Había despertado muy temprano esa mañana, feliz. La noche anterior había sido todo tan maravilloso y tan.. Excitante. Volteó hacia un lado y vio a su lado a un pelirrojo, con pestañas largas y con una maravillosa piel blanca como la nieve. Suspiró tranquilamente. Se sentía en paz, se sentía bien y se sentía completo.

Había pasado por muchas infinitas cosas en esos años. Más que nada, desde que había salido del orfanatorio. Se levantó de la cama con paso despacio y se dirigió al baño, abriendo lentamente la perilla de la misma, para no hacer ruido ni despertar a su amante tendido en la cama.

Entró y se comenzó a retirar la poca ropa que traía, eran sus pantalones azul cielo con rayas azul marino, que usaba de pijama, debajo tenía su bóxer negro y pegado, que hacía contorno con su figura delgada, pero con músculos bien formados.

El agua ya estaba casi al borde de la tina, clara y limpia como siempre, fue metiendo poco a poco sus pies para sentir el agua, en todo su cuerpo relajándolo poco a poco mientras la espuma que había puesto antes llenaba de espumas todo el ambiente. Cerró los ojos y comenzó a pensar en su pasado.

Era Diciembre, lo recordaba bien,. La nieve caía por doquier y siempre le gustaba ver la nieve caer mientras leía un buen libro. Era el más avanzado en todo el orfanato, su institutriz, Mary Morstan siempre había estado muy orgullosa de él. Ella era una gran persona, le daba lástima que su primer matrimonio no había funcionado. Pero el director del orfanato también era una gran persona y ahora habían hecho una gran pareja.

Niños entraban y salían del orfanato, el ya había cumplido 8 años. Y aún nadie lo había adoptado, pero aún así no le importaba, le gustaba ver parejas de casados buscar bebés recién nacidos. Supuso que nadie se podría interesar por un niño antisocial a quién nadie querría por pasársela callado y sin mucho que hacer más que indagar en sus libros. Siempre sus libros.

Una tarde, ese día, una pareja en particular entró. El alzó la mirada mientras un rubio, con un bastón era acompañado por un moreno, quién estaba vestido muy particular, y además de todo, muy desaliñado. Se preguntó si tal vez era un científico loco y su ayudante. Se rió para si al pensar en esa loca idea.

– Oh, John, es un placer volver a verte.

– Gracias Mary, Igualmente. ¡Esta encantadora hoy!

– Sí, sí, todos estamos encantadores… ¿Podemos ver los niños?

– Holmes, por dios, parece un acosador.

– Pff, Watson. Lo que sea. – Seguía mirando con curiosidad, hasta que tanto esos orbes castaños, como los azules del niño se encontraron. Por segundos se quedaron viendo. De pronto el rubio captó ello, y volvió la mirada hacia el niño. ¿Amor a primera vista? Sí, había sido eso.

Se acercaron al niño, se notaba a kilómetros que era por demás listo, y tenía un libro de casi 500 páginas, y se notaba que ya lo había leído por la mitad. Lo que más curiosidad le había dado a Holmes, es que el titulo era más avanzado como para que él lo estuviese leyendo.

– ¿Y tú?

– ¿Yo?

– Holmes…–Negaba varias veces con la cabeza y el rubio con más delicadeza se fue acercando al niño, de cabellera negra como la noche y de piel blanca como un fantasma. – ¿Cómo te llamas?

– Bueno… Me llaman Thomas… Pero no me gusta ese nombre.

– ¿Ah no? –Ladeo la cabeza el rubio. – ¿Qué nombre te gusta?

– No lo sé… –Bajó un poco los hombros, por un segundo, para John, el pequeño niño se le había figurado mucho a Holmes, por lo que sonrió tiernamente.

– Tienes… Cara de Dylan. ¿Te gusta Dylan?

– Dylan… Sí, es un nombre bonito. Pero para tenerlo, tendrían que adoptarme… Y bueno, las parejas por lo general vienen por bebés… Recién nacidos.

– En realidad ese era nuestro plan. – Decía el moreno, pauso un poco pero se inclino un poco hacia ellos, había visto esa chispa que ya tenía Watson por el niño. Oh, como le encantaba ver esa chispa en los ojos de su doctor cuando algo le agradaba con demasía. – Pero mi pareja, creo que le gustaría más un niño maduro, inteligente, y que sepa valerse por sí mismo. Verás, él es demasiado… Como decirlo.

– Modere sus palabras Holmes. Moderase.

– Ya, bien. – Soltaba una sonrisa y volvía al niño– Es muy exigente. Eso es. Y yo, pues, soy bastante distraído… Si tuviésemos un bebé, creo que ambos nos haríamos un revoltijo. Así que, ¿Qué te parece si te unes a nuestra familia?

– ¿Una… Familia de dos chicos?

– Sí, claro, ¿Tiene algo de malo?

– No, es… Diferente. – Sonrió feliz, podría presumir de eso durante mucho tiempo, se notaba que esos hombres eran extremadamente familiares y al mismo tiempo demasiado inteligentes. – Lo diferente es bueno. ¿No?

– Claro que sí. – Se erguía y se daba media vuelta. – Entonces, Watson…. Decidido.

– Iré a hacer el papeleo con Mary. – Removió un poco el cabello del niño y se levantó de la cama. Para ir en busca de la rubia. Al moreno, como celoso posesivo, no le gustó nada la idea de que la Ex esposa del hombre de su vida tuviese que hacer el papeleo a solas con el rubio. Pero decidió ignorarlo y se sentó con el niño para discutir más cosas.

Habían llegado ya a Baker Street. Era para Dylan, ya una casa gigante, Había 2 cuartos, una gran sala, un comedor, una cocina y una ama de llaves. La señora Hudson, y una mascota, un perro llamado Gladstone.

Era, tan extraño estar allí, tan cálido para su pequeño corazón. Tímido siguió a la pareja que iba de la mano por la casa, para ir a mostrarle su nueva habitación. Era bonita, y vieja. Había aun algunas cosas como de médico en ella, y la cama era muy grande y amplia.

– Lo siento, ya te compraremos cosas que te gusten. Este era mi cuarto, pero ahora me mudé con Holmes.

– Oh, sí está bien, señor Watson… Esta muy bonita. – Dejó la pequeña maleta que traía no más que 4 cambios de ropa, más libros, calcetines y en su mano derecha, un pequeño osito al que llamaba Edward. – ¿Son ricos?

– ¿Qué? – Holmes, no tardó en soltar una carcajada y negó. – Soy un detective. Un Detective consultor, el único y el mejor del mundo. Y él, es un doctor. Del ejército, y el mejor de todos.

– Oh, vamos, no soy el, mejor.

– Cállate Watson.

– Eres imposible. – Ambos se miraron y se sonrieron, para darse un pequeño beso.

Era tan extraño ver a dos hombres darse un beso. Siempre que iban parejas a adoptar niños, era una mujer y un hombre, pero nadie despedía más amor que ellos dos, y el sonrió ante ese gesto. Era demasiado cómodo y familiar. Le gustaría mucho.

Poco a poco sacó la cara del agua, dejando que las hebras de su cabello colgaran por su cuello, abrió los ojos y allí estaba en el umbral de su puerta, aquel pelirrojo que tanto amaba, se sentó en la tina y le alzó las manos para invitarlo a la tina, este se desnudó rápidamente y se fue metiendo en la tina, abrazándolo con cariño.

– Te veías pensativo… ¿Qué tienes?

– Nada. Estaba pensando.

– Típico... En eso te pareces mucho a tu padre.

– Y es de lo que más me enorgullezco.

Y se quedaron un rato más dentro de la tina, de todas formas, aún tenían casi 4 horas para que la fiesta comenzara.