NA:/ Ok, esto es una cos muy rara que se me ocurrió mientras montaba otro fanfic que ha acabado en la papelera de reciclaje. Me pareció... divertido trabajar con esta posibilidad. Acepto tomates y otras variaciones de abucheos, pero plis, apretad el botón de review. Los reviews hacen feliz al escritor.

Los personajes no me perteneces, son de la fantástica Cassie Clare, aunque me permito hacer algunos añadidos propios... ¡muahahahaahhajaja!.


De vuelta en Nueva York

Estaba en Taki's, tomando una copa de Bloody Mary, (literalmente Bloody Mary, porque era sangre de una carnicería llamada Mary's farm. El humor del dueño del restaurante siempre le sorprendía), cuando alguien entró por la puerta. Normalmente no se hubiera molestado en volverse para mirar, pero normalmente el local no se quedaba en silencio cuando entraba alguien. Aspiró en profundidad, rascándose la barba. Olía a luz de sol en verano. A algo cálido y agradable, y también a sangre, luego no era un vampiro. Podía oír el latido rítmico y pausado del corazón del nuevo cliente, y distinguió también el casi apagado olor a incienso y algo chamuscado. Su cuerpo se tensó de forma instintiva. Nefilim.

Se levantó para poder mirar mejor. Era una chica. Alta, delgada, con el traje de combate puesto. Aparentemente no llevaba armas, pero había pasado el tiempo de su vida suficiente con Jace como para saber que no por no parecer armado puedes no estarlo. Tenía el pelo de color rojo sangre, y corto por los hombros, escalado y rizado en suaves ondas. Le recordó a Clary, solo que ella era de lejos más menuda. Por encima de los pantalones negros del uniforme, llevaba unas botas altas hasta el muslo que habrían sido la envidia de Isabelle, y unos tacones de unos buenos quince centímetros. distinguió el brillo del hierro y la plata en el tacón. Armada hasta las trancas, si señor. Lucía varios anillos en la mano. Además del grueso anillo familiar, del que no podía ver el símbolo, llevaba también un anillo de puño americano (seguramente remachado en plata), y un fino anillo de oro con una pequeña piedra verde incrustada. Diría que era jade, porque no brillaba como si fuera una esmeralda. Una cadena le colgaba del cuello, dejando caer la figura de madera de un ataúd sobre el hueco de su clavícula. La chica se acercó a la barra, y pidió un whisky. Simon la estudió. la marca de la visión resaltaba como un tatuaje en su mano izquierda, y la entrecruzada Marca de los parabatai le asomaba por encima del chaleco. Simon se acabó el Bloddy Mary, y se levantó, caminando hacia ella. Esa chica le sonaba mucho, pero no era capaz de decir de qué. Decidió preguntar. Las relaciones entere nefilims y subterráneos habían mejorado bastante desde que acabara la guerra con Sebastian, hacia por lo menos veinte años. Aunque las costumbres de odio eran difíciles de perder, y muchos aún estaban resentidos por rencores del pasado, no había motivo para mostrarse abiertamente hostil sin ninguna razón.

- ¿Qué quieres, vampiro?-preguntó la chica, sin mirarle. El camarero le dejó la copa delante, y en cuanto se sentó en el taburete y se relajó, las charlas comenzaron a fluir de nuevo, aunque mucho más bajas.

- ¿Perdón?

Simon estaba sorprendido, con las cejas alzadas. Que frialdad, por el amor de Dios.

- Ya me has oído, porque no estás sordo, ¿verdad? Los tuyos tienen muy buen oído.

- Sí, pero...

La chica sacudió la cabeza, y se llevó una mano a la frente, chasqueando la lengua.

- Oh, por el Ángel. De todos los vampiros que hay en Nueva York, y he ido a topar con el corto de entendederas ¡Raziel ¿qué te he hecho yo?!-dio un sorbo que acabó con la mitad del baso. Luego se giró y lo miró.

Tenía la piel ligeramente bronceada, los labios carnosos y curvados, unas largas pestañas oscuras, y unos ojos dorados y brillantes como el oro líquido. Una sombra de ojos del mismo color hacía juego con sus iris, haciendo que sus ojos parecieran más grandes. la cara era un poco afilada en el mentón, pero los pómulos eran redondeados, propios de alguien que acaba de salir de la adolescencia. Simon dedicó una mirada al ataúd de madera que colgaba en su clavícula. Se dio cuenta, sorprendido, de que no era un ataúd. Era una cruz, con detalles azules, y dos viales pequeños. Uno de tierra, y otro de agua vendita. Sabía lo que había al otro lado. Una palabra gravada en el centro. Jerusalem. Había viajado a Tierra Santa, con su familia muchos años atrás, siendo un niño, y, a pesar de que aquellos souvenir estaban destinados a los católicos, él los conocía de haberlos visto. No parecían mu serios, pero la sola figura de la cruz y el agua vendita ya podía disuadir a muchos vampiros de poner los dientes cerca de ese bonito cuello. Muy armada, si señor.

Se habría llevado bien con Jace. Y con Isabelle, pensó, nostálgico. Tenía que pasar a verles algún día.

-¿Nos hemos visto antes?-se atrevió a preguntar.

La chica lo miró, con una chispa de diversión en los ojos, y se rió.

- No lo creo. Llevo aqui exactamente dos meses, y no creo que me haya cruzado con un vampiro al que no haya matado. Lo siento, guapo.

Si hubiera podido sonrojarse, lo habría hecho.

- ¿Así que vas matando todo lo que se te pone por delante?

-¡No! Qué desconsideración por mi parte sería eso. Solo mato a los que han sido malos.

Simon continuó mirandola. La forma en que se le torcía la boca al sonreír le recordaba a alguien, pero su mente no estaba por la labor de colaborar ese día.

- Me recuerdas a alguien, lo siento. Te habré confundido-admitió, rindiéndose-. Me llamo Simon-le tendió la mano.

Ella lo miró, como si deliberara. No, como si estuviera jugando a cartas, y supiera que tenía al mago blanco en su poder y que hiciera lo que hiciera, ganaría. Estiró la mano en la que llevaba los anillos, y se la estrechó.

- Encantada de conocerte, chupasangre.

- Me llamo Simon-repitió, ligeramente molesto.

- No estoy sorda, encanto.

Simon gruñó, y retiró la mano muy rápido, molesto. Eso activó la alarma en la chica, que con la otra mano, clavó un cuchillo en la barra, entre los dedos de Simon, que se quedó paralizado. Una daga oculta en una abrazadera por dentro de la chaqueta había estado a punto de traspasarle la palma. El local volvió a quedarse en silencio, mientras todos los miraban, asustados por la reacción de la nefilim, que lo miraba fijamente. El dueño del bar se acercó y los miró, con un trapo lleno de grasa sobre el hombro.

-¿Pasa algo?-preguntó, enfurruñado, mirando a la cazadora de sombras, con el cuchillo oculto aún clavado en la madera.

- Nada. Tranquilo. Solo charlamos-le aseguró Simon, mientras la chica retiraba el cuchillo sin dejar de mirarle. El camarero le dedicó una mirada de "tú sabrás lo que haces", y se marchó. Simon miró a la nefilim- ¿Por qué has hecho eso?

- Me has puesto nerviosa.

- ¿Eso es todo? ¿Solo por ponerte nerviosa te parece que es una buena idea clavarme un cuchillo en la mano?

- Pero no te lo he clavado, ¿verdad? Además, primero corto y luego pregunto. Es mejor.

-Claro, todo va mejor cuando al sospechoso le clavas un arma. Por qué no. El diálogo es algo inútil y desfasado-ironizó el vampiro-. así se mostrará mucho más dispuesto a colaborar.

La chica se rió.

-No me caes mal, sanguijuela. De echo, eres mono, incluso-se acabó el whisky, y se lamió los labios. A Simon le entraron ganas de besarla, sin saber por qué. Algo revoloteó en su estómago-. Alguien como tú debe de saberlo.

- ¿Saber el qué?

- Donde hay una tienda de cómics, por supuesto. Mi madre me decía que me llevaría, pero aún no ha tenido la oportunidad. Aunque a mi padre no lo hace mucha gracia-susurró esto último como si fuera un secreto, cubriéndose la boca con la mano. Le guiñó un ojo.

Simon parpadeó. Le gustan los cómics. Es chica y le gustan los cómics. Y encima, nefilim. WOW.

-¿Alguien cómo yo?-preguntó.

Ella señaló su camiseta de Dragones y Mazmorras, como si eso lo explicara todo, y de echo, lo hacía.

-Está Planeta Prohibido, unas calles más allá. ¿Te llevo?

- Gracias, pero me voy yo solita-se levantó y pagó la bebida. Se inclinó hacia él-. Ha sido un placer conocerte, Simon. Espero no tener que matarte.

La chica caminó hacia la puerta, y puso la mano en el pomo de la puerta de Taki's.

- ¡Oye! No me has dicho cómo te llamas.

Ella se giró y le lanzó un beso.

- No necesitas saberlo, cielo.

Abrió la puerta, y cuando salió, chocó contra alguien alto, de espaldas anchas, y vestido de negro, que la cogió por los hombros. Simon se quedó blanco.

- ¡Lucie! ¿Qué haces tú aquí?-preguntó el hombre, sorprendido. se pasó una mano por el cabello rubio, y entró en el local, con una chica pelirroja tras él, más menuda-. Clary, ¿tú sabias...?

Pero Clary, la Clary mayor, lo miró desde la entrada, con una gran sonrisa en la cara.

-¡Simon!-gritó, corriendo hacia él para abrazarlo.

Pero Simon no podía estar por la labor. Porque ahora ya sabía de qué le sonaba la chica. Lucie era la hija de Jace y Clary.


¿Qué tal? Fatal, ¿right?