17. I found her crying in the morning
La encontró llorando por la mañana, sentada en la cama del hotel.
Estaba de espaldas a él, con los hombros convulsionándose levemente debido a los sollozos. Tenía los codos apoyados en las piernas, muy posiblemente tapándose la cara para ahogar los gemidos. Tenía el pelo desparramado por la espalda, tan diferente a su peinado habitual; su ropa, sin embargo, se mantenía inalterable. Jotaro se quedó en silencio, observándola sin saber qué hacer. Estiró el brazo con intención de tocarla, pero se detuvo apenas lo había estirado; se le pasó por la cabeza decir su nombre, pero el nudo de la garganta le impidió hablar. Fue entonces cuando la realidad lo golpeó de lleno.
No sabía cómo consolar a su hija porque, a decir verdad, no conocía a su hija.
Con este pensamiento taladrándole la cabeza, se ocultó los ojos con la gorra y se dio la vuelta en silencio, saliendo de la habitación. Mientras esperaba a que el ascensor subiese, buscó la cajetilla de cigarros que descansaba en su bolsillo y sacó uno. Se había prometido dejar de fumar, pero esta situación lo superaba. Tan pronto como puso un pie en la calle, encendió el cigarro y le dio una larga calada, expulsando el humo y observándolo desaparecer.
Entre calada y calada, pensó en todos los años que pasó alejado de Jolyne y lo mucho que la había echado de menos. Nunca se había imaginado siendo padre, pero la primera vez que sostuvo a Jolyne entre sus brazos se le llenaron los ojos de lágrimas. Era padre de una criatura tan pequeña, tan rezumante de vida, tan frágil. Era su hija, tenía la estrella en su espalda y sus ojos. Sonrió aún con el cigarro en la boca. Fue cuando Jolyne tenía 3 años cuando se marchó por primera vez. Ella apenas lo recordaba cuando volvió, haciéndole más duro el regreso; su mujer no le dirigió la palabra, y poco después, volvió a irse.
Se encendió otro cigarro.
Aquella vez, Jolyne lo esperaba en la puerta a punto de llorar. Le rogó con todas sus fuerzas que no se fuera, que se quedara allí con ella; mas por mucho que quisiese permanecer allí, la dio una pequeña caricia en la cabeza y cerró la puerta tras de sí. Y así durante años. Jolyne siempre echó en falta la figura de su padre, creciendo sin un amor que Jotaro estaba deseoso de entregarla. Estaban destinados al fracaso. Así Jolyne creció, convirtiéndose en la chica que era el día de hoy. Muy en el fondo, sabía que tenía sentimientos contradictorios – por un lado, le odiaba con todas sus fuerzas por no haber estado allí a su lado, pero por otro se sentía feliz de por fin estar con su padre. O eso quería pensar, después de todo.
Se permitió pensar en cómo pudo haberse sentido Jolyne. ¿Pensaría que la odiaba, que la repudiaba? ¿Qué acaso no la quería?
"Te he querido más de lo que nunca he querido a nadie, Jolyne" dijo en alto, como si respondiese a la voz de su consciencia. Dio otra larga calada.
No podía hacer nada por recuperar los años que había perdido con su hija, ni podría arreglar los vacíos en el alma que había provocado. Era consciente de que, hiciese lo que hiciese, el corazón de su hija siempre tendría una pequeña grieta que nunca terminaría de sanar.
"Ojalá todo hubiese sido diferente", pensó Jotaro mientras pisaba el último cigarrillo y se dirigía de nuevo para el hotel, "ojalá hubiese podido ser un buen padre para ella."
Aquella mañana, Jotaro encontró a Jolyne llorando. Por primera vez en años, la atrajo entre sus brazos y guiándola la cabeza a su pecho, la consoló mientras lloraba sin descanso. Esta vez, iba a hacer las cosas bien.
