el suelo llevando una mano a su cabeza- ¿Qué fue eso?- parpadeó varias veces tratando de ver pero aún estaba encandilado por la luz cegadora del reloj.
Se frotó los ojos justo cuando escuchó que algo se acercaba. Pudo ver, aunque no muy nítidamente, como un hombre a su lado empujaba lo que parecía ser una carreta de madera donde llevaba algunos sacos de tela.
-¿Una carreta?-murmuró confundido antes de ver pasar a un pasto seguido por varias ovejas-¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy?-De repente, un joven andrajoso corrió hacia él y le quitó el reloj de arena. ¡Le estaba robando!-¡Hey!-exclamó el rubio poniéndose de pie y rápidamente corrió tras él- ¡Devuélveme eso, ladrón!
Conforme corría, se dio cuenta de que ya no estaba en Rumania. Saltó sobre un enorme charco, esquivó 2 bueyes y vio como el ladrón escalaba una pila de sacos de semillas. Lo siguió antes de notar que saltaba a un montón de paja. Ludwig lo imitó pero, al ser más pesado, se hundió en la paja.
-Scheisse…-gruñó molesto saliendo del pajar, sacudiéndose la ropa y mirando a su alrededor. Obviamente el ladrón había escapado. Entonces se preguntó dónde estaba, los edificios que lo rodeaban no correspondían a la arquitectura rumana.
Se encontraba en una ciudad extraña, no había autos, solo carretas. Podía ver a lo lejos una catedral. Se acercó a ella buscando alguna pista que le indicara donde estaba. En la entrada había un letrero que decía "Santa María del Fiore". Su poco conocimiento en arquitectura le indicó que el edificio era de estilo gótico-florentino.
-Buongiorno-lo saludó un anciano que acababa de salir de la catedral.
-Italien…-murmuró Ludwig dándose cuenta, por fin, en donde estaba. ¡¿Cómo rayos había ido de Rumania a Italia?! Nada tenía sentido, debía buscar respuestas y sobre todo, debía encontrar a Feliciano. Sabía que Florencia se encontraba en el territorio del menor de los italianos.
Comenzó a caminar sin rumbo. Esa era una ciudad sumamente rural. No podía creer que aún hubiera lugares donde las personas construían edificios góticos de piedra y tejas. Cuando se encontrara al castaño, le haría muchas preguntas. Siguió caminando y se dio cuenta de que tampoco tenían electricidad, eso era sumamente raro.
De pronto, algo llamó su atención. Había una exposición de pinturas frente a un taller artesanal. Se acercó curioso y vio lo que parecía ser un retrato de un niño de 7 años. Posiblemente un aprendiz de pintor pues sabía que era una tradición antigua que el pupilo posara para su maestro. El título del cuadro decía "Rafael de Urbino, 1490". Era una pintura muy antigua aunque estaba tan bien conservada que parecía recién pintada.
-Buongiorno, ¿lo va a comprar?-preguntó una voz infantil a su lado. Casi le da un infarto cuando vio al niño de la pintura a su lado- ¿Eso es un no?-Ludwig seguía congelado en su lugar, tratando en vano de hallarle alguna lógica a todo ello. Quizás era el descendiente de tal Rafael, no debía perder la cabeza ¿verdad?
-¡Rafael! Dove stai?!-gritó una voz masculina. El color desapareció de la cara del alemán. No era posible…
-¡Aquí estoy!-gritó el menor de regreso- ¡Trato de vender mi retrato!
En ese momento, las piernas le fallaron y el rubio tuvo que recargarse en la pared del taller para no caer al suelo. Su mente bien estructurada se negaba a creer en ello.
-¿Este… eres tú?-preguntó el mayor con voz temblorosa, tratando de encontrar un poco de cordura y lógica en esa situación.
-Sí, sono io-respondió Rafael y sus peores temores quedaron confirmados.
-Qui-quieres decir que… ¡¿estamos en 1490?!-exclamó horrorizado y el niño asintió. Alemania sintió vértigo, la cabeza le daba vueltas. Estaba en shock-nein…-y sin poder evitarlo más, se desmayó.
El ojiazul despertó a las pocas horas tendido en el suelo, el golpe de realidad había sido muy fuerte. Eso debía ser un sueño, una pesadilla, una alucinación. Temblando de pies a cabeza, se puso de pie. El cielo estaba teñido de colores cálidos anunciando el atardecer. Si lo que el niño había dicho era cierto, él, Ludwig Beilschmidt, había viajado en el tiempo y ahora estaba en la Florencia de 1490.
-Debo encontrar a Feliciano…-murmuró. El castaño debía conocer la ciudad a la perfección por lo que comenzó a buscarlo con desesperación. No sabía a dónde dirigirse, todas las callecillas eran iguales y estaba oscureciendo muy rápido. Siguió caminando por un rato más hasta que anocheció.
Una fría brisa alborotó sus cabellos cuando de pronto vio que varios hombres se acercaban a él. ¿Más ladrones? Bueno, solo eran dos, no había problema, sin embargo, pronto se dio cuenta de que no solo eran dos, detrás de él se acercaron 3 más y otros 3 salieron de un bar cercano. Estaba rodeado.
-Tu ropa es extraña, forastero… -dijo el más cercano sacando una daga de su ropa- danos todo lo que tengas… ahora…
-Oblígame…-murmuró el alemán y los 8 hombres lo atacaron. Golpeó a uno mientras otro lo jalaba del saco. Le soltó una patada a uno de ellos pero sintió como la daga le hacía un corte en el brazo. Eran demasiados.
Llevaban un par de minutos peleando y forcejeando cuando una figura saltó de uno de los tejados cercanos apuñalando a uno de los ladrones. Ludwig observó sorprendido como la figura era en realidad un hombre encapuchado. El sujeto apuñaló a dos hombres más y dejó inconsciente a un tercero. El resto de los ladrones huyeron asustados ante semejante adversario.
Alemania se acercó a él para agradecerle cuando de pronto notó que algo sobresalía de la capa ajena. Era un pequeño rizo castaño. Un rizo muy conocido.
Ciao!
Aquí Ghostpen94 reportándose con un nuevo fic.
Ya tenía la idea de escribir un viaje en el tiempo para Ludwig pero no sabía exactamente a que época enviarlo, pero gracias a Assassin's Creed II, se me ocurrió esta idea :D
Espero que sea de su agrado, procuraré hacer los capítulos un poco más largos que de costumbre (en lugar de 3 hojas de word, ahora son 4) así que puede que me tarde un poco más en actualizar.
La palabra Clessidra significa reloj de arena en italiano.
Si quieren ver el reloj de arena mágico, ésta es la imagen: i .imgur
Gracias por leer y no olviden comentar.
