Chapter 1:
Harry miró por debajo de la capa mágica de invisibilidad: la torre de astronomía, grande y majestuosa, estaba infestada de mortífagos y, a su cabeza, Draco Malfoy. No sabía el porqué, quizás una corazonada, un presentimiento, pero desde el principio de sexto curso, hacía nueve meses, lo había estado esperando: se había obsesionado completamente con la idea de que el Slytherin era un asesino. Ahora que la imagen se expandía ante sus ojos, lo único extraño en ella era la ausencia de Snape, al que también consideraba traidor. No obstante, inmovilizado como estaba debajo de la capa, solo le quedaba observar. Observar y esperar a que el hechizo se rompiese y Harry pudiese ayudar al profesor Dumbledore.
El chico rubio apuntaba a Dumbledore desde un extremo de la habitación; le había desarmado segundos antes de que los mortífagos irrumpiesen en Hogwarts, desatando el horror entre los alumnos. A pesar de tenerlo a su merced, el joven no parecía ser capaz de asesinarlo, y la indecisión surcaba su rostro, incapaz de ejecutar las órdenes de su amo.
-Vamos, Draco.- le animó su tía Bellatrix Lestrange, con la voz teñida por la demencia. Las varitas de los encapuchados apuntaban directamente al pecho del anciano director, mientras la tensión se instalaba en el ambiente. Tras varios segundos de incómodo silencio, la puerta se abrió con fuerza, revelando la figura del profesor de defensa, y asustando a las personas que estaban en el interior de la torre.
Avanzando con seguridad, apartó a Draco de su camino ante la atónita mirada del anciano, y desenfundó su varita, apuntando al pecho del hombre.
- Severus, por favor…- dijo Dumbledore con ruego en su voz. El adulto, impasible, hizo un movimiento perezoso de muñeca y de su varita salió un rayo verde, que impactó contra el director, haciendo que saliese despedido al duro suelo de hierba de los terrenos de Hogwarts, cerrando los ojos en el trayecto. Harry sintió la ira fluir libremente por su torrente sanguíneo, y los ojos negros del asesino miraron directamente en su dirección, antes de coger a Draco del brazo fuertemente y empezar a caminar hacia la salida.
El chico de ojos verdes sintió la necesidad imperiosa de seguirle, de hacerle pagar al traidor, y, una y otra vez, lo intentó, queriendo quitar el hechizo de inmovilidad de su cuerpo, sin conseguirlo.
Extrañamente, tuvieron que pasar cinco minutos hasta que el muchacho pudo moverse, y en ese preciso instante, se abalanzó hacia la gruesa puerta de madera, abriéndola de un tirón. Rápidamente, sus pies empezaron a correr en dirección a los terrenos, al exterior, al sitio donde el anciano director había caído desmadejado como un muñeco sin vida.
Dobló una esquina y empezó a saltar las escaleras, bajando con rapidez, hasta que pudo ver la gran puerta reforzada con metal de la entrada al castillo. La traspasó a gran velocidad, pasando al lado de varios alumnos, y se dirigió directamente al tumulto de gente concentrada en torno al cuerpo sin vida de Dumbledore. Harry apartó a varias personas que se cruzaron en su camino, y sus rodillas se doblaron al lado del hombre. Extendiendo su mano temblorosa, tocó la mejilla del anciano, notándola todavía templada y, sin pensarlo siquiera, le tomó el pulso en el cuello, como última esperanza.
A su lado, Ron y Hermione se agacharon, mirándole sin decir nada, en un silencio sepulcral, a la espera de que Harry les dijera. Sus dedos se posaron unos segundos más sobre la piel pálida y, finalmente, pudo sentir el débil pulso del hombre, lo que hizo que el chico sonriera, más relajado, ante las miradas extrañadas de sus amigos.
Hermione miró a su alrededor: la cocina de Grimmauld Place era un sitio de reunión muy frecuente de la Orden del Fénix, y en ese instante, su interior bullía de actividad. Extrañamente, la guerra iba cada vez peor, cada vez más cruenta. A pesar de que el profesor Dumbledore seguía vivo aunque débil, Voldemort seguía ganando terreno, desesperando a la Orden del Fénix.
Los ataques mortífagos eran cada vez más frecuentes y más arriesgados, mientras tomaban posiciones en el Ministerio, controlándolo cada vez más. Después de la fatídica noche de la traición de Snape, el colegio había permanecido cerrado, y pronto los mortífagos se harían con el control del castillo también. Hermione escuchó la conversación sentada en una silla apartada de los demás, al lado de Ron y Harry:
- Nos debilitan, Albus.- dijo Alastor Moody en un gruñido, expresando lo que todos sabían y nadie quería escuchar.- Ahora que ya no tenemos a ese rastrero dándonos la información adecuada, no somos tan eficientes.- susurró, desviando la mirada.
- Lo sé… Severus era de gran ayuda, pero él no está ahora mismo. Más bien, es uno de los mortífagos que más problemas nos da.- acepto el viejo director, agachando la cabeza con tristeza. Aunque pesara en la conciencia del anciano, no cabía duda de que esa era la dura realidad: solamente se había presentado en dos ocasiones, y junto a Bellatrix, había sido capaz de derrotar a sus adversarios sin un acusado esfuerzo.- Habría que vigilar los sitios más importantes: el Ministerio, tanto mágico como muggle, y el callejón Diagon.
- Podríamos organizar guardias,- propuso Remus Lupin, cansado.- diurnas y nocturnas, de forma discreta.
- Quizás encontrar un mortífago que nos de la información que necesitamos…- dijo Tonks, cautelosa. La mera idea de volver a confiar en un siervo de Voldemort se hacía irreconciliable para todos. Solo esperaban avanzar con cautela y paso firme, y conseguir derrotar a Lord Voldemort definitivamente. Por ello mismo, las protestas empezaron a subir de volumen, y la mujer de pelo rosa, susurró - O hacerle cambiar de opinión, al menos.- Su propuesta apenas fue escuchada por el grupo, enardecido y lleno de odio, pero Albus, no obstante, llegó a oírla. Inmediatamente, su cerebro empezó a trabajar, maquinando algún plan que le sirviese para conseguir otra vez la lealtad del traidor, hasta que, finalmente, lo encontró:
- ¡Callaos, por favor!- después de varios intentos, acabaron guardando silencio.- Viajar al pasado y convencerle en su momento…- comentó pensativo el anciano. A su alrededor, todos le miraron extrañados, y esperaron a que añadiese algo más.- Estoy hablando de tenerlo con nosotros desde el principio.- aclaró.
- No creo que sea buena idea, Albus.- dijo la profesora McGonagall, insegura de la idea de su jefe.- ¿Y si no sale bien?
- Era un chico un poco difícil, profesor.- dijo el licántropo, intentando disuadirle de su absurdo proyecto.- Además, ahora necesitamos a todas las personas posibles.- continuó.- no podemos menguar nuestras fuerzas, todos somos indispensables.
- Podemos ir nosotros.- propuso Harry, intentando ser útil para la Orden. Realmente se sentía frustrado por no poder estar en las batallas, por no poder enfrentarse cara a cara con el traidor y la asesina. El resentimiento abundaba en su interior, pero, no obstante, su odio se acrecentaba más cuando veía a Snape que cuando veía a Bellatrix. Desde el principio, Harry y Snape se habían odiado a muerte y, ahora, ese sentimiento se había acusado ante la traición del mortífago.
Albus miró a los tres chicos de hito en hito. Sabía que Harry, después del incidente, guardaba un intenso rencor a su antiguo profesor, y sus amigos, sobre todo Ron, también. Por eso mismo le sorprendió tanto la muestra de madurez que estaban dando los muchachos: regresar al pasado para convencer a alguien a quien odiaban era difícil, lo sabía. Sobre todo por el riesgo que conllevaba esa acción; no revelar el futuro, contener sentimientos… Aunque no se sintiera especialmente bien dando la razón al traidor, tenía que aceptar que los Gryffindors no eran buenos escondiendo sentimientos.
No obstante, Albus se preguntó: ¿Qué más opciones tenía? Nada. No había ninguna opción, en la Orden todos eran imprescindibles, y los tres Gryffindors, a pesar de haber cumplido ya los diecisiete años, seguían siendo vulnerables, seguían siendo sus alumnos. Y como alumnos suyos debía protegerlos de la amenaza de Voldemort. Pero mandarlos al pasado, sin protección, débiles… era como entregarles al Señor Tenebroso en bandeja de plata. Y, sin embargo, cuando creyó que no encontraría una parte positiva, la idea apareció en su mente de forma brillante: podían terminar su entrenamiento en el pasado, bajo la tutela de su 'yo' de esa época. Estar lo más protegidos posible bajo su amparo en ese tiempo revuelto, sin la amenaza de Voldemort tras los pasos de Harry.
- Muy bien… en ese caso iréis vosotros. La señorita Weasley también os acompañará, es peligroso para ella permanecer en esta época.- añadió después de meditarlo arduamente. Los cuatro Gryffindors sonrieron con sinceridad e ilusión: en el tiempo que llevaban en el cuartel se habían sentido como cargas inútiles, como un estorbo. A su alrededor todos ayudaban, incluso Fred y George y, sin embargo, ellos tenían que quedarse de brazos cruzados, esperando sentados e impotentes a que la Orden llegara después de otra batalla con los mortífagos.- Subid arriba para preparar el equipaje. Yo arreglaré todo el papeleo pertinente para que seáis alumnos en prácticas de enfermería.
La voz apremiante del viejo director hizo que los cuatro muchachos saliesen más rápido de la cocina, dejando a los adultos discutiendo sobre la decisión del Director; el licántropo se mostraba gravemente preocupado por ellos, sobre todo por Harry, y los señores Weasley también se encontraban intranquilos por la salud de sus hijos pequeños. No obstante, los muchachos subieron las escaleras con una sonrisa en la boca y los ojos brillantes.
- ¡Va a ser alucinante! Podré ver a mis padres en carne y hueso, por fin…- comenzó Harry emocionado. Ron, igualmente excitado continuó:
- Y también podremos fastidiar a Snape y todos esos Slytherins.- Hermione frunció el entrecejo; era su primera misión para la Orden, y aunque no era oficial, aumentar el odio de Snape no era lo que buscaban. Les estaban confiando algo muy importante, y ella no quería perderlo.
- Chicos… recordad por qué vamos a ir al pasado, ¿vale?- las sonrisas de ambos muchachos desaparecieron por momentos mientras las palabras del director acudían a sus mentes.
- ¡Hermione, no seas aguafiestas!- se quejo Ron con voz infantil.- Por una vez que podemos fastidiarle sin que nos baje puntos…
- Tenemos que convencerle para que esté del lado de la luz desde el principio, no empujarle hacia Voldemort.- les refresco al memoria la castaña. Ginny, a su lado, se mostro más suave con los chicos.
- No le podemos hacer muchas travesuras… pero si va para largo, habrá que divertirse.- la mirada sugerente de la pelirroja arrancó una sonrisa traviesa a los varones y una mirada ofendida a Hermione, que se limitó a suspirar ruidosamente. Sin más que decirles, empezó a subir las escaleras sintiéndose claramente decepcionada: estaban trabajando para la Orden, el sueño de Ron y Harry, iban a ir todos juntos al pasado, y ellos solo pensaban en lo que le iban a hacer a Snape. Realmente pensaban hacer algo sumamente cobarde, algo que, con total seguridad, haría el involucrado.
- Vamos Mione, no te enfades…- empezó Ron con la voz cansina. Ella le quería, pero el pelirrojo era demasiado corto de luces y no lo veía, aun cuando ella pasaba minutos enteros mirándole. Ni siquiera sabía cómo había caído bajo los efectos del amor, ni cómo había podido enamorarse de alguien con tan poco tacto y tan dispar de ella. Pero simplemente había sucedido. El momento en que se había dado cuenta había sido ni más ni menos que cuando les había visto besándose a él y a Lavender. Repentinamente había sentido como el estómago se encogía y una rabia sorda subía por su pecho hasta instalarse en su garganta, y simplemente se había marchado de la Sala Común.
Los cuatro amigos subieron con rapidez ansiosos, cada cual por sus propios motivos, y abriendo con fuerza la puerta de su dormitorio, sacaron las valijas para empezar a empacar su equipaje. Mientras lo hacían, empezaron a hablar sobre asuntos banales, intentando relajarse y desprenderse de la tensión que acumulaban inconscientemente, procurando sonreír y formar un ambiente distendido, pero, no obstante, el nerviosismo se podía palpar en el aire.
Albus Dumbledore entró en la estancia con suavidad, mirándoles con seriedad; Hermione miró a sus amigos, que mostraban una faceta seria, y se dijo a sí misma: 'Ahora se dan cuenta de la trascendencia de la operación'. Sin perder el tiempo, el viejo director extendió un papel doblado a Harry y, cuando lo hubo agarrado, dijo:
- Este papel contiene las instrucciones que debe seguir mi alter ego en su época; es imprescindible que lo conservéis intacto.- Harry asintió con la cabeza, guardándose el documento en el bolsillo derecho de su pantalón.- Muy bien, ahora escúchenme con atención: es sumamente importante que recuerden ciertos datos sobre Severus, para poder acercaros mejor a él.- los muchachos asintieron con firmeza.- Os voy a mandar justo su séptimo año y, según me dijo él mismo, a principios de ese curso le ofrecieron al posibilidad de unirse a los mortífagos, pero no aceptó hasta Junio de ese mismo año. Por lo tanto tenéis nueve meses para convencerle.- Un corto asentimiento de los chicos hizo que continuara.- El verano anterior su padre muggle mató a su madre, así que es importante que ese tema no se maneje.
- ¿Cómo va a unirse a nosotros si odia a los muggles, director?- pregunto Harry, extrañado.
- Tenéis que hacerle cambiar de opinión.- tras una breve pausa, continuó - Lucius Malfoy y él son muy amigos, por lo que debéis aprovechar las escasas oportunidades en las que se queda solo.
- ¿Nada más, señor? - preguntó el pelirrojo tras unos segundos de vacilación. El anciano le miró meditando su respuesta y, finalmente, negó con la cabeza, preguntando:
-¿Ya están preparados, entonces?- las expresiones serias de los cuatro amigos se rompieron al instante, mientras una sonrisa nacía en sus labios. Al ver su emoción, el director no pudo más que sonreír levemente, a la par que proponía.- Id a despediros de los demás… en cinco minutos os vais.
Rápidamente, los cuatro amigos bajaron las escaleras. En la entrada de la lóbrega casa les esperaban diferentes personas, todas ellas con una expresión preocupada y ensombrecida. La guerra había hecho mella en todos, y su determinación caía por momentos. Tan pronto como llegaron, Harry se lanzó a los brazos del licántropo ex profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Ron y Ginny fueron acogidos calurosamente por su familia, y todos se fundieron en un abrazo que intentaba imprimir fuerzas. Y, de repente, Hermione se vio sola, parada en medio de todas esas personas, las cuales no se preocupaban por ella.
Su parte racional le decía que era lo lógico: Ron y Ginny estaban con su familia, y Harry estaba con la persona que más se había parecido a un padre para él. Y sin embargo, ella no tenía a nadie a quien abrazar, nadie que le hiciese sentir querida. Se empezó a sentir triste, a pesar de que su instinto le decía que no debía, hasta que la señora Weasley, empática como solo una madre lo es, la arrastró hasta el abrazo familiar, uniéndola a éste y, en su interior, sintió una ola de gratitud al verse aceptada por la familia de la persona a la que amaba.
No obstante, todo lo bueno en esta vida es breve, por lo que el abrazo se terminó demasiado pronto para la castaña. Se separaron de sus seres queridos con cierta reticencia a la llamada del director, y le siguieron hasta una sala aparte. Una vez allí, el hombre les miró con la preocupación brillando en sus ojos.
- Sabéis muy bien que, de no ser imprescindible, no tendríais que marcharos. Pero lo hago por vuestra seguridad,- su mirada recayó sobre Harry - y porque podéis ayudar a la Orden enormemente. Es importante que os concentréis en vuestro cometido; tendréis solo nueve meses para convencerle, para acercaros a él y hacerle desistir de la idea de la pureza de sangre. Solo una oportunidad - dijo con seriedad el anciano. Tras una pausa, añadió.- Muy bien, ahora os tenéis que colocar el giratiempo; uno para todos. Cuando hayáis terminado la misión, solo tendréis que decírselo a mi alter ego de esa época, él os proporcionará todas las instrucciones necesarias para regresar.
Con un corto asentimiento, los cuatro amigos se miraron entre sí, mientras el equipaje se introducía por arte de magia en una bolsa de pelo marrón que el anciano director entregó a Hermione. Inspirando con fuerza para relajarse, Harry y Ginny se dieron la mano, provocando una punzada en el interior de la castaña. Ella anhelaba poder hacer eso con Ron, poder besarle y probar el sabor de su boca. Dumbledore avanzó hasta ellos con seguridad y pasó el cordel de plata del pequeño objeto dorado por sus cabezas, y finalmente, activó el mecanismo.
