-Tu hija causo este problema y tú eres la que debe responsabilizarse por ella - grito un joven rubio de ojos azules que no aparentaba mas de 22 años.

-Mi hija, perdona pero si más no recuerdo ¡tú! también tuviste que ver con que esa niña problema naciera -le contesto una muchacha pelirroja de su misma edad.

Mientras ellos dos discutían en un cuarto algo alejado, por lo grande de la casa, se encontraba una pequeña pelinegra, vestida con un hermoso vestido morado y una tiara adornada con un moño color negro, llorando desconsoladamente por oír los gritos de los que eran sus progenitores. El nombre de esa niña era Samantha o Sam como le decía su abuela materna; sabia perfectamente que su existir tan solo dependía de un descuido que cometieron sus progenitores y que no había sido deseada por nadie pero aun así deberían tratarla con cariño ¿no? eran sus padres a pesar de todo y debían aceptarla ¡pero no!, ahora mismo estaban teniendo una discusión de quien tenia mas culpa del pequeño monstruo que habían tenido por hija.

Ella cansada de tanto llorar le hizo caso a su pequeño gato negro que le trataba animar y lo tomo entre sus brazos.

-Sabes – dijo Sam entre lagrimas-el día que yo tenga un hijo ¡jamás! Le hare algo como esto –paro un momento para calmar su llanto y continuo- es mas hare una promesa, el día que yo decida tener un hijo será cuando tenga un hogar que darle, y si llegara a romper esta promesa no permitiré que venga al mundo ya que solo tendría sufrimiento –con esto termino de hablar, no sabiendo la magnitud que sus palabras tenían pero muy segura de que cumpliría su promesa.