La violencia era mi compañera

Junto a la injusticia y la crueldad

Pero aún así, te vi, y te quise hablar

La marea subía en esa medianoche. Sin duda, iba a ser un viaje tormentoso. Los pescadores les habían dicho que no, que era imprudente salir con ese clima. Pero Roxton Rogers, alias Leviatán, era testarudo y había insistido en salir en cuanto antes. No dejó que revelaran el cargamento que traía. Sólo dijo que eran criaturas que había cazado. Pero los inspectores tenían sus dudas. Aún así, nadie se atrevió a cuestionarlo. El Leviatán tenía un carácter muy pesado, al igual que su aspecto. Un hombre altísimo, robusto y musculoso. Pelirrojo, con una barba de candado espesa de color rojizo y ojos color verde. Vestido con una camisa a cuadros roja, pantalones negros, botas castañas y un largo abrigo del mismo color. Imponía respeto a donde quiera que fuera.

Junto a él, subió una jovencita. Medía un metro y cincuenta y seis centímetros de alto. Tenía el cabello castaño, muy espeso, cayéndole en rizos por la espalda. Traía un vestido blanco y almidonado, de mangas largas y sin hombros. Un pañuelo rojo ceñido a la cintura y descalza. A ella le gustaba andar así. La luna reflejaba su pálido rostro, de ojos tan castaños como su cabello, con unas graciosas pecas bajo ellos, como la máscara de un mapache. En relación al metro noventa que medía su padre, ella era muy pequeña. Su nombre, Cherish. Era la hija menor de este cazador. La mayor, Vanessa, vivía en la otra punta del continente, siendo entrenada para la milicia.

Pese a su nombre, ella en el interior era todo lo contrario. Todos sabían que Roxton odiaba a la menor, por tener un corazón liberal en contra de la cacería de criaturas mágicas. Pero los que quisieron salvarla, no pudieron. Ella se negaba constantemente a ser ayudada. Pese al odio que el cazador pudiera tener a su hija, había una sola causa por la que él la mantenía de su lado. Sabía que ella tenía potencial. Se pasaba de pequeña jugando con hadas y ninfas, por lo que sospechaba que tuviera poderes mágicos. Ella iba a ser su criatura más valiosa en caso de que las sospechas se volvieran realidad. Y con ello, iba a poder ganarles a todos los otros cazadores. Por ello, la trataba bien, pero la relación era tensa. Muy tensa. Una palabra podía desatar la tormenta y ella lo sabía.

Esa noche en especial lo fue. Antes de embarcarse, ella había ayudado a un centauro a escapar del rifle de su padre. Roxton guardó completo silencio, sin reñir a la chica, lo que ella sabía que era peor. Guardar la tormenta significaba intensificarla y liberarla con el doble de ira de lo que se suponía. Y la rigurosidad con la que su padre hizo el procedimiento de embarque era una señal aún más mala. No saludó a nadie en cubierta, sólo de vista. Y dejó que Cherish saludara a los que quisiera, más acercarse a alguien le fue prohibido con la mirada ni bien entraron. Una vez avanzada la cubierta, él la condujo hasta la habitación que le habían asignado, cerrando la puerta firmemente tras él.

Un fuerte golpe a la cara de la muchacha fue lo primero que ella percibió.

—Cherish Cosette Rogers.— Musitó él con agresividad ante el gemido de dolor que escapó de la garganta de su hija.
—Papá, te juro que yo no quería...— Se apresuró a responder ella, con la voz asustada, pero él la interrumpió secamente.
—Mentirosa, claro que querías. Por eso lo dejaste ir, traidora.— Escupió las palabras con desagrado.
—¡No entiendo cuál es la gracia de tenerlo ahí encerrado, tenía miedo!— Argumentó la joven, recibiendo un golpe del otro lado del rostro.
—¡La gracia es justamente tenerlo ahí, podíamos venderlo e inclusive usar su piel!
—¡Ellos también sienten el dolor, padre, yo veía el dolor y el miedo en los ojos de ese pobre centauro!— Alzó la voz ella.— ¡Tal como los ves en mis ojos todo el tie...!— No alcanzó a terminar la frase cuando él la tomó del cuello, sin ejercer presión. Aún así el agarre era firme y ella no respiró.
—Lo único que veo en tus estúpidos ojos es la tarada de Thessa. Y ella era una idiota, igual que tú.— Dijo él, con una sonrisa sarcástica. A Cherish le enfadó la mención de ese nombre y trató de zafarse, moviendo sus manos para golpearlo.
—¡Ella no era una... Idi... Ota...!— Gritó ella, perdiendo el aire por el agarre de Roxton.— N-No era como tú...— Ante la respuesta, él la lanzó al suelo, mientras ella tosía, recuperando el aliento.
—Eres una pequeña insolente y eso te va a costar muy caro, bestia. Eres peor que esas estúpidas criaturas. Pareces parte de ellas. No entiendo como puedo soportarte.— Gruñó, levantándola del brazo del suelo. La joven sangraba de la boca.— Mañana te encadenaré, como a una de ellas, y no vas a salir hasta que hayas aprendido a respetarme. Lo mereces. Y no dirás una sola jodida palabra, ¿Me entiendes?— Cherish calló. Él le gritó.— ¡¿ME ENTIENDES, IDIOTA?!
—¡S-Sí, padre!— Chilló la chica en el suelo, lloriqueando con hipos bruscos, buscando con frenesí la manija de la puerta. Cuando la halló, la agarró y se arrastró fuera. Tenía el brazo violáceo y la boca con sangre. Como pudo, corrió por el pasillo, preguntando las direcciones necesarias hacia la bodega del barco, sin dejar que le preguntaran si estaba bien o no.

El camino hacia la bodega fue sin duda menos doloroso. El suelo frío le hizo bien. Estaba sola en el recinto, apenas iluminado por algunas velas y la luz de la luna. Apenas entró, presa de las lágrimas, dio un grito que estremeció el lugar con un eco. Después, se encogió en el suelo, quejándose.

—¡¿Por qué no puede entenderlo?! ¡Ya no soy una niña, puedo pensar por mi misma, y no tendría por qué atormentarme de esta forma!— Alrededor de ella, volutas de aire empezaron a flotar en un color celeste claro.— ¡Ellos sufren, a ellos les duele tanto como a nosotros nos podría doler! ¡No dejaré que me ponga un solo dedo encima mañana, voy a denunciarlo, me escaparé, o si no me mataré, a ver qué tal le parece! ¡A ver qué tan contento se pone! ¡No quiero seguir viviendo esta estúpida vida de mascota, de adorno, de marioneta abusada! ¡Es la peor persona que ha pisado la tierra y tengo la mala suerte de tenerlo de padre! ¡Ojalá no estuviera viva, no quiero seguir soportándolo nunca más, nunca, NUNCA!

Lloró de manera histérica durante unos instantes, hasta que un suspiro le alertó. Sonaba como un quejido, alguien que despierta de ser golpeado. ¿No estaba ella sola acaso? ¿No estaban acaso muertas todas las criaturas que el Leviatán había cazado en esa ocasión? Se levantó, bajando el volumen de sus sollozos de forma gradual, para escuchar mejor. Se encontró ante una gran estructura. Parecía una caja muy alta y muy grande, cubierta con una tela blanca muy gruesa. Ella dudó unos instantes, agarrando un poco de tela y tironeando de forma indecisa. Contó hasta diez y la tiró de una vez.

Debió cubrirse la boca para no gritar.