Notas: Los personajes son de Kubo y Yamamoto, MAPPA.
*Getas: sandalias de madera tradicionales en Japón.
*Hakama: kimono de dos piezas, la parte de debajo es un pantalón ancho con pliegues verticales.
*Haori: tiene el mismo diseño que la capa superior de un kimono pero más corto y se usa encima de otras prendas.
*Fundoshi: ropa interior tradicional japonesa similar a un taparrabo.
El paisaje de la época antigua japonesa parecía sacado de un cuento, donde un campo verde tan extenso que sus límites escapaban de la vista rodeaba la solemne estructura tradicional de la casa principal y otras casas elegantes de menor tamaño. Estas casas menores estaban repartidas en sectores separados; son habitadas por las antiguas esposas del terrateniente y los hijos desposados que tienen su propia familia, todos con guardias y sirvientes personales. Y como familia del terrateniente están encargados de gestionar a los empleados y la producción en sus áreas designadas.
Habían inmensos campos de arroz a los que les llegaba el agua del río y donde las personas que los trabajaban se veían diminutas a la distancia. También se encontraban los establos donde los caballos de calidad eran cuidados para ser vendidos y grandes grupos de ganado y gallinas se dividían en varios corrales, además de otras estancias donde se guardaban los granos y se fabricaban licores.
Parecía idílico, sobre todo para un muchacho como él que no tenía que romperse las manos trabajando con la tierra o los animales, tal como hacían otros de su edad e incluso menores. Era afortunado por vivir en la casa principal, era afortunado por solo tener que cubrir labores domésticas sencillas y verse bonito a ojos del terrateniente, eso es lo que le habían dicho desde que quedó huérfano y entró a vivir ahí como candidato a cónyuge, y es lo que siempre se repetía mentalmente para no temblar pensando en un futuro que ya estaba a la vuelta de la esquina.
Vistiendo un kimono rojo de flores doradas y un obi azul oscuro, con las amplias mangas recogidas hasta el codo Guang colgaba al aire libre la ropa recién lavada cuando escuchó el trote de unos caballos. Dos empleados regresaban de afuera y se dirigían a las barracas de un solo ambiente que compartían en grupos, durmiendo en camas de paja divididas por unas cortinas viejas que eran lo único que les daba privacidad.
Cada tanto se les mandaba a encargar preciosos trajes o los mejores pescados en el puerto, y ellos aprovechaban ir al pueblo para visitar a sus familias, comprar medicinas o simplemente divertirse un rato.
Uno de los hombres iba cabalgando con una mujer castaña de buena figura, sentada delante con la espalda totalmente pegada a él, y el otro tenía a una niña un poco sucia que no debía pasar los once años, con el pelo negro medio crespo atado en una cola alta y varias perforaciones en las orejas, sentada de frente a él abrazándolo. Podría verse como un simple paseo si la muchachita no tuviese su yukata marrón alzado dejándole el culo expuesto, revelando que a cada trote del caballo daba saltitos sobre la gorda polla del sujeto.
Bajaron de los caballos con esas dos que desprendían un aroma meloso bastante característico. El que iba con la mujer la agarró de la melena haciéndola caminar con él penetrándola desde atrás, estaba anudado dentro de su coño así que no se podían separar aún. Su compañero tomó la cuerda de los caballos para llevarlos al establo a unos cuantos metros de ahí, con su polla aún hundida en la joven abrazada a su cuerpo como koala, que se movía arriba y abajo con desesperación buscando follarse ella misma.
— Oh, dios… —a pesar de la distancia ese olor le golpeó de lleno y Guang se agarró las faldas del kimono para correr a las barracas, tratando de no tropezarse con sus sandalias de madera.
— ¡Jujuju! ¡Miren lo que me encontré cuando cabalgaba por las afueras!
El nudo del alfa finalmente se desinfló y lanzó a la mujer al suelo de tierra que quedó empapado de semen. Ella era muy bonita a pesar de tener su pelo largo totalmente desaliñado, con un lunar llamativo debajo del ojo izquierdo. Llevaba un yukata celeste con los bordes rotos, sandalias planas desgastadas y calcetas sucias, sudaba a horrores y respiraba afiebrada como síntoma de su celo.
Varios que estaban comiendo, tonteando o simplemente durmiendo dejaron lo que hacían al responder biológicamente a ese olor que se les metía en el cuerpo como una droga.
— Vaya, vaya. Parece que una conejita se salió del camino.
— Seguro estaba buscando compañía, eh.
Los hombres no tardaron en desatar sus yukata sin mangas de dos piezas (la parte de abajo era un pantalón cortado a la mitad del muslo) y dejaron a la vista sus pollas hambrientas cubiertas de pelo.
— M- Mari… ¡Mari, no! —era lo único que balbuceaba la castaña, buscando con sus ojos aguados y aturdidos el paradero de su hija. Pero ninguno la escuchó, haciéndole sombra cuando la rodearon entre todos.
Por más que la mujer negara con la cabeza no era capaz de controlar los temblores de su cuerpo, el exceso de baba que le rodaba por el mentón y los fluidos abundantes que se le escapaban entre las piernas, avivando aquel aroma que estaba enloqueciendo a los alfas.
— ¿Necesitas alivio, cariño?
— No hay que hacer esperar a la dama entonces, ¡ju!
Un montón de manos se le fueron encima para arrancarle la ropa y apresarle las muñecas contra el suelo, mordiendo y magreándole las tetas mientras ella gritaba y se retorcía. Le separaron los muslos para que el primero de la fila se arrodillara sobre ella y la fornicó como un bestia ante las risas de todos.
Guang se llevó una mano a la boca, sufriendo escalofríos por la impresión. Sabía que no debía meterse en esto, los trabajadores solían usar sus barracas o los establos para follar cuando podían, siempre y cuando no se atrevieran a tocar a los cónyuges o hijos del señor Katsuki. Pero esto era demasiado.
— Basta, ellas no… —el inocente muchacho fue interrumpido por el sujeto que había traído a esa omega y que ahora se lo comía a él de arriba abajo con la mirada, pero sabiendo perfectamente que no se le podía acercar a pesar de que Guang aún no estaba marcado. Por más cachondo que estuviera no le apetecía ser ejecutado.
— ¿Crees que estarán mejor en la calle? Estaban dando tumbos por ahí y se nota que no tienen dónde caerse muertas. Aquí por lo menos tendrán techo y qué comer por algunos días, así que lo mínimo que pueden hacer es agradecernos como se debe.
El chico regresó la mirada hacia la impactante escena; el que se follaba a la mujer del lunar la abrazó poniéndose de pie sin salir de ella y otro aprovechó para penetrarla por el culo, haciéndola saltar entre ambos con las poderosas embestidas dobles. Ella le devolvió la mirada por encima del hombro del alfa al que le estaba rasguñando la espalda, aunque sus ojos parecían idos, cristalinos por el placer involuntario y gimiendo a viva voz al haber caído en la locura de sus hormonas.
Guang no lo soportó y se marchó sintiendo una piedra atravesada en su garganta, e inevitablemente pasó frente al establo de donde venían más gemidos salvajes. Esa niña, Mari, estaba de pie con el yukata levantado hasta arriba de su culo en pompa y las piernas separadas chorreando semen, con un hombre sujetándole las caderas para follarla a toda máquina desde atrás. Su torso estaba noventa grados hacia delante, agarrando en cada mano la polla de otros dos sujetos que le movían la cabeza para que se turnara chupándolos, y se metía en la boca esas carnes masculinas con los ojos volteados y llorosos por el placer.
Este debía ser su primer celo y había caído víctima de su condición omega igual que su madre.
— Eh, niño. ¿Estás mirando para aprender a complacer a tu futuro esposo? —un beta desagradable que tenía pelo casi por todas partes lo miraba divertido, aguardando su turno con la polla en la mano.
Todo esto era… horrible. Guang salió corriendo con los ojos apretados, antes de que esa poderosa mezcla de olores sexuales le terminara afectando. Se cayó un par de veces hasta que quedó tumbado cuando las tiras de sus sandalias se rompieron, y se llevó las manos al rostro tratando de aguantar el llanto. Por más que lo intentaba no podía quitarse de la mente esas grotescas imágenes. ¿Cuando él tuviera que entregarse a su señor pondría una expresión así y rogaría por más? No quería ni pensarlo.
Regresó cabizbajo a la casa principal con sus getas en la mano, y al pisar la madera pulida con sus calcetas manchadas de hierba lo recibieron unos gritos desesperados que venían de la habitación de Yuuko.
— ¡Guang-san, lo estaba buscando! ¡Yuuko-san ya está dando a luz!
Minami, uno de los criados de su misma edad, iba a toda prisa con un balde de agua y toallas limpias. Guang Hong lo siguió dejando atrás lo que acababa de suceder y con muchos nervios abrió la puerta corrediza para ver a Yuuko tumbada en su futón, con su melena café mojada de sudor y un yukata blanco abultado por la enorme barriga de la chica de catorce años. Con ese tamaño no podía tratarse de un solo bebé.
— Phichit… ¿q- qué hago?
Mientras Minami y otras criadas más mayores le limpiaban el sudor a Yuuko y le ponían paños húmedos en la frente, Guang se hincó junto al moreno de flequillo recto y melena hasta la cintura. Llevaba un kimono naranja con mariposas verdes y azules bordadas en las mangas, y un obi color vino atado por encima de su vientre de siete meses. Había concebido a los pocos días de ser desposado al cumplir los trece, y cada vez que Guang lo miraba a él también estaba mirando su futuro inmediato.
— Quédate a su lado y aprende todo lo que hay que hacer, ya que tú me ayudarás cuando me toque. —Phichit le sonrió y fue a flexionar las piernas de Yuuko, metiendo la mano entera en su canal dilatado hasta tocar la cabecita del primer bebé que venía— Ya está a punto de salir el primero, Yuuko. Sabes qué hacer.
Los sirvientes le daban ánimo y la castaña apretaba su mano temblorosa entre las de Guang Hong, que estaba arrodillado a su lado sudando casi tanto como ella por los nervios. Era la primera vez que vería un parto en vivo, mientras que en cambio la joven madre se veía dolorida y cansada pero más confiada que él. Después de todo este era su tercer parto, esperando que todo saliera bien y no se repitiera lo de su primer feto que nació muerto.
Las mujeres omega se desarrollan más rápido y tienen su primer celo entre los once y doce años, algunas raras veces a los diez, a diferencia de los chicos que son más tardíos y les llega el momento después de los trece. Luego de varias horas la tercera bolita humana envuelta en sangre y placenta finalmente salió de la vagina exhausta de Yuuko, y la casa se llenó de ruidosos bramidos infantiles. Había tenido trillizas.
— Ojojo, así que por fin llegaron al mundo mis pequeñas. Hicieron un buen trabajo.
El señor de la casa entró a la habitación. Iba con los brazos cruzados y las manos metidas en la manga opuesta de su hakama; la parte de arriba era negra y tanto el obi como el pantalón ancho eran color gris claro, con un haori encima color tabaco y bordados dorados. Como siempre, mostraba una pose afable que entonaba con su cara sonriente llena de líneas de expresión y sus ojos curvados tras las gafas.
Detrás de sus piernas iba escondido un pequeño de pelo oscuro y ojos asustadizos que tenía poco más del año de edad y vestía un yukata a rayas adorablemente diminuto, era el primogénito de Yuuko. Toshiya le puso una mano sobre su cabecita.
— Esas son tus hermanas, Yuuri. A partir de ahora deberás cuidarlas.
Guang ayudó a los criados a limpiar todo y llevarse las toallas manchadas, sintiendo escalofríos cuando pasó junto a Toshiya que solo le sonrió antes de ir a ver a sus hijas arropadas en tres canastas diferentes. Luego acarició la cabeza de Phichit agradeciéndole por sus esfuerzos y finalmente se acercó a Yuuko, besándole la frente para felicitarla.
Esa noche Guang Hong estaba inquieto y no podía dormir, las nuevas niñas hacían escándalo y tenían a todos los sirvientes atendiéndolas, así que se paseó por los pasillos oscuros de la casa con su yukata blanco y un haori sencillo sobre los hombros para no coger frío. Afuera solo se oía la brisa pasando entre los árboles y uno que otro insecto nocturno, y las lámparas de aceite iluminaban tenuemente alrededor de la casa junto a los guardias que vigilaban. Éstos eran diferentes a los demás empleados, lucían como samuráis y el señor Katsuki les encomendaba mandados importantes, les pagaba más y vivían en buenos cuartos detrás de la casa noble. Eran su "guardia real".
El castaño se apoyó en el pequeño cerco de madera que rodeaba la casa, con la suficiente discreción como para contemplar la luna sin advertir a los vigías. En una semana cumpliría los trece y luego de una ceremonia tradicional pasaría a ser un cónyuge más del terrateniente, para después llenarlo de hijos cuando su celo empezara a manifestarse. Su vida ya estaba escrita.
La verdad es que Toshiya no parecía mala persona, siempre andaba con ese aire tranquilizador y su voz era alegre, a ellos los trataba bien y tanto Yuuko como Phichit se veían felices por ser sus cónyuges y complacerlo. Su amigo de piel oscura siempre le andaba contando las cosas íntimas que hacía con su esposo y parecía disfrutarlo, así que de seguro él también se engancharía a su vida marital, eso era lo que significaba ser marcado por un alfa. ¿Entonces por qué estaba tan renuente?
Y es que ese viejo tenía algo, un no sé qué, que le producía cierto rechazo. Aparte de su avanzada edad (fácilmente podría ser su bisabuelo) y que le acariciaba el rostro con sus pequeños dedos arrugados y callosos, los que luego le resbalaban por el hombro para bajarle un poco la tela del kimono y que un artista contratado le pintara retratos. Cuando simplemente se le quedaba mirando en silencio con esos ojos curvados, amables y a la vez deseosos de devorarlo…
«Es como un demonio disfrazado.»
Sí, un demonio oculto bajo capas de pellejo, canas bien peinadas y ropas señoriales que se deleitaba con llevar almas jóvenes al río de la depravación y el éxtasis. Convirtiéndolos en carne fresca servida a sus pies que le dedicaban su vida entera, ofreciéndole sus cuerpos, sus mentes, voluntad, y todos los hijos que pudieran salir de su matriz. Así sería hasta que se volviera mayor y Toshiya lo mandara a vivir aparte como el resto de consortes desechados, o tal vez el viejo con la edad que tenía expiraría antes de tomar su juventud.
Ante ese pensamiento soltó una risita floja. No lo creía, a pesar de su apariencia el señor Katsuki era fuerte como un roble; debía serlo para mantener tantos negocios, hijos y esposas, cuidar sus tierras y también meterse cada noche bajo el kimono de sus jóvenes posesiones. Guang Hong resopló exhausto de tanto pensar.
El ruido de unas pisadas sobre la hierba lo sacó de sus quebraderos de cabeza y vio dos figuras dirigiéndose a los arbustos que iniciaban un bosque, el que los empleados de esta zona cruzaban para llegar al claro donde se bañaban y lavaban sus ropas. Oyó susurros donde se mezclaba una voz adulta y otra infantil, y una lámpara de aceita fue colgada en la rama baja de un árbol, iluminando a Minami en compañía de uno de los guardias de la casa, Nishigori.
El hombre moreno y fornido con algo de barriga dejó su lanza a un lado y se quitó las partes de su armadura, luego la túnica corta y finalmente se sacó el fundoshi, liberando la trompa de elefante que le colgaba en la ingle. Junto a él Minami se veía todavía más pequeño, pues el chico apenas le llegaba hasta las costillas.
— ¿Qué esperas? No puedo tirarme toda la noche aquí. —apremió Nishigori, tumbándose en el pasto con la mano en su falo para empezar a endurecerse.
— Ya sé, ya voy. —Minami se quitó el pantalón de corte hasta arriba de los tobillos, que era parte del yukata verde de dos piezas que usan los sirvientes para diferenciarse de los trabajadores comunes, y fue donde el moreno para agacharse entre sus piernas velludas y chuparle la polla.
La colorida cabeza del muchachito no dejó de subir y bajar con destreza, y a pesar de la distancia Guang pudo notar que cuando finalmente la boca de Minami lo liberó ese miembro se había hinchado, dándole un tamaño colosal. El menor se sentó sobre la cadera de Nishigori, que le agarró sus pequeñas nalgas para magrearlas como si fueran masa de pan y se las separó, dejando su hoyito pecaminoso al descubierto. Minami llevó una mano hacia atrás agarrando la polla ajena y la ubicó en su entrada, haciendo fuerza con el culo varias veces para lograr meterse la punta y luego fue dejándose caer poco a poco entre gemidos, hasta que sus calientes huevitos se hundieron en la mata púbica de Takeshi.
Cualquiera que viera semejante hombría enterrándose en un cuerpo tan chico temblaría de pies a cabeza, y para horror de Guang Hong sus partes íntimas se sintieron cosquillosas cuando empezó a excitarse. Quiso volver corriendo a su habitación, pero en cambio no pudo dejar de observar a Minami empalarse continuamente, ayudado por las manos enormes del adulto que jadeaba con una sonrisa.
Por tanto movimiento a Kenjiro se le corrió parte de la tela dejando sus hombros al aire, y en esa piel se podía apreciar parte de unas grandes cicatrices. Al igual que él Minami entró en la casa principal como candidato a cónyuge, pero presionado por la salud delicada de sus padres, desde los diez años tomó la costumbre de escabullirse por las noches para darle placer a los guardias a cambio de algunas monedas.
Toshiya se dio cuenta y Minami perdió la posibilidad de convertirse en cónyuge, pero permaneció ahí trabajando como criado para seguir manteniendo a su familia luego de rogarle perdón al terrateniente, y que sus amantes fueran ejecutados frente a él mientras recibía veinte latigazos en la espalda. Pero tal parece que no perdió la costumbre, realmente parecía gozarlo y eso que el chico aún no manifestaba el celo, y Nishigori tampoco es que fuera precisamente guapo.
Los gemidos graves se entremezclaron y Guang se largó abochornado cuando la esencia blanca de Nishigori se desparramó por los bordes del ano enrojecido de Minami, cayéndole por la polla que aún tenía metida dentro del menor palpitando hasta quedar flácida.
