Deberían ser un poco más de las cinco de la mañana, y yo estaba fuera. Por supuesto que estaba fuera, no había manera de que yo estuviera dentro de noche, con todo oscuro y las paredes rodeándome. No, de ninguna manera. Sería demasiado parecido a…
No. Detuve ese pensamiento en cuanto empezó a surgir. Tenía que hacerles caso a los médicos y dejar de rodearme de recuerdos. Lo mejor era mirar hacia el futuro.
Si alguien me viera desde alguna ventana, probablemente se asustaría pensado que soy un fantasma. Era algo gracioso. Mi cabello largo y rubio flotaba en mi baja espalda movido por el viento; mi largo camisón blanco me tapaba las rodillas que tenía dobladas cerca del pecho e incluso mi mirada perdida me daría un aspecto bastante espeluznante. Y luego, como si se necesitara más, los nuevos detalles en mi rostro le congelarían el aliento a más de uno. Lo que era gracioso era que alguien tan indefenso como yo pudiera provocar otra cosa que lástima.
Era una suerte que no hiciera frio; aún estábamos en mitad del verano y la brisa fresca alrededor de mi cuerpo era más un alivio que una molestia.
No había tardado en darme cuenta de que no era la única en preferir la noche. Primero, estaba la luna, por supuesto. Siempre grande y brillante, firme en su posición. La acompañaban las estrellas, un espectáculo digno de mención. Eran como miles de luces titilantes, faroles, que se acentuaban a lo largo de un grueso sendero que se perdía detrás del tejado de mi casa. En segundo lugar, estaban los miles de ruiditos producidos por animales nocturnos quienes no tenían ningún problema para lidiar con sus rutinarias vidas. Los envidiaba.
Lindero al patio trasero de mi casa, se hallaba el bosque del Distrito 2. Varios senderos lo atravesaban y se perdían de vista en sus profundidades. La cerca electrificada siempre me había cohibido de hacerle una visita, pero ahora que la revolución había acabado y habíamos salido vencedores, las puertas de las mismas (siempre vigiladas) se hallaban abiertas a quienes desearan irse o llegar. La corriente seguía corriendo por las demás zonas de la cerca solo por seguridad contra los animales. Quizá, algún día, probablemente el siguiente, iría a echarle un vistazo.
El alba empezaba a despuntar, provocándome un pequeño bostezo; había estado en vela toda la noche. Exactamente igual a sesenta y cinco noches anteriores. El césped a mi alrededor empezaba a teñirse de naranja, al igual que las nubes, las copas de los arboles, y la pared detrás de mí. Cuando el sol estuvo en lo alto, decidí ponerme de pie y encaminarme hacia mi habitación. Ya era hora de dormir.
Mi padre y yo vivíamos en una casa bastante grande que el nuevo gobierno le había asignado en agradecimiento a su desarrollo como rebelde y a la ayuda brindada. Era muy bueno como constructor e inventor, y junto al antiguo ganador de los Juegos del Hambre, Beetee, habían creado varias armas. Ahora se dedicaba a dibujar los planos de los nuevos edificios de cada Distrito y a ayudar a construirlos. Le gustaba y se veía feliz haciéndolo.
Cuando llegué al pie de la escalera, se asomó desde la puerta de su habitación para verme. Lucía algo despeinado y seguía en pijamas, y aun era demasiado temprano para que se despertara.
Hola, Eva.−me saludó utilizando mi apodo. Mi nombre completo era Evangeline.− ¿Vas a la cama?
Asentí y luego añadí en un susurro:
Te veo en unas horas.
Hubo un tiempo en el que mi voz sonaba fuerte y clara como cualquier otra, y no se remitía a ser bajos susurros. Hubo un tiempo en el que no le tenía miedo a cualquier hombre que no fuera mi padre. Hubo un tiempo en el que dormía por las noches y vivía de día; en el que reía, bailaba, corría, nadaba.
Me deslicé dentro de mi mullida cama antes de que me largara a llorar e intenté relajarme para dormir. La luz del sol entraba abiertamente por las cortinas abiertas de mi habitación, y el saber que la inundaba completamente era lo único que me calmaba. Tenía diecisiete años y le tenía pánico a la obscuridad, como si fuera una niña más de cinco años.
Me levanté recién a las cuatro de la tarde, según el reloj que descansaba sobre mi mesa de noche. Tomé una ducha y me vestí con otro de mis tantos vestidos, aunque este era algo más corto y de color miel, cómo mis ojos.
Por mucho que evitará mirarme en el espejo, siempre, aunque fuera una vez al día, me veía obligada a hacerlo, para desenredar mi largo cabello. Intentaba no apartar la mirada de las hebras doradas deslizándose por entre los dientes del peine, pero era bastante imposible. Mi rostro me llamaba, y yo no podía dejar de observarlo. No porque fuera lindo. Quizás lo que intentaba era reconocerme. Estaba mucho más flaca y mi piel estaba más pálida de lo genéticamente normal. Dos grandes ojeras decoraban la parte inferior de mis ojos. Un corte que estaba a punto de curarse bajo mi ojo derecho, y un moretón que ya estaba por terminar de oscurecerse ocupaba una pequeña parte de mi pera. Éste tenía un par de ecos en mis brazos y piernas, pero, como noté esa mañana, también estaban empezando a desaparecer.
Cuando bajé al comedor encontré el sándwich tostado y el jugo de naranja que papá siempre me dejaba preparado antes de irse sobre la mesa. Lo raro era que ya se hubiera ido, siempre esperaba hasta verme despertar. Recordé entonces que hoy llegaba ese nuevo grupo que ayudaría a la reconstrucción del Distrito. Estaban enviándolos a raudales hacia todo Panem y en el seleccionado grupo que llegaba hoy se encontraban un par de conocidos con los cuales papá había hecho sociales durante la revolución. Revolución que me perdí casi en su totalidad.
Podía permitirme ahora, sentada en el sillón y rodeada de la luz natural que bañaba nuestro living, recordar lo que pasó. Tragué un poco de jugo de naranja solo para intentar disolver el nudo que se estaba formando en mi garganta, con poco éxito. Si pensaba en ello no era por masoquista, sino por querer superarlo. Por querer usarlo para mi propia fortaleza.
Fui secuestrada por agentes de la paz ni bien iniciada la revolución; ellos sabían quién era mi padre, qué podía hacer y de qué bando estaba. Intentaron manipularlo conmigo, pero no funcionó como esperaban; terminó siendo contraproducente, de hecho, porque se vio obligado a ser un doble espía. Coin no podía estar más contenta con su utilidad.
Algunas de las cicatrices de la tortura física a la que fui sometida, estando encerrada en un extraño y totalmente oscuro sótano, aún podían verse en mi cuerpo. Algunas de las cicatrices emocionales, permanecían en mis ojos, que luchaban por mantenerse secos y tranquilos. Pero las más graves, las más profundas, permanecían estancadas en mi memoria.
Hubiera dado mi propia vida, y algunos cuantos azotes más de los que me dieron, con tal de que justamente eso no hubiera sucedido. Frené las lágrimas en seco cuando empezaron a aglomerarse en mis párpados, recordándome internamente por qué estaba haciendo esto. Necesitaba usarlo para fortalecerme, me dije, y lo repetí hasta el cansancio.
No había sido mi culpa, y lo sabía. Los médicos se habían encargado de decírmelo tantas veces que me había quedado grabado a fuego. Junto con otras cosas.
Una de esas fatídicas tardes, noches o días, el mismísimo presidente Snow se coló en mi sala de tortura privada. Mis muñecas estaban atadas al piso y mis rodillas, desgastadas, me sostenían en él. Reconocí al individuo por su particular aliento a sangre, tan famoso entre mi circulo de conocidos y amistades. Snow estaba harto de que los rebeldes siguieran saliéndose con la suya y no se podía creer que pese a que mi padre "trabajara" para ellos (y se aseguraban de ello, pues no me dejaban salir ni lo dejaban verme, aunque me mantenían con vida) la balanza de la guerra siguiera marcando desventaja para el Capitolio. Quizá fue eso, sumado a sus actitudes repugnantes que había tomado cada vez que estaba en presencia de algunos de mis castigos, lo que lo llevó a hacerme lo que me hizo. La palabra sonaba increíblemente dolorosa, vergonzosa y humillante incluso en mi mente. Snow me violó.
Grité, pataleé, supliqué e imploré más de lo que venía haciendo hasta ese momento para que me dejara, para que tuviera piedad. No funcionó, así como no había funcionado antes y así como no funcionaría después. Los doctores dicen que es por eso que hablo en susurros, por el desgaste que sufrieron mis cuerdas vocales. Dicen que ya no debería dolerme al hablar, y que mi tono normal también tendría que estar de regreso. Yo creo que nunca toleraré los ruidos fuertes, ni siquiera el de mi propia voz.
Papá me había dicho que intentaron rescatarme una vez, cuando salvaron a Peeta Mellark, otro de los vencedores de los Juegos del Hambre, pero que no me encontraron. Fui finalmente rescatada una semana después de acabada la guerra; me encontraron en un sotano alejado del edificio central del Capitolio, que también era usado secretamente para mantener prisioneros como yo.
El ruido de las llaves en la cerradura hizo que saliera rápidamente de mi ensimismamiento. Limpié con rapidez las pocas lágrimas que había llorado esta vez, un poco orgullosa de mi misma porque fueran menos de las usuales, y empecé a comer lentamente mi sándwich, que aun no había probado.
Hola, cariño, ya estoy en casa.− Papá besó mi frente y yo le respondí con una débil. sonrisa.− ¿Cómo te sientes?
Mi respuesta era siempre la misma, aunque no fuera verdad. Él era feliz creyendo que mejoraba un poco día a día, y yo también necesitaba creerlo. No servía de nada desmoronarme; ya lo había hecho durante demasiados días.
Bien. ¿Cómo te ha ido?
Oh, excelente. La partida llegó sin problemas y mañana mismo nos pondremos a trabajar. Hubiera empezado yo mismo con esto de la reconstrucción, ¿sabes?, pero creo que no tendría las ideas necesarias.
Mi padre estaba muy entusiasmado con el nuevo proyecto, y aunque lo negara, había visto decenas de planos en los que había estado trabajando. Todos de edificios bastante estables y muy lindos.
¿Y a quienes han enviado?
Lo seguí hasta la cocina para poner en el fregadero el plato con migajas de lo que había sido mi sándwich y mi vaso usado.
Al viejo Beetee, por supuesto, y también a Gale Hawthorne, el chico del Distrito 12 de quién te he hablado. Hay un par de sujetos del 10 que también vinieron con ellos, creo que solían trabajar con Beetee en el 13, como ayudantes.
Papá adoraba a Beetee. Decía que no conocía a nadie que pensara cómo él, que tuviera una mente tan detallista, calculadora e imaginativa. Creía que Gale Hawthorne estaba en camino de parecerse mucho a él, por lo que había observado en su comportamiento y su forma de pensar durante la guerra. Les tenía mucha estima y ansiaba trabajar con ellos desde que empezó el proyecto.
Se mudarán al Distrito 2 definitivamente, por lo que tengo entendido.−agregó, sentándose en la barra de la cocina y observándome mientras ponía un poco de orden. Sabía que me gustaba hacerlo porque me mantenía ocupada, así como trabajar en mi jardín.− Los he invitado a comer esta noche, a todo el grupo, así que en un rato me pasaré por la tienda para buscar la comida que le encargué a la cocinera.
Bueno, al fin algo de compañía, pensé en positivo, retorciendo mis dedos tras mi espalda. Papá y yo estábamos bastante habituados a compartir las comidas solos, más aún desde la muerte de mamá cuando yo era pequeña. Sin embargo, tiempo atrás, con mi voz y mi personalidad alegre y un tanto más resplandeciente, el vacío no era tan notorio ni tan difícil de llenar con mis pobres susurros.
Me salí al jardín como todas las tardes, tomando la regadera ya llena de agua del costado de la casa. Mi nuevo, y casi se podría llamar único, entretenimiento era el cuidado de las plantas de mi casa. Había flores de todo tipo de tamaños, colores y aromas, y yo me encargaba de cuidarlas, regarlas, recortarlas y recoger sus frutos todas las tardes. Necesitaba hacerlo porque era una de las distracciones más bonitas que había encontrado hasta ahora. Mantenía mi mente lejos de cualquier pensamiento triste u oscuro, y el hecho de que se pudiera realizar en completo silencio era mi parte favorita. Me pasaba horas agachada en la tierra, removiéndola, o simplemente sentada sobre ella y dejaba que mis ojos vagaran por la infinidad de colores de las hojas de los árboles y flores. Me gustaba acariciarlas, me gustaban sus diferentes texturas, siempre suaves a su manera.
Para la hora de la cena, cambié mi vestido por otro de color blanco y un poco más largo, y me calcé mis zapatos bajos del mismo color. Me gustaba la tela de mi vestido. Era suave, y ocultaba la mayoría de los moretones que aún quedaban por oscurecer.
Me detuve frente a la ventana abierta de mi habitación, respirando hondo varias veces. Como daba al jardín trasero, podía sentir el leve aroma de los jazmines mezclarse con la brisa del atardecer. Estaba a punto de bajar, ya había oído la puerta abrirse y las voces alegres saludándose unas a otras. Estaba a punto de pisar una sala con cuatro hombres totalmente desconocidos. Grandes. Más fuertes que yo. Capaces de hacer que las luces se apagaran y que sus gruesas voces resonaran como fuertes relámpagos.
Pero también iba a estar papá, y el jamás dejaría que me lastimaran.
Cada escalón requirió de una fuerte inspiración y un intento de relajación, y pese a los esfuerzos, aún sentía las piernas temblarme y el corazón latiendo muy velozmente cuando llegué a la cocina. Enseguida los brazos de mi padre me rodearon los hombros y acariciaron el pelo, lo cual aligeró un poco la sensación. Volví a sentirme como una estúpida niña de cinco años.
Les presentó a mi hija, muchachos, Evangeline.
Murmuré un casi inaudible "hola", todavía con la vista clavada en el suelo. Solo levanté los ojos cuando el saludo fue amigablemente correspondido, y me arrepentí unos segundos después. Recorrí rápidamente la habitación con la mirada, al tiempo que papá me decía el nombre de los presentes. Primero estaban los dos tipos del Distrito 10, no demasiado altos ni corpulentos. Luego estaba Beetee, un señor en silla de rueda que no representaría ningún peligro ni aun estando de pie, no con ese gesto tan sereno con el que me saludó. Y por último, un chico no mucho mayor que yo, alto, forzudo, y con unos enormes brazos coronados por dos grandes y terroríficas manos. Simplemente verlo parado en un rincón del comedor hacía que se encogiera mi estómago. Apreté con fuerza la mano de mi padre, temiendo que se fuera y me dejará sola con aquel chico de cabello oscuro y temibles ojos grises.
Y él es Gale. Gale Hawthorne.
