EN LA CORNISA
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Desde esa altura el vértigo presionaba su estómago, pero la libertad que sentía su mente lograba que aquello verdaderamente valiera la pena. Llevaba días oyendo las voces de los fantasmas en su memoria y las noches sin sueño no ayudaban a callarlas.
- ¿Alguien ha visto a Spencer? He estado llamándolo al móvil y no me contesta - preguntó inquieta la adorable Penélope, cuyos ojos se cristalizaban pensando, siempre pensando, en la peor de las situaciones.
- Déjalo, ya aparecerá. Sabes que Reid no es muy simpatizante con la tecnología y probablemente haya dejado su teléfono tirado en algún lugar. - la consoló Morgan mientras se introducía el último bocado de su candy en la boca.
Y Morgan no se equivocaba ni un poco. De hecho, el aparato en cuestión reposaba calmo sobre la cama del joven doctor. Él siempre había sido así: introvertido en las buenas y recluido en las malas, como lo estaba entonces.
¿Por qué se sentía tan vacío? ¿Por qué las horas y los días caían a sus espaldas como las más crueles de las torturas? ¿Por qué esas voces le recordaban sus penas en las noches más oscuras? Sintió el ardor en sus ojos, pero no fue capaz de dar rienda suelta a sus sentimientos... ¿Por qué no podía ser como los demás?
Con esa presión ensordecedora tomó coraje y se irguió en la cornisa. Sus piernas temblaban por el miedo, por el frío y por el cansancio de quien no puede dejar de pensar. Miró hacia abajo: desde la terraza del edificio del FBI hasta el pavimento había más de 40 metros de distancia, lo suficiente para que el impacto causara un fin efectivo a sus pesares. Probabilidades, había probabilidades de que algo saliera mal... No, claro que no, era imposible que algo saliera mal. Tomó un último respiro. Cerró sus ojos.
- Yo no haría eso si fuera tú - exclamó una morena de metro cincuenta mientras intentaba encender un cigarrillo. Spencer suspiró, quizás en el fondo siempre esperó a que alguien le detuviera. Giró sobre sus pies para intercambiar una mirada con su acompañante, quien tomó este gesto como una invitación para acercarse. Al alcanzar la cornisa se apoyó con sus codos y dedicó unos minutos a contemplar el vacío.
Fue Reid quien quebró la fragilidad del silencio: "¿Qué estás haciendo aquí?"
- Te estaba esperando. Te he estado siguiendo e imaginé que harías alguna estupidez como esta. - contestó la morena, aún con la vista perdida en el mismo vacío. - ¿Cómo puedes ser tan egoísta? No dudo que en este momento García esté como loca intentando ubicarte mientras Morgan se esfuerza por tranquilizarla aunque el fuego de la incertidumbre lo queme por dentro... Y tu estás aquí, a punto de escapar de tus problemas como la gallina más grande que haya pisado este mundo... Seguramente Hotchner y Rossi ya han notado lo que te está pasando, ¿cuántas veces los has evadido ya?
- Es que mi cuerpo ya no resiste más, y mi cabeza... Estoy muy aturdido y me siento tan solo, Vic.
- Spencer, te sientes así porque ahuyentas a quienquiera que se te quiera acercar. Pero todos se preocupan por ti y dejarían todo de sí con tal de darte una mano... ¡Dales la oportunidad!
- ¿Y qué hay de ti?
- Yo estoy aquí, contigo... ¿Podemos volver adentro? Me estoy muriendo de frío.
- ¿Me das la mano?
- Por supuesto, Reid.
