No sabía cuántas personas eran en la habitación pues la venda en sus ojos le impedía saberlo. Tampoco sabía dónde estaban. Desde que lo arrojaran dentro de su van oscura y lo amordazaran, ni siquiera se le había dado oportunidad de preguntar. Decían conocer a su hermano, y esa era toda la razón por la que se había acercado a su grupo en primer lugar, pero no había escuchado su voz en lo absoluto, no reconocía a la voz de nadie; y, si se trataba de una broma suya, después de lo que debían ser horas siendo empujado, manejado y maniatado, no le parecía para nada divertida.
La cuerda y pañuelo que debían mantenerlo en silencio dolían y molestaban, pero si trataba de levantar una mano para ajustárselas de manera que pudiera cambiarlo, alguien le gritaba o le daba un manotazo y le advertían que se quedara quieto si no quería lamentarlo, de modo que no tuvo más opción que resignarse a ese detalle.
Técnicamente todavía debería ser capaz de gritar o entablar conversación incluso sin tener que mover la mandíbula. Los esqueletos sólo tenían una voz gracias a su magia y no estaban sujetos a las mismas normas físicas que los monstruos con músculos. Sans era la mayor prueba de ello. Pero forzarse ahora a realizar esa proeza era el equivalente de un humano demandando a una parte de su cuerpo a dejar funcionar la manera en que lo había hecho durante toda su vida. No era imposible pero costaba su buena cantidad de concentración, que él no estaba en condiciones de tener ahora.
No era algo propio del Gran Papyrus y ciertamente no era algo que admitiría bajo circunstancias normales, pero estaba empezando a preocuparse. El movimiento constante de las personas que no podía ver, sus tonos que no sonaban simpáticos desde su perspectiva y las constantes preguntas que continuaban revotando en el interior de su cráneo sin respuesta le hacían difícil mantener en alto su ánimo optimista. Más que nada deseaba ver a Sans y volver a la tranquila familiaridad de su cuarto, nada más.
-¿Ya lo llamaron? ¿Están seguros de que van a responder?
-Sí, sí, ya lo hicimos, les dimos la dirección.
A Papyrus no le gustaba ir escuchando conversaciones ajenas tampoco. Si pudiera trataría de taparse los oídos o al menos se cantaría algo para volverse sordo a ellos y respetar la privacidad de la gente, pero no podía y así sólo era un pasivo receptor para palabras que no estaban destinadas a él. Hablaban mucho acerca del oro que todo mundo sabía se habían traído con ellos desde el subsuelo, confirmándose una y otra vez que sí, existía, que tenían mucho, que era valioso pero los monstruos no tenían idea de cuánto.
De habérsele permitido participar, le habría encantado decirles que si necesitaban algo, sólo tenían que pedirlo. Ellos eran criaturas simples y con tal de tener las comodidades básicas (comida, techo, una cama, televisión) se daban por satisfechos, de modo que tenían bastante más oro del que les hacía estricta falta. Estaba seguro de que podría convencer a Sans, a pesar de que mucho de ese oro en primer lugar lo había ganado él. Si toda la situación se reducía a eso, estaban haciéndolo todo más complicado de lo necesario.
Entonces alguien preguntó si era verdad que los monstruos eran tan débiles frente a los humanos, con toda esa magia y cosas raras que los componían. Otro afirmó estar seguro. La historia de la guerra que ellos mismos les habían relatado lo confirmaba más allá de toda duda: podían darles con una pluma si les daba la gana, pero si lo hacían con un deseo de matarlos tenía el mismo efecto que un cuchillo o una bala. Eran increíblemente frágiles, por eso esa guerra jamás fue una verdadera pelea en primer lugar. Sus cuerpos ni siquiera duraban un momento una vez muertos. Si lo peor sucedía, siempre estaba la posibilidad de eliminar cualquier evidencia de que el esqueleto alguna vez había estado con ellos.
El tiempo pasaba. Estaba sentado en un rincón sobre lo que percibía como un colchón en el suelo. Olía a viejo, polvoriento y húmedo. Agradecía que ahora llevara ropas que le cubrían más su cuerpo para tener que hacer contacto directo. Ni siquiera la habitación de Sans le había dado una impresión tan fuerte de descuido. También había algo desagradable que le hacía picar en su orificio nasal pero al menos no era asqueroso de por sí. Escuchaba la respiración de por lo menos tres personas en sus proximidades y un sonido que reconoció como un celular moderno siendo desbloqueado.
-Oigan, ¿pero están seguros de que le dijeron bien el lugar? Ya ha pasado más de una hora.
-Que sí, que sí. Se lo dije y repetí. No sé qué le está tomando tanto tiempo.
-Ha llamado a policía.
-No, no lo hará –Papyrus sintió un objeto duro presionar contra su cráneo, sostenido por la persona que ahora hablaba. No sabía lo que era, pero el impacto entre sus huesos y esa cosa sonaba metálico-. Sabe lo que podemos hacer. Va a venir.
El objeto volvió a ser apartado. Papyrus estaba convencido de que prefería por mucho mantenerlo así. Pasos nerviosos. Conversaciones intrascendentales. ¿Adónde estaba? ¿Por qué no venía?
De pronto se escuchó a alguien golpeando sus nudillos contra lo que sonaba como una puerta de piedra. De inmediato, como si lo hubieran estado esperando, algunas personas se alejaron y escuchó que se apresuraban al bajar de una escalera. Click, click, como un seguro siendo liberado.
-Se ha tardado lo suyo, ¿eh? –comentó el último humano que quedaba con él.
Papyrus hubiera querido comentarle que Sans solía tomarse su tiempo, sí. Lento pero seguro era una frase ideal para definirlo.
Muchas veces le había regañado por eso, se había frustrado porque no parecía que estuviera tomando en serio sus deberes, pero ahora no había nada más lejos de su mente. Estaba demasiado feliz con saber que estaba en camino, que estaba viniendo hasta él.
Pero algo estaba saliendo mal. No pasó mucho tiempo después de que la puerta principal fuera cerrada para que se escucharan dos fuertes explosiones, una seguida de la otra. El humano a su lado se levantó del colchón y un nuevo click se dejó oír, Papyrus creyó que desde el objeto en sus manos.
Un momento de silencio. Insectos emitían sus llamados particulares sin que nada los perturbara. La respiración de su captor era profunda y rápida. Papyrus imaginó los latidos de su corazón golpeando adentro de su pecho, como los había escuchado en Frisk cuando Undyne se lo restregó en su rostro para que oyera. El niño había estado riéndose mientras Papyrus se sentía fascinado por la potencia de su vida. Los humanos de verdad que eran criaturas fascinantes.
Desde algún punto debajo de ellos la puerta principal fue abierta.
-¿Pap? –llamó la voz de Sans y Papyrus no pudo evitar gimotear, feliz, su nombre, aunque no estaba seguro de que llegaría a escucharle.
¡Sans estaba ahí! ¡Todo iba a estar bien ahora! ¡Desde luego que así iba a ser! No podía esperar a volver a casa y disfrutar de un plato de pasta recalentada junto a su hermano en el sofá. Hasta se reiría de cualquier chiste malo que quisiera tirarle. No tenía idea de cuánto podía llegar a extrañarlos sólo con un día en que no fuera forzarlo a escucharlos.
Abajo hubo ruidos de movimientos y varios pasos moviéndose. Click, click. Escuchó el débil tintineo que precedía a volver un alma azul y la madera del suelo sobre el que estaba crujió como si el peso que soportara hubiera sido súbitamente levantado. Papyrus se mantenía quieto, pero por dentro vibraba de excitación. Sans había venido. Sans iba a asegurarse de que todo estaba bien. Estaba a salvo. No tenía nada más de qué preocuparse… Esperaba que no estuviera muy molesto.
No estaba escuchando nada. ¿Quizá estaban hablando en susurros, arreglando un acuerdo? Después de todo, aparte de ser un poco bruscos y mantenerlo incómodo, no le habían hecho un verdadero daño. No había sido nada personal, sólo necesitaban oro. Seguramente habían tenido sus razones para escoger un método tan poco ortodoxo para conseguirlo. No creía que fueran malos, no realmente, e incluso si lo fueran todavía serían capaces de mejorar si alguien les daba la oportunidad.
Se estremeció en medio del silencio. No se había sentido solo desde que lo hubieran recogido, y ahora esa sensación estaba impregnando una clase de miedo diferente en su alma. ¿Dónde estaba Sans? Después de lo que se sintió una eternidad de incertidumbre, escuchó a unos pasos pisar en la escalera y luego al suelo sonando bajo la nueva presencia.
-Pap –dijo la familiar voz grave de su hermano-. Pap, oh, dios, ¿estás bien? ¿Te hicieron algo?-Papyrus empezó a negar aceleradamente en tanto Sans le cortaba sus ataduras-. Espera, espera, ya te ayudo.
Sans se acercó y cortó la mordaza desde detrás. Papyrus movió de arriba abajo su mandíbula, buscando desentumecerla. Cuando Sans procedió con la venda en sus ojos, Papyrus vio una expresión de precavido alivio en el rostro de su hermano.
-¿Estás bien? –repitió Sans, acariciándole con las dos manos.
Papyrus se dio un segundo para disfrutar con su tacto antes de asentir con la cabeza. Sans se adelantó hacia él irguiéndose en sus rodillas y le chocó los dientes en su frente, en sus mejillas, en cualquier punto que estuviera a su alcance, hasta el punto en que Papyrus tuvo que reírse.
-Gracias a dios –murmuraba Sans, sin detenerse-. Gracias al cielo. No sabía lo que habría hecho si te pasaba algo.
-Nyeh –dijo Papyrus, complacido con el cariño que le llegaba al alma con cada toque. Extendió sus propios brazos y no perdió el tiempo abrazando con fuerza al otro monstruo, hundiendo el rostro contra su hombro. Pero la zona ya estaba manchada por algo húmedo que en la débil luz parecía casi negro-. ¿Sans? ¿Qué es esto?
-Uno de mis paquetes de kétchup me explotó encima cuando estaba hablando con los humanos –dijo Sans, frotándole la nuca con movimientos lentos y tranquilos-. Se pusieron un poco rudos, pero al final todo se resolvió. Todo está bien ahora.
Papyrus entonces se percató de que las manchas se extendían más allá de su chaqueta. Había algunas gotas manchándole el cráneo.
-Debiste haber llevado mucho kétchup encima –dijo.
-Bueno, ya me conoces, hermano –dijo Sans, ampliando su sonrisa-. Ayuda a calmar mis huesos y eso era justo lo que necesitaba cuando no llegaste a casa.
-Awww, ¡pero no hay nada de lo que preocuparse, Sans! –Volvió a abrazarle, ahora con más fuerza para transmitirle su confianza. Cualquier intranquilidad que hubiera tenido parecía un loco sueño ahora-. El Gran Papyrus está aquí contigo y no se irá a ningún lado.
-Ahora sí que me siento a salvo –rió Sans, aferrándose a él.
Papyrus percibió que sucedía una vibración familiar en el aire alrededor de ellos. Cuando volvió a abrir las cuencas, no le sorprendió descubrirse en un lugar diferente, ahora sobre un sueño de tierra y hierbas. Estaban afuera de una granja abandonada y a sus espaldas centellaban las luces de la ciudad. Se puso de pie con la ayuda de Sans, sintiendo sus piernas torpes y fuera de práctica después de tanto tiempo sentado. Con una mano firma sosteniéndole la cadera, su hermano le guió lentamente hacia un automóvil que los esperaba en la carretera de tierra. Al acercarse más pudo reconocerlo como el vehículo de segunda mano que se habían conseguido para moverse por la ciudad. Rara vez lo utilizaban ya que por lo general no les hacía falta moverse hacia sitios a los que no pudieran llegar a pie.
Papyrus miró a su alrededor. Parecían estar completamente solos.
-Sans, ¿qué pasó con los humanos?
Sans abrió la puerta trasera con un chasquido de dedos y se la mantuvo abierta mientras Papyrus se dejaba caer en el asiento.
-Oh, se fueron –dijo su hermano con simpleza-. Les dije que no iba a presentar cargos ni nada por el estilo si se iban de inmediato. No me costó mucho convencerlos de que eso sería lo mejor para todo el mundo. De esta manera nos ahorramos todo el papeleo.
Papyrus cabeceó. Tenía sentido y en su interior se alegraba de que no hubiera pasado a mayores. Sans cerró la puerta, pero no se movió a ocupar el lugar del conductor, permaneciendo de pie justo ahí. Papyrus iba a preguntar qué le sucedía cuando su hermano volvió a hablar.
-Acabo de recordar –dijo- que ellos me pidieron de apagar la energía. Para no perder dinero pagando una cuenta de luz que no iban a aprovechar, ¿sabes? Tardaré sólo un momento, Paps. Quédate aquí y ponte cómodo, ¿de acuerdo? Descansa, te lo has ganado.
Sans se dio la media vuelta sin esperar respuesta. Papyrus puso el seguro a la puerta y se recostó contra ella. Descansar… sonaba a una idea bastante atractiva ahora. Cerró las cuencas, diciéndose que sólo sería unos segundos, pero cuando volvió a abrirlos Sans estaba moviéndole el hombro con suavidad. A Papyrus le tomó unos segundos darse cuenta de que estaban en frente de su casa y que nuevas manchas rojas le empapaban su sonrisa.
-Sans, eres un desastre –susurró, irguiéndose-. Espero que te des un baño antes de ir a la cama.
Sans extendió una mano hacia él y rozó sus dientes juntos. Papyrus ni siquiera tenía energías para apartarle y evitar los potenciales rastros de kétchup que pudieran quedarle encima. A lo mejor podría tomar su propio baño también.
-Me alegro de que estés en casa –dijo Sans.
Papyrus lo atrajo hacia sus brazos, ahora sí sin darle importancia al hecho de que también se estuviera ensuciando con ese asqueroso líquido. Era bueno estar de vuelta adonde pertenecía.
