PRÓLOGO
El paso del tiempo nos crea heridas. Algunas cicatrizan, otras se abren ante determinadas situaciones, algunas son olvidadas pero están expectantes, pero ninguna se cierra. Su marca nos acompaña a lo largo del camino.
Los estigmas marcaron al mundo, a las religiones, a la historia, a los sucesos, a las personas…a las simples personas que viven el día a día, que sin esperar grandes eventos sufren, lloran, gritan.
La tristeza mata. Es verdad. Y ante la muerte nada podemos hacer. Simplemente continuar o quedarnos y ver como la vida se nos viene encima y nos dejamos llevar por los moretones del alma.
El alma…esa parte de nosotros que no vemos, que no tocamos, que no escuchamos, pero que a pesar de no poder ser percibida, es la que más duele. Es la más frágil. La que verdaderamente es atacada por el dolor, un dolor profundo, punzante, agobiante, ensordecedor, inmutable, escalofriante, atemporal. Un dolor que nos acompaña a donde vayamos.
Hay ocasiones en las que la pena se manifiesta en el cuerpo. El cuerpo…ese envase que ve, que huele, que habla. El medio a través del cual el alma se expresa. El único conector con el mundo exterior. El que siente el paso del tiempo por medio de la piel, de los huesos, del cabello.
¿Han notado lo parecidos que son el alma y el cuerpo? Ambos se conjugan para hacer colapsar a nuestro cerebro. Es irónico y repetitivo, un ciclo que empieza y no termina. Un círculo vicioso. Un juego que lejos de darnos placer, nos atrofia, nos cansa, nos molesta…y nuevamente…nos mata.
La muerte. ¡Otra vez! La parca…la huesuda, todos los nombres que quieran ponerle…pero es una, es la misma, la de siempre. Es el fin. Por eso nos sentimos pequeños ante ella. Porque cuando algo termina sentimos la impotencia de no poder hacer nada. En ella comienza y finaliza todo. Y aquí nos encontramos con un nuevo círculo en el cual no podemos evitar caer.
Transitamos a diario en ese sendero…entre la vida y la muerte. ¿Acaso no es más fácil morir para dejar de sentir la vida? ¿O acaso no queremos desaparecer para seguir sintiendo, lo malo y lo bueno de la vida? ¿A qué le tenemos miedo, a la vida o a la muerte?
La vida…ésta cárcel que nos mantiene prisioneros de los sentimientos, que nos impide aceptar a su antítesis, la muerte, por el hecho de esos lazos que no vemos pero que nos atan a quienes amamos, a quienes odiamos, a quienes extrañamos, a quienes deseamos. Visualicemos. ¡Que palabra! ¿Será posible hacer nítidas las imágenes que en nuestra mente se figuran como vagos espejismos de tiempos pasados de los cuáles queremos alejarnos o repetir? Es posible verlos. Es imposible hacerlos realidad por el hecho de que los deseos no se cumplen tal y como los planeamos, alguna modificación siempre presentan. Y ahí es cuando entramos en la incertidumbre de saber si el cambio es para bien o para mal. Pero entrar en terrenos llanos y que no nos llevan a nada es la perdición de cada ser humano, por ese motivo, es en vano analizar situaciones que no podemos transformar.
Y como siempre, caemos en la mediocre y estupefacta resignación. Otra cárcel. Entonces nos damos cuenta que estamos encerrados, que la pseudo libertad que practicamos y predicamos es un invento de nuestra mente para no sentirse desesperanzada.
Pero hasta en esa profunda oscuridad en la que nos sumergimos en los momentos de reflexión o de inexplicable desasosiego encontramos un as de luz, un diminuto y casi invisible destello de armonía, que produce un indescriptible brillo en nuestros ojos, nos dibuja sonrisas y nos eleva, nos enaltece, nos hace sentir importantes y dignos, profundamente deseados y repletos de alegría. Se hace llamar "amor". Tiene distintas etapas y hasta diferentes destinatarios, pero su fin es siempre el mismo...liberarnos.
Comenzamos a hacer claras aquellas desfiguradas sombras, comienzan a tomar color y vida. Los ojos ya no pesan, el sueño no desaparece por las lágrimas, si no por la ansiedad de ver a ese ser que nos hace sentir tan distintos. A veces se llama "mamá", otras "papá", algunas "amigos", muy pocas se llama "novio", por determinadas circunstancias "hermano, abuelo, o primo" y como si fuera poco, tenemos el placer de a veces llamarlo "mascota". A todos y a cada uno los amamos. Nosotros amamos. Ellos aman. Es tiempo presente. Un presente que se revela como feliz. También hay tristeza, dolor…pero cuando sentimos amor, la carga no es tan pesada. Eso tiene el amor, nos enseña a compartir, no solo risas y felicidad, también llantos, depresiones, secretos. Ya no es tan propio ese sentimiento de soledad, porque hay alguien que se anima a ayudarnos a cargar la cruz y nos alienta a continuar, dejando atrás aquellos infortunios que no nos permitían crecer, que nos impedían emerger, que nos ahogaban y asfixiaban. Alguien cortó la soga que apretaba el cuello, alguien nos dio de su aire cuando la angustia llenaba nuestros pulmones, alguien nos dio el agua que calmó la sed del dolor…alguien ayudó a cicatrizar esas heridas infectadas de vida y de tiempo.
Y luego de esa plena felicidad…viene el dolor. Perdemos a ese ser amado. Sea por la muerte o por la simple monotonía de las relaciones. De una forma u otra, la distancia opaca aquel cuadro luminoso, convirtiéndolo en un lúgubre paisaje medieval. Sangramos por fuera…y por dentro. ¡Por dentro! Si…por dentro…el alma, aquella que no podía frenar el frenesí, vuelve a ser esa página vacía de tanto borrar, reescribir y borrar… Ojala fuese tan fácil como borrar y escribir sobre lo que ya no está. Nos hacemos a prueba y error. Lamentablemente, todos los errores se pagan caros, y muchas veces no tenemos al alcance los medios para solventar esos gastos. Somos débiles y también fuertes. Somos completamente contradictorios y sabemos lo que queremos. Somos sinónimos y antónimos de nosotros mismos.
Pero llega un día en el que ya no queremos sentirnos esos simples cuerpos autómatas y destruidos, que sólo sonríen por aparentar…el día en el que damos vuelta la página del libro y encontramos un nuevo título, un nuevo capítulo, pero con el mismo contenido: el amor. Amar, que nos amen, así es cada uno de los renglones de esta historia. Idealizamos un amor que pide sin dar a cambio…es algo que no existe. Todos los que amamos deseamos ser amados de la misma manera y quizá…que nos amen más de lo que nosotros llegamos a dimensionar, hasta llegamos a tener el sombrío capricho de que se obsesionen con nosotros, de que alguien llegue a perder la cordura con el sólo hecho de tenernos al lado. Queremos provocar lo mismo que el otro nos produce.
Luego de haber visto la muerte de cerca, de lejos, nos aventuramos una vez más a la vida. Quizá estemos a la deriva por un tiempo, pero en algún puerto anclaremos, no sabemos en cual, pero lo haremos, porque la suerte está echada. Alea jacta est.
