ESPERANZA
I: PROLOGO
Año 2 del nacimiento de Athena
Palacio Real, Riad, Arabia Saudita
El santo de Perseo se cruzó de brazos, visiblemente frustrado, e hizo una nada disimulada mueca de fastidio. Digan lo que digan, a pesar de ser una misión oficial, cualquiera que lo viera podría deducir que no le gustaba estar ahí. ¡Cómo odiaba ese tipo de misiones! Además, se sentía desprotegido y, hasta cierto punto, desnudo sin su armadura. En fin. Se ajustó la corbata y suspiró sonoramente.
-Ya, no te quejes, amigo- dijo el santo de Lagarto, dándole un codazo en las costillas, adivinando la causa del malestar de su camarada- sabes bien que el Patriarca nos envió a averiguar que era el cosmo que estaba sintiendo en esta zona. Es solo una pequeña visita por si logramos averiguar algo, y regresamos a casa antes de que te lo imagines-
Su compañero lo miró con cara de circunstancias. Josef Polster, el actual santo de Perseo, era una persona elegante, educada y refinada, y detestaba todas las demostraciones de grandeza de los árabes que estaban visitando. Le parecían excesivas y vulgares, por lo que no le había agradado ni un poco la visita que estaban haciendo. Detestaba no solo la presunción, sino el maltrato de esos musulmanes hacia sus mujeres o hacia sus niños y sirvientes. Él, que había tenido una madre amorosa y un trío de hermanas mayores, había sido educado para respetar a las chicas, cosa que ponía en práctica todos los días con su adorable esposa. Suspiró de nuevo. Ah, ¡también la extrañaba a ella!
Josef y su compañero se inclinaron levemente al ser presentados al rey de Arabia, quien les dio la bienvenida y los invitó a un banquete en su honor.
Los invitados se sentaron a la mesa, ambos a la derecha del rey. El santo de Lagarto le guiñó el ojo a Josef, y éste solo puso los ojos en blanco. La música tocaba alegremente, y los sirvientes comenzaron a desfilar hacia el comedor con bandejas llenas de comida y colocándolos en la mesa frente a ellos.
-Oh, estoy está muy bueno- Josef escuchó decir a su amigo con la boca llena, mientras que probaba algunos de los platos que le ponían enfrente, pero en esos momento ya no estaba escuchando.
-Lo que digas- dijo Josef aburrido.
De pronto, escuchó el ruido metálico de una bandeja cayendo al suelo y haciendo un estruendo. Los dos santos de plata levantaron la vista, y vieron que se trataba de un niño de escasos 6 años, vestido como el resto de los sirvientes, había algo distinto en él. Tenía una mejilla inflamada y un ojo morado. Josef entrecerró los ojos.
-¡Estúpido!- gritó uno de los guardias, acercándose al chico y comenzando a patearlo en las costillas- vamos, ¡levántate!-
El pequeño intentó levantarse, apoyándose en sus rodillas y manos, pero el hombre volvió a patearlo, esta vez en el abdomen, haciéndolo caer de nuevo al suelo.
-¡Levántate, dije!- dijo el hombre, obviamente sin tener la más mínima intención de ayudarle.
Al ver a un sujeto de ese tamaño patear a un niño de escasos seis años, Josef estuvo a punto de levantarse y detenerlo, pero el santo de Lagarto lo detuvo a su vez, tomándolo del brazo.
-¿Qué?- dijo Josef en una expresión fastidiada.
-No podemos intervenir, Josef, y lo sabes- dijo su compañero, por primera vez con una expresión seria en su rostro. También él estaba molesto y frustrado por lo que pasaba- estas son sus costumbres. Recuerda lo que dijo el Patriarca-
Josef gruñó en voz baja. Era cierto, el Patriarca les había dicho que no se metieran en problemas mientras estuvieran en la corte del rey de Arabia. El chico se mordió el labio y esperó pacientemente hasta que el niño se levantó tímidamente, con todo y la bandeja que había dejado caer.
-Ahora ve y discúlpate con los extranjeros, basura- dijo el guardia que lo había estado golpeando, mientras que le arrebataba la bandeja de las manos.
El niño caminó lentamente, encorvado y tímido, hacia donde estaban los santos de Athena. Ninguno de los dos fue insensible. ¡Pobre chico! Quizá que tipo de vida había llevado hasta entonces. Josef sonrió levemente mientras que el chico se inclinaba tanto que casi su frente llegaba a sus rodillas y se disculpaba en árabe.
-Ah, es este niño- dijo el rey, volviéndose a los santos dorados y extendiendo su mano a la nuca del pequeño, ignorando su evidente incomodidad- este pequeñito es impresionante. ¿sabían que este pequeño demonio sobrevivió el ataque de un lince él solo hace apenas un año? Vamos, niño, muéstrales…- añadió.
El rostro del pequeño se volvió completamente rojo, pero no tuvo otro remedio más que obedecer. Con una expresión avergonzada, se levantó un poco la camisa y les mostró las horrendas cicatrices que tenía en todo el abdomen. Tanto Josef como su compañero se impresionaron. ¿Cómo había logrado sobrevivir a un lince un niño tan pequeño? Josef entrecerró los ojos. ¿Acaso el cosmo que habían estado buscando era el de ese pequeño?
-Ven, niño, déjame verte más de cerca- dijo Josef, animando al pequeño a acercarse a él. Cuando estuvo a poca distancia, Josef lo tomó del brazo, y fue cuando el santo de plata lo sintió. Era un cosmo, discreto y tímido, pero ahí estaba. Ese niño era a quien estaba buscando.
No solo Josef, sino también su compañero se dio cuenta.
-Su majestad- dijo el santo de Lagarto, mientras que Josef seguía mirando al pequeño sin atreverse a soltarlo- este niño debe tener las cualidades necesarias para ser un santo de Athena. Suponiendo que quisiéramos llevarlo con nosotros…-
-Con mucho gusto se los vendería- dijo el rey, pensativo y encogiéndose de hombros- y a un precio razonable también-
Josef miró fijamente al pequeño, que seguía cabizbajo. Extendió la mano libre y lo hizo levantar la mirada. En sus ojos color olivo brillaba una llama que el santo supo se trataba de un guerrero, aunque seguía asustado y confundido por la presencia de los santos. Sonrió levemente y se volvió a su colega.
-Lo llevaremos- dijo Josef, decidido.
-¿Cómo te llamas, pequeño?- preguntó el santo de Lagarto, volviéndose por un momento del rey al niño, que aún seguía mirando apenado a Josef.
-Eso es lo más interesante de todo- dijo el rey, aunque no le hubieran preguntado a él- no tenía nombre cuando lo recogimos herido en el desierto, pero lo llamamos Al Ghoul, porque solo un demonio pudo haber sobrevivido eso-
El niño volvió a bajar la mirada, avergonzado, y los dos santos de Athena sacudieron la cabeza. Mientras que su compañero arreglaba el pago con el rey de Arabia, Josef se volvió al pequeño y le sonrió para tranquilizarlo. Le puso las manos sobre los hombros.
-No tienes nada que temer con nosotros- dijo el santo de Perseo- serás mi aprendiz, y te enseñaré a ser un santo de Athena. Todo estará bien… Argol-
El niño lo miró con enorme ojos, y sonrió por primera vez.
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San Petersburgo, Rusia
Ivan Aleksandrov daba vueltas en círculos en la sala de su habitación de hotel. Sus manos sudaban profusamente, y en su rostro tenía claras señales de tensión y preocupación. Su esposa estaba sentada en uno de los sillones, cruzada de piernas y brazos, pero sin dejar de mirarlo nerviosamente.
-¿Estás seguro?- dijo la mujer, siguiéndolo con la mirada- no sé porqué te escuché, Ivan. ¡Nunca debimos haber salido de Moscú!-
-Estoy seguro de esto, Kristina- dijo el hombre con una expresión nerviosa- me encuentro ya asqueado por los procedimientos del presidente, lo sabes muy bien. Desde hace años quiero dejar todo esto, pero no es como que le puedo entregar mi carta de renuncia-
-¿Y cómo justificaste que viniéramos aquí a San Petersburgo?- preguntó la mujer de nuevo.
-Les dije que necesitaba vacaciones familiares- dijo Iván- que necesitaba descansar un poco. Ellos mismos nos consiguieron estas habitación. Estoy seguro de que en Kremlin no sospechan nada-
La mujer se llevó las manos temblorosas a la cara. No había ninguna duda, estaba terriblemente asustada por la situación en la que se encontraba su familia. Su esposo era uno de los oficiales del gobierno ruso, pero ambos habían sido testigos de horrendas maquinaciones de los gobernantes de ese país. Asesinatos y condenas ilegales.
-Nos matarán a todos, Ivan- dijo Kristina nerviosamente- si nos descubren…-
-Ten fe, mujer- la interrumpió el hombre- Earnest no debe tardar en llegar, y nos sacará de aquí-
-Espero que tengas razón- dijo Kristina, mirando hacia abajo. En sus brazos, profundamente dormida, estaba la hija de tres años de ambos.
-¿Nade sigue dormida?- preguntó Ivan, y la mujer asintió.
-Sí, el jarabe que le dimos aún hace efecto- comentó ella, recordando que le habían dado un jarabe para la gripa con la intención de que se mantuviera dormida todo el tiempo necesario. Ivan iba a decir algo cuando llamaron a la puerta con golpes fuertes. Ambos dieron un respingo, y la niña se estremeció en sueños, pero sin despertar. Ivan abrió la puerta, y se encontró una cara conocida, asustada pero con una expresión amable.
-Spokoynaya noch'- dijo el recién llegado, inclinándose levemente- señor Aleksandrov, por favor, vengan conmigo, el tiempo es vital para el éxito de la misión-
Ivan y Kristina asintieron levemente. El hombre se acercó a su esposa y tomó en brazos a la pequeña, que no se inmutó y seguía profundamente dormida, y salió detrás de Earnest, el recién llegado. La mujer los siguió. Un par de hombres entraron y tomaron las maletas de la familia.
En la puerta los esperaba un auto estacionado y encendido. Los hombres echaron las maletas a la cajuela. Kristina abrió una de las puertas traseras y entró al auto. Ivan se acercó a ella y puso a la niña de nuevo en sus brazos. Las besó a ambas en la mejilla.
-Ivan, si te descubren…- comenzó a decir Kristina.
-Si nos detienen en el camino y me descubren, vas a decir que no estabas enterada de que yo estaba en el auto. Vas a negarlo todo, y decir que no tenías idea- dijo Ivan, su rostro ensombreciéndose- ¡promételo!-
-Pero yo…- comenzó la mujer.
-No solo tu vida va a depender de ello, Kristina, sino la de Nadezhda- intervino Earnest, señalando a la niña pequeña que estaba en sus brazos- vas a negar que lo conoces, y vas a negar que sabías que él estaba aquí dentro-
Kristina hizo un puchero, pero se aferró a la pequeña en sus brazos y asintió varias veces. Ivan cerró la puerta del auto, lo rodeó y se metió en el portaequipaje. Earnest cerró la puerta, y rodeó el auto también para entrar al lado contrario de Kristina. Tan pronto como estuvieron en el auto, el chofer lo encendió, y comenzaron a conducir las casi cinco horas desde San Petersburgo hasta la capital de Finlandia, donde seguramente estarían a salvo.
La mujer abrazó a la niña contra su pecho, cerró los ojos y suspiró. No podría respirar tranquila hasta que cruzaran la frontera rusa con Finlandia. La pequeña de apenas tres añitos no se enteró del momento en el que salió de su país natal para no regresar.
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Año 5 del Nacimiento de Athena
Afueras de Innsbruck, Austria
Argol se acercó a donde estaba el cubo lleno de agua, y tomó un poco para mojarse la cara y refrescarse. Josef aplaudió un par de veces en aprobación. Realmente estaba orgulloso de su pequeño alumno. Ya llevaba tres años desde que lo habían encontrado en Arabia, golpeado y humillado, el extraño sobreviviente del ataque de un enorme felino, tratado en la corte como si fuera una novedad, y se había convertido en un aprendiz fuerte y disciplinado.
Josef de Perseo sintió que alguien apoyó su cabeza en su hombro. Se volvió hacia su lado derecho, y sonrió. Su esposa, Sonja, se había sentado junto a él mientras que mirada entrenar a Argol.
-Argol ha hecho muchos progresos desde que lo trajiste aquí- observó Sonja, sonriente- debes estar orgulloso de él-
-Lo estoy, meine Liebling- sonrió Josef mientras que la rodeaba con su brazo- es un buen niño, y ha pasado por mucho. Realmente espero que las cosas mejoren para él-
Sonja sonrió y, tras besar a Josef en la mejilla, se levantó de su asiento para caminar hacia la pequeña casa que compartían los tres. Argol se quedó mirando a la esposa de su maestro con curiosidad.
Hacía tres años, cuando Josef lo había sacado de Arabia y lo había llevado junto con él a Austria para entrenarlo como santo de Athena, Sonja se había encargado de cuidar de él, de sus heridas y de alimentarlo hasta que hubo recobrado la salud, y estuvo listo para comenzar su entrenamiento con el santo de Perseo. Era una mujer tan bella como bondadosa, casi como la madre que estuvo seguro que alguna vez tuvo, pero que no la recordaba, y…
¡Zape!
-¡Ay!¡Maestro!- se quejó Argol, frotándose la nuca repetidamente.
-Te estoy viendo, enano- dijo Josef con fingida molestia- deja de mirarla así. Es mi esposa. Aunque seas mi aprendiz, te moleré a golpes si la sigues mirando así-
Argol se sonrojó, mientras que Josef se echaba a reír. Le dio una palmada en la espalda para que supiera que estaba bromeando, y se dejó caer sobre el pasto. Argol sonrió y sentó junto a él.
-¿Maestro?-
-¿Umm?-
-¿Cree que pueda hacerle una pregunta… sobre la señora Sonja?- preguntó el chico tímidamente.
Josef alzó las cejas y se volvió hacia él.
-¿Sigues con eso, enano?- dijo el maestro.
-No, maestro, es una pregunta que tengo… no en específico con ella- dijo Argol, ruborizado- yo… eh…-
Josef se incorporó, y miró fijamente a su alumno. Argol bajó la mirada, un poco avergonzado. Su maestro, un hombre enorme, impresionantemente rubio y con profundos ojos azules, era una persona imponente y, al mismo tiempo, bondadosa.
-¿Qué es lo que quieres preguntar, enano?- dijo su maestro.
-Usted es un guerrero temible- dijo Argol, recordando las no escasas veces en las que había visto a su maestro patear todo tipo de traseros. Cualquier enemigo de Athena que se acercara a ellos, había sido fácilmente vencido por Josef- pero con su mujer es diferente-
Los ojos de Josef brillaron. Si bien nunca antes habían tenido esa conversación, el santo de Perseo estaba muy interesado en que ocurriera. Sabía que por las costumbres en Arabia, Argol podía estar predispuesto de manera negativa hacia las mujeres, y era algo que tenía que evitar a toda costa. No solo quería dejar un poderoso santo de Athena en la siguiente generación, sino también un hombre de bien, justo y respetuoso.
-Quizá no te lo hayan enseñado antes- dijo Josef- pero Sonja es mi esposa, mi mujer… es la mitad de mi persona. No es ni más ni menos que eso. No se debe irrespetar a ninguna parte de ti mismo. Esta hermosa mujer es la razón de mi existencia-
-Pero…- comenzó Argol, recordando lo que él había visto cuando era más pequeño, en el palacio del rey árabe- ¿porqué las maltrataban así?-
-Porque esas personas eran monstruos- dijo Josef entrecerrando los ojos- trataban tan mal a las chicas como lo hicieron contigo, ¿recuerdas?-
Argol asintió, y se abrazó, frotándose los hombros. Josef suavizó su mirada.
-Que esa sea una lección para ti, mocoso- dijo el santo de Perseo, poniéndose de pie y disponiéndose a seguir a su esposa hacia el interior de la casa- algún día conocerás a una mujer que será para ti como Sonja es para mí. Y si llegas a ser un hombre respetuoso con ella, me habrás hecho sentirme orgulloso-
El chiquillo infló el pecho y Josef le sacudió el cabello antes de dirigirse a casa. Argol se quedó pensativo por unos momentos, pero finalmente sacudió la cabeza y se apresuró a ir a casa tras su maestro.
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Praga, República Checa
Año 9 del nacimiento de Athena
La familia Aleksandrov llevaba varios años cambiando de país en país para mantenerse fuera del radar del gobierno ruso. Ivan Aleksandrov pensaba que, si dejaba pasar los años en la oscuridad, finalmente sus enemigos se olvidarían de él. No era como que estuviera causándoles problemas, ni siquiera había llamado la atención.
Llevaba varios años moviendo a su familia de casa y de país, apoyados por la inteligencia inglesa, recibiendo una pensión por haberles ayudado a evitar un ataque en Londres. Pero su tranquilidad en Praga estaba a punto de terminar.
Ivan se cruzó de brazos cuando encendió el televisor con dedos temblorosos. Quería saber el resultado de la elección presidencial, pues uno de los candidatos propuestos era un conocido peón del presidente ruso. Mientras el hombre observaba la pantalla se mordía el pulgar. Finalmente, las malas noticias no se hicieron esperar.
¡Por los dioses! De nuevo tendrían que cambiar de casa. La verdad era que Iván estaba cansado. ¿Qué tenía que hacer para vivir el resto de sus días en tranquilidad? Suspiró. Sabía que eso no sería posible a corto o mediano plazo.
¿Qué le iba a decir a su esposa?¿o a su hija?
Iván bajó la mirada. Su hija, a la que había tenido que sacar de Rusia, dormida bajo los efectos de un medicamento antigripal para evitar que llorara o dijera algo que no debía. Nadezhda ya tenía diez años, y siempre le había preguntado porqué no estaban en su país de origen. La pequeña no era tonta, ya se sospechaba que algo no estaba bien. Pero no. Era demasiado pequeña para decirle la verdad. ¿O no? Quizás ya era lo bastante grande como para entender una parte del problema.
-¿Papa?- dijo una vocecita detrás de él, que hizo que Ivan diera un respingo y apagara la televisión de golpe. Se volvió,y vio que su pequeña estaba ahí.
-Ah, eres tú, cariño- dijo Ivan, poniendo su mano sobre el sitio vacío en el sofá- ven, siéntate, tenemos que hablar-
La pequeña se acercó a él y se sentó a su lado. El hombre sonrió al mirarla. Gracias a los dioses que Nadezhda había heredado los hermosos rasgos de Kristina. La niña llevaba un libro en sus brazos. Se inclinó para besar a su pequeña en la mejilla y la rodeó con su brazo.
-Creo que es hora de decirte la verdad de lo que ha sucedido, cariño- dijo Ivan en voz baja.
-¿Me vas a decir lo que pasó en Rusia cuando era pequeña?- le dijo Nadezhda con enormes ojos. Su padre sonrió y asintió.
-Vas a tener que entender que no te puedo decir todo, cariño- le dijo Ivan- demasiado conocimiento puede llegar a ser peligroso- Nadezhda miró el libro que llevaba en sus brazos con una expresión preocupada- no, no ese conocimiento. Te voy a contar, y ya entenderás-
Nadezhda asintió, mirando a su padre con atención.
-Desde antes de que nacieras, yo trabajaba para el gobierno ruso- le explicó su padre- era un agente de investigación. Un espía, si así lo quieres ver-
-Oh…- dijo la pequeña.
-Pero durante mis deberes, vi muchas cosas horribles. Asesinatos, traiciones, y peor- continuó Ivan- y tuve suficiente. No iba a permitir que siguiera sucediendo eso, y no podía seguir participando en esas horrorosas acciones-
Ivan levantó la mirada, y vio que su hija lo miraba algo asustada. El hombre sonrió levemente, extendió su mano hacia ella y le acarició la mejilla.
-Entonces por eso tuvimos que irnos de Rusia- dijo Ivan- escapamos a Finlandia. Y por eso hemos estado teniendo que cambiar cada año de casa-
-Pero, ¿porqué?- dijo Nadezhda- si ya no estamos en Rusia, y…-
-Lo sé, pero el gobierno ruso tiene espías en todo el mundo- dijo Ivan- muchos en Inglaterra, por eso no podemos ir a vivir allá. Y me temo que vamos a tener que volver a mudarnos, cariño-
-¿A dónde esta vez?- preguntó Nadezhda.
-Hablaré con tu tío Jonas al respecto- dijo su padre- creo que necesitamos ir a un país con un perfil más bajo, uno que no se esperen. Quizá Macedonia, o Grecia-
Nadezhda sonrió, y abrazó a su papá. Por primera vez en su vida había recibido la respuesta a la pregunta que tantas veces había hecho, y ésta no solo no la había satisfecho, sino que también la había preocupado terriblemente. La niña era inteligente y amaba leer todo lo que cayera en sus manos. Había leído sobre la crueldad de los agentes rusos. Y si estaban persiguiendo a su familia, significaba que no estaría a salvo.
Ivan notó que su hija estaba asustada, y sonrió levemente. La rodeó con su brazo de nuevo y la abrazó con fuerza.
-Tranquila, cariño- dijo su padre- nosotros estamos en lo correcto, ellos no. Y finalmente, la justicia prevalecerá-
Nadezhda sonrió, y su padre la besó en la frente.
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Oficinas de MI6, Londres
Un año más tarde
Jonas Grey se llevó las manos a la cabeza en un gesto exasperado. ¡Estaba cansado! Desde hacía ocho años había orquestado varias misiones en Rusia y los países alrededor de la vieja unión soviética, sobre todo para mantener a salvo a los disidentes del régimen del presidente ruso, y sus familias. El caso que más le había causado problemas era la de Ivan Aleksandrov.
¡Pobre hombre! Cuando se dio cuenta de los excesos y brutalidades del gobierno ruso, los cuales no eran necesariamente por el bien del país, Aleksandrov se había retirado del gobierno, asqueado por lo que había intentado hacer, y había buscado ayuda con los agentes ingleses para pedir ayuda para salir del país con su familia. Por supuesto, los oficiales del gobierno ruso no habían estado ni un poco contento al respecto, y habían intentado eliminarlo.
Ahí entraba Jonas Grey, el agente de MI6. Había orquestado su escape de San Petersburgo a Helsinki, después a Lithuania, Estonia y finalmente a república Checa. Finalmente, con el nuevo presidente checo, la familia había tenido que emigrar a Macedonia para mantener un perfil bajo.
Ahora, Jonas Grey había recibido una alarmante noticia: los agentes rusos estaban investigando en Macedonia. De alguna manera, habían encontrado a los Aleksandrov.
-¡Por supuesto!- dijo Jonas Grey, palmeándose la frente.
Claro, los habían encontrado gracias a la única ventaja que tenían los Aleksandrov: la pensión que el gobierno inglés pagaba a la familia para ayudarlos. El hombre suspiró. ¿Qué podía hacer al respecto?
-No tengo opción- dijo Jonas Grey, levantándose de su escritorio, y dirigiéndose al aeropuerto de Londres- tendré que reubicarlos de nuevo. Y también- añadió con una expresión apenada- tendré que quitarles la pensión-
Jonas Grey sacudió la cabeza. Tendría que idear una manera distinta de enviarles ayuda económica sin despertar sospechas del gobierno ruso. Pero mientras tanto, la familia tenía que arreglárselas ellos solos. El hombre se encogió de hombros tristemente. Muchas veces hacer lo correcto no era garantía de que las cosas saldrían bien.
Mientras abordaba el taxi hacia el aeropuerto de Londres, Jonas Grey se hizo una idea en su mente. Ivan Aleksandrov y su familia tendrían que cambiar sus nombres. Y tendrían que cambiar de país. Grecia seria en esta ocasión.
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Templo del Patriarca, Santuario de Athena
Al mismo tiempo
Argol y su maestro se inclinaron delante del Patriarca. El misterioso hombre que había tomado el poder después de la muerte del antiguo maestro los miró fríamente tras su máscara, y asintió gravemente.
-Maestro, he venido para presentar una petición- dijo Josef- mi aprendiz, Argol, ha completado su entrenamiento en Austria. Yo ya soy viejo, y quisiera retirarme del servicio. Le aseguro que mi aprendiz es muy capaz de heredar la armadura de plata de Perseo-
El Patriarca guardó silencio un momento y lo evaluó con la mirada por unos minutos.
-¿Está dispuesto a jurar fidelidad a Athena y a mi persona?- preguntó por fin la profunda voz del Patriarca.
-Lo estoy, maestro- dijo Argol, inflando el pecho decidido.
-Bien. Entonces autorizo de Josef de Perseo se retire del servicio a Athena, y que sea sustituido por Argol de Perseo- dijo el Patriarca- mis sirvientes se encargarán de asignarte una casa entre los santos de plata. Y serás asignado entre los subordinados de Aioria de Leo-
-Sí, maestro- dijo Argol.
El Patriarca asintió gravemente, y ambos visitantes sonrieron satisfechos. Tras agradecerle, ambos salieron de los Doce Templos con dirección a la entrada del Santuario.
Josef miró de reojo a Argol, quien iba bajando los escalones de los Doce Templos con una enorme sonrisa, sus ojos brillando de emoción y de ganas de probarse a sí mismo. Los últimos años había trabajado duro, y pronto sería hora de probar su fuerza a todos. Sonrió enternecido. Ya le contaría a Sonja todo lo que había ocurrido.
Cuando finalmente llegaron a la entrada del Santuario, era hora de despedirse. Josef se quitó la caja de Pandora con la armadura de Perseo dentro de ella y la puso en el suelo, frente a su estudiante, y sonrió. Estaba contento por él, pero se sentía un poco triste. Argol había sido como un hijo para él desde que lo habían encontrado, y le costaba un poco de trabajo despedirse de él.
-Bueno, aquí nos despedimos, Argol- le dijo Josef.
Argol de pronto borró su sonrisa.
-Maestro, sé que nunca le he dicho lo agradecido con usted y con la señora Sonja- dijo Argol, bajando la mirada levemente- pero lo estoy. Mucho. Me salvó la vida, y me entrenó. Y fue como un padre para mí. Muchas gracias por todo-
Josef sonrió y abrazó a su alumno por última vez antes de que éste fuera oficialmente Argol de Perseo.
-Recuerda lo que has aprendido, Argol- le dijo Josef en voz baja- eres un santo de Athena, y peleas por la justicia en el mundo. Sé que me harás estar orgulloso de ti-
-Lo haré, maestro, lo prometo- sonrió Argol, inflando su pecho.
-Estoy seguro- dijo Josef- ahora regresa, que tus deberes están a punto de comenzar.
Argol asintió y, tras un breve abrazo a su maestro, tomó la armadura y, echándose la caja al hombro, regresó al interior del Santuario. Josef lo miró alejarse con los brazos cruzados y una sonrisa melancólica. Todos esos años había dejado preparado a un santo de Athena. Con una última mirada a su estudiante, que comenzaba a desaparecer en la distancia, Josef se dio la media vuelta y se dirigió a la ciudad, en dirección al aeropuerto.
Estaba ansioso por regresar al lado de su esposa.
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Librería Lexikopoeio, centro de Atenas
Año 16 del nacimiento de Athena
Nadezhda estaba sentada detrás la caja de la librería. Desde que se mudaron a Atenas, sus padres habían tenido problemas financieros, y la chica había tenido que tomar no solo uno, sino dos trabajos, para ayudar. Si bien el primero no le gustaba mucho, el trabajo en la librería era por mucho su favorito.
No, no le gustaba exactamente cobrar por los libros que iban a comprar a la tienda. Le gustaba poder pasar horas leyendo esos hermosos e interesantes libros sin que nadie la molestara… bueno, salvo para pagarlos.
Para ese momento faltaban un par de horas para el cierre, y Nadezhda había terminado el libro que había elegido esa mañana. Lo puso en la pila junto a ella y tomó otro.
-Ah, otro buen libro- dijo la chica mientras abría el nuevo volúmen.
La chica escuchó la campanilla de la librería sonar, y levantó la vista. Una pareja entró al local, y Nadezhda les sonrió. Al parecer era uno de los santos de Athena y además la chica extranjera que estaba con él ya había visitado la librería anteriormente. Ambos entraron un poco sonrojados. Nadezhda sonrió.
-Bienvenidos a la librería Lexikopoeio- canturreó la chica- los libros para niños están a mitad de precio el día de hoy-
Los dos le agradecieron con una mirada, y se dirigieron al interior de la librería, entre las enormes filas de estantes. La chica frunció el entrecejo en una expresión curiosa, cerró su libro y los siguió con la mirada. ¡Por los dioses que ellos hacían una linda pareja! Sin pensar mucho en lo que estaba haciendo, la chica se recargó en el mostrador para mirar mejor a los chicos.
"Vamos, vamos, bésala", pensó Nadezhda al verlos juntos, sonrojados, y cara a cara, la chica con su espalda contra el librero, y el chico frente a ella. Ambos se miraban tan intensamente que Nadezhda pensó que pasara, pero…
Algo pasó. Ambos se separaron tímidamente. Decepcionada, Nadezhda se encogió de hombros y recuperó la compostura.
Ambos se acercaron a pagar tres libros para niños. Nadezhda levantó la mirada: ambos chicos estaban terriblemente sonrojados por lo que acababa de pasar. ¡Lindo! Tenían que ser tímidos los dos. Suspiró. Quizá tendría más suerte la próxima vez. Envolvió los libros en una bolsa de plástico y se los entregó.
-Que tengan un lindo día, los dos- dijo Nadezhda, lanzándoles una mirada significativa y sonriendo al poner énfasis en las últimas dos palabras. Los dos chicos se miraron entre ellos de manera incómoda, poniéndose aún más rojos que antes. Ambos salieron del local en direcciones contrarias.
Nadezhda se encogió de hombros.
-Ah, el amor- dijo la chica, encogiéndose de hombros, y saludando a la siguiente persona que entró a la librería.
Lejos estaba Nadezhda de imaginar que esos dos chicos que había deseado que estuvieran juntos, eran Saga y Cecy, y que un par de años estaban a punto de ser una familia.
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CONTINUARÁ…
Notas de Autor:
spokoynaya noch': (ruso) buenas noches
miene Liebling: (alemán) cariño
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CONTINUARÁ…
¡Hola a todos! Espero que les esté gustando esta nueva historia. Recién acabo de regresar del campamento ayer, y estoy molida… en fin, espero que les guste. Un abrazo a todos. Nos leemos pronto.
Abby L.
