Luego de cerrar la puerta tras sí, arrojó las llaves en algún lugar del pequeño departamento al que concurría principalmente a dormir.

Había sido un día de mierda, agotador hasta más no poder. Se sentía muerta. Sus músculos dolían, sus pies la mataban. Se quitó los cómodos zapatos dando las gracias por la ayuda de esa jornada laboral y los dejó junto al sillón de género regalado por su madre. Se colocó sus pantuflas en forma de botas felpudas.

Había tenido que atender a una mujer embarazada que gritaba como loca en contra su esposo diciendo cosas como "esto es tu culpa", "te castraré", "jamás volveremos a hacerlo de nuevo", mientras este le daba palabras de apoyo, sonrojado disculpándose por las palabras de ella. En la tarde tuvo que ocuparse del papeleo - trabajo de su jefa - por que esta estaba en una operación muy complicada, y al ser la mejor luego de Tsunade, todo lo importante que no podía hacer la rubia, le tocaba a ella. Por la noche le tocó atender a dos hombres simultáneamente que habían tenido una pelea, terminando con uno en estado de coma y el otro en pabellón para amputar su pierna.

Odiaba su vecindario. Era un lugar con mucha gente. Gente humilde, cariñosa, con casas pequeñas, gente unida, pero en la noche todo cambiaba. Solo había adicción, niños traficando drogas, disparos, muerte, sangre, peleas. Cada vez era increíblemente peor. Sentía pena, ver a esos niños dejados a la noche por sus madres para que traigan el pan a la casa por la venta de las drogas, mientras ellas se quedaban en sus casas como si fueran prostíbulos.

Sin prender las luces se dirigió hasta la cocina, en donde llenó un vaso de agua muy fría, se apoyó en la mesa mientras bebía dando suspiros de agotamiento. Se debía ir a dormir, mañana le tocaba turno a primera hora. Maldijo por milésima vez por solo tener 4 horas para dormir. Aun así no podía parar de divagar en su último caso. Una historia desgarradora, simplemente no podía creer lo que una madre podría hacer a su hijo, si es que se le podría llamar madre. Un niño de 8 años, tan pequeño, tan frágil, con tanto por delante y con la vida colgando en un hilo. Estaba enrabiada, no sabía cómo ayudarlo, pero buscaría el modo que fuera para hacerlo.

Minutos más tarde dejó el vaso a un lado y caminó arrastrando los pies. El turno de 24 horas más 8 horas de extra laboral la tenían sin siquiera ganas de quitarse el blanco uniforme para dormir. Llegó hasta su habitación y solo se dejó caer como si fuese un saco sobre la cama, dio un rebote por el golpe bruto contra el colchón y se tapó como pudo antes de que sus ojos se cerraran por completo, sin dar tiempo a más.

Algo le molestaba, sentía como si hubiese algo extraño en su habitación. A decir verdad, se sentía observada, raro – demasiado – para alguien que vivía sola. Prendiendo la lámpara de mesa miro a su alrededor. Nada. Miró la hora en su despertador rosa fluorescente percatándose que su dormir duró una mísera hora. Apagó la luz con la esperanza de aprovechar las 3 horas restantes, se acomodó y cerró los ojos, tres segundos pasaron y abrió los ojos lo que más pudo, se sentó de prisa en la cama. Ella recordaba haber dejado su ventana cerrada y ahora estaba abierta.

El pánico se apoderó de su cuerpo y la sensación de ser observada volvió. ¿Y si era un ladrón?¿Y si era un violador?¿Y si era un asesino? Mierda, tal vez era un ladrón violador asesino. Ella vive sola, está poco tiempo en su departamento, era una mujer sola, muy guapa a decir verdad, con el dinero escondido en la lavadora.

¿Quién anda ahí? – eso había sonado más tembloroso de lo que esperaba – Sal de donde estés – dijo ya con más seguridad.

Tal vez ya se había ido. Dando un suspiro y rogando porque sus ahorros no se hubiesen esfumado, fue cuando sintió un peso sobre ella, obligando la a caer sobre la cama. Se alarmó de sobre manera. Eso no era un simple peso, ¡era un cuerpo!. Cuando una mano se deslizó por su mejilla, se dio cuenta de lo que pasaba.

¡Déjame maldito violador, llévate mi dinero pero no me violes ni me mates, lárgate de mi casa!

Al parecer sus gritos y constantes golpes ayudaron ya que el desconocido quitó su mano de su mejilla, aunque solo para aprisionar las manos de la pelirosa. Ella lo miró fijamente mientras las nubes se alejaban de la brillante luna llena, quien alumbraba el cuarto de la oscuridad profunda de la noche sin estrellas. Sus ojos se abrieron, esta vez de sorpresa.

¿Qué… qué haces aquí? – su voz entre cortada y su respiración agitada calmó al apuesto hombre sobre ella, quien soltó a la mujer que estaba en estado de shock con la mirada perdida.

Te he echado de menos, Sakura.