Aún no sé en lo que estaba pensando cuando escribía este fic. Iba dándole vueltas a la continuación de Aprendiendo…, cuando me encontré leyendo las rimas de Bécquer.
Realmente, no fui consciente de nada cuando lo escribí. Simplemente, comencé a darle a las teclas… y ¡voilá! Salió esto.
Espero que les guste.
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¡Hoy Creo En Dios!
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Hoy la tierra y los cielos me sonríen;
Hoy llega al fondo de mi alma el sol;
Hoy la he visto… la he mirado y me ha mirado…
… ¡Hoy creo en Dios!
Gustavo Adolfo Bécquer.
Rimas.
Había leído el poema unas mil veces, y seguía sin encontrarle el sentido. ¿Qué tenían que ver los astros y el sol¿Y qué era eso de Dios? Estaba verdaderamente perdido, en todo lo referencia a la literatura muggle. Bueno, en realidad a todo lo que contenía la palabra muggle. Era por eso, por lo que mi Padrino, muy amablemente, me había sugerido apuntarme a clases de Estudios Muggles. Aún no sé por qué acepté.
O al menos, no lo sabía en aquel momento.
Pero será mejor que comience por el principio.
Esa mañana, tocaba Estudios Muggles a primera hora. Y como era el único Slytherin que la impartía, me dirigía yo solo al aula.
A la profesora no le gustaba que llegásemos tarde, decía que le hacíamos perder tiempo de clase, así que si alguien se retrasaba, nos obligaba a quedarnos después de que terminara la clase, todo el tiempo que el susodicho o susodicha había "robado" de la hora de clase.
Por que, eso sí, la profesora Carpenter no empezaba la clase hasta que todos y cada uno de los alumnos estuviera sentado en su pupitre dispuesto a no hacer otra cosa que no fuera escucharla.
Ese día, le tocó llegar tarde a Potter.
Se sentó en el único asiento que había libre, justo delante de la mesa de la profesora. Ésta levantó su vista del periódico que leía. (Muggle a mi parecer). No le riñó, ni siquiera le miró. Tan sólo se levantó y se dirigió a todos.
-Ahora que estamos todos-dijo-, me gustaría que sacarais el libro que os encomendé que comprarais la semana pasada.
Todos sacamos nuestros ejemplares de Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer. El mío aún estaba empapelado. Ni siquiera lo había abierto para comprobar que el paquete que había recibido era el encargo que había hecho.
Observé el de Granger. Aunque estaba nuevo, se notaba que le había echado más de una ojeada. Y al fijarme en que había doblado las esquinas de algunas páginas, comprobé que incluso había señalado aquellos que más le habían gustado, con los que más identificada estaba o aquellos que no entendía.
Me enfadé conmigo mismo por no haber hecho lo mismo. Pero me contenté al darme cuenta que tanto Potter como Weasley me habían imitado. Pero lo que fue la monda (NdA: lo más divertido), es ver como Granger reñía a esos dos.
La profesora paseó por entre nuestras mesas, cerciorándose de que los ejemplares que poseíamos eran los correctos. Una vez concluida esa tarea, se puso de nuevo al frente de la clase para continuar explicando.
Desde mi posición, al final de la clase, justo al lado de la ventana, atendí a las explicaciones, cogí apuntes cuando lo creía necesario y respiraba el aire que venía de la ventana abierta a mi izquierda. Luego pasamos a leer algunos poemas.
-Bien-dijo la profesora, captando mi atención-. Quiero que todos ustedes cierren el libro y lo vuelvan a abrir por una página cualquiera. Y que con los ojos cerrados elijan una rima al azar.
Así fue como me encontré leyendo aquella estúpida rima que no tenía nada de particular, y que, en mi opinión, no significaba nada.
La profesora Carpenter nos dijo a cada uno, que deberíamos hacer una redacción, de al menos, cuatro páginas, (he olvidado decir que en esta clase utilizábamos esas cosas que los muggles llaman cadernos, fulios, y los buligrafas), sobre lo que comprendíamos nosotros acerca del poema que nos había tocado.
He decir que me vi saliendo de la clase con un serio problema en mi cabeza. ¿Cómo demonios le hacía para hacer el maldito trabajo? No tenía ni idea.
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Me vi en una empresa imposible de acometer. Pero como Malfoy que soy, no me dejé vencer tan fácilmente:
Así que, lo intenté, lo volví a intentar, y eso, una y otra vez.
Pero nada, no entendía nada.
Me encontré buscando en la biblioteca de la escuela, cualquier tipo de información acerca de la analítica de poemas. Pero, como rápidamente pude notar, allí sólo había libros que hablaban de magia, pociones, magia, criaturas mágicas, magia, pociones curativas, magia, cuidado de criaturas mágicas, magia… magia y más magia.
Por una vez deseé haber asistido a un colegio muggle. Al menos allí me hubieran ayudado a descifrar el jeroglífico en el que se había convertido el dichoso poema.
Incluso me sentí tentado a preguntárselo a Granger, pero creo que le hubiera dado un patatús. Y lo cierto era, que no estaba en posición de que nadie muriera estando yo cerca. Y menos si era cercano a Potter.
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Me encontré entonces caminando hacia el campo de Quidditch. El único lugar en el que conseguía relajarme. Y en realidad no necesitaba de mucho. Tan sólo, me sentaba en unas gradas, cerraba los ojos, dejaba mi mente volar y me imaginaba que todo aquello no existía. Que yo no era más que un simple estudiante y que no estaba metido en una estúpida guerra a la que no le encontraba el sentido.
Nunca en mi vida me había sentido tan bien. Tan libre de preocupaciones. Tan libre de obligaciones. Jamás, en mi corta existencia, me había sentido así. Tan a gusto conmigo mismo.
Dejé las cosas a un lado, y me senté.
Me quité la túnica y permití que el cabello engominado volara a su antojo. Cerré los párpados y me concentré en la respiración. Según me contó una vez, alguno de los profesores particulares que vinieron a darme clase antes de entrar a Hogwarts: quien es capaz de controlar la respiración, es capaz de controlar casi cualquier cosa.
Y era cierto. Era capaz de controlar mis impulsos, a mis "amigos", a los profesores, a mi venenosa lengua e incluso hasta mis sentimientos.
Pero había una cosa que no conseguía controlar. O más bien, que no me dejaban controlar.
Mi propio destino.
Era incapaz de controlar mi destino. Y eso era por que, desde que fui concebido, mi destino había estado marcado. Premeditado, dispuesto, planeado, deliberado, calculado hasta el más mínimo de los detalles.
Y eso, jamás lo iba a poder cambiar.
O eso creía yo.
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Me quedé dormido, y cuando me quise dar cuenta, había anochecido, había perdido las clases de la tarde, la cena, y hasta me había pasado del toque de queda.
Me incorporé como si me hubieran puesto un resorte en mi trasero. ¡Quién lo iba a decir! Un Malfoy actuando como un muchacho asustado. Hasta yo sonreí de mi idiotez. Así que decidí que, si me iban a castigar, lo harían asombrados por mi elegancia.
Y estaba pensando en cual sería la manera más apropiada para que Filch me cogiera, cuando me percaté de que no estaba solo en el campo de Quidditch. Había alguien más allí, conmigo.
O más bien, no conmigo, sino consigo mismo.
Estaba claro que necesitaba pensar, tanto o más que yo. Había venido él solo, a volar. A volar y a pensar.
Era hilarante como transcurría la vida. A mí también me habían entrado ganas de coger mi escoba y ponerme a surcar el cielo nocturno. Pero supuse que, si había ido allí sin la compañía de sus amigos ni de nadie, era por que prefería estar solo.
Cogí con cuidado mis cosas y me dispuse a irme de allí, sin hacer ni el más mínimo ruido. Pero entonces me sentí observado y me volteé. Estaba en el suelo del campo, y me miraba. Se acercó a mí, y se paró a unos dos metros de distancia.
Su mirada me pedía a gritos que no le descubriese. Que por una vez demostrase que era humano. Que era un muchacho como cualquier otro. Que era uno más.
Y en ese instante le comprendí. Y lo sentí. Sentí lo que se debía de sentir cuando uno se daba cuenta que no estaba solo.
Nuestras miradas se cruzaron y yo asentí con la cabeza, aceptando aquel pacto de mutuo silencio.
Él me sonrió, y se elevó en el estrellado cielo, mientras yo me sentaba en la hierba húmeda, a verle nadar aquel mar de astros luminosos.
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Debí quedarme dormido, por que cuando me desperté estaba aquí. En mi habitación.
El sol me golpeaba el rostro y me molestaba a los ojos. Tuve que parpadear varias veces para acostumbrarme a la luz.
No sabía cómo había llegado hasta ahí ni como mi ropa se había convertido en mi pijama.
Me levanté aún desconcertado. Y me acerqué a mi escritorio, en donde siempre tenía una jarra de agua.
Pero mis ojos se desviaron del agua cristalina a un pequeño trozo de pergamino rasgado en el que, con trazo apresurado, había un simple "gracias" y una explicación detallada de lo que significaba mi poema.
Yo sonreí, ya no necesitaba una explicación sobre mi poema. Había entendido al poeta. Lo había sentido en mi propia piel. En mi mente…
Y en mi corazón.
Y mi sonrisa se amplió y supe que ya no estaba solo. Que había alguien más como yo, por ahí, perdido entre las decenas de personas. Rodeado de gente, pero solo. Solo,… como yo.
Me senté en mi escritorio, y me puse a escribir esta redacción, que esta misma mañana debía de entregar, antes de que las ideas se esfumaran.
Y entonces volví a sonreír. Tendría que darle las gracias.
¡Que hilarante era la vida¡Un Malfoy dando las gracias¡Hasta donde podríamos llegar!
Pero sí, le daría las gracias. Por que se lo merecía, por que se lo había ganado a pulso.
Y por que me lo debía a mi mismo…
Hoy la tierra y los cielos me sonríen;
Hoy llega al fondo de mi alma el sol;
Hoy le he visto… le he mirado y me ha mirado…
… ¡Hoy creo en Dios!
Sí, desde ese momento, empecé a creer en Dios… aunque, si digo la verdad, aún no me queda muy claro quien exactamente es…
Draco L. Malfoy
Rima XXVII de G.A.Bécquer.
A entregar el día 23 de enero de 2006.
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