Miraba el techo, como se iluminaba con la escasa luz de la luna. Ya pronto seria aquella face lunar que tanto odiaba. Suspiro y volteo a ver a su joven esposa dormir tan pacíficamente, como sino le importara dormir al lado de una bestia. O así se consideraba el.
El la amaba, eso no se discutía. Pero había veces que se sentía un traidor besando y dejándose besar por otros labios. Por que, aunque el daría la vida por su esposa, no es ella. Es que sus besos había veces que le sabían a ceniza en su boca. Son cosas inevitables.
Como el hacerla enojar, tan solo para que su cabello tome un rojo fuego. Como evitar sonreír en ese momento? Le costaba más de lo que parece.
Y es que había noches, en las cuales le era imposible no pensar en ella. Porque aunque lo deseara, ella jamás seria la pelirroja. Sus caricias, claramente, no eran las mismas. Si, cuando estaban juntos, era con amor. Pero no se sentían igual que las primeras manos que lo tocaron, siendo el fuego de la sala común el único testigo de cuando se exploraron con locura y lujuria.
Porque el licántropo podía en las noches sentir los besos de la pelirroja en cada una de sus cicatrices? Cerraba los ojos, sintiendo los dulces labios de su amada en su cuerpo, abriendo los ojos en busca de los verdes esmeraldas, sin ningún existo.
Volvió a girar, dándole la espalda a la pelirrosa. Prolongo un amargo suspiro y volví a cerrar los ojos.
-Remus, mi amor - susurro Dora, somnolienta, abrazándolo por la espalda. Lupin la abrazo, acostándola en su pecho. Suspiro, tratando de dormir, tratando de olvidar. Tratando de no pensar que jamás la volverá a besar.
