Estaba estupefacto en su habitación.
No lograba entender nada; la situación era demasiado confusa.
Oz estaba pasando por un momento totalmente extraño. Caminaba de un lado a otro, sin terminar de convencerse a sí mismo de la realidad de los hechos.
Se sentó al borde de la cama, intentando tranquilizarse.
—Hermano, yo...
No, no quería recordar las palabras de su hermana menor. No quería, no podía aceptar el hecho de que Ada se hubiese... Declarado.
Se le había declarado…
El rubio llevó la mano zurda a su cabello, revolviendo este un poco en el intento de calmarse. ¿Por qué él? ¿Por qué esa clase de sentimientos hacia su persona? Era su hermana, y no la vería de otra forma.
Y aunque estuviese siempre seguro de ello, la confusión no le dejaba ir.
Llamaron a la puerta.
¿Sería ella? ¿Sería uno de sus amigos tratando de alcanzarlo luego de su huida al cuarto?
—Adelante...— Alentó en voz baja.
El vello fue erizándose a medida que el pomo se giraba, y la respiración se convertía en muestra de miedo.
La puerta se abrió, finalmente.
Pero para el mayor de sus alivios, era su viejo amigo Gil, quien se veía un tanto preocupado. Siempre atenido a las situaciones rodeando al menor, Gil suspiró.
—Sigues pensando en eso...
—Me es imposible olvidarlo… No logro comprender.
El hombre de cabello negro se cruzó de brazos ante aquella consternada pose de facciones. El entrecejo apretado y labios titubeantes. Todo aquello se mezclaban en la demostración perfecta de la incomodidad .
—Sé que debe ser confuso, y de tal momento me lo imagino. Sin embargo, Oz... ¿Qué piensas hacer al respecto?
—No lo sé, creo... Creo que debo hablar con Ada.
La atmósfera lo decía todo.
El joven de agraciados ojos esmeraldas daba tal coherente sugerencia pero, siendo el más obvio hecho, se apreciaba su anhelo de no ver a la rubia menor.
Comenzó una vez más Gil, reposando su hombro izquierdo contra el marco de la puerta.
—¿Qué piensas decirle?— Le cuestionó.
Oz lo miró de reojo y, luego devolvió su mirar a sus pies.
—No siento lo mismo... No la veo de esa forma.
—Bien, entonces te recomiendo que hables con ella ahora antes de crear alguna clase de malentendido.
—Sí, será lo mejor— Musitó el menor luego de apretar ambos puños un momento. Se puso en pie vagamente, temiendo en cada paso al dirigirse a la salida el enfrentarse a aquella realidad. — Gracias, Gil.
Y así, salió del lugar, pasando al lado de su mejor amigo después de palmarle el hombro.
Caminó por los corredores hasta llegar a uno de los pasillos. Sentía la boca seca y algo de frío sudor en su frente.
Si esos eran los nervios, claramente estaban haciendo estragos en él.
Levantó la mirada de repente, sin evitar parar en seco.
Allí en frente de él se encontraban Ada y Alice, quienes parecían tener una clase de discusión. Su hermanita menor tenía los ojos llorosos, y miraba con frustración a la joven de cabellos obscuros, quien tenía el ceño fruncido.
¿Acaso se debía al mismo tema que a él lo atormentaba? ¿Eran ambas conscientes de algo más que el rubio no?
No lograba escuchar con claridad, ni mucho menos descifrar la mitad de lo que pasaba entre ellas.
Allí, Alice cerró los ojos, pareciendo no soportar más; aún sin ser capaz de oír con claridad alguna palabra concreta, Oz se dio cuenta de aquel tono molesto en la voz de la castaña al sentenciar. Luego, ella dio media vuelta y se fue, dejando a la rubia sola con sus lagrimas.
El muchacho preguntó de nuevo a si mismo qué podría haber pasado. En ese instante debería averiguarlo, porque cuando Alice se alejó de su panorama visual, supo que el momento de encarar a la Vessalliuz menor había llegado.
—Hermano— Dijo ella, abriendo los ojos de par en par al hacerse consciente de su presencia.
Y eso fue todo.
Oz debió forzar una sonrisa.
— Ada… Necesito hablar contigo— Logró empezar. Se fijó en las lágrimas de la rubia y las secó cuidadosamente con su dedo índice. —¿Acaso... Acaso has peleado con Alice? ¿Es por eso que estás así?— Prefirió inquirir con palpitante duda, suave como él solo e intentando sacar respuesta de la que pensó la más discreta manera.
La joven frunció el ceño.
—¿Por qué...?— Tragó con dolor, haciendo claro para el mayor que la incomodidad no se disiparía, así como tampoco la tristeza en dorada rubia.
—¿Ada?
—¿Por qué te fijas tanto en ella...?— Su lastimada, raspada voz resonó baja. —¿Por qué mi hermano mayor no me quiere?— Siguió, mientras las lagrimas volvían a brotar de sus ojos por igual esmeralda.
—Ada… Si te quiero, sólo… No de esa forma— Explicó él, sintiendo ganas de salir corriendo del lugar. No quería afrontar que la que había sido su pequeña hermanita alguna vez, sintiera otro tipo de amor por él.
—¿Por qué?— Le recriminó la fémina. —Es por ella. ¿No es así?— Sollozó.
Oz desvió la mirada; era cierto que tenia ciertos sentimientos hacia la joven de cabellos obscuros, pero además, Ada era su hermana y aquello era motivo suficiente.
—Lo siento... Eres mi hermana, ¿comprendes?— Observó sus vidriosos irises, intentando esbozar una sonrisa.
Pero Ada sólo se quedó inmóvil. Al menos, por un minuto fue así. Porque luego, el llanto recobró vida en su frágil alma.
—¿Es acaso malo?— Comenzó nuevamente —¿Por qué debe importar eso? Si yo amo a mi hermano...— Desgarró su garganta en un arduo sollozo.
Los ojos del joven se abrieron de par en par ante aquello, para luego él fruncir el ceño.
Si, ella había confesado su sentir esa mañana.
Pero no, no había dicho que lo amaba. No esas palabras, no específicamente aquello.
—Lo siento… — Fue lo único que sus labios soltaron, lo único que logró animarse a decir. Es que era un momento tan incomodo...
Y no terminaría allí nada más.
Ada se aferró a él en un abrazo, llorando a todo volumen.
—¿He hecho que me odies?— Soltó, recibiendo los brazos del mayor en una débil correspondencia de la acción y caricias en su cabellera.
—No te odio, hermanita— Trató diciendo en un tono alegre. Una pobre excusa de calma que no estaba allí. —Sólo no siento lo que tú... Ada. Perdóname— Agregó en lo que fue un doloroso murmullo hasta para él mismo.
Ese pequeño susurro y final de respuesta fue lo que causó un rompimiento en su hermana, haciendo que ella se separase de un empujón y saliera corriendo del lugar. Incapaz de hacer otra cosa, él sólo la miró irse.
No podría tratar de detenerla.
Lo mejor era dejarle ir, dejarle recapacitar y reposar la mente luego de, para colmo, aquel enfrentamiento con Alice. Y luego… un momento…
Alice.
Era ella quien podía contestar con espontaneidad transparente.
Así que corrió, corrió hasta donde supuso podría estar.
No en la cocina, no en el salón principal, y ni siquiera en el balcón.
¿En su habitación tal vez?
Se hizo por el camino de memoria, en movilidad automática. Quería verla y escuchar su versión, cuestionarle y conseguir su sinceridad completa. Y para cuando llegó al cuarto de la muchacha, confió en que ello se encontraría ante todo.
Llamó a la puerta, esperando recibir respuesta alguna que no le llegó… Comenzó a mover uno de sus pies mientras se cruzaba de brazos.
¿Qué palabras habrían compartido ambas chicas? ¿Qué habría sido respondido y exigido? ¿Sabía Alice sobre la situación actual? ¿Estaba enojada? ¿O triste?... Demasiadas dudas sin contestación.
Llamó a la puerta nuevamente. Nada, nada de nada.
Tomó aire, decidiéndose a abrir la puerta de todas maneras.
—Alice, voy a entrar— Avisó. Otra vez, respuesta inexistente. —Bien…— Musitó para sí mismo. Giró el picaporte y se adentró en aquellas cuatro paredes.
Pero se vio exhalando por la desilusión, porque nadie estaba allí.
Se dio media vuelta, cerrando la entrada tras de sí al salir, y se apoyó contra la puerta. Éste no era el mejor día, ni siquiera bueno en algún aspecto.
Ahora fue escaleras abajo, tomando su propio tiempo al ya no esperar mucho. Estaba cansado y ya sentía al día como la misma noche, hora para cerrar los ojos y no despertar por largas horas.
—Oz— Fue su nombre pronunciado.
Volvió a la realidad.
—Gil...— Parpadeó. Era él otra vez... A él podía preguntarle dentro de todo. ¿Cierto? —¿No has visto a Alice?
—La coneja ha salido con Sharon.
—Oh…
Alice había salido de su alcance por el momento, y vaya que rápido.
— Y... ¿Ada?
—No le he visto. De todos modos, Oz, creo que sería mejor dejar a ambas solas por un tiempo. Es una situación difícil.
El rubio asintió con la cabeza, suponiendo ya que Alice sabía respecto a los sentimientos confusos de la rubia del lugar.
Salió al balcón a esperar, a esperar al momento adecuado.
…Mientras tanto, en otro lugar, la joven rubia Vessaliuz emprendía camino a cierta mansión. Cierto lugar donde un hombre pretencioso de cabellos rubios y ojos de distinto color estaba. Éste le recibió con una maliciosa sonrisa, puesto que no perdería oportunidad de divertirse un rato.
—¿Y bien, señorita Ada?— Comenzó misterioso. Por supuesto, él ya sabía de los sentimientos de la joven. Además, la había influenciado un poco. Sólo fue suficiente que ella le mirara para que entendiera. —¿No ha salido bien?— Siguió mirándole, sin borrar esa casi burlesca curvatura de su rostro.
Cuando la pobre muchacha soltó el sollozo de afirmación, el peligroso hombre supo que era la hora.
—Ya veo~ Vaya desgracia— Susurró. —Entonces… Ada… Supongo que sabes el motivo por el cual él no corresponde eso que sientes— Hizo mención indirecta pero clara cual agua de Oz, mientras la dirigía por los pasillos hasta un salón donde la única luz proporcionada era la que la chimenea brindaba. —Tengo una manera de ayudarte— Allí prometió, tomándola del mentón y conectando sus miradas. Ganó un pequeño sonroje por parte de la rubia, lo cual era una buena señal. Entonces se alejó de ella y caminó hasta la chimenea, ya que al lado de la misma se apreciaban dos pequeños frascos.
Por supuesto, él sabía que aquella situación se daría.
Tomó ambas botellas y se acercó a la damisela, tomando posesión de su temblorosa mano para depositar ambos objetos antes agarrados.
—Debes entregarle uno a tu querido hermano, y otro a la chica que te lo arrebató— Habló con dulzura impuesta a su oído, haciendo que ella se estremeciera. Una chica tan sensible e ingenua, el juguete perfecto. —Si te fijas en tu mano, verás que cada frasco es de un color distinto. El verde es para él, y el rojo es para ella.
Ada estaba anonadada, no quería esta clase de cosas, pero se sentía tan débil ahora. Quería con desesperación una respuesta de su hermano, y no un no, si no su correspondencia completa.
—No quiero lastimar a nadie— Advirtió en un tono bajo, provocando la risa más burlesca jamás escuchada.
—No tengas miedo… Acepta mi ayuda, no pierdas esta oportunidad. Podrás tener a tu hermano, y Alice saldrá del camino. ¿No es eso lo que quieres?— Se acercó más al rostro ajeno, quedando a tan sólo centímetros de sus labios. Claramente, con tan perfecta manipulación, la aprobación contraria estaba dada. — Asegúrate de que cada uno tome la poción correspondiente, y deja que la "magia" suceda. En lo personal te recomiendo… Que cuando Oz Vessaliuz tome del frasco, tú estés con él. Deben estar completamente solos…- Agregó, besando su oreja a continuación.
Ada abrió los ojos de par en par, sonrojada. ¿Qué quería decir?
El hombre se separó luego de ella, esbozando una sonrisa muy a lo suyo, palpando su cabeza.
—El resto dependerá de ti— Terminó, y así, la pobre y desesperada joven volvió en rumbo a su hogar.
En tanto ella volvía, cierto par conformado por Sharon y una inexpresiva Alice llegaron al lugar. Oz todavía se encontraba en el balcón, confiando en sus sentidos palpitantes para analizar cada detalle.
Por ello se volteó al escuchar el par de pasos, encontrándose con ambas jóvenes. Sus ojos esmeraldas se fijaron instantáneamente en la chica de cabellos largos y obscuros, quien ni siquiera le devolvió la mirada y se dirigió directamente a su habitación. No.
Hablaría con ella.
Hizo oídos sordos a los comentarios y llamados del resto, y fue tras ella. Fue ignorado al tratar de alcanzarla, tomarle del hombro y hacerla voltear. Fue ignorado cuando intentó acelerar el paso para volver a atraparle.
Odiaba caer en el desinterés de los demás.
—Alice— Mostró su lado insistente.
Pero la chica no le miró, incluso al quedarse quieta unos breves instantes. Y siguió protegiendo su silencio al darse vuelta cual condenada, dedicándole sólo el premio de su mirada.
—Oz.
—Has estado distante, te has ido de repente y ahora me has evitado… ¿Qué sucede?
—No te he visto…— Continuó ella con un tono inexpresivo.
—Mientes— Trató el rubio de marcar cercanía, haciendo que la muchacha retrocediese un poco. —Dime qué sucede.
—Te he dicho que no me pasa..-
—Mientes, Alice— Le interrumpió.
Miradas penetrantes, filosas como espadas enfrentadas.
—¿Y qué si me pasa algo?— Finalmente se delató, desviando los amatistas de él, haciendo que una sonrisa apareciera en el rostro de Oz.
Ahí estaba, le era imposible ocultar sus verdaderos estados.
—Quiero que me confíes eso que te molesta. Es... ¿Es acaso respecto a Ada?— Con aquella suposición, admiró el entrecejo ajeno apretarse en figurado pesar, confirmando todas las sospechas juntas. —Alice, esa clase de sentimientos...
—Está bien si sientes lo mismo.
Por supuesto.
¿Ella pensaba que sentía lo mismo por su hermana? No pudo evitar sonrojarse, puesto que si le molestaba tal cosa era por… ¿Celos tal vez?
Sonrió. —No, no. No siento lo mismo. No puedo corresponderle; es mi hermana. ¿Comprendes, Alice?- Insistió. Se sentía un tanto frustrado.
Caminó sin inmutarse a ella para acariciar y levantar su mentón con dos dedos, conectando sus rostros. — Dí algo —Siguió insistiendo — ¿Acaso Ada te ha dicho algo?
Claro, claro que le había dicho algo, le había hecho un berrinche por él y le molestaba hasta lo más profundo en ella. Esas palabras…
—¿Por qué has tenido que quitarme a mi hermano?— Sollozó la rubia. —¿Por qué tienes que ser tú? — Miraba frustrada a la chica de cabellos marrones, que miraba a ceño fruncido. —Me lo has arrebatado... ¿Por qué?— Siguió sin retener las lágrimas. No aguantaba más, era culpa de ella después de todo. Ella, que había causado que el corazón de Oz girase en otra dirección drásticamente opuesta.
Y luego, la única respuesta obtenida, las únicas palabras recibidas de aquella joven antes de que la misma se marchase...
—No me culpes de tus frustraciones.
…Claro que le molestaba. Era su propiedad.
—Si no quieres decirme...
—Eres mío. Me molesta porque eres mi propiedad. Me perteneces… Me perteneces a mi— Lo miró.
El corazón del rubio dejó de latir por un segundo; que ella le reclamara de esa forma… Rió.
—Claro, Alice, siempre te perteneceré— Y es que eso le había enternecido.
El momento terminó de todos modos al acercarse Gil desde los fondos del pasillo, anunciando en una mueca simple la disposición de la cena.
Todos estaban preparándose para dicha comida cuando la ingenua Ada llegó cautelosa y se paseó escurridiza hasta la cocina. Allí divisó lo que supuso era el plato de Alice, así que se acercó y vertió la pócima roja en la salsa que condimentaba la carne, siguiendo las indicaciones de Vincent. Preparó té después, vertiendo éste en una fina taza y haciendo tan curiosa mezcla con la pócima correspondiente al rubio de esmeralda mirar. Cuando se vio en buenas vibras, divisando al joven querido distraído un segundo, le pidió un momento a solas en su cuarto. Con su conocida inocencia, cualquier excusa insignificante fue suficiente. Tal vez insinuar que pediría disculpas había sido lo mejor.
—Ada. ¿Qué sucede?— Preguntó él al llegar al lugar solicitado junto con su hermana, quien cerró la puerta tras de sí. No sospechaba mucho, no esperaba que algo malo pasara, o por lo menos nada peor. Obviamente, emanaba presión de su cuerpo, pero los esfuerzos por no seguir rompiendo los frágiles sentimientos de la dorada rubia le alentaban a quedarse quieto allí.
La chica entonces le entregó la taza de bebida caliente silenciosamente, sin apartar su vista de la de él.
—Esto…
Amagó a opinar, decirle a la muchacha que ya era claramente hora de cenar, y que la ofrenda generosa estaba desubicada en horario. Siquiera podía esperar al final de la comida... Por supuesto que siguió sin negarse. No pudo hacerlo al ver la expresión inestable de Ada. Ya había vivido un completo drama más temprano, y no quería lidiar con más sentimientos tristes y pesados.
—Gracias— Dio la mejor excusa de sonrisa cálida que pudo, logrando que un sentimiento se albergara en el pecho de la jovencita. Dio un sorbo al liquido.
Y ella comenzó a hablar.
—Perdóname, hermano...
—Ada… no..-
—Por favor, déjame terminar— Le interrumpió ella en un tono suave y tímido.
Oz asintió con lentitud. Le escucharía, aunque tuviese cierto temor respecto a las palabras que su hermana pudiese soltar estando tan susceptible. Siguió bebiendo mientras.
Tan confiado...
—…No he dicho las cosas de la mejor manera— Continuó un tanto insegura, mirando sus manos pero dedicándole una ojeada a él de a segundos. Se fijaba más que nada en cómo terminaba de beber del té manipulado con nerviosismo. —No quiero que me rechaces, hermano— Empezó con un tono más frustrado, mientras la expresión de Oz comenzaba a cambiar.
El chico emitió un jadeo, dejando la taza caer al suelo para romperse en pedazos. Comenzaba a sentirse muy blando, como un muñeco. La rubia parpadeó asustada ante ello, pero entendió que la pócima daba efecto ya. Recordó las palabras de Vincent, el resto desde ese punto dependía de ella.
—Quiero que… Quiero que me des una oportunidad— Siguió avergonzada mientras cruzaba la habitación en busca de una silla que se situaba al lado de la ventana. La tomó y acercó a Oz. Volvió a colocarse en frente a él, quien daba unos pasos para atrás e intentaba respirar, ya que le costaba de cierta forma.
Él se topo con la silla y cayó sentada a esta, sin dejar de jadear y perder movilidad.
—Ámame, hermano— Concluyó Ada, sonrojada y con lagrimas asomando a sus ojos.
Tomó coraje y se sentó a horcajadas sobre Oz en la silla. El rubio se sorprendió en sus adentros, claro que sí, pero se sentía tan débil ahora que no lograba demostrarlo en su expresión. Le observó al secarse ella algunas gotas que caían de sus lagrimales. Trató de quejarse en vano al presenciar su clara alteración.
—A-Ada… Detente…— Logró pedir el rubio. Para ese momento hablar era un logro, y ya moverse era imposible.
Su pobre hermana no dijo nada, y dirigió sus manos al chaleco color crema que usaba él. Comenzó por desprender el primer botón. Estaba avergonzada, asustada, nerviosa, deseosa de demostrar sus sentimientos con desesperación.
Ahora no dudaría en hacerlo ni por el pudor que tal acto en su mente pudiese brindarle a la hora de la verdad. Había esperado ya demasiado y ésta era tal vez su única oportunidad, aunque luego tuviera consecuencias por ello.
Oz logró llevar una de sus manos temblorosas a las de ella, intentando detenerla.
—No…— Musitó en rasposa entonación, frunciendo muy levemente el ceño. No podía siquiera presionar las manos de ella para retirarlas, le costaba terriblemente moverse apenas un poco.
Luego, Ada siguió por el segundo botón.
Mientras tanto, en la sala principal se vivía otra clase de tensión.
—¡Coneja!
—¡Señorita Alice!
Exclamaban, todos preocupados. Al parecer algo malo había pasado, puesto que al estar por la mitad de su plato de carne, Alice había empezado por sufrir un ataque de tos. Se ahogaba.
Ahora todos estaban a su alrededor.
—Alice-kun, ¿puedes hablar?— Le preguntó Break, y mientras colocando su dedo índice y medio en el cuello de ella para controlar su pulso. Estaba agitada.
La nombrada jadeó, ya le costaba mantenerse sentada.
—La… La carne— Dijo entrecortada, intentando desesperadamente respirar. Tosió y se llevó ambas manos al pecho, tirando del chaleco negro que usaba. Estaba desesperada, todo le daba vueltas.
—Liam-kun, trae el primer antídoto que tengas. Esto es envenenamiento— Dijo rápidamente Break, quien se dio cuenta de inmediato lo que sucedía. Los labios de la muchacha afectada comenzaban a mostrar un escondido tono violeta o azulado.
Así lo hizo el joven de gafas, volviendo casi corriendo con una pequeña botella dorada, la cual Alice le arrebató de las manos.
—Tranquila. Bébelo despacio.
Exhaló con pesadez al terminar, esperando impaciente a sentirse mejor. Los efectos no eran milagrosos obviamente, pero debía moverse. Logró ponerse de pie y comenzar una forzosa caminata.
—Coneja, no debes forzarte a..-
—Déjame— Le cortó ella. —Mi cuarto...— Comunicó solamente. Tratando de aclarar que allí era a donde se dirigiría con su orgullosa negación a la ayuda ajena. Y aunque los demás le mirasen preocupados, confiando en su decir y sabiendo cómo era ella, el albino del lugar comprendía sus verdaderas intenciones.
Alice se abrió camino por los pasillos. Algo le picaba.
Oz había brillado por su ausencia, sin siquiera tener su permiso para ello. Ella se sentía decadente y exigía su atención.
Justamente en el cuarto donde el rubio joven estaba, la situación seguía igual.
Ahora, la rubia había desabotonado por completo el chaleco crema de su hermano.
—Deten..te- Siguió de forma pobre.
—Solo ámame... Hermano— Así, comenzó a acercarse a sus labios.
Era suficiente; Oz no lograba que ella lo escuchara. A ella no podía aceptarle un beso, caricia indecente ni mucho menos. Alice fue la que por ello llegó su mente.
No, si esto pasaba seria con ella, no con su hermana menor.
—No quiero… esto…— Logró musitar cuando los labios de la rubia estaban ya a nada de tocar los suyos. Ada paró en seco.
—Acaso no… ¿No tratarás de quererme?— Cuestionó asustada.
—No— Respondió él en un hilo de voz, finalmente. Era la única manera ya de terminar con aquella locura, y fue sólo entonces que la rubia se separó bruscamente de él y dirigió a la puerta. Se volteó a mirarlo, con lagrimas que reanudaron la demostración de sus penas profundas.
— ¡No es justo!— Gritó antes de salir de allí, dejando a Oz débil en una silla.
Ella salió llorando del lugar, completamente avergonzada. Se había humillado a sí misma.
E incluso para más de su derrota, se topó con Alice en el camino. No sólo se toparon sus ojos. Ella le dirigió la mirada más fría y acusatoria.
No lo aguantaba más; pasó al lado de la azabache derramando esas gotas cristalinas. Todo le había salido mal.
Por su lado, Alice logró caminar tambaleante hasta la habitación. Llegó al lugar, pasó por la puerta mal cerrada y fijó sus ojos en la silla que se encontraba al centro del mismo, donde estaba Oz. Éste se hizo de un milagro para mirarla mientras ella se recostaba jadeante contra el marco de la puerta. Al fin.
—A...lice.
Ella se dirigió a él al mejor paso posible, reaccionando.
Se sentó a horcajadas sobre él. Se fijo en su estado deplorable.
—También... Has sido envenenado— Se acercó más, tomando el cuello de la camisa ajena.
Se imaginaba muy bien lo que la hermana de él había intentado hacer, y eso le fastidiaba.
—Alice— Le llamó de nuevo, débil y preso ahora de ella, mirándola a los ojos. La misma situación tal vez, pero la persona indicada ahora.
—Eres… Eres de mi propiedad... No le perteneces… a ella— Dijo entre costosas respiraciones en referencia a la ingenua, manipulada rubia. Pero Oz sólo se dedicaba a perderse en sus ojos, otorgándole su completa atención.
La muchacha llevó una de sus manos a los labios del chico, tocándolos débilmente.
—Eres solamente mío- Dijo demandante en un arranque de resistencia. —De nadie más— Finalizó, para luego posar sus labios con dominio sobre los de él.
Iba a demostrarle que nadie más podía tenerle o quererle como ella…
