Capítulo 1

La mudanza

Me encontraba parada sobre mis pies, desorientada, en un bosque demasiado exuberante e impenetrable para ser de mi agrado. Lleno de morrocotudos árboles y vegetación silvestre, exageradamente verde, que no me permitía ver más allá de mi nariz. Por donde observara encontraba ramas, flores y hojas encapuchándome la visión.

Miré hacia abajo, hacia mi frágil figura, era lo único que podía distinguir, entre tanta espesura…Vestía un suave y liviano vestido blanco de finas tiras, que me llegaba un poco más arriba de la rodilla. Permanecía descalza, pero no sentía molestias en mis pies, que podrían haber sido causadas por las numerosas ramas y piedras que se encontraban debajo de ellos, no… Por el contrario, mis pies se sentían como si estuviera sobre miles de suaves plumas, algo físicamente extraño. Y podía percibir como mi dócil, pero frondoso cabello castaño claro, se arremolinaba sobre mi cabeza al compás del dinámico viento. Este sútil hecho, terminó de confirmar mi teoría de que me hallaba embrollada en un sueño, ya que este aire selvático, debería sentirse ponderadamente frío en mi piel, hasta hacerme tiritar… Pero sin embargo, lo sentía acalorado, incandescente, casi quemante, hasta hacerme sentir una sequedad en mi garganta.

Mi mente era íntegramente consiente que buscaba algo, pero no sabía qué, exactamente. Miré en todas direcciones sin saber que encontrar, en mi cabeza se avasallaban un montón preguntas ¿Estaba perdida? ¿Necesitaba localizar un camino? ¿Una salida? ¿Cómo iba a poder encontrar algo con tanto follaje rodeándome?

Comencé a exasperarme, mi respiración se agitó precipitadamente y mi corazón comenzó a latir ligeramente, atolondrado. Y como siempre hacía cuando perdía la chaveta, traté de tomar el control de mi misma, ordenándome calmar, y respirar suavemente, solo estaba soñando…

Pero de repente el panorama cambió, haciéndome amedrentar. Bruscamente desapareció toda la fronda que me rodeaba como si el suelo la hubiera succionado precipitadamente, dejando en su lugar solo un desolado prado… Sí, irrevocablemente era un sueño, o con menos suerte, una pesadilla.

El viento seguía azotando mis cabellos estrepitosamente sobre mi rostro, y yo continuaba observando, moviendo mi mirada en todas las direcciones, indagando…

De la nada, como caído del cielo, como si se hubiera materializado de pronto, ahí estaba él. Blanco límpido... Sus ropas eran blancas, su piel era blanca, sus dientes eran blancos, todo en él se veía blanco. Pero se encontraba demasiado lejos de mi alcance como para reconocerlo, no podía verlo con claridad desde mi posición. Quise mover mis pies y avanzar hacia él, para intentar registrarlo… Pero me encontraba en un sueño, y como tal, era incoherente, así que en esta ocasión, estaba irremediablemente incrustada al suelo, petrificada.

¿Emmet? , ¿Jasper?, pensé, sin quitarle los ojos de encima. Pero no podían ser mis tíos, este hombre era mucho menos corpulento que ellos, se podría decir que su contextura física era casi como la de mi padre… Pero no era Edward, lo reconocería a miles de metros de distancia de mí, así no lo viera, reconocería la presencia de mi padre, estaba segura de eso.

— ¿Carli… sle? —consulté con vos temblorosa, alzando mi suave voz más de lo debido, ya que con solo susurrar, estaba absolutamente inequívoca de que ese ser me hubiera escuchado.

Él se limitó a negar lentamente con la cabeza, y se avecinó hacia mí, lánguidamente, sin dejar de mirarme en todo momento.

No… No era mi abuelo, no era nadie de mi familia, pero sin embargo... Estaba segura que era un vampiro, había convivido con ellos desde que tenía memoria, los reconocería a esta distancia, no podía haberme equivocado respecto a su naturaleza… ¿O sí? ¿Acaso no detectaba a los inmortales tan a la perfección como yo creía?

Mágicamente, como si me estuviera respondiendo a mis no manifestadas preguntas, el viento cesó de golpe y mis pelos amainaron su salvaje recorrido por el aire, cayendo destempladamente a los costados de mi cara; y para reemplazarlo, un monumental sol ambarino brilló en lo más alto del despejado cielo. Quedé cegada por completo al instante.

Me cubrí los ojos con las manos ante tanta luminosidad, pero espíe entre mis finos y largos dedos, pudiéndolo apreciar al fin. Vi claramente a mi compañero, el vampiro desconocido, que ahora se hallaba a solo unos escasos centímetros de mí, inmaculado, precioso, más perfecto que cualquier otro rostro que haya visto jamás, más que mi abuelo, más que mi padre mismo… Y yo que juzgué que no podía encontrar ningún espécimen más agraciado que él sobre este planeta…

Pero ahí estaba este incógnito, observándome delicadamente, imperturbado, sonriéndome. Deslumbrándome completamente con su piel brillante, que parecía llena de nimios diamantes… Tuve que taparme los ojos nuevamente por la luminiscencia que emanaba su cuerpo…

—Cariño, despierta—me pidió una afable voz, que me sonaba demasiado lejana, pero conocida, arrebatándome mi sueño. Me revolví en mis sabanas, tapándome la cabeza con ellas, solo quería seguir durmiendo, para poder soñar nuevamente el atractivo vampiro—. Vamos vida mía, tienes que bajar a desayunar—me repitió nuevamente, friccionándome delicadamente la espalda con la palma de la mano.

Su tacto se sentía sumamente helado, aún a través de mi grueso pijama, pero era increíblemente reconfortante, y su voz… Hubiera hecho hasta lo indecible por ella.

— ¡Abuela!—me quejé gritando, entre fingidos lloriqueos—. Tengo mucho sueño, ¿No puedes dejarme en la cama un rato más?

—No, vamos, vamos. Tienes que desayunar, además debes terminar de empacar tus cosas. O… ¿prefieres que Alice lo haga por ti? —dijo las palabras mágicas entre risas, acariciando mis cabellos enrevesados en la almohada.

Ella sabía a la perfección que yo detestaba que los demás me hicieran todo, como pasaba a menudo en esta casa.

Saqué mi rostro de entre las sábanas, y la miré, entornando mis ojos medio dormida. Ella solo me sonrío, iluminando mi día, ya había ganado, incluso antes de despertarme, antes de hablarme… Mi abuela tenía total control sobre mí, haría cualquier cosa que ella me pidiera…

—De acuerdo—dije dándome por vencida, y saliendo de la cama de mala gana, pataleando.

— ¡Esa es mi chica! —exclamó Esme, besándome en la mejilla—. Voy a prepararte el desayuno, tu cámbiate—me ordenó mientras salía por la puerta a toda prisa, sin detenerse a que le respondiera u objetara algo.

Detestaba cuando mi familia hacía eso, salir de mi vista antes de que pudiera manifestarme. Yo entendía que mis reacciones eran muy parsimoniosas para sus sentidos súper desarrollados, pero merecía un poco más de respeto, un poco más de paciencia con mis simples actos humanos.

Me dirigí hacia mi cuarto de baño indignada, a cepillarme los dientes, arreglarme el cabello y prepararme.

Hoy era el gran día, debía terminar de preparar mis cosas ya que nos mudábamos. Habíamos pasado cuatro años en este pequeño pueblo, así que era hora de conocer nuevos horizontes, para variar.

Nunca que me quejaba de las mudanzas, los constantes cambios y las mentiras que estaba obligada a manifestar, siempre entendía a mi familia, los apoyaba incondicionalmente y les estaría eternamente agradecida por recogerme y aceptarme.

Se podría decir, que fui algo así como un regalo de parte de mi papá hacia mi mamá. Suena sandunguero e insultante, pero eso fui realmente.

Bella, estaba demasiado apenada cuando Renesmee, su hija, se fue a vivir sola con Jacob, su marido, a otro país, lejos de ella. Pasado un año de su partida, Bella seguía deprimida. Así que Edward tomó la loca providencia de adoptarme, para ver si mi madre mejoraba.

Pero no estaba al tanto de que Renesmee tenía pensado volver, darles la grata sorpresa de regresar, ya que extrañaba demasiado a toda la familia. Algo que Alice, mi encantadora tía, no pudo prever, ya que no puede predecir los pasos de mi hermana y menos aún, los de mi loco cuñado, Jacob.

Fue todo un gran mal entendido, Renesmee llegó y se disgustó, porque creyó que la habían reemplazado, con una "mascota", como ella me llamó al conocerme.

Por suerte solo bastaron dos horas para que se acaramelara conmigo y me acepte, hasta me tomo un considerable amor y respeto, al igual que todos en la familia. Se podría decir que era la nena mimada, como una vez lo fue Renesmee… Claro que ella ya tenía 80 años, pero de todos modos, solo pasaron a tratarla como una adulta cuando yo llegué a este hermoso hogar.

Gracias a Dios actualmente todo era paz absoluta en la familia, salvo por algunas locuras de Emmet…

Renesmee tomó muy bien que dejaran de tratarla como una nenita consentida, es más, agradeció a los cielos mi llegada por este motivo.

Mis abuelos y tíos estaban encantados, no cabía la felicidad en sus cuerpos.

Y mis padres… Emanaban amor incondicional cada vez que me miraban.

No podía pedir más, no había adolescente más feliz en este mundo que yo, eso podía asegurarlo…

Alice me sacó de mis recuerdos ingresando en mi habitación, sin previo aviso, como siempre. Era la única que se tomaba ese atrevimiento, todos los demás tocaban a la puerta…

—Pequeña… Esme me envío aquí para hacer que bajes a desayunar inmediatamente—dijo con su dulce voz, a modo de canto desde el umbral de la puerta.

—Claggro, ni te molesgstes en togcagr—le reclamé ofendida, mientras me cepillaba los dientes e intentaba hablar al mismo tiempo.

— ¿Qué que? —exclamó entre risas, solo para perturbarme, había entendido a la perfección mi reclamo.

—Que - no - te - molestes - en - tocar—le repetí separando clara y exageradamente las silabas de la frase, luego de retirar el cepillo de mi boca y enjuagarla.

—Vi que podía pasar, y vi que no te molestarías por eso—dijo con una sonrisa socarrona, luego cerró los ojos dejando su perfecto rostro de duendecillo inexpresivo por unos breves instantes, y continuó sermoneándome—. ¡Y también puedo ver que elegirás tus peores indumentarias para vestir el día de hoy!—exclamó perceptiblemente frustrada, poniendo cara de pocos amigos—. No me hagas esto, por favor—siguió con voz suplicante, usando su mejor puchero contra mí.

Generalmente ese puchero me atrapaba, pero hoy no la dejaría ganar ni con mil expresiones de esas, sería un día demasiado ajetreado para ir de vestido y tacón, como ella siempre pretendía.

—Voy a hacer lo mejor que pueda, pero visto y considerando que debo terminar de empacar mis cosas, no es un día de fiesta, es un día de trabajo y yo no puedo correr y hacer los quehaceres en tacones como tú, así que te pido un poco de consideración —le rogué.

Siempre había complacido sus caprichos de vestirme y tratarme como si fuera una muñeca de tamaño real. Tanto ella, como Rosalie, se pasaban horas y horas, maquillándome, peinándome, pintándome las uñas… Haciendo de todo con mi cuerpo. Probaron en mí todas las marcas de cosméticos, cremas y ropa existentes. Ninguna de las dos podía quejarse. Merecía un poco de entendimiento con mi humanidad.

Alice evalúo mi petición por unos momentos.

—De acuerdo, solo por hoy—dijo dejando relucir todos sus inmaculados dientes en una agraciada sonrisa, luego se marchó a toda prisa dejándome sola en la habitación en menos de un abrir y cerrar de ojos… Nuevamente me dejaban conversando con el aire…

Esta familia era muy fácil de convencer, continuamente hacían lo que quería, solo debía pedirlo. La única que no caía en mi adolescente encanto era mi madre claro, que siempre hacía lo que ella creía mejor para mí. Y no la conceptuaba por eso, posiblemente de no haber sido por sus sermones, reprimendas y algunos de sus castigos, hoy en día seria aún más consentida y caprichosa de lo que ya soy.

Me propuse arreglar mi cabello, tarea bastante complicada luego de zarandearme en la cama por mi sueño. Pero no era imposible, después de todas las instrucciones de belleza que me habían dado mis tías. Lo cepille con escrupulosidad hasta dejarlo lo más lacio posible, y lo acondicioné a los costados de mi cara. Siempre hacía todo lo posible para llevarlo suelto, como le gustaba a la tía Rose.

Luego me encaminé hacia mi closet, si es que se puede llamar simplemente "closet", al cuarto que tenía el tamaño de tres habitaciones, donde Alice guardaba la ropa que me compraba.

Mi habitación era la más espaciosa de la casa, no solo por el desproporcional cuarto de ropa, sino también por el enorme baño que me habían construido, mi pieza ocupaba toda la mitad del primer piso. Y según me había comentado la abuela, la casa remodelada en Forks, el lugar donde viviríamos próximamente, tenía una habitación aún más grande que esta para mí. Indudablemente Alice había estado metiendo las narices en los planos de Esme, y triunfando con sus pretensiones nuevamente.

Una vez en mi closet, me dirigí hacia el sector de los jeans, descolgué el primero que agarré, uno oscuro y simple, por suerte. Luego al sector de las camisas y tomé la primera que vi nuevamente, era una azul a cuadritos de mangas largas, que no estaba mal tampoco. Y me puse las zapatillas, a pesar que a mis tías les duela, hoy debería estar cómoda.

Era la primera mudanza en la que me dejaban participar, ya que en la anterior tenía 12 años y según ellos era muy pequeña. Igualmente para mi familia siempre sería una chiquilla, ya que la más joven era Renesmee, y acaba de cumplir los 80… Sonreí para mis adentros, mi familia era la más estrafalaria de todo el mundo.

Salí de mi cuarto y me dirigí lentamente por el pasillo hacia las escaleras, pero en vez de comenzar a bajarlas, escalón por escalón, intenté deslizarme por la baranda. No me detuve a pensarlo demasiado tiempo, para que mi padre o Alice no lleguen a detenerme. Ya debería lograrlo sin lastimarme, la última vez que lo había intentado, solo me había fracturado el dedo índice de la mano derecha, esta vez debería salir ilesa.

— ¡No!—gritó mi padre desde la cocina, en cuanto leyó en mi mente mis planes y salió corriendo a una velocidad imperceptible para el ojo humano hasta llegar al pie de las escaleras.

Pero ya era tarde, y yo me estaba deslizando, riendo a carcajadas.

Antes que pudiera darme cuenta de nada, ya había aterrizado de bruces en el suelo y nadie intento detener el golpe. Sin poder pararme, aun sentada en piso, levanté mi cabeza observando hacia las miradas ofendidas e inquisidoras de 8 vampiros, una híbrida y un hombre lobo.

Antes de decir algo, evalúe mi estado, solo me dolía el coxis, pero era normal luego de caer de esa manera. Todo lo demás estaba en orden, no me molestaba nada.

—Por tu propio bien, te conviene que este todo en orden, señorita—dijo mi padre leyendo mi mente, en tono amenazante, pero aliviado con el hecho de que no tenga nada fuera de su lugar.

Detestaba esta falta de privacidad, aunque a veces era muy conveniente y útil comunicarme con él solo mentalmente, así que trataba de quejarme lo menos posible de esto. Además sabía que a él no le hacia ninguna gracia inmiscuirse en mi intimidad y menos cuando pensaba cosas no muy… apropiadas para que las sepa un padre.

—Cariño, te pudiste haber lastimando, deja ya de deslizarte por la baranda de las escaleras, por favor—me pidió mi abuela en tono suplicante, levantándome del suelo hábilmente con una mano—. Vamos a tener que obviar las escaleras en la próxima casa de no ser así, quizá sea hora de reemplazarlas por un moderno ascensor—continuó Esme, y todos sabíamos que no decía lo del elevador en broma, de ser por ella lo habría hecho construir hace mucho tiempo.

—Ya lo sé, lo siento, no es necesario un ascensor abuela, solo quería intentarlo nuevamente, miren—dije, levantando mis brazos hacia ellos y estirando mis piernas—. Nada roto, todo en su lugar.

Emmet interrumpió mi demostración.

—No es tu hija biológica, pero no puedo negar que es tan, o más divertida que tú, cuando eras humana—le dijo a mi madre, riendo a las carcajadas limpias, ganándose la mirada envenenada de Bella—.Buenos días, Jasmett—continuó, ahora dirigiéndose a mí, dándome un gran abrazo de oso y besándome la coronilla.

El y Jasper eran los únicos que me llamaban por mi horrendo nombre de pila, y claro estaba el motivo, era una espeluznante combinación entre sus propios nombres.

Se regodeaban cada vez que lo pronunciaban, derramaban orgullo y felicidad.

Yo, por mi parte, lo detestaba, hubiera preferido que me llamaran Roslice en primer nombre, en lugar de segundo. Este también era una aterradora combinación de los nombres de mis amadas tías, Rosalie y Alice.

Jasmett Roslice Cullen, minúsculo nombre me habían puesto.

Todo eran ideas de mi ingeniosa madre, y por supuesto que mi padre nunca le daría un "no" por respuesta. De todos modos, prefería mi nombre al de mi hermana, ella se había todo el peso de ser la primera hija, y había ligado "Renesmee Carlie Cullen".

Luego de que mi abuelo, Carlisle, verificara que me encontraba a la perfección después del golpe y que todos me saludaran con besos y monumentales abrazos, me senté a desayunar mis cereales.

Siempre cuando despertaba y antes de irme a dormir, ellos me saludaban como si no me hubieran visto en años. Nunca justifican el motivo, y yo nunca lo preguntaría. Pero una parte de mi estaba segura que lo hacían porque agradecían enormemente y aprovechaban al máximo cada nuevo día de vida que yo poseía y disfrutaba.

Eran muy conscientes, al igual que yo, que solo era una frágil humana, y la vida de los humanos se escurre rápidamente. En un abrir y cerrar de ojos podría estar muerta. La vida mortal pende de un hilo, y a pesar que contaban con las visiones de Alice, y el lector de mentes de mi padre para intentar mantenerme a salvo, nadie tiene el futuro asegurado, y yo en cualquier momento podría desaparecer.

Lo único que me separaba de ese inminente futuro, era pedir que me transformaran, pero no estaba segura de querer hacerlo. Todos querían que me convierta. Hasta mi padre quería transformarme, no solo por mi integridad física, sino porque luego de darle la inmortalidad a mi madre, se había convencido que tenían alma. Se negaba firmemente a creer que una criatura tan perfecta como ella, no posea un alma hermosa y cristalina. Y yo afirmaba esta teoría, era imposible que Esme este condenada al infierno, o que no haya un cielo para Carlisle…

Era seguro que todos me querían junto a ellos por el resto de la eternidad, menos la tía Rosalie. Comprendía su opinión y su postura respecto a la transformación, y la apoyaba. Estaba al tanto de su historia y su experiencia respecto a esto. Por eso no había pedido que me conviertan y por eso trataría postergar este tema lo más posible.

Deseaba compartir miles de años junto a mi familia, no separarme jamás de ella, pero también quería una vida propia. Quería un marido, quería hijos, nietos, bisnietos quizás, quería envejecer con la persona amada. No me gustaba el hecho de quedar anclada para siempre en 17 o 18 años, para toda la infinitud, a la espera de alguien a quien amar, de alguien que me ame o me entienda, como le había pasado a mi padre. Sabía detalladamente su pasado como para querer repetirlo. De solo pensar que me ocurra algo así, me daba piel de gallina.

Así que, aunque sospechaba que todos querían que sea un vampiro cuanto antes y me una definitivamente a ellos, demoraría el tema lo más posible, soslayaría hablar de eso.

Pretendía no pensar en mi futuro con mi padre cerca, pero a veces era inevitable esconder esas memorias. Por lo tanto, seguramente, el ya estaría al tanto de mi resolución. De todos modos, el jamás les comentaría nada, esperaría hasta que me lo planteen y yo pueda expresarme, él era el hombre más caballero y reservado que conocía. El mejor padre de todo el universo…

—Gracias—dijo mi padre, haciéndome sobresaltar—. Me llena de orgullo la opinión que tienes sobre mí.

Se encontraba sentado a mi lado, sonriéndome. Por supuesto, no lo había oído llegar.

— ¿Escuchaste todo verdad? —le pregunté tristemente, observando la expresión de su rostro. Aunque ya sabía la respuesta, él estaba tan al tanto como yo misma, de mis emociones respecto a ese tema. Y estaba casi segura que no se había enterado recién de mi decisión, no era la primera vez que me detenía a pensar en mi transformación.

—Exactamente—dijo con los ojos cerrados, y sabía que respondía a todas mis dudas, las formuladas y las pensadas. La pena atrapo sus facciones, en una desconsolada mueca—. Sabes que intento no leer lo que piensas, pero escucho tu voz mental tan fuerte, que a veces…

—No hay problema, papá—le dije interrumpiéndolo, y tomando su congelada mano entre las mías—. Ya sé que no es tu intención leerme, no me estoy quejando, es solo que no quería que se enteren todavía lo que opinaba respecto a esto.

— ¿Enterarse de qué? Nadie sabe nada, no se de lo que estás hablando—dijo haciéndose el distraído, mientras me guiñaba un ojo y sonreía. Pero su sonrisa no llego a sus ojos.

Yo sabía que él no me delataría, ni a mi madre se lo comentaría.

Movió su cabeza hacia arriba y abajo, confirmando mi última teoría.

Gracias—pensé mentalmente, solo para él, quien se limitó a realizar un gesto con su cabeza—. Lamento pensar de este modo y decepcionarlos tanto, pero yo quiero…

— ¡¿Decepcionarme?! —exclamó precipitadamente. Parecía estar mitad sorprendido y mitad encrespado. Algo le había molestado sobremanera.

Me inquieté, ya que no comprendí su brusca reacción, por lo tanto espere confundida a que continuara y me explicara el motivo.

—Hija, jamás me decepcionaría que pienses de ese modo—me dijo a modo de susurro, calmándose y relajando sus facciones, al notar mi temor—. Y te confieso que me siento muy egoísta al querer que te conviertas, solo para tenerte conmigo durante el resto de mis días. Y que tú, con solo dieciséis años pienses de ese modo me alegra enormemente, yo también deseo verte envejecer, que me des nietos, bisnietos, y que seas muy feliz.

Gracias, papá—continúe hablándole mentalmente, no quería que el resto de mi familia escuche más de lo que ya había escuchado—. Pensé que te había molestado mi decisión, porque te note algo triste.

—Sí, lo estoy, pero no por tu decisión, sino por ser tan egoísta contigo, y por leer tus pensamientos cuando deseas que los ignore—murmuró amargamente, acariciándome las manos con dulzura.

No creo que seas egoísta papá, todos me quieren con ellos para siempre, lo sé aunque nunca me lo hayan planteado. Y yo también, solo que…

—Lo sé hija, no tienes que explicarme, entiendo tu punto de vista mejor que tú misma—interrumpió mi explanación mental, mientras se tocaba suavemente la sien con dos dedos—. Yo te apoyo incondicionalmente en esta decisión y quiero que seas muy feliz—dijo sonriendo, luego beso sentimentalmente mi mejilla.

Gracias.

Sin decir más nada se levantó con suma elegancia de la silla y se fue, dejándome terminar con mi desayuno.

Mientras embuchaba lo último de mi cereal, continúe recapacitando sobre mi futuro, ahora que había aclarado verbalmente este asunto con mi padre, podía pensar sin remordimientos.

¿Esperarían a que cumpla los dieciocho años para plantearme el tema de mi inmortalidad? Yo sabía que ellos querían que me una a su forma de vida, Renesmee me había contado algunas conversaciones que había tenido con mis tíos, con mis abuelos y mis padres.

Quizá esperarían a que este al borde de la muerte para convertirme, como les paso a todos. Eso no estaría para nada mal, hacerme vampiro cuando no tengo otra expectativa de vida. Salvo por el hecho de que si estoy agonizando a los 80 años, sería una eterna arrugadita. Esbocé una sonrisa por mis pensamientos.

No me transformarían por la fuerza, no me obligarían a hacerlo. Respetarían mi decisión ¿No?

Reí irónicamente de mis dudas. Por supuesto que me respetarían, ellos siempre lo hacían. Me sentí idiota por plantearme esa superflua posibilidad, ni siquiera me obligaban a comer cuando era niña, ¿Cómo iban a transmutarme por la fuerza?

Si mi padre había escuchado esa duda tonta estaría ofendido y desilusionado con su hija menor, y con motivos.

Lo siento papá, fui una boba, lo reconozco—dije mentalmente, por si acaso estaba oyéndome mientras meditaba. No quería que él se ofenda conmigo por ese pensamiento absurdo.

Mientras tragaba el último bocado de mi tazón, lo llevé al fregadero y lo lavé apresuradamente, antes de que Esme se diera cuenta y me arrebate la vajilla de las manos para enjuagarla ella misma.

Me disponía a subir las escaleras para ir a mi cuarto a organizar mis cosas para la mudanza, cuando mi madre me llamó.

—Jasmett, ¿Puedes venir un momento? —me gritó desde alguna parte de la casa.

—Creo que estas en problemas—me dijo Emmet, que pasaba a mi lado fugazmente, dirigiéndose a la puerta, con un montón de cajas en las manos. Seguido por Jasper, que llevaba otro montón de cajas.

—Eso parece—afirmé, aunque ya había salido de mi vista, y se encontraba en el patio delantero, me escucharía de todos modos.

Era obvio que ese llamado de mi madre no era para felicitarme, cada vez que utilizaba mi nombre en ese tono, era para una reprimenda o una charla realmente seria.

—Te estoy esperando jovencita—se quejó impaciente.

Seguramente se encontraba en el comedor, sentada a la enorme mesa de nogal que mi familia usaba para mantener largos diálogos, generalmente me daban los sermones allí. Pero para mi sorpresa, no se encontraba en ese sector de la casa.

—Estoy en la sala de estar—comentó, aún más intranquila que antes, respondiendo mis preguntas no formuladas.

En la sala de estar, esto podía corresponderse a dos motivos. La reprimenda era muy extendida y complicada, por eso quería que me acondicione en el mullido sillón para no estar incomoda, o era solo algo informal. Deseaba con todas mis ansias que fuera la segunda opción, no tenía ánimos para palabrerías extensas.

¿Habría escuchado lo que me había dicho mi padre? Eso sí conllevaría una larga conversación. Por favor que no haya escuchado…

El trayecto a los sillones lo hice pidiéndole a Dios que Bella no haya prestado demasiada atención a las palabras que me había brindado mi padre, durante el desayuno.

—Hola mamá ¿Es algo muy importante? Porque debo ir a empacar mis cosas para la mudanza, ya sab…

—Tus cosas ya están preparas—dijo secamente, cortando mi excusa por la mitad—. Siéntate por favor.

Ohoh… Su tono era reservado y duro, esto parecía ser espinoso. Sin decir más me senté quedamente.

Tenía ganas de discutir el hecho de que haya preparado mis cosas sin mi consentimiento, pero solo empeoraría la situación, que ya de por sí, parecía ser muy mala.

— ¿Qué pasa? —pregunté con desconfianza y miedo reflejados en la voz. Mi madre percibió estos sentimientos, y suavizo las duras facciones de su rostro, solo un poco.

—Quería hablarte, de tus irresponsabilidades.

— ¿Mis irresponsabilidades? —le pregunté confusa. Yo no solía ser irresponsable.

—Sí, de eso mismo Jasmett—dijo reciamente, mirándome a los ojos en todo momento—. Yo entiendo que solo tienes dieciséis años, y estás en la edad de comportarte neciamente, pero haces muy difícil nuestro deber de padres, si siempre estás siendo imprudente.

—Mamá, ustedes no me permiten ser responsable, me están todo el tiempo atrás, no puedo ni vestirme yo sola—me quejé, indignada—. Hasta me harían los deberes del instituto si los dejara.

—No me refiero a ese tipo de responsabilidad, me refiero exactamente a que te andes tirando por las escaleras, te caigas de los árboles, te tires por la ventana, atravieses vidrios…

Ahí entendía por dónde iba la cosa, pero verdaderamente salvo lo de las escaleras, todo lo demás había sido por culpa del tío Emmett. Bueno, por culpa de los dos, en realidad. Yo quería pasar el tiempo, divertirme y el me arrimaba el hombro. Quizá su modo de ayudarme no era el mejor, pero sí que me reía a carcajadas con él. Dejé de carcajearme tanto cuando me tiré por la ventana de su habitación en el segundo piso y al agarrarme con sus demasiado fuertes brazotes para mi cuerpecito, me dislocó el hombro izquierdo. Pero igual fue entretenido. Lo habría repetido de no ser que mi hombro estaba visiblemente fuera de su lugar. Reprimí una risa al recordar el momento, y la cara del tío Emmett, al ver mi omoplato descolocado.

—Lo del árbol fue una caída, no estuvo premeditado, no pensé en tirarme—traté de defender, lo que realmente era indefendible. Yo hacía estupideces, de eso no había duda, ni escapatoria, merecía el castigo que podría imponerme mi madre.

—No te habrías caído sino te hubieras subido—me recordó mordazmente.

No podía decirle que todo era idea del tío Emmett, iría directamente tras él. Además yo también apoyaba sus locuras. Me parecía raro que papá no lo haya desmembrado, seguramente no quería ser drástico, sabía que el tío jamás me haría daño a conciencia.

—Sí, tienes razón, solo que me aburro mucho, además solo son un par de huesos rotos. ¿Jamás cometiste ninguna imprudencia? —le pregunté, tocando su punto débil, a propósito.

Mis imprudencias no eran nada comparadas con las que había cometido ella como humana, y aunque jamás me las había mencionado, yo las sabía muy bien, nuevamente el tío Em era el culpable de esto.

Evaluó mi pregunta, seguramente recordando, la vez que saltó del acantilado, la vez que montó en moto, el peligro con aquellos hombres malvados que quisieron herirla, y sin mencionar el hecho de condenarse atándose con un vampiro.

—Si hija, cometí mis imprudencias, y aun las cometo, pero debes entender mi preocupación como madre, esta vez solo fueron huesos rotos, ¿y si un día te das un golpe peor? —preguntó ásperamente, queriendo disfrazar su pánico, pero visiblemente dolida—. Si te caes de cabeza al piso, el suelo no se romperá, como ocurriría si fuera yo la que cayera.

—Lo sé mamá, no estés triste por favor, perdóname—le rogué abrasándola fuertemente cuando descubrí que estaba demasiado triste, más triste de lo que me quería demostrar. Sus lágrimas hubieran caído a borbotones si su naturaleza se lo permitiera.

Y no podía engañarme, no a mí. Sus ojos, que alguna vez fueron marrones, ahora eran color ámbar y me representaban espejos, nítidos espejos donde se reflejaba su alma. Y en ellos ya no había enojo como al principio, solo tristeza, la más pura angustia se manifestaba en ellos.

Las gotas empezaron a escurrir de mis ojos, y antes de que yo me diera cuenta de ellas, mi madre ya estaba borrándolas con tiernos besos, tenía la encantadora costumbre de hacer eso con Renesmee y conmigo, cada vez que llorábamos.

Ella tenía mucho miedo por mi vida, temía perderme constantemente y yo solo empeoraba las cosas poniéndome difícil, arriesgando mi existencia solo por tonta diversión.

—Lo siento tanto mamá—le dije entre lloriqueos—. Perdóname, prometo ser más prudente, es solo que a veces no me doy cuenta de las cosas, a veces olvido que no soy como ustedes, así como olvido que ustedes no son como yo, lo siento.

Me encontraba terriblemente apesadumbrada, por haber entristecido a mi madre con mis estupideces.

—Si hija, ya pasó, solo intenta cuidar de ti misma, solo eso—dijo reconfortándome, tomándome en sus brazos.

Me quede abrasada a ella un tiempo, podía pasar toda mi vida así. Su cuerpo de granito me proporcionaba un lecho perfecto, preferiría mil veces recostarme sobre el pecho de mi madre, antes que dormir en una esponjosa cama. Mi anatomía parecía hecha totalmente para ensamblarse al refinamiento con la rígida constitución de mi familia.

No sabía quiénes eran mis padres biológicos, me habían abandonado apenas nací. Pero eso no me importaba, ni me inquietaba en lo más mínimo, por el contrario, agradecía todos los días que lo hayan hecho, ya que ellos no podrían ser mejores que Bella y Edward.

—Debo ir a terminar las cosas de la mudanza—dijo mi madre lamentando en su tono de voz, tener que soltarme y besándome paulatinamente en ambas mejillas.

—Está bien mama—le dije liberándola de mala gana de mi abrazo—. Yo iré a pasear por ahí, a darle un último vistazo a este lugar, antes de comenzar nuevamente mi vida en Forks.

— ¿Quieres que hablemos sobre eso? —preguntó mi madre nuevamente perturbada, acariciándome tiernamente los cabellos.

— ¿Hablar de Forks? —le consulté, liada con su pregunta.

—Hablar de cómo te sientes respecto a las constante mudanzas y nuestro estilo de vida, tu padre dice que lo tomas demasiado bien y que no te molesta, pero…

—Pero nada mamá, mi padre está en lo cierto. Yo comprendo este estilo de vida, y no me molesta, me agrada. Soy lo suficientemente retraída como para hacer amigos, así que no hay de qué preocuparse, no me encariño con nadie, ni compañeros de pupitre tengo, así que no tienes que preocuparte de si estoy mal… porque no lo estoy—le aclaré antes que concluyera su frase. No quería que vuelva a ponerse mal, conceptuando que voy a extrañar unos amigos que no poseo.

Después de convivir con personas de más de 80 años de edad, los jóvenes de dieciséis me parecían chiquillos demasiado insignificantes, como para querer su compañía.

—Jaz, me pone mal que no tengas amigos, ni compañeros, ni nada ¿No los tienes por nuestras constantes mudanzas? —preguntó, aún más preocupada que antes.

— ¿No le crees a papá? —le consulté incrédula.

Me negaba a creer que él no le había contado como me sentía respecto a la amistad, y si le había contado ¿Por qué dudaba de él?

—Edward me dice que eres muy feliz, y que no tienes amigos porque ellos no son lo suficientemente buenos para ti—dijo riendo—. ¿Está él en lo cierto?

—No sé si no son buenos para mí, eso lo debe pensar él—y claro que lo creía, nadie era digno del amor de sus hijitas—.Es solo que me parecen…—necesitaba encontrar la palabra adecuada para que me entienda, y las más acertada era esta—tontos, me parecen muy tontos.

Mi mamá comenzó a reír a carcajadas.

—Sé lo que siente, después de conocer a tu padre, no había nadie que lo igualara, hasta me aburría de mi misma—dijo mi madre aun riendo—. Te entiendo hija, solo quiero que seas muy feliz, el día que encuentres a alguien…especial, déjanos saberlo, podemos quedarnos más tiempo en un lugar o…

—O nada mama, no hay nadie especial—le dije muy segura—. Y el día que lo haya, serás la primera en enterarte, bueno, la tercera en realidad, primero lo sabrá Alice, y luego papa seguro—dije pensándolo mejor—. Pero serás la primera a la que se lo cuente con mis propias palabras—le aseguré, dejándola tranquila.

—De acuerdo—dijo, levantándose del sillón rápidamente—. Voy a seguir con la mudanza, ya que Alice hizo las cosas por ti, puedes ir a recorrer el lugar como querías, cualquier cosa de la que desees hablar, solo avísame—dijo estas últimas palabras y desapareció de mi vista, demasiado rápido para que siguiera la dirección que había tomado.

Me encaminé hacia la puerta, dispuesta a pasear por el jardín en lo que quedaba de mi estadía en este lugar.

No lo extrañaría en absoluto, el instituto era horrible, solo ensañaban cosas que ya sabía. Esto pasaba en todos los colegios a los que asistía, ya que Esme, Carlisle y mi padre se encargaban de darme clases extras cuando me aburría. Hablaba fluidos español, portugués e inglés. Estaba aprendiendo francés, me faltaba poco para hablarlo claramente, debía repasar algo de vocabulario.

Me encaminé hacia la rustica, pero confortable hamaca que había colgado mi tío Jasper en el árbol más cercano a la casa, para que me divierta sanamente. Cuando apareció frente a mí, sobresaltándome, flaqueado por Emmett, se traían algo entre manos, lo noté a penas los vi.

—Hola—les dije mirándolos atentamente, primero a Emmet, luego Jasper, luego a Emmett nuevamente.

— ¿Estas castigada? —se apresuró a preguntar Em.

Por ahí venia la mano, apuestas…

—No—les dije sonriendo pícaramente, mirándolos a ambos.

— ¡Oh vamos! —se quejó mi grandulón tío, pateando el suelo— ¿No te ha castigado?

—No, para nada, solo conversamos, sobre algunas cosas.

—Más vale que pagues tu apuesta—le ordenó Jasper, desafiante, intentado reprimir una sonrisa.

—Rose va a matarme—se lamentó Emmett.

— ¿Qué apostaron? —pregunté, curiosa.

—Eres muy pequeña para saberlo—se adelantó a recordarme Jasper, pero en realidad se dirigía a Emmett, que ya había abierto la bocota para responder mi fisgoneo.

Igualmente ya sabía por dónde iba el asunto. No apostaban dinero, ya que para ellos era igual a que un humano apueste tierra. Y si Rose estaba involucrada en el pago de Emmett, seguramente era algo sexual. Y la cara de frustración de mi enorme tío, afirmaba mi teoría. Así que me limite a sonreír triunfante, no necesitaba que me digan algo que ya sabía.

Caminé los dos pasos que me separaban de la hamaca y me senté en ella, sin dejar de mirarlos tiernamente.

—Si te portaras peor, ganaría las apuestas—me reprochó Em, en tono infantil, algo que causo la risa de Jasper.

—Probablemente no—lo contradije—. Todo es culpa tuya, por no resignarte a dejar de apostar con un lector de estados de ánimo. Pobre tía Rose, se va a poner difícil, no necesito el don de Alice para prever eso. —le dije irónicamente, sacándole la lengua y mi tío Jasper se echó a reír con más fuerza aun.

—Eres la mismísima reencarnación del demonio—me dijo con enojo fingido, marchándose apresurado dando grandes zancadas, dejando sus enormes pies marcados en el pasto.

Jasper se limitó a mirarme sentimentalmente y seguirlo.

Comencé a hamacarme apaciblemente, lo único que extrañaría de esta casa, sería este enorme árbol. Cada vez que necesitaba pensar recurría a la hamaca que colgaba de él. Pero, podía llevarme la hamaca, y pedirle a mi tío que la colgara en otro árbol, sería lo mismo.

¿Cómo sería mi nueva vida en Forks?

Seguramente no muy distinta a la de ahora. Seguiría con mi familia, y solo con ellos. No haría amigos, ni siquiera compañeros, no habría nada interesante, nunca lo hay. Tampoco buscaba nada especial, mi familia me bastaba para ser feliz, no necesitaba nada, ni nadie más.

Igualmente, siempre me preguntaba en qué lugar encontraría el amor. Pero no cualquier amor, no el amor corriente, no cualquier sentimiento, no cualquier hombre. Yo quería un amor como al que me habían acostumbrado, un amor de novelas, un amor absoluto, como el que se profesaban mis padres, como de mis tíos, el de mi hermana, el de mis abuelos…. Un amor en el que uno da la vida por el otro, sin detenerse a pensarlo.

Pero ese amor, según mis pensamientos, no existía para los humanos. Ningún humano muere de amor, ninguno se suicida por amor hoy en día.

El amor inquebrantable que ensamblaba a mi familia estaba extinguido actualmente, no quedaría de ese amor para mí, no me entusiasmaría pensando de esa forma. Trataría de consentirme con otra cosa, no amor incondicional, no amor eterno, no amor más allá de todo y de todos, simplemente encontraría amor, solo eso. ¿Podría conformarme con solo cariño? ¿Con ser querida únicamente?

Quizás mi destino me deparaba otra cosa, quizás no me esperaba el amor. Tal vez mi destino sea mi familia, para siempre, solo ellos, y no me fastidiaría. Me parecería bien. Siempre estaría agradecida de tenerlos conmigo.

Porque, después de todo, yo amaba a mi familia, la amaba completamente.

No como se aman las parejas, pero mi amor por ellos era tan intenso, como el amor que siente mi padre por mi madre y viceversa. Daría mi vida por ellos, por mi hermana… La daría sin dudarlo.

Una fuerza me impulsó, haciendo más rápido y destemplado mi balanceo en la hamaca.

Miré hacia atrás, era Renesmee, no la había oído llegar, nunca la oía.

—Estás muy pensativa Jazz—me dijo dulcemente— ¿Estás bien? —me preguntó preocupada.

—Estoy bien Nesmy—le dije, pronunciando dulcemente el sobrenombre que yo misma le había inventado con mucho amor, ya que nuestra madre se salía de sus casillas cuando la llamaban "Nessy".

—Puedes engañar a mamá, pero no a mí, soy tu hermana ¿Lo olvidaste? Estamos conectadas—me dijo, deteniendo la hamaca y sentándose en el suelo, frente a mí. Me paralicé a mirarla, era hermosa. Más hermosa que papá y mamá juntos, ya que era una perfecta combinación de ambos. Había heredado los más hermosos rasgos de ellos.

Su cara reflejaba todo el amor que me tenía. Cuando me conoció, yo era una beba, tenía menos de un mes de vida, solo había logrado detestarme un par de horas, el tiempo que había durado su creencia de que la habían reemplazado por mí.

Pero luego, al entender la angustia de mi madre, y al ver el poder que un bebé podía tener para hacer feliz a la familia, me aceptó, y dejó que yo la hiciera feliz a ella también. Según ella yo era lo mejor que le había pasado, era la mejor hermana. Y cuando la veía observarme de esa forma, con todo ese amor completo reflejado en sus ojos, le creía, creía que yo era lo mejor que tenía, no podía dudarlo cuando me miraba así.

—No voy a extrañar este lugar—le dije, ella esperó que yo continuara hablando, sabía que tenía algo más que decir—. No voy a extrañar ningún lugar del que nos mudemos, ya que solo los tendré a ustedes, no hay nada que extrañar mientras este con todos ustedes.

—Eso lo dices ahora, porque aún no te ha llegado el amor—me dijo, exponiendo su hermosa sonrisa.

— ¿Crees que hay amor perpetuo para mí?

— ¡Por supuesto! —aseguró, aun sonriendo.

—Tú lo decís tan segura, porque tienes al amor de tu vida junto a ti desde que naciste, esas cosas no existen para los humanos—le dije apenada.

Ella evalúo mi rostro, encontrando la angustia que me recorría, y dándose cuenta que yo llevaba la razón, aunque nunca lo admitiría.

—Papá sin ir más lejos, tuvo que esperar más de cien años para encontrar el amor, para encontrar alguien con quien compartir su eternidad ¿Y el abuelo Carlisle? ¿Te contó su historia? Estuvo solo por más de…

—Nesmy…—la interrumpí con una mueca de dolor reflejada en mi rostro, no quería seguir escuchando, ya conocía las historias familiares, y todos habían esperado muchos años hasta encontrar ese amor tan especial, una cantidad de años que yo no llegaría a vivir.

—Ya lo sé, no quieres convertirte, pero…

— ¿Cómo lo sabes? ¿Te lo contó papa? —le pregunté impulsivamente, estaba a atónita, mi padre no podía haberme decepcionado, se tendría que haber enterado de otra forma, quizá nos escuchó hablar hoy en el desayuno…

Se limitó a mirarme como si yo tuviera problemas mentales, y no entendiera lo que estaba diciéndome. Lentamente acerco su cálida mano hasta ponerla suavemente sobre mi mejilla, a modo de caricia, pero la dejo allí inmóvil.

Y con su extraordinario don, solo me mostró mi cara, en diferentes ángulos, desde su perspectiva. Cada imagen de mi rostro tenía una expresión diferente, y ella sabía en cada uno de mis gestos, lo que me pasaba, lo que sentía, hasta lo que pensaba.

Me estaba demostrando que me conocía más que yo misma, y no se equivocaba. No necesitaba la habilidad de nuestro padre para saber lo que yo pensaba, ni la del tío Jasper para saber qué estado de ánimo tenía, ella me conocía como la palma de su mano.

— ¿Realmente crees que necesito que papá me cuente lo que piensas? —me consultó sarcásticamente, retirando su mano de mi pómulo.

—No—respondí avergonzada—Solo que… nunca me dijiste que sabias la decisión que había tomado.

—Porque nunca quisiste hablar de eso—me recordó.

—No sabía cómo ibas a tomarlo—me defendí, angustiosamente.

—Jaz, te aseguro, que elijas la vida que elijas, no importa lo que sea, siempre estaremos contigo—me dijo fervientemente, el fuego flameaba en sus ojos, el cariño que me tenía desbordaba al pronunciar estas palabras—. Y el amor te va a encontrar, no vas a poder escapar de él, nadie puede.

Ambas reímos.

—No lo sé Nesmy ¿Crees que un humano puede amarme como papa ama a mama?

Ella se quedó evaluando mi pregunta, era obvio que la respuesta era un simple "no", pero seguramente no quería decepcionarme. Ambas estábamos al tanto de la situación del mundo, los titulares anunciaban "HOMBRE VIOLA Y LUEGO ASESINA A SU PROPIA HIJA", "MADRE AHOGA A SU BEBÉ DE TRES MESES DE EDAD", "ADOLESCENTE VENDE A SU NOVIA A BANDAS DE TRÁFICO HUMANO POR CIEN DOLARES".

Jamás leí alguno que notificara "HOMBRE DA LA VIDA POR SU NOVIA", "SALVÓ A SU MUJER DE TRÁGICO INCENDIO". Ninguno de esos, todos informaban hechos estremecedores, horribles, nada que valga la pena.

Por fin se decidió a contestarme.

—El mundo está más allá de solo humanos Jaz, ¿Aun no lo has notado? —dijo con una leve sonrisa de autosuficiencia, proveyéndome una larga mirada significativa. Acto seguido se levantó del suelo ligeramente y se marchó, no rápido, sino lentamente. Pero no iba a detenerla, no tenía nada que refutarle, me había dejado sin palabras.

¿Ella creía que había algo místico esperándome? Mi hermana estaba desquiciada. Quizá un simpático duendecillo verde quiera darme su amor perdurable. Reí sonoramente de mi pensamiento.

Salté de la hamaca, aun entre risas, y me apresure a la casa con las palabras de mi hermana aun resonando en mi cabeza. "Más allá de humanos" como si un hombre lobo pudiera encontrar algo atractivo en mi e imprimarse conmigo. Como si yo fuera tan interesante y encantadora como ella. Todos me amaban tanto que olvidaban mi intrascendente y horrible naturaleza humana.

Al ingresar en la estancia solo vi a Alice. Que se dirigía velozmente de un lado a otro, acomodando cosas que mis escasos reflejos humanos no llegaban a distinguir.

— ¿Dónde están todos? —le pregunté.

Se detuvo frente a mí antes que terminara de formular mi pregunta.

—Carlisle y Esme junto con Nessy y Jacob ya están de viaje a Forks. Rosalie está verificando el estado de los demás vehículos en los que viajaremos nosotros. Ve al garaje, en cinco minutos salen tus padres—terminó de decir estas palabras y continúo corriendo en todas direcciones.

— ¿Qué haces? —le consulté confusa, intentado seguir los movimientos que realizaba de un lado a otro de la habitación, sin éxito alguno.

—Acomodo las cosas—se limitó a decir—. Debes ir al garaje, Bella te llamara en un minuto para que vayas. No la quieres oír gritar ¿O sí?

No, no quería. Saludé a mi tía con un simple "adiós", y fui al garaje. Lista para emprender el nuevo viaje, que con mi padre conduciendo, sería muy breve por suerte.

Mi familia había vivido anteriormente en Forks, claro que ya no quedaban habitantes vivos que pudieran reconocerlos. Todos morían al fin al cabo, con el inminente paso del tiempo.

Nunca había ido a Forks, pero por las fotos tomadas hace más de 80 años, por mi familia, parecía bonito.

Mi madre realizó las averiguaciones pertinentes, y me informó que el instituto era muy bueno, estaba mejor de cuando ella y mis tíos habían asistido. La dirección había pasado a manos de un tal Sr. Lafrod, y habían remodelado las instalaciones y los planes de estudio, haciéndolos más avanzados, para facilitar la estadía en la universidad. Igual yo sabía que me aburriría, como en todos los colegios, por más avanzados que fueran. Mi familia me había ensañado más cosas que los profesores.

Estos años en Forks pasarían igual que los anteriores.

Carlisle y Esme, serían nuestros padres adoptivos, los padres de todos nosotros, menos de Jacob, que solo sería el novio de Reneesme. Eso era lo único que me molestaba de esta familia, aparentar ser hermana de mi madre y mi padre. Tener que llamarlos "Bella" y "Edward" en público, en lugar de "mamá" y "papá" respectivamente. Sabía que a ellos también les incomodaba, pero era una medida que debíamos tomar para no levantar sospechas, así que todos debíamos sobrellevarlo. Físicamente yo tenía la misma edad que mis padres, aunque por mi contextura frágil y desgarbada ellos podían aparentar tener más edad, pero con los años seguramente yo pasaría a ser la madre de ellos. Que frustrante.

Yo sería la única que iría al instituto, debía terminarlo al menos una vez, según mis padres. Todos los demás habían dejado de asistir cuando juntaron tantos birretes de graduación como para empapelar toda la case de arriba abajo. Ellos aparentarían tener más de 20 años.

Esme y Carlisle, por supuesto, serían los mayores con 34 años. Mi abuelo iba a desempeñarse como el mejor médico local, mientras que Esme iba a dedicarse a la arquitectura por décimo año consecutivo.

Emmet, Jasper, Rosalie y Jacob los seguían, aparentando tener 24 años. Mi enorme tío seria el nuevo profesor de educación física, muy a mi pesar en este detestable instituto se imponía esta asignatura todos los años, hasta finalizar. Por lo tanto, irremediablemente lo tendría como maestro.

Jasper, logró que le dieran el pase a Forks, para seguir con su apasionante carrera de policía. Y Rosalie ya había mudado su estudio Jurídico a ese pueblecito, no cabía duda que era una abogada irrefutable, solo tomaba los casos que a ella creía "justos defender", pero no creo que en este poblado haya mucho movimiento judicial, más que algún divorcio, así que ella mantenía sus antiguos clientes.

Esme ya le había preparado a Jacob, su propio taller mecánico, para que se divierta y recaude algo de dinero.

Edward, Bella y Alice, aparentarían 23 años. Mi padre hacía ya más de veinte años que se había animado a ejercer su título como cirujano, trabaja junto a Carlisle, y ambos eran una inminencia, personas de todo el mundo los seguían para atenderse con ellos. Mi madre continuaba trabajando en su redacción, esa sería su cuarta novela que sería comercializada de forma anónima, y se convertiría en éxito de ventas, en solo semanas, como las anteriores. Según ella, actualmente los libros y el trabajo de los escritores estaba mucho más valorado que hace muchos años atrás, era algo que no había pasado de moda, por el contrario cada vez se consumían más y más libros.

Alice, nuevamente organizadora de eventos.

Reneesme aparentaría ser poseedora de agraciados 20 años y no tenía planes de un trabajo, solo tenía ganas de concentrarse en el matrimonio con Jacob.

Así, mi familia y yo, emprenderíamos este nuevo viaje, que aparentaba ser igual de aburrido que los interiores.

O al menos eso creía.