Lluvia de Verano en Montreal

Autora: Yakumo Kaiba

Fandom: Sherlock BBC. Johnlock y Mystrade.

Rating: M (Slash +18)

Disclaimer: Ninguno de los personajes me pertenece. Son propiedad originalmente de Sir Arthur Conan Doyle, y actualmente de la producción de Sherlock BBC. Solo me pertenece la trama y redacción de este fanfic.

Notas: Hecho para y por el foro I'm Sherlocked!, por motivo de su Desafío: Vacaciones, donde me tocó Québec, Canadá. Más notas al final del fic.


Lluvia de Verano en Montreal

1.- John y Sherlock

Mientras se quitaba el cinturón de seguridad con un movimiento resignado, John elevó la mirada al techo del avión en el que iba dejando que un suspiro abandonase sus labios. Sus dedos tamborileaban sobre los posa brazos del asiento, antes de girar el rostro a ver a su acompañante.

—¿Puedes explicarme, una vez más, el por qué estamos en un avión hacia Canadá?— no había querido en verdad, pero su tono había salido levemente irritado. En verdad su tono era el mismo desde hace más de un mes. Desde que ese hombre había regresado.

El pelinegro a su lado, que mantenía los dedos entrelazados sobre su estómago mientras tenía su cara de pensar, ni siquiera se dignó a voltear a verle. No dio muestra de saberse aludido por largos segundos que solo afianzaron más la irritación al estómago, de por sí sensible, del doctor. Al menos hasta que respondió, dedicándole una pequeña mirada brillante.

—Porque te mereces unas vacaciones, luego de todo este tiempo que te hice sufrir, necesariamente— agregó y puntualizó Sherlock enarcando una fina ceja oscura antes de sonreír de esa manera que a muchos les parecía ligeramente psicópata.

John, antes de todo eso de la muerte fingida, se permitía reconocer solo para sí mismo que esa sonrisa tenía un encanto especial, casi adorable. Por supuesto que hoy no lo aceptaría ni aunque estuviesen clavándole fierros ardiendo en los pies.

—Ajá, ajá. Esa es la razón que le diste a la señora Hudson -que de paso casi la hace tener un paro de la emoción-, yo quiero saber la razón REAL, Sherlock. La verdadera que explica porque estamos yendo hacia Québec con ellos— sin asomo de vergüenza el doctor apuntó hacia su derecha, donde un poco más allá se encontraban sentados Mycroft Holmes, con su inseparable paraguas, y el Detective Inspector Lestrade, quien lucía concentrado en el crucigrama del Times del día.

Naturalmente John no consiguió respuesta alguna, como no consiguió en ese mes pasado respuesta alguna tampoco a dónde había estado, ni el por qué no había tenido la decencia, al menos, de contarle que seguía vivo antes de desaparecerse por tanto, tanto tiempo. Había sido Lestrade, al que al parecer Sherlock si había tenido tiempo de contarle todo junto con el informe con las pruebas que acreditaban que Jim Moriarty realmente había existido, quien le había mirado con los ojos llenos de algo parecido a la lástima y soltado un "Lo hizo para protegerte". Hasta Mycroft le había pedido que no forzase las cosas, mientras la señora Hudson protegía al estúpido Detective Consultor recordándole que "siempre ha estado algo loquito, no puedes castigarlo por eso".

Pero Watson creía que si podía. Que tenía TODO EL DERECHO DEL MUNDO a estar indignado, dolido y a no querer saber nada de Sherlock. Había sido él quien había tenido pesadillas cada noche, quien sentía un fantasma en el 211B que en cualquier momento podría exigirle café, su teléfono o que sacaría su violín y tocaría para él alguna pieza melancólica que le recordaría a John las viejas Óperas a las que su madre le llevaba de niño. Había tenido que regresar a las terapias, había tenido que reemplazarle (inútilmente) en la Scotland Yard, resolviendo a duras penas casos que deberían haber sido solo suyos. Le había hecho extrañar encontrar partes humanas en su freezer, y parches de nicotina usados pegados al sillón.

John tenía derecho a una explicación. A una decente. No tenía por qué seguirle como un cachorro a cada estúpida decisión que Sherlock tomase.

—Ni siquiera sé que hago en este avión— murmuró en voz suficientemente alta para que se escuchase en toda la Primera Clase del avión, que estaba convenientemente vacía, excepto por ellos cuatro.

Fue el mayor de los Holmes el que tomó la palabra, mirando con deliberada concentración a John, haciéndole por un momento arrepentirse de haber hablado en voz alta. Mycroft era un hombre intimidante sin lugar a dudas. Saberle ser el hombre más importante del gobierno británico (según Sherlock) no le hacía más amigable a la vista. Sus sonrisas siempre eran como ventiscas que congelaban hasta la médula.

—Una rama de la familia real ha estado de vacaciones en Québec desde hace tres semanas. El día de ayer a habido cierto… incidente. Es por eso que nos dirigimos en esa dirección, doctor Watson—.

El rubio parpadeó un momento antes de asentir. Claro. Eso tenía sentido. Tenía mucho sentido en verdad, era un caso, por eso necesitaban a Sherlock, por eso iba Lestrade. Y él, bueno, era como una extensión de Sherlock. John debía recordarse constantemente lo molesto que estaba con Sherlock y que el que se pensase a si mismo una extensión del Detective Consultor no debería calentarle la sangre como lo había hecho.

—Esa es una explicación mucho mejor que la de Sherlock— aceptó satisfecho recargándose de nuevo en el asiento, mirando de reojo al pelinegro que miraba hacia el frente sin hacer comentario alguno —¿Era tan difícil decirme la verdad?— le gruñó más bajito, aunque supuso que los otros le oirían igual.

Sherlock solo le dio una mirada descreída antes de volver a sus pensamientos. En la primera clase apenas se escuchó el suspiro resignado de John y el cómo Mycroft le murmuraba una palabra a Lestrade, que le estaba ocasionando problemas en su crucigrama.


Lo primero que notó John al estar en el Aeropuerto Internacional Pierre Elliott Trudeau fue que, al parecer, su información sobre Canadá estaba errada y allí se hablaba Francés y no Inglés.

Los letreros de información todos tenían esas extrañas tildes, y apenas algunos de urgencia básica (como los baños o los puestos de venta de boletos) estaban destacados en inglés.

—¿Canadá no es parte de Reino Unido?— preguntó el doctor mientras seguía a los hermanos Holmes a un lado de Lestrange que miraba todo igual de interesado que él.

—No desde su Independencia 1931, Doctor Watson. Sin embargo la Reina es quien sigue gobernando— sonrió Mycroft por el frente de ellos mientras salían del aeropuerto. Una limosina esperaba por ellos.

—Pues no veo la diferencia entonces— farfulló John, sin recibir respuesta alguna, solo una sonrisita burlona de Sherlock.

Greg le dio una palmadita resignada a John en el hombro, mientras se subían al vehículo que apenas estuvieron en el interior comenzó a moverse. Observando por la ventana polarizada, el doctor pudo maravillarse un momento ante el atardecer en esa ciudad extranjera (Montreal, había leído en el Aeropuerto), cuando la voz del Detective Inspector llamó su atención.

—¿Qué haremos entones? ¿Al hotel primero?— preguntó mirando hacia Mycroft quien le devolvió la mirada intensamente por algunos segundos.

El silencio se hizo nuevamente, antes de que el mayor de los Holmes solo asintiese un poco bajando la mirada un momento antes de subirla. A John le pareció ver un asomo de sonrisa, una real, pero fue tan rápido que pensó que lo había imaginado.

—Sí, ha sido un viaje largo. Además, así Sherlock puede poner al día a John con los detalles del caso. Por esta noche será mejor descansar—.

—¿Descansar? ¿Y la familia real? ¿No había habido un incidente?— preguntó desconcertado el rubio, paseando su mirada por los otros tres sintiendo de pronto el estómago apretado. Pudo sentir la mirada penetrante de Sherlock en él, casi instándole a callarse, pero no iba a hacerle caso, no señor —Pensé que si era algo tan urgente como para hacernos viajar desde Londres al menos comenzaríamos con el caso enseguida— se quejó con el ceño fruncido, mirando con algo de irritación la sonrisa de medio lado de Lestrade que solo le dio unas palmaditas en la pierna.

—Sherlock te explicará todo ¿Cierto?— preguntó el Detective Inspector al más joven, que solo medio gruñó algo antes de asentir.

El vehículo se detuvo de pronto y Mycroft carraspeó mirando a Greg y haciéndole un gesto con la cabeza para que saliese, antes de mirar a John.

—Entonces, espero que nos ayude con esto Doctor Watson. Dejo a mi hermano en sus manos, una vez más— ¿eso había sido un guiño del ojo? John miró ligeramente boquiabierto como Mycroft seguía al Detective fuera de la limosina, deteniéndole a él cuando intentó bajar también —No, doctor, esta no es su parada. Que se divierta—.

Cuando la puerta se cerró en sus narices y el vehículo volvió a andar, John solo pudo girarse a mirar a Sherlock, aún en medio de su confusión. Sentía la boca seca de pronto, viendo como Sherlock tenía sus codos apoyados en las rodillas y las palmas juntas apoyadas en sus labios. Mirándole profundamente como si estuviese leyendo su alma. Trató de tragar saliva, pero fue inútil.

—¿A dónde vamos?— pudo preguntar luego de unos momentos, clavando sus uñas en el elegante tapiz de los asientos de la limosina mirando a esos ojos inevitablemente. Pudo ver como Sherlock parpadeaba un momento. Lento y pausado, antes de medio sonreír.

—Te llevaré al lugar donde estuve viviendo antes de volver—.

John solo pudo asentir, mientras sentía su cuerpo como si estuviese hecho de papel.


Cuando se bajaron por fin de la limosina, John Watson se vio en medio de una calle en un barrio con casas antiguas al estilo inglés, con un aire bohemio que le recordaba sus años de universidad. Ya estaba oscuro, sin embargo había vida en las aceras, principalmente por jóvenes veinteañeros que se preparaban para disfrutar de una noche de viernes.

Cuando volteó a ver a Sherlock, se lo encontró mirándole penetrantemente, como analizando su reacción ante el lugar. Antes de poder detenerse John le sonrió volviendo a mirar el lugar.

—Se ve agradable— murmuró moviéndose para dejar pasar a unos chicos que iban hablándose alegremente en inglés y no en francés, gracias a Dios.

—Lo es. Sabía que te iba a gustar— había una emoción infantil en la voz del Detective Consultor que provocó un ataque de ternura en John, pero que se controló de no demostrar. Sherlock se había adelantado y había abierto una puerta frente a ellos con su propia llave, volteándose a mirar a John —Venga, rápido John, que aunque sea verano aquí enfría en cualquier momento—.

Controlándose para no reír, el doctor entró en la casa encontrándose con una larga escalera y un pasillo. Empujado por Sherlock, se vio subiendo las escaleras e ignorando el pasillo… para verse de pronto en el 211B de Baker Street.

No sabía cómo Sherlock lo había hecho, pero había trasladado Londres al centro de Montreal. Cada cosa, cada detalle del piso que compartían en Londres se encontraba allí. Los sillones, el papel tapiz, incluso el disparo en la pared, creía alcanzar a ver John, a pesar de la oscuridad del living. Giró sobre sí mismo para alcanzar a ver todos los rincones y se encontró de cara con Sherlock que le miraba… anhelantemente.

Se detuvo frente a él y tragó saliva mientras trataba de controlar su corazón. Respiró profundamente un momento y luego le miró a los ojos. Sherlock se veía tan esperanzado que John se sentía inhumano al siquiera pensar en seguir sus instintos y simular que no había entendido el mensaje. Simular que Sherlock estaba simplemente loco y que el acondicionar ese departamento como el 211B era solo una forma más de su Trastorno Obsesivo Compulsivo. Que era eso, y que no era que Sherlock le había extrañado tanto como él, y la única forma de no sentirse tan solo había sido simular en su mente que ambos seguían juntos allí mismo. Que Sherlock se había llevado el 211B a Montreal por el mismo motivo que John había sido incapaz de cambiar de piso.

Tragó saliva una vez más y consiguió las fuerzas necesarias para hablar.

—¿Los cuartos son iguales?— preguntó a media voz, odiando ese temblor que había hecho que su comentario sonase casi suplicante.

El más joven pareció por un momento desconcertado para luego sonreír asintiendo.

—Aunque yo dormía en tu cuarto. Pero eso no es problema, porque tú dormías en el mío— afirmó con vehemencia el joven detective mientras las mejillas del doctor se encendían con fuerza.

Solo un asentimiento bastó para que ambos borrasen la distancia entre ellos y comenzasen a besarse con todos esos besos que habían tenido acumulados desde que hace más de un mes Sherlock había aparecido sentado en el sillón del 211B a la espera de John para soltarle un, aparentemente, despreocupado "Estoy vivo como puedes ver, lamento no haber pagado la renta por todos estos meses".

Mientras la lluvia comenzaba a golpear las ventanas, Sherlock comenzó a quitar la ropa del doctor con mucha más desesperación que habilidad, enterneciendo casi hasta las lágrimas a John quien detuvo esas manos. Besando sus labios suavemente, John besó luego las manos del detective consultor, mirando todo el tiempo a sus ojos con el corazón alborotado.

—No me voy a ir— buscó calmar su prisa, y Sherlock solo pudo asentir tragando saliva como pudo ver John por el movimiento de su nuez.

El menor de los Holmes se inclinó sobre John y besó sus párpados, mientras comenzaba a caminar hacia atrás. Con cuidado, y sin nunca soltar sus manos, ambos subieron, ignorando el cuarto que debía ser de Sherlock, y entrando al que debería ser de John, a pesar de que ese departamento no era el 211B.

John contuvo el aliento cuando notó que realmente ese era igual a su cuarto. Vio la mirada entre avergonzada y deseosa de Sherlock y solo le sonrió mientras pensaba que el más joven realmente estaba loco. "Pero es mi loco" agregó solo para sí mientras atraía hacia su cuerpo al más alto besando con pasión sus labios, siendo ahora él quien quería quitar todo ese exceso de ropa.

El abrigo y la bufanda habían sido dejados de cualquier manera en el salón, por lo que John se preocupó de esa camisa imposible, mientras el ardiente beso casi les ahogaba. Separándose un momento solo para respirar, Sherlock sujetó por la cintura a John pegando sus frentes un segundo antes de susurrar casi como una disculpa.

—Yo tampoco me voy a ir más, John—.

Sus ojos estaban cerrados y el doctor no podía saber que pasaba por su mente en ese momento. Sintió su corazón saltarse un latido y sus ojos humedecerse ante el recuerdo del dolor de todo ese tiempo sin Sherlock, pero solo pudo asentir, queriendo alejar toda la soledad que amenazaba con invadirle nuevamente.

—¿Lo prometes?—.

Sherlock era demasiado inteligente y racional como para hacer esa promesa, y John lo sabía. Era una petición que sabía que no tendría respuesta afirmativa. No recibió una promesa, ni una afirmación, pero en cambio John recibió el mejor beso de su vida, mientras Sherlock le desnudaba con paciencia y cuidado.

Cuando ambos estuvieron desnudos en la cama, piel contra piel, y hombría contra hombría, John supo que realmente no necesitaba la promesa. Porque quizás Sherlock si se volviese a ir, uno nunca sabe cuándo un sociópata de la clase de Moriarty podía aparecer, o quien sabe, quizás algún día Sherlock realmente moriría por un accidente o una enfermedad estúpida. Pero nada de eso interesaba, porque hoy Sherlock era suyo, y lo estaba demostrando con cada mirada y cada beso. Le había demostrado, con esa tonta copia del 211B, que realmente Sherlock había sido suyo desde mucho antes de lo que John había pensado. Y le llevó a pensar desde cuándo es que él, John, era de Sherlock.

Lubricante y condones abandonaron la mesa de noche de la mano de Sherlock, quien parecía decidido pero a la vez inseguro de la reacción de John. El doctor se sentía enternecido ante la idea de que el gran Sherlock Holmes tuviese miedo a su reacción en ese momento. Cuando estaban desnudos en su cama y llevaban más de quince minutos besándose. Quiso ayudarle, solo un poquito.

—Estoy seguro de que en mi cajón de noche no hay de esas cosas— afirmó con la mirada brillante mientras observaba como la inseguridad del detective se evaporaba, dejando en su lugar una pequeña sonrisa.

—Pues lo habrá. Te aseguro de que lo habrá— le respondió antes de inclinarse y besar el pecho del doctor, mordiendo suavemente uno de sus pezones haciéndole gemir y retorcerse sobre las sábanas.

John no era gay, o al menos eso se había dicho durante años a sí mismo, sin embargo debía reconocer que no era un novato en lo que Sherlock le estaba haciendo. Uno, dos dedos cubiertos de lubricante y un roce ardiente en esa zona que no debería ser un lugar importante ni erógeno si eres heterosexual, pero que en las pajas de John desde su adolescencia siempre había tenido un lugar preponderante.

Soltó un gemido ahogado y enarcó la espalda cuando los largos dedos de violinista de Sherlock rozaron su próstata, haciendo su dura hombría liberar más líquido preseminal. No quería mirarle, pero sospechaba que Sherlock tenía en esos momentos una expresión de gato satisfecho, la típica expresión que ponía cuando un experimento tenía el resultado que deseaba, cuando una teoría conseguía las pruebas para sustentarla. John no quería pensar en que Sherlock lo viese como a uno de sus experimentos, sin embargo su cuerpo agradecía el que Sherlock se enfocase en su placer tanto o más que en sus investigaciones.

Un dedo rozó la punta de su polla embadurnándose con ese pegajoso líquido y John tuvo que mirar hacia abajo. Tuvo que ver como Sherlock, con cuidado y algo de aprensión, se llevaba ese dedo a los labios. Tuvo que ver, mientras sentía como esos dos dedos en su culo se movían profundamente, como la larga lengua del detective salía y lamía todo lo que chorreaba de aquel pulgar, como la expresión concentrada de Sherlock se volvía en una satisfecha, al parecer complacido por el sabor que antes le provocaba inseguridad. Y John supo lo que haría entonces cuando se inclinó.

—N-no… Sherlock, no lo hagas— jadeó sintiendo como el calor se esparcía por su rostro y su ingle, haciendo que su hombría saltase una vez más, erguida y orgullosa ante la mirada del más joven —Sherlock, por favor—.

—Shh, John. No me dejas pensar— le susurró Sherlock con la mirada oscurecida mientras sacaba la lengua y le daba una larga lamida a su polla, llevándose con él todo el líquido que podía, arrancando un gemido del doctor que solo pudo apretar más las sábanas bajo sus manos.

La mano libre de Sherlock, la que no tenía dos de sus dedos torturando el culo de John, sujetaron esa hombría de la base para mantenerla erguida mientras su boca comenzaba a probar su punta, su lengua apretando allí, disfrutando de los gemidos y jadeos que escapaban de la voz de su compañero. John se retorcía bajo sus manos como arcilla y Sherlock se sentía satisfecho del poder que tenía sobre su amante.

—¡Sherlock, basta! Voy… voy a acabar si no te detienes— sollozó John con sus dedos enredados en la cabellera del detective, dando por fin una razón suficientemente poderosa para que el menor dejase salir de su boca esa polla, enrojecida e hinchada, a punto de caramelo.

—Oh, no podemos permitir eso. Ni siquiera hemos llegado a lo más interesante, John—.

Tirado sobre la cama, con la respiración agitada y el cabello pegado a la frente por el sudor, John parecía la cosa más sensual puesta sobre la tierra. Sherlock dejó salir sus dedos de su culo y subió para besar los labios de su amante que no se opuso a nada de esto, antes de deslizarse y lamer su oído mientras sujetaba las piernas del doctor abriéndolas bien.

—Quiero follarte, John. Y tú lo quieres también, así que voy a hacerlo— le susurró mientras su dura hombría se rozaba en el culo húmedo del mayor —La única pregunta es si quieres que me ponga el condón o no— su lengua caracoleó dentro del oído del rubio mientras seguía hablando —La única pregunta es si quieres que algo se interponga entre nosotros o no—.

Un susurro ahogado escapó de la voz de John, mientras sus piernas rodeaban la cintura de Sherlock. Sonaba a un quejido, un gemido. Casi una súplica, mientras su polla dejaba un rastro húmedo en el vientre de Sherlock, donde se rozaba.

—No puedo oírte, John. Debes hablar más claro— le pidió Sherlock, sintiendo que toda su sangre era de fuego. Una maldición escapó de John, antes de que este cogiese el rostro de Sherlock y le mirase a los ojos directamente antes de besarle brutalmente, mordiendo sus labios e incluso consiguiendo una gota de la roja sangre del detective.

—Fóllame de una puta vez, Sherlock. Solo hazlo. Ahora. No me hagas suplicarte— sus ojos humedecidos rompieron todo el autocontrol del detective que asiendo con más fuerza la cintura ajena, posicionó correctamente su hombría y empujó.

Empujó y empujó, con cuidado pero con fuerza, siempre observando el rostro de John, quien había apretado los párpados con fuerza manteniendo sus labios entreabiertos. Sin respirar, sin exhalar. Solo tomándole centímetro a centímetro, hasta que ya no pudo entrar más. Un jadeo ahogado fue todo lo que soltó John al sentir como Sherlock estaba profundamente clavado en él.

Podía sentir cada milímetro de esa caliente carne, presionando dentro de él, latiendo allí como si fuese otro órgano más. Como si ese lugar estuviese hecho solo para él. Podía sentir la presión de los testículos de Sherlock contra su culo, mientras el más joven temblaba en su emoción, no queriendo embestirle. Probablemente preocupado por él. Cuando abrió sus ojos pudo ver la mirada cristalina de Sherlock. Los dientes apretados, y la preocupación en sus facciones. John se sentía roto por dentro, pero a la vez por fin completo. Su estómago se encontraba apretado, y su garganta misma no parecía dejar que la saliva le relajase. Sin embargo John utilizó todo su autocontrol y subió una mano para acariciar la mejilla de Sherlock, tranquilizando su expresión.

—Estás… tan apretado— susurró el Detective Consultor mientras se inclinaba rozando su nariz con la mejilla del doctor. John gimió ante un ligero movimiento y asintió cerrando sus ojos.

—Y tú tan caliente. Tan… malditamente caliente— murmuró intentando acomodarse bajo el cuerpo del menor, tocándole a Sherlock gemir por el movimiento.

Ambos se miraron un momento para luego sonreírse mutuamente, subiendo uno y bajando el otro para mezclarse en un beso lleno de sentimientos, que fue roto apenas por una ligera embestida de Sherlock. Y entonces ambos perdieron el control.

Los sucios y húmedos sonidos de la piel contra la piel se mezclaban con los gemidos ahogados y súplicas anhelantes que escapaban de las gargantas de ambos hombres. La lluvia sonaba fuerte contra el techo y las ventanas, pero ambos ni siquiera la escuchaban. El calor de la habitación aumento exponencialmente mientras las embestidas se hacían más y más precisas, arrancando gemidos apasionados de la garganta del doctor, mientras Sherlock solo podía sonreír satisfecho por haber encontrado la ubicación precisa del botón de placer de su amante. Las manos de John se aferraban a la espalda de Sherlock, mientras se retorcía bajo su cuerpo, apretando y soltando sus esfínteres para provocarle más placer al menor. Ambos perdidos en el placer de su pareja, alumnos aventajados a pesar de que para ambos eso era una primera vez.

Sus miradas cristalinas se sonreían llenas de amor, mientras se besaban, susurrando incoherencias que ninguno escuchaba, pero ambos agradecían.

Cuando la mano de Sherlock buscó la hombría de John, este supo que no podría aguantar más. Trató de hacérselo entender al menor, pero este le ignoró besándole profundamente mientras su mano le masturbaba al mismo ritmo de sus precisas embestidas. Dos, tres empujones y el doctor se vio enarcando la espalda por el profundo placer que sentía por todo su cuerpo, mientras soltaba su carga en la mano suave y pálida del más alto.

Sherlock no aguantó mucho más, sintiendo esos estertores del orgasmo de John directamente sobre la polla, solo pudo embestir dos veces más antes de vaciarse profusamente dentro de su canal, sintiendo como las fuerzas le abandonaban, cayendo sobre el pecho de su amante, pero con el rostro en su cuello.

Aun jadeando ligeramente ahogado, John dejó sus piernas caer de la cintura de Sherlock, pero no le soltó de su abrazo, no dejando que se moviese a un costado, como había sido la intención del menor en un momento. Sherlock se lo permitió, besando suavemente el cuello de su compañero, oliendo su sudor y sintiendo como su miembro, ya desvanecido, se deslizaba de entre las nalgas de John, volviendo a ser dos entes separados.

A pesar de que él le estaba sintiendo de manta, Sherlock sintió un escalofrío en la piel de John, y contra su voluntad se deshizo del abrazo de su amante para acercarse las frazadas y pañuelos húmedos para limpiarse mutuamente. Lo hicieron en silencio, sin casi mirarse. La luz se filtraba por la ventana que daba a la calle y era apenas suficiente para verse el blanco de los ojos, sin embargo era bastante para ver los vestigios que habían dejado en los cuerpos ajenos. Sherlock pasó un pañuelo sobre el vientre húmedo de John viendo como este se estremecía ante su toque y no resistió más, inclinándose para besarle los labios nuevamente, sintiendo como la tensión entre ambos volvía a deshacerse.

—¿Estás bien?— preguntó el pelinegro algo preocupado. Era consciente de que esa era la primera vez de John con un hombre, por lo que suponía que, aunque quizás no tenía alguna dolencia grave física (al menos por ahora) quizás si estaba algo shockeado mentalmente. Sherlock era consciente de eso, y estaba preparado a darle espacio si eso es lo que John necesitaba. Aunque le doliese dejar la cama en ese momento, le daría el espacio que John necesitase para pensar la situación.

Gracias al cielo nada de eso fue necesario.

—Pregúntamelo mañana cuando no me pueda sentar correctamente. Por ahora vuelve a abrazarme y tápanos, que muero de frío— le ordenó John atrayéndole de un brazo, haciendo que el corazón de Sherlock volviese a latir, sonriendo de medio lado.

La lluvia tempestiva había dejado de caer, como solía ocurrir en verano en Montreal, y a Sherlock no le cupo duda de que el día de mañana sería soleado y perfecto para pasear. Pero mientras, ellos se ocuparía de que el frío de la madrugada montrealesa no pudiese con el calor de la cama de ambos.


—Joder, que frío— susurró John pegándose lo que más podía a Sherlock por la mañana. Estaban tapados, pero aun así el frío mordía sus tobillos desnudos. De hecho, mordía todo su cuerpo desnudo.

Una de las manos del más joven frotó la espalda del doctor mientras rozaba con su nariz la frente de John, respirando sobre él y enviando oleadas de calor a todas las partes rozadas. John suspiró complacido y una sonrisa se escuchó en la voz del detective consultor.

—¿Mejor? Las mañanas en Montreal son todas heladas—.

—No sé cómo lo aguantaste— gruñó John pegándose más a ese pecho, el que se elevó un poco ante la inspiración de Sherlock.

—Aguanté porque si no lo hacía tu vida estaría en peligro— cuando ambas miradas chocaron, Sherlock se removió algo incómodo ante sus propias palabras —La tuya, la de Mycroft, la de la señora Hudson, todos, naturalmente, era un peligro para muchos, no es que…—

—Cállate, Sherlock, no rompas el momento— le silenció con un pellizco (del que Sherlock se quejó dramáticamente) antes de subir y besar sus labios suavemente —El saber que aguantaste este puto frío por mí es muy romántico—.

Hablan del frío, por supuesto, no de todo ese tiempo que estuvieron lejos. No de la terapia de John ni de sus pesadillas, ni siquiera de la transformación de ese modesto piso en Montreal a un clásico piso inglés de Baker Street. Hablan del frío, de un barrio bohemio y de universitarios.

—Supuse que te gustaría el lugar, está lleno de jovencitas— comentó Sherlock mientras se vestía delante de John sin asomo de pudor. Sherlock jamás había tenido pudor, como le había demostrado ese día en el Palacio Real cuando se había presentado solo con una sábana como prenda —Sé que te encantan los jovencitas— agregó Sherlock con una sonrisa burlona hacia el doctor, quien se puso sus calzoncillos antes de quitarse la sábana de encima.

—¿Jovencitas? ¿De qué rayos estás hablando, Sherlock?— preguntó John mientras buscaba su ropa. El día anterior no habían sido muy cuidadosos con ella. De hecho, creía que ni siquiera habían bajado las maletas de la limosina —No me gustan las jovencitas— se quejó encontrando sus pantalones.

—No, tienes razón. Visto los resultados de anoche, creo que más bien serían los jovencitos— corrigió Sherlock acabando de abotonar su camisa, disfrutando el ver el rostro encendido de John a través del espejo.

—Ja, ja. Digamos que jovencito no es una palabra que te quede del todo, señor treintañero— le respondió la puya John, mirándole de reojo.

—Pues te sorprendería saber que me han preguntado una escandalosa cantidad de veces sí estoy estudiando en la Universidad McGill— defendió su punto Sherlock caminando hacia John con la mirada brillante.

—Los canadienses están ciegos— John observó a Sherlock frente suyo y se irguió un poco odiando tener que mirarle hacia arriba.

Por un momento ninguno dijo nada, hasta que el más joven eliminó esos centímetros que les separaban para rozar suavemente ambos pares de labios. John se permitió soltar un suspiro contra esa boca, abriéndola un poco para permitir que la lengua traviesa del detective que humedecía sus labios entrase por fin, comenzando una lucha dentro de la boca del doctor.

Las manos de John se aferraron a la camisa de Sherlock arrugándola aún más, mientras las manos de este acariciaban sin dudar toda esa piel que estaba disponible para él. Acarició sus hombros y bajó por toda su espalda, pero justo al llegar a la pretina sus pantalones se detuvo, asiéndole más cerca, pero cortando el beso, ambos con las respiraciones agitadas.

—Créeme… que no me opongo a más de esto— mucho más murmuró bajito —Sin embargo realmente quiero mostrarte Montreal. Quiero que veas el Place des Arts, el Mont-Royal, los Barrios Internacionales, el Puerto— entre cada lugar Sherlock besaba los labios de John, que ya se veían rojos e inflamados. Tan brillantes como los ojos de su compañero —Así que, vamos a eso, y luego regresamos por más. Así puedes descansar esta parte de ti para toda la acción que tendremos después— murmuró sobre sus labios mientras sus manos finalmente bajaban y acariciaban el trasero de John.

Un jadeo escapó de los labios del mayor, sin embargo John no se avergonzó como Sherlock pensó que haría, sino que sonrió y bajó sus propias manos al trasero del detective consultor sobresaltándole.

—Mejor tú te preparas y yo soy el que te doy acción. En variar está la gracia, Sherlock— murmuró con miel goteando de sus palabras, antes de darle un último beso al menor, saliendo del cuarto con su camisa en la mano, dejando al más alto con la respiración descompasada y la parte delantera de sus pantalones elevada.

John no se sorprendió de ver las maletas en el salón, por lo que rápidamente buscó una camisa nueva y se la puso, viendo a Sherlock bajar las escaleras. Las mejillas pálidas del detective estaban algo encendidas y su mirada se veía salvaje. El médico solo sonrió mientras miraba como sus propias manos abotonaban la camisa.

—¿Y qué sucederá con Mycroft y Lestrade?— preguntó de pronto John. Quizás era lento, pero no estúpido, y pronto se había dado cuenta de que Sherlock era quien siempre había sido sincero y que había sido el mayor de los Holmes el que había mentido como un bellaco. Y su querido amigo Greg ni siquiera se había dignado a darle una pista.

—¿Qué pasa con ellos? Están en sus propias vacaciones, por supuesto. Nada que sea relevante para ti— le quitó importancia con la mano Sherlock apoyándose en el sillón.

—Pues yo creo que sí es relevante. Si vamos a estar en la misma ciudad, al menos deberíamos salir un par de veces juntos ¿no crees? Seguro será divertido—.

Sherlock le atravesó con la mirada un largo momento hasta el nivel que John comenzó a sentirse incómodo, hasta que el menor sonrió.

—¿Estás insinuando que deberíamos tener una Cita Doble con Mycroft y Lestrange?— preguntó con un tono de infantil diversión en su voz encendiendo las mejillas de John que solo pudo soltar un grito ahogado de "¡NO!".

Cuando esa misma noche fueron los cuatro a ver la competición de Fuegos Artificiales, Les Feuxs Loto-Quebec, y Sherlock le besó teatralmente frente a Mycroft solo para que este hiciera lo mismo con Lestrade, John supo que se había metido en algo que probablemente algún día le provocase un paro cardíaco, y Greg compartía su opinión al parecer.

Cuando John sintió la mano de Sherlock acariciar sus dedos antes de entrelazarlos con los suyos, y vio esa mirada de profundo anhelo en esos ojos de cristal, John supo que quizás morir de un paro cardíaco, si este era provocado por un beso de Sherlock con fuegos artificiales como ambiente, probablemente valía la pena.

FIN


Notas: ¡Hola a todos, gracias por leer mi fic! Es mi primer fic publicado de Sherlock (a pesar de que tengo muchos bocetos y algunos bien avanzados que nunca he terminado) por motivo de agradecer la bienvenida al foro I'm Sherlocked y de que… rayos, llevo mucho tiempo queriendo escribir de esta serie, y ya la espera por la tercera temporada me está ma-tan-do.

Me tocó Québec en el Desafío en el foro y comencé de inmediato a imaginar que podría escribir. Primero tocaba escoger bien la locación, y como Québec es una provincia, cuya capital es Montreal (a pesar de que también existe Ciudad de Québec), escogí como lugar de las vacaciones Montreal. Principalmente porque encontré más información de esta ciudad que de Ciudad de Québec.

Como habrán notado, no pude desarrollar realmente bien las vacaciones, sino que más bien me quedé en la llegada y un poco más –sufre–, pero pienso y quiero hacer una "segunda parte" pero que sea de Mystrade (y solo menciones de Johnlock) donde pueda realmente explorar todo lo que Montreal tiene para entregar. ¡Por lo que leí, se ve una ciudad realmente interesante! Y quizás meter algún caso por allí, que sin muertes siento que mis fics acaban siendo puro fluff (motivo de que no haya publicado nada aún de ellos).

Si hay interesados, seguro que haré la segunda parte –parpadeo inocente– así que si tienen opiniones o ideas estaré feliz de leerles y responderles.

Gracias de nuevo a I'm Sherlocked y a sus organizadores (gracias mil a Lenayuri) por darnos ideas para escribir de nuestros chicos favoritos. Nuevamente, espero que les haya agradado, y disculpen tanto blablá sin contenido.