Harry Potter, su universo y cosas muchas, pertenecen a J.K. Rowling. Yo solo escribo esto, porque puedo, después de mucho tiempo.

Título: No queda nadie en la alacena.

Personajes: Draco Malfoy/Harry Potter.

Advertencias: Slash/Lemon/EWE. Esta historia narra una historia homosexual, va a contener escenas sexuales, cosas extrañas, algunas escenas raras y cositas varias que podrían crearte un profundo trauma si no eres adepto a este tipo de historias. También ignoro de manera monumental el epílogo del último dicho. Así que no eres fan del Drarry o así... ¡huye, esta es tu oportunidad! Dicho está; sobre advertencia no hay engaño.


Una vez más, para mí misma.

Por luchar contra la depresión, respirar hondo y (a pesar de lo aterrada que estoy por ello) volver a escribir.

Para mí, otra vez.


No queda nadie en la alacena

Por:

PukitChan

Ƹ̴Ӂ̴Ʒ

Secretos; todos poseemos al menos uno. Y el más profundo y solitario de entre ellos, perteneciente a Harry Potter, fue accidentalmente descubierto por Draco Malfoy.

Ƹ̴Ӂ̴Ʒ

I

Prólogo

Aún ahora, después de tanto tiempo transcurrido, él podía rememorarlo a la perfección. Grabado profundamente dentro de su alma, cual marca indeleble, permanecía intacto el recuerdo de aquel devastador incendio. No era necesario cerrar los ojos para replicar en su mente el sonido de los objetos destruyéndose, siendo consumidos por el fuego. No hacía falta suavizar su respiración para recordar sus acelerados latidos que retumbaban en su pecho mientras sus pulmones suplicaban por algo de aire puro. Ni siquiera necesitaba mirar una inadecuada chispa revoloteando para volver a sentir la manera en la que se cuerpo se paralizaba por el horror mientras veía a su amigo morir, siendo devorado por unas llamas que estaban tan malditas como su alma.

No, no hacía falta que algo lo trajera a su memoria. Esa –sabía– sería su condena eterna: recordar por siempre, a cada maldito momento y en cualquier ridícula circunstancia, el fatídico incendio ocurrido en la Sala de los Menesteres. Y aunque sonara absurdo para otros, sobre todo si consideraba cuál había sido su destino tras la guerra, Draco Malfoy había comprendido demasiado tarde que aquello era un cruel intercambio lleno de unas responsabilidades que no quería; porque tal vez la huella no había sido física, quizá en su piel no había cicatrices, pero las secuelas emocionales habían sido desastrosas. Tanto, que a veces se preguntaba cómo había logrado llegar hasta donde estaba.

¿Cómo habían sobrevivido? ¿Por qué la muerte lo había ignorado? ¿O tal vez había sido silenciosamente condenado para siempre?

Probablemente era algo que continuaría preguntándose inútilmente toda la vida, porque era el tipo de interrogante de la cual jamás podría obtener una respuesta.

—Con este monumento deseamos honrar y recordar a las víctimas de la Segunda Guerra Mágica, ocurrida hace ocho años. Valientes magos y brujas cuyas vidas fueron arrebatadas por creencias inmorales y rencores injustificados. El pasado tiene lecciones que no debemos olvidar. De lo contrario, todos esos sacrificios habrán sido en vano y es nuestro deber…

El rubio levantó la mirada junto con su paraguas, como el mudo e inadecuado espectador que era. No estaba allí a propósito. Ni siquiera sabía que encontraría al Ministro de Magia, mismo que ahora se dirigía a la pequeña multitud que se había reunido allí a pesar del caprichoso clima de Londres, en una situación así. Su presencia más bien era una amarga casualidad. Esa tarde, Draco había acudido a Gringotts por un absurdo asunto financiero que requería su firma mágica y la lluvia lo había retrasado. Fue por poco tiempo, pero quince minutos más tarde de lo planeado, él avanzaba sin pausa por los intricados caminos de Diagon hasta encontrarse con ese grupo de paraguas creados por hechizos mágicos, cuyos portadores miraban con solemnidad a su líder, Kingsley Shacklebolt, hablar sobre una guerra cuyas heridas aún no terminaban de cicatrizar.

En realidad, más qué dudar de su presencia, lo correcto sería preguntarse por qué Draco había decidido quedarse. Era bien sabido que aunque él solo fuese un mocoso cualquiera usado como títere durante la guerra, nadie sonreiría por verlo allí. Hipócrita, le llamarían algunos. Idiota, murmurarían otros. Después de todo, ¿cómo se atrevía a honrar a las víctimas de la guerra, cuando él había estado en el bando incorrecto?

No, se dijo a sí mismo, al recordar una vez más la muerte de Vincent, las víctimas no fueron una cuestión de bandos. Las personas que murieron en esa guerra eran solo eso; personas.

—Por favor, te lo suplico. Dime que deseas escapar de aquí tanto como yo.

Al principio, aquellas palabras fueron un murmullo más, de aquellos que se perdían entre la lluvia y los pasos apresurados de personas que fingían no ver la pequeña multitud. Oraciones al azar que no estaban destinadas para él, porque nadie sería lo suficientemente idiota para acercarse a Draco, cuando resultaba evidente que lo último que quería era compañía.

—No tienes por qué ser tan indiferente, Malfoy.

Fue el tono grueso de la voz, más que su nombre, lo que lo animó a ladear el rostro y mirar hacia atrás, por encima de su hombro. Allí, de pie detrás de él, también debajo de un paraguas mágico, luciendo una incómoda túnica y una tensa sonrisa que no ocultaba el malestar de su portador, se encontraba Harry Potter mirándolo con un repentino e inesperado interés. Sus ojos verdes, escondidos detrás de unas gafas a las que la lluvia no había olvidado salpicar, destilaban mal humor. Y ya fuera por el inesperado saludo o porque simplemente no comprendía de dónde había salido Potter y por qué le hablaba a él de entre todas las personas, fue que Draco se limitó a alzar una ceja a modo de respuesta.

—Jamás pensé encontrarte en este lugar —dijo Harry sosegadamente, dando unos pasos hacia adelante, los suficientes para poder quedar junto a Draco, quien tensó su mano alrededor de la varita, logrando que el hechizo que creaba la sombrilla parpadeara sutilmente, apenas unos segundos, pero que bastaron para que unas gotas salpicaran en su elegante abrigo.

—¿Necesitas algo, Potter, o solo estás aburrido? —cuestionó, mirándolo de soslayo. Las personas a su alrededor, demasiado interesadas en el discurso del Ministro que ahora versaba sobre el dolor y su significado, por una vez no se mostraban interesadas en el reencuentro de dos adultos que apenas empezaban a entender la inmadurez sobre la que había girado hasta entonces su inexistente relación.

—Te vi y llamaste mi atención —admitió, haciendo una mueca fastidiada que bajo otras circunstancias hasta habría resultado cómica—. Pensé que estaba alucinando. ¿Malfoy… aquí? —Y como si quisiera ejemplificar sus palabras, Harry miró hacia el monumento que representaba dos magos sumergidos en lo que parecía ser una tensa lucha. Por la lluvia, frías y empapadas estatuas parecían llorar—. Me dije que si tal vez te habían obligado a asistir así como a mí, podríamos montar un pequeño drama y huir.

Durante un largo instante, Draco no respondió. El vacío y la frustración, que hasta ese momento no eran más que signos de un futuro dolor de cabeza, se precipitaron hacia el exterior. Años de rabia nacida desde el momento en el que Harry rechazó su mano, se acumularon en su pecho y formaron palabras filosas que encontraron el camino para salir, sin detenerse a preguntar sobre la coherencia de lo que sucedía. Porque aunque le resultaba fácil dominarse, la mirada resuelta y verde de Harry siempre había sido como un disparo de salida a todo el rencor que, inclusive a veces, olvidaba poseer.

Y esta vez, en el lugar más inadecuado posible, no había sido la excepción.

Maldito hijo de puta.

Siempre conseguía lo que quería de él.

—¿Alguna vez escuchas la clase de mierda que sale de tu boca cuando hablas, Potter? —cuestionó, girando todo su cuerpo para enfrentarlo, porque de otra manera, Harry jamás comprendería lo que estaba ocurriendo—. ¿Qué hago aquí, dices? ¡Mis amigos también murieron en la guerra! ¡Ustedes no fueron los únicos que sufrieron por ella! —masculló, destilando tanto rencor en sus palabras que, aún susurrantes, eran crudas y dolorosas—. ¡¿No puedo recordarlos porque, según tus estúpidas reglas de moralidad, no debería estar aquí?!

Como un certero golpe que jamás creyó recibir, Harry lo miró con una muda pero evidente sorpresa. Un furioso tono rojizo empezó a acumularse en su cuello y ascendió a sus mejillas, aunque Draco no supo discernir si se trataba de enfado o vergüenza. Tal vez, después de todo, no lo conocía tan bien como solía presumir. No; era mucho más profundo que eso. En realidad, no sabía absolutamente nada del hombre que estaba de pie frente de él.

¿En verdad no conocía a Harry Potter? ¿Y él? ¿Harry lo conocía a él?

—Malfoy —pronunció despacio y bajo, como si le costara modular cada letra. Draco podía imaginarse todas las ideas del otro luchando desordenadamente por no ser solo balbuceos sin sentido—. ¡Yo nunca…!

Sin embargo, y a pesar de lo divertido que podría haber sido eso en otro tiempo (antes de la guerra y las heridas sin sentido), Draco se limitó a negar, moviendo su cabeza de un lado a otro. Estaba irritado y molesto, sí, pero no quería pelear. No allí, no de esa forma, no en ese lugar. Antes de que pudiera si quiera pensarlo, el rubio bajó su varita y la guardó en el bolsillo de su abrigo. El paraguas mágico desapareció instantáneamente y la lluvia, aunque débil, empapó su cuerpo, haciéndolo temblar.

El inesperado giro de acontecimientos perturbó a Harry también. El enfado se transformó en desconcierto, mismo que fue menguando al ver cómo las gotas de lluvia se deslizaban por las mejillas de Draco. El cabello rubio, siempre impecablemente ordenado, cayó hacia los lados, rozando sus hombros como una cascada dorada; adhiriéndose a la piel como si de esa manera pudiera protegerse de cualquier herida que Harry pudiera ocasionarle.

Y tal vez así era en verdad.

Potter se acercó a él una vez más, aunque ahora con una indescifrable expresión en su rostro. Tarde, ambos comprendieron que sin ser del todo consciente, Harry había resguardado a Draco bajo su paraguas. Y ahora estaban ahí, con una íntima cercanía, mirándose a los ojos en un silencio perturbado solo por la lluvia, los murmullos y los aplausos que indicaban el fin del discurso del Ministro Shacklebolt. Y aunque lo más lógico sería alejarse el uno del otro, no lo hicieron.

Aquello… ¿qué era aquello? Se parecía mucho a uno de sus antiguos enfrentamientos, pero sin llegar a serlo.

Draco arqueó una ceja, separando sus suaves y pálidos labios, por donde se deslizaron las gotas que aún caían de sus cabellos mojados, pero de los cuales no se emitió ninguna palabra. La gente comenzó a dispersarse y la burbuja dentro de la cual inconscientemente se habían sumergido, se rompió. Draco dio un paso hacia atrás, alejándose del inesperado refugio, mientras el agua volvía a precipitarse sobre él. Y durante un segundo, se miraron, estudiándose bajo una nueva perspectiva. Era como si la lluvia hubiese transformado el gris de sus pupilas en plata líquida, y el tormentoso verde ahora fuera una tibia mañana cubierta de rocío.

¿Así es como dos personas descubren que son frágiles… que están heridas?

Un estremecimiento recorrió a Draco, quien aprovechó el frustrado grito de una niña por haber ensuciado su vestido favorito con lodo y la atención de Potter desviándose hacia ello, para escapar. Para cuando Harry regresó su mirada, el rubio ya caminaba hacia la avenida, aún transitada a pesar de la lluvia, con pasos decididos. La elegante vestimenta, su porte y esa mirada desdeñosa con la que parecía haber nacido, sugerían a alguien fuera de los límites permitidos para cualquier mortal. No obstante, y como había sido desde el principio, eso no amedrentó a Harry. Antes de que Draco pudiera perderse entre las personas y la lluvia, haciéndolo imposible de hallar, lo alcanzó.

No supo por qué razón lo hizo. Inercia, tal vez. Lo cierto fue que cuando Harry estiró su mano para sujetar la muñeca de Draco, el otro ya parecía haber adivinado sus movimientos. Se detuvo y volvió a mirarlo con esa sonrisa arrogante suya, aunque nostálgica, dibujada en sus labios.

—Suéltame. —Fue la única palabra en su voz carente de emociones.

Harry no lo hizo. No lo dejaría ir sin aclarar esa situación.

—No… no pienso que no tienes derecho a recordar el pasado —explicó Potter, apretando su agarre, como si temiera que en cualquier momento Malfoy pudiera salir corriendo. No quería darse el lujo de titubear—. Creo que al igual que yo, sabes lo doloroso que puede ser mirar hacia atrás. Y que una marca a mitad del mundo mágico, como es ese monumento, mantendrá abierta para siempre esa herida. —Pausó. Luego, tras una inhalación excesivamente honda, se animó a continuar—: Yo no soy tan positivo como el discurso del ministro. No soy tan idiota, a pesar de lo que puedas pensar. Sé muy bien que tú también sufriste mucho. Que conservas el dolor del pasado, de la guerra… y sus muertes. Draco, tú tienes miedo.

Malfoy lo observó con verdadera atención esta vez. Harry, ahora sin algún hechizo que lo protegiese de la lluvia, lucía cansado. Las ojeras bajo sus ojos no parecían deberse a unos días de un trabajo agotador, sino a otra cosa mucho más emocional. Recordó todos reportajes sobre El-niño-que-vivió, así como los rumores que corrían sobre él. Sin embargo, si alguien lo viera de la misma manera en la que ahora se presentaba frente a él, entendería por qué para Draco, Harry Potter nunca había sido especial.

Porque a pesar de las crudas circunstancias, la dureza de su vida, y las elecciones que se tomaron sin que nadie consultara su opinión, Harry jamás había querido ser especial. Sobre todo porque, sabía desde muy niño, lo terriblemente solitario y doloroso que era serlo.

—¿Miedo? —repitió el rubio, rememorando una vez más el incendio en la Sala de los Menesteres, cuando Harry acercándose hacia él, le tendió la mano. Y él la había sujetado—. ¿A qué se supone que le temo, Potter?

—A que te discrimen —aventuró, logrando que sus palabras sonaran casi convincentes por el brillo decidido de sus ojos—. Temes que… el pasado no te permita regresar a tu vida normal.

Una lenta, pero irónica sonrisa se formó en sus labios al escucharlo. En verdad detestaba que Potter hablara de esa manera: como si él estuviera exento de la lista de personas traumatizadas. Como si cada paso que diera, no fuera una consecuencia directa de las heridas que, al menos para alguien como él, iban más allá de la guerra.

Fuego infernal. Un incendio. Dos manos ayudándose y dos cuerpos acercándose, revelando sin querer sus más hondos secretos.

Draco levantó su mano libre y lleno de parsimonia, la dirigió hacia el rostro de Harry. No era un ataque, ni mucho menos un forcejeo; era, sencillamente, el típico ademán que se hace al acariciar a alguien. Sin embargo, antes de que pudiera siquiera rozarlo, Harry se echó hacia atrás, mirándolo asustado, para instantáneamente después soltarlo.

La esperada reacción, al menos para Draco, solo acentuó su expresión irónica.

—El único que está muerto de miedo aquí, eres tú, Harry. El único que tiene miedo a vivir, sin superar un maldito momento del pasado, es el gran Héroe del Mundo Mágico —Bajó su mano, suspirando, pero con la mirada firme y la voz decidida—. Hace mucho tiempo que sé cuál es tu secreto. Y lo peor de todo, es que dentro de este ridículo círculo vicioso... te comprendo.

Los ojos verdes se humedecieron. O quizá solo era la lluvia de la temporada. Por supuesto, Harry intentó replicar, pero al final optó por dar media vuelta e irse a paso raudo. O más bien, diría Draco, escogió salir huyendo.

Porque de entre todas las personas que lo conocieron, que fueron sus amigos y lo quisieron, fue Draco el único que descubrió su secreto. Por accidente, claro, pero a fin de cuentas lo sabía. Si bien durante años nunca utilizó esa información para algo más que sus burlas personales, ahora que Harry era consciente de ello, sabía que sus días de amarga tranquilidad habían terminado.

Incendios, muertes y llamas infernales. Una mano curtida y cálida que le ofrecía ayuda. Él aceptándola. Su cuerpo acercándose al otro, porque en medio del caos, todos necesitan aferrarse a alguien. Draco sollozando. Harry salvando su vida. Y al final, un estremecimiento que surgió cuando Draco se sujetó a él para no morir. No por odio, ni amor, sino por temor. Y de pronto, al caer al suelo, sintiendo aún el aroma de Harry envolviéndolo, Draco lo supo.

Supo cuál era el más grande secreto de Harry Potter.

Y aunque en ese momento Harry huía atormentado, Draco sabía que la lluvia –ya fuera la de sus lágrimas o del cielo– lo traería de vuelta a su lado.

Tarde o temprano.


Ƹ̴Ӂ̴Ʒ

Pressure, pushing down on me.

Pressing down on you,

no man ask for…

[Under Pressure;

David Bowie, Queen]

Ƹ̴Ӂ̴Ʒ


Muchas gracias por leer y más gracias si les nace un review respecto a esto. Disculpen si se me fue un dedazo a medio camino.

La escritora perdida, PukitChan.