Disclaimer
Las únicas piezas originales son la trama de la historia en conjunto con las mezcla de mis ideas y uno que otro posible OC. Los personajes de Osomatsu-san son propiedad de Fujio Akatsuka y de las cadenas que lo hayan adquirido para comercializar, animar, etc., así que solamente figuran aquí sus características físicas y algunos rasgos de personalidad como uso recreativo.
La trama puede contener R-18 por lo cual, preferiría solamente a mayores de edad leyéndolo, sin embargo no controlo la red ni soy responsable del lector por lo que únicamente puedo decir que adelante, disfrútenlo quien lo lea, y tampoco subestimo la madurez de quien esté aquí a pesar de su edad, solo recuerden que todo en esta historia es ficción, cualquier parecido con la trama o con los actos de los personajes es mera coincidencia.
Esta historia posiblemente-seguramente- contenga temas incestuosos, violencia, lenguaje inapropiado o temas de violación (recalco que este último bajo ninguna circunstancia tratado como algo fantasioso, si no como lo que es, como un delito de gravedad y afectación severa) Lo digo por si la trama cae en estas circunstancias.
Por último, quisiera agradecer de antemano a las personas que leerán el fanfic hasta el final y que son bienvenidas sus críticas constructivas, comentarios, aclaraciones o hasta desacuerdos, que con gusto –en la medida de lo posible – contestaré.
Sin más que decir por el momento, siéntanse cómodos/ cómodas y bienvenidos a _"idilio de sangre"_
§ - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - §
-Capitulo 0-
§ - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - § - §
Fue un día en particular, en la víspera de una puesta de sol cualquiera, en algún otoño de un año en la infancia de los hijos de cierta familia.
Un hombre de aproximadamente cuarenta años llegó a su casa luego de un largo viaje de negocios. Dejando la maleta de piel que traía a sus pies enseguida recibió entre sus brazos a unos chiquillos que bajaron presurosos por la escalera mientras sus voces entremezcladas y ruidosas, daban la bienvenida y preguntaban incomprensiblemente sobre asuntos que sus infantiles mentes aun no podían comprender. Sonriente, el hombre aun con el puro en sus labios saludó a cada uno de ellos. Su mayor orgullo, sus hijos varones portadores de su sangre y apellido.
Al igual que la cereza del pastel perfecto, salió su mujer, vistiendo tan sencilla y natural como siempre a pesar de los lujos que la rodeaban. Con un "¿cómo estuvo tu viaje?" Junto a un cariñoso abrazo, le dio la bienvenida a su amado esposo. Matsuno Matsuyo, la que comprendía, la que perdonaba los actos de su pareja porque le amaba, porque había aprendido a hacerlo, porque quería creer que la vida la recompensó luego de la difícil situación que le tocó.
¿Qué más se podía pedir de una familia? Lucía todo perfecto ¿no? Esposa, hijos, estabilidad económica, esperanzador porvenir…
Así disfrutaba este hombre los frutos justificados de sus cuestionables y privados medios. Así, concebía la felicidad alcanzada generaciones antes que él, ansiada en los años de necesidad y penuria. Felicidad que pensaba proteger a pesar de todo y mientras la inocencia de esos niños perdurara.
El timbre de la puerta se escuchó y enseguida la mucama fue a abrir. La tranquilidad formada momentos atrás en la sala se vio interrumpida cuando ella llegó y luego de hacer una reverencia a su patrón, dijo que un tal Arizumi solicitaba hablar con él. El semblante del jefe de familia cambio a uno serio y le dijo a la joven que pasara al invitado al despacho.
¿Quién es papá? –preguntó el mayor de los niños con la curiosidad inocente brillando en los ojos.
Un conocido –le contestaron a media sonrisa –no tardare Osomatsu, quédate aquí con tu madre y tus hermanos ¿sí?
El pequeño de cabellos marrones oscuro asintió obediente.
Mi querido señor Matsuno ¿Cómo estuvo su vuelo a casa? –saludó el invitado mientras cruzaba sus brazos sobre el pecho y recargaba la espalda en el sillón de cuero.
Estoy seguro que mejor de lo que tu amo hubiese querido –rio el hombre al entrar a su despacho.
No diga eso, mi señor le respeta.
Matsuno lo miró con una sonrisa incrédula mientras encendía su fino puro y tomaba asiento en su mullido sillón detrás de la madera de caoba que era su escritorio.
Qué perro tan bien educado que habla maravillas de la mano que lo alimenta.
Desafiantes miradas bajo la máscara del cinismo, demasiado denso para predecir que aquella no sería una charla de buenos deseos. Un par de horas a puertas cerradas, sin la interrupción de alguien, en donde puro tras puro y otro sorbo de soberbio wisky, acompañaba el verbo de esos dos hombres.
Mientras tanto, los pequeños hallábanse durmientes en la alfombra de la sala, consentidos por su madre bajo frazadas de igual diseño para cada uno y un peluche diferente acompañando el sueño ante el cual sucumbieron mientras esperaban a su progenitor. No obstante, uno de ellos se levantó tallando sus ojitos y medio adormilado mirando alrededor y no encontrándose con alguien, tomó su juguete y subió la escalera con la intención de buscar a su padre.
Al final del corredor, a donde había llegado el infante, se entreabrió la pesada puerta de roble y de lo que parecía ser penumbra ante la imaginación de un pequeño de siete años, salió aquel extraño hombre topándose con el niño que abrazaba un mapache de peluche. Con su sonrisa retorcida y un brillo extraño en los ojos lo saludó mirando el semblante infantil temblando con la timidez típica de su edad.
Ah, que molesto –dijo suspirando llevándose la pálida mano a la frente ante la reacción del menor – ¿Quién eres tú?
Karamatsu – le contestaron tímidamente tras el muñeco.
Ah, ya veo, estar adivinando el nombre de cada uno de ustedes es un verdadero dolor en el culo, ja, ja, ja.
¡Karamatsu! –interrumpió otro infante de la misma estatura -¿Por qué te has llevado a mi mapache?
Osomatsu niisan –habló el contrario –perdóname es que lo vi tan solito que…
El otro niño hizo un mohín y le arrebató el juguete. En el acto el padre salió sin percatarse de la escena anterior.
Te imaginaba en la puerta de salida Arizumi –habló el señor Matsuno con fingida cortesía.
Solo saludaba a tus retoños –Tras un silencio el otro hombre contestó con sorna que guardara bien en su memoria sus rostros y que nunca olvidara sus nombres. Extraña advertencia de la cual el tal Arizumi ni se dio cuenta.
Osomatsu hijo, ven aquí un momento –el mayor mostró un rostro paternal y cargó a su hijo entrando con él al despacho mientras le sonreía a Karamatsu y le decía que fuera con su madre, ya que tenía algo importante que hablar con su hermano mayor.
Sí –sonrió aquel y enseguida le dio una mirada compungida a su hermano pidiéndole perdón por tomar su mapache.
No te preocupes, no sabías que era mío – sonrió Osomatsu tan brillantemente que en la mente de cualquiera se borraría todo berrinche infantil arremetido.
La puerta se cerró
Oye chiquillo –prosiguió poniéndose a la altura del menor, aquel extraño que permanecía mirando la escena–un consejo útil: Los que más amamos son los que nos hacen más daño.
El menor parpadeó confuso ante el comentario.
Ja, ja you'll understand as the years pass, child. –Finalizó Arizumi alzando los brazos y poniendo las manos entrelazadas detrás de la nuca para irse.
La vida próspera durante los siguientes seis años acogieron a la familia. Seis años en los cuales Matsuno Matsuzo proveía bienes ostentosos a sus hijos, tiempo en el cual un negocio tras otro crecía y también en los cuales los hermanos veían constantemente la ausencia y el suplante de guardaespaldas de su padre. Para cuando el hijo mayor Osomatsu Matsuno cumplió los trece años de edad, su padre ya había sido llevado a juicio cuatro veces, y en las cuatro salía absuelto. Bien recuerda el muchacho que tras él evento se llenaba de gente de la prensa y la contraparte salía en lágrimas o con el rostro envuelto en ira mirando a su padre con tal filo en los ojos que le rebanaría la carne si pudieran.
En fin ¿Qué sabría una mente joven de estos casos? En verdad, demasiado para la edad porque las circunstancias así lo exigían, porque aunque parecían actividades para ser una persona más "culta", tarde o temprano entendería su verdadero objetivo.
"La familia primero" recordaba las palabras de su padre, recordaba cada arma de fuego que él le había mostrado y que estaban bajo llave detrás de aquella gaveta tras el armario; recordaba la promesa de que pasase lo que pasase cuidar de sus hermanos.
La mente de un verdadero cabeza de familia, en los confines de una organización perfecta.
Cajas de chocolate llegaban rara vez por correo y el chico sabía muy bien que hacer, quemarlas, porque una caja de golosinas provenientes de un extraño era señuelo sencillo para los jóvenes del hogar.
Con catorce años era propicio que el segundo hijo Karamatsu Matsuno supiera lo que su hermano mayor.
Porque un verdadero cabeza de familia, en los confines de una organización perfecta necesitaba de una mano derecha.
Arte de defensa personal en la pubertad de los hermanos Matsuno, aprendizaje de que el mundo era una constante ley marcial en donde para sobrevivir ellos eran la autoridad. Una interminable defensa, una vida en la cual el poder tenía alto precio y las habilidades tenían que pulirse como espadas. Choromatsu, Ichimatsu, Jyushimatsu y Todomatsu Matsuno se le enseña que Osomatsu era la voz que deberían seguir toda la vida.
Porque un verdadero cabeza de familia en los confines de una organización perfecta necesitaba de espadas y de perro guardián. Porque el todo era más que la suma de sus partes.
Fue en un invierno, de un año especifico, en una noche de luna llena en la vida de seis hermanos.
Carmesí deslumbró por las ventanas, el grito de la servidumbre y balazos a diestra y siniestra. La madre subió a toda prisa y les ordenó a sus pequeños bajar por el ventanal aferrándose a la escalerilla disimulada. Ardía por los pasillos el infierno provocado por la rivalidad y la ambición, de una disputa en la que exigían que el nombre Matsuno desapareciera por completo.
¡Basta Osomatsu! –gritó Matsuyo – ¡Tú prioridad son tus hermanos, así que baja y llévalos con cautela!
El niño tragó grueso y conteniendo lágrimas le dijo a sus hermanos que bajaran para luego hacerlo él mismo. Sin mirar de nuevo a su madre, sin decir nada más.
Madre, por favor –dijo Karamatsu antes de ser el último en bajar.
Kara -respondió ella con los ojos llorosos y una sonrisa a media vela tomando entre sus bondadosas manos el rostro de su hijo –Si pudiera cambiar varias cosas…por favor vela porque tu hermano mayor no pierda el camino. Y perdóname –finalizó dándole un beso en la frente a su hijo.
Sin lágrimas en los ojos Osomatsu jalaba de la mano a su tercer hermano quien lloraba fuerte seguido de los demás. Por el rostro de Karamatsu descendían las lágrimas mojando sus sellados labios en una curva que denotaba su infinito dolor.
El camino para los seis se había trazado desde el inicio con el color carmesí-
