De mil maneras podemos traicionar,
en la cotidianeidad
solemos traicionar mayormente a nuestros amigos,
familiares, parejas,
a nosotros mismos, a nuestro cuerpo
y hasta al perro,
y de ninguna manera descartamos a nuestro corazón.
Era aproximadamente las doce, la noche era oscura y tormentosa, por la ventana se apreciaba la torrencial lluvia que caía fuera, hacía frío, pero esos dos cuerpos se incendiarían en las llamas del éxtasis que los invadía.
—Pensé que nunca se dormiría— comentó él, ella sólo sonrió cerrando la puerta tras sí.
Apenas ella terminó de entrar a la habitación comenzó a besarla, a tocar su cuerpo, sus senos, su sexo, como si hubiese esperado mucho tiempo para ese encuentro; le quitó el abrigo, el vestido y la dejó desnuda, comenzó a contemplar su cuerpo a la luz de una lámpara de mesa con el viento frío entrando por una ventana abierta, decidió hacerle el amor como muchas veces antes, la acostó en la cama y la penetró, sin preámbulos ni preliminares, sin importarle que ella estuviese completamente mojada o no, pero eso no parecía molestarle a ella, pues se sentía poseedora de ese cuerpo níveo y lo sentía a él dueño del suyo, y libre para usarlo cada vez que quisiera, haciéndole caso sólo a sus instintos, lo sentía entrando y saliendo, y lo miraba sin ganas de fingir, ni de gemir, ni de nada, simplemente queriendo mantener los ojos abiertos, para procurar recordar cada segundo, grabar en su memoria su rostro lleno de placer, sus manos que agarraban su cabello, su boca que la mordía, que la besaba. Nada de caricias, preparaciones, ni sofisticaciones, simplemente él dentro de ella y ella en su alma. Ella apretaba su espalda con sus manos queriendo que continuasen así para siempre, siendo poseída por el hombre que amaba, sintiendo como su orgasmo llegaba y la hacía sentir toda una mujer, lágrimas salieron de sus ojos mientras se aferraba al amor de su vida queriendo mantenerlo así hasta el final de sus días.
Se volteó buscando el cuerpo caliente de su acompañante que debía estar aún a su lado, no estaba, prendió una lámpara y vio que sus ropas y su varita tampoco estaban, se restregó los ojos y se paró ofuscado para buscar en la habitación que debía estar ocupando ese verano en la mansión en París, llegó al cuarto y todo estaba impecable como si no había sido habitado, cerró la puerta de un golpe, no entendía porqué se había ido de esa manera, se encaminó por el vestíbulo en penumbra para bajar a la chimenea y viajar por la red flú en su búsqueda, escuchó un ruido proveniente del ala este donde estaba la habitación de su madre y se quedó estático en medio del pasillo, expectante, un rayo alumbró el corredor y vio la figura de la persona que tanto buscaba, dio un respiro de alivio, y se encaminó a su encuentro.
—Pensé que te habías ido, ven deja de deambular por ahí— dijo él extendiéndole una mano que la otra persona nunca estrechó. –¿Qué te pasa?— preguntó secamente, sintiendo que ella extendía su varita hasta su rosto, él tanteó su mono de seda en busca de la suya pero no la encontró. Otro rayo alumbró las sombras y él vio que ella tenía lágrimas en sus ojos, pero aún así mantenía su varita con firmeza ante su cara. –Por lo que veo ya encontraste una solución— concluyó cerrando los ojos.
–"Ovibliate"—.
La Llegada de Black.
En el número 4 de Privet Drive se encontraba Dumbledore reunido plácidamente con Harry Potter. Le había llevado una carta donde se encontraban las posesiones de Sirius, su padrino que había muerto meses atrás y ahora le pertenecían a él. Allí se encontraba también Kreacher el horrendo elfo doméstico que pertenecía a los Black desde cientos de años atrás y el cual tenía un berrinche armado expresando su enojo al no querer pertenecer al ojiverde que lo veía tapándose los oídos.
Sus familiares, Petunia, Vernon y Dudley Dursley estaban sentados en un sofá mas allá viendo todo aquel espectáculo con el seño fruncido y mal encarados pero incapaces de pronunciar palabras ante el mago imponente derrochante de sabiduría.
—KREACHER NO QUIERE PERECER A HARRY POTTER, TRAIDOR DE LA SANGRE— gritaba el elfo sin ton ni son.
—CÁLLATE KREACHER— gritó Harry saliendo de sus cabales.
El elfo selló sus labios inmediatamente, y se tiró en el piso dando pataletas silenciosas.
—Al parecer si eres su nuevo dueño, así como de la casa y de sus otras pertenencias— comentó el anciano divertido. —Ahora busca tus cosas, es hora de irnos a donde los Weasley, me han pedido que pases estas dos semanas que quedan de vacaciones allá—.
Harry corrió escaleras arriba en busca de su baúl, lanzó todo lo que encontró a la vista, y bajó rápidamente arrastrando sus pertenencias bajando las escaleras de dos en dos.
El timbre de la casa sonó, Harry corrió a la sala de estar y vio a Dumbledore con interrogación, pero el anciano sólo sonrió y le hizo un ademán de que fuera abrir la puerta, caminó hacia ella expectante, al abrirla vio a dos chicas con su blanquecina piel bronceada por el sol, una de ellas con apariencia muy madura y la otra desbordaba niñez e ingenuidad, la primera era alta, delgada, con el cabello ensortijado, negro, y ojos miel, elegantemente vestida y la segunda parada a sus espaldas sonreía alegremente, aun más baja que la anterior, de ojos verde aceituna, y cabellos castaños sin ningún parecido que la uniera.
—Buenas noches, disculpa la hora ¿podemos pasar?— preguntó la perteneciente a los ojos miel, poniéndole la alarma al BMW que había dejado aparcado frente a la casa.
—Por favor… hace frío— suplicó la castaña.
—Claro pasen, pasen—.
Las encaminó hacia donde se encontraba el anciano.
–OH AMA— soltó el elfo al ver entrando a la alta mujer. –Sus características recuerdan a los finos huesos de mi señora y sus modales no son como los de… ese, usted, su sangre pura, no puede permitir que todo lo que pertenecía a mi señora sea profanado perteneciendo a esta ¡Suciedad! ¡Escoria!—.
Kreacher parloteaba con su voz ronca mientras caminaba alrededor de la elegante mujer en círculos.
—Silencio Kreacher— instó con firmeza.
Pero el elfo más que callarse porque fuera una orden lo hizo por respeto.
—Ya no soy tu ama—.
Se quitó el trench color arena que la cubría dejando ver un elegante vestido negro ceñido al cuerpo y luego le lanzó una mirada severa al notar que estaba a punto de armar otro berrinche.
–Y mi última orden para ti, si es que puedo dártela, es que le seas leal a Harry Potter hasta la muerte, no puedes obedecerle a nadie más sino a él ¿Quedó claro? Olvídate de los Black y de los Malfoy—.
Finalizó secamente con la vista fija en los grandes ojos del elfo, este bajó la mirada llena de odio y asintió, la chica se paró quedando elegantemente recta.
—Profesor ¿Cómo está?— saludó mientras el anciano tenía abrazada a la otra niña que se le guidaba del cuello. –¡Samantha por favor!—añadió con severidad y la castaña se separó inmediatamente del anciano.
—Mi querido Harry— empezó luego de que la castaña le diera un poco de espacio. –Ellas son Valeria Black y Samantha Pain…—.
–Mucho gusto James—.
Le extendió la mano.
–Soy Valeria Crawford y ella… es mi hermana Samantha Pain— siguió mientras el pelinegro las veía perplejo.
–Ella, Harry, es la hija de tu padrino Sirius Black, Valeria Black, Crawford es el apellido de su madre— informó Dumbledore con una sonrisa, aclarando el nombre de la ojimiel.
Los ojos de Harry se pusieron como platos y entró en una profunda sorpresa.
–Soy la única familia que te queda, por así decirlo… a parte de esos claro— repuso señalando al otro lado del salón. –No lo digo porque sean muggles, sino por la forma en que te han tratado todos estos años, son viles—.
Finalizó con desprecio lanzándole una mirada ponzoñosa al trío que estaba aún sentado en el sofá.
–¿Cómo que la hija de Sirius? Él… él nunca me habló de ti— farfulló el ojiverde mirando a la chica aún sorprendido ignorando sus otras palabras.
–Y no tenía porque hacerlo, yo soy su secreto, muy pocos saben de mi existencia, algunos ya no me recuerdan, y los que me conocen lo hacen como Valeria Crawford—.
–Pero yo era como… no entiendo porque no…—.
Harry miró el piso con confusión.
–Sí, como su hijo, pero eso no le daba motivos de revelarte nada, yo no le fuera permitido que dijera que soy su hija—.
–¿Por qué dices eso? él era…—.
–Yo sé lo que era James, nadie mejor que yo para saberlo, soy su hija aunque no pude disfrutarlo tanto como Tú, después que le di la libertad. Nadie más que yo lo lloró y aún sufre su ausencia—.
Arrastró cada una de las palabras viendo al chico con resentimiento, mientras este la miraba con asombro.
–Lo siento yo…– se disculpó el ojiverde con la mirada entristecida recordando la muerte de su padrino.
–Tranquilo, disculpa tú que llegamos a esta hora a molestar. Fue el único momento que encontré, estábamos muy ocupadas con… el entierro de nuestra madre, se suicidó— informó la rizada fríamente, como sino sentía dolor por el suceso.
–Lo lamento mucho ¿P-por qué se… se?—.
Harry trató de preguntar algo incomodo, pero fue interrumpido.
–Por tu padrino claro, no aguantó la tristeza, y se mató, ni siquiera hizo eso por el mío que murió hace tres años… que amor ¿No?— preguntó Samantha aparentando inocencia.
Vely volteó a verla y entornó los ojos ante el comentario, la niña sonrió con picardía y se tapó la cara con la barba de Dumbledore.
–!COMPÓRTATE!—.
Definitivamente el comportamiento infantil de su hermana la hacía perder sus cabales.
–¡Ya tienes quince años por favor no cinco!—.
La ojiverde instintivamente soltó la barba del anciano, mientras Harry veía estupefacto el comportamiento de la ojimiel.
–Sal inmediatamente y te montas en el auto—.
–¡YA NO TE SOPORTO!—.
Sam salió de la casa con los brazos cruzados haciendo un puchero infantil.
Los tíos de Harry veían mal encarados toda la escena pero ahora menos atrevían a decir una sola palabra ante aquella bruja de ojos malévolos que supuestamente era la hija del que ellos conocían como un asesino.
–Bueno James sólo quise ponerme a tu disposición, me envías una lechuza si se te ofrece algo, tengo que hablar contigo, pero será luego—.
Ahora su voz era amable y había transformando su expresión haciendo parecer que nada había pasado.
–Adiós profesor— se despidió con la mano. –Harry, espero volver a verte, adiós Kreacher—.
Tomó su abrigo y salió de la casa, a los pocos segundos se escuchó el crujir del motor desapareciendo a gran velocidad por la calle desierta, y Dumbledore entonces se dispuso a contarle lo acontecido con la vida de su nueva prima.
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Aquella noche Dumbledore llevó a Harry a casa de Weasley y por petición del anciano no le había contado a sus amigos de su nueva supuesta, casi prima, pues ellos tenían entendido que aquella chica no era más que la secuela de una mortífaga, y por razones de ella, ya sabía que no quería ser conocida por los demás como la hija de Sirius, al parecer muy pocos sabían su real procedencia entre ellos Arthur y Molly, y si ellos no se habían tomado las molestias de revelarle aquel secreto a sus hijos no tenía porque hacerlo él. Recordó haber visto aquella mujer alguna vez en la Orden del Fénix hablando en una habitación apartada con su padrino, pero con tanta gente entrando y saliendo en esa época no le prestó atención. Había escuchado algunas conversaciones de sus amigos donde trían a colación el nombre de aquella chica, pero era en cuestiones triviales, mencionaban que su madre había muerto, que era muy buena amiga de Ginny, que había conocido otras partes del mundo, que tenía una casa en quién sabe dónde y que Ron gustaba de ella… pero más allá de eso no se atrevía hacer preguntas por temor a meter la pata.
Jugaban Quidditch Harry, Hermione, Ginny y Ron. Pero los pensamientos del primero no se encontraban ahí en ese momento, se sentía extraño al hecho de tener una prima, lo llenaba de emoción, pero a la vez de dudas, como podía ser aquella chica tan fría, controladora y de mirada ominosa hija de ese hombre de noble corazón y gestos complacientes, definitivamente aquella chica tuvo que haber perdido y sufrido mucho, pero no por su madre que veía en sus ojos había sido una perdida infructuosa, sino por el ser que ambos recordaban con nostalgia.
Estaba tan perdido en sus pensamientos que no se dio cuenta de la persona que apareció de pronto en medio del jardín que sobrevolaban, estuvo a punto de arrollarla, desvió bruscamente su escoba y cayó al piso mientras ella se volteaba protectoramente, el pelirrojo detuvo su escoba instantáneamente cerca de aquella chica, alta, delgada, cabello negro y ensortijados al igual que su padrino, y ojos miel, vestía unos jeans ajustados, una franelilla blanca y tenis azul marino, se volteó a ver a Ron que ahora estaba parado en frente de ella y la abrazó tiernamente por unos segundos.
—Hola Ronald— saludó saliendo del susto.
—Vely ¿Cómo estás?— inquirió abrazándola torpemente.
—Bien- respondió algo ahogada por el apretón. –Ronald— masculló
—Mmmm—.
—¡Ronald!—.
—Mmmm—.
—¡Me estás asfixiando!—.
El pecoso la dejó de un salto con las mejillas tan rojas como sus cabellos, Hermione lo vio disimulando enfado.
—¿Como estás Valeria—.
Le llegó Ginny a un lado después de carcajearse de su hermano.
—Bien, hola James— saludó Valeria al chico que la vio confundido.
–Hola, no… No es así como te recordaba te veías… mayor— gesticuló Harry extendiéndole la mano en saludo.
–En realidad acabo de cumplir diecisiete y cualquiera se ve diferente con ropa elegante, unos tacones y algo de maquillaje—.
–¿Y ustedes ya son novios?—.
Le preguntó a Ron mientras veía a Hermione que ahora se había ruborizado.
–Ella no es mi novia— respondió rápidamente viendo a Hermione que ahora lo veía con un haz de desprecio. –Es mi amiga— Vely sonrió.
–Hola Hermione—.
Le extendió la mano la cual Herms apretó con determinación y haciendo un movimiento de cabeza permitiéndose pensar en que era una arpía.
–¿Y ustedes cómo se conocieron?— interrogó Ron viendo a Harry y Vely con asombro, su mejor amigo había omitido ese punto durante su estadía.
–Fui a casa de James a presentarme y a ponerme a su disposición como integrante de la orden que soy—.
Dirigió su mirada fría a Harry, el cual asintió silenciosamente, mientras Hermione sagaz se dio cuenta de que tal vez así no habían ocurrido las cosas.
–Bueno, sólo vine a hablar con Molly y a decirle a ustedes que voy a terminar mi último año en Hogwarts al igual que Sam—.
–Me encanta esa idea, pero ¿Por qué dejaron Durmstrang?— inquirió Ginny.
–Odio el búlgaro— contestó la rizada con burla. –En realidad ahora que estamos solas y debo cuidar de mi hermana me parece mejor que estemos cerca de las personas que realmente nos aprecian— continuó con voz tranquila mirando el bulto regordete que se acercaba.
La señora Weasley caminaba rápidamente frotándose las manos del delantal.
–Oh ¿hija cómo has estado?—.
Molly tomó a la chica por la cara y revisó sus facciones como lo hacía con Harry.
–El sol de la playa te ha dado color pero estás muy delgada, de seguro no te has estado alimentando bien, ¿cómo está Samantha, por qué no vino contigo?—.
Vely tomó a Molly por las manos las quitó de su rostro poniéndolas en su cintura y cerrándose a ella en un abrazo, ahora más que nunca necesitaba sentir ese tierno calor de madre que despedía Molly a todo el que lo necesitaba, dos tenues lágrimas corrieron por sus mejillas mientras escondía la cara entre el cuello y el hombro de la señora, después de todo no era tan fuerte.
Sentía en su pecho el dolor de la muerte de sus padres por sobre todo la de Black, el único que sabía lo que realmente sentía, lo que realmente valía y no la veía como un trofeo de una relación frustrada, sentía que él realmente la amaba, no como su madre que siempre la vio como el triunfo que le quedó del hombre que amaba.
Él también la amó en algún momento hasta que descubrió que Vanessa Olsem era una mortífaga, se alejó de ella arrebatándole la bebé de sus brazos repugnado por su descubrimiento, hasta que cayó en Azkaban y Valeria volvió al regazo de su madre ahora más fría que nunca, sumida en el dolor, pero como toda mujer ambiciosa siempre quería más poder, conquistó a un riquillo del mundo mágico sólo por obtener un mayor estatus, sintiendo que ella menos que nadie podía ser el hazme reír entre su grupo codicioso de allegados.
Irremediablemente nació Samantha la luz de los ojos de su padre y la oscuridad de los de Vanessa, aunque era su hija no la trataba como tal, sino como una pesada carga con la que tenía que lidiar por el resto de su vida, los Crucios, los reproches y los gritos eran siempre para la pequeña Sam.
Crió a Valeria siendo su hija predilecta, con privilegios, llenándola de riquezas, joyas, lujos, sin saber que más allá de esa tenue mascara su princesa era infeliz. La cargó de resentimientos, de recuerdos de una relación fallida, veía a su hija como el único medio de reconciliación.
Después de escapar Sirius de la cárcel, repentinamente el padre de la castaña fue hallado muerto sin índices de violencia ni enfermedad que la causara, en uno de los parques de la cuidad cuando salía a dar su paseo de las ocho, quien lo mató, nunca se supo, pero Valeria sabía claramente que había sido su madre con las esperanzas de encontrarse libre para su verdadero amor, una vez más sentía repulsión hacia su progenitora, no soportaba el recordar todo lo que sabía de ella, las personas que había matado, las que había hecho sufrir y engañado, no soportaba las injurias hacia su hermana, de cierta forma odiaba a ese ser que le había dado todo en la vida y que la había enseñado a ser egoísta, se odiaba a sí misma por ser su hija, lamentando siempre no tener una madre como la señora Weasley. Quizá por eso sintió un haz de satisfacción cuando la encontró muerta en su cama, después de supuestamente haber ingerido una de las pociones letales con las que experimentaba Samantha.
Su inaudible sollozo paró rápidamente se separó de Molly dándole una sonrisa de agradecimiento por ser una vez más su apoyo.
–Vamos tienes que comer algo, aún me queda un poco de cordero asado—.
Arreó a la ojimiel hacia la casa.
Los jóvenes habían visto la escena algo incómodos, Harry recordó la muerte de su padrino y supuso lo que debía sentir ella, aquel sentimiento de desolación, como si no existiera para el mundo, encerrados en la oscuridad donde ves la luz al final del túnel y por más que corres y extiendes tus manos para alcanzarla no lo logras. Ginny y Ron estaban cabizbajos pensando en como hacer para alegrarla un poco, mientras a Hermione se le hizo un nudo en el estómago, en su persona no estaba juzgar a los demás antes de conocerlos y sin embargo lo había hecho sin saber por lo que podría estar pasando aquella chica que apenas acababa de conocer sólo por una estúpida desconfianza.
Al rato el cuarteto entró en la cocina donde reposaba Vely elegantemente sentada a pesar de sus fachas, con una taza de té entre sus manos, mientras Molly caminaba de un lado a otro hablando fervientemente y preparando la cena.
–Ya se hace tarde, debo marcharme—.
La chica se paró de la mesa y depositó la taza medio vacía en el fregadero.
–Oh bueno espero que vuelvas pronto—.
Se despidió la señora Weasley con un tono de lamento, Vely la vio y ladeó la cabeza cruzándose de brazos y lanzándole una mirada como haciéndole recordar algo.
–Oh sí., sí, esta noche hablaré con Arthur, espero que tú Harry querido no tengas problemas— continuó mirando a Harry y juntando sus manos un poco más arriba de su ombligo.
–¿Problemas con qué?— preguntó Harry dudoso.
Vely se le acercó mirándolo fijamente a los ojos con su constante mirada inexpresiva pero que contenía un ápice dulzura.
–Invité a la familia a pasar esta última semana en mi casa, en la isla— dijo cortésmente con una tenue sonrisa. –Me gustaría que vinieras tú también, tengo cosas que enseñarte—.
Los ojos de la rizada tenían un brillo diferente, Harry la veía fijamente perdiéndose en aquellos ojos miel, en cierta forma esa mirada le recordaba mucho a la de su padrino.
–Claro por mí está bien— contestó el ojiverde sin quitarle la vista de encima, la chica asintió con la cabeza y desapareció delante de él.
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En una isla de Venezuela estaba ubicada la casa de la playa, era un chalet bastante amplio de dos pisos con ocho habitaciones, una cocina amplia empotrada, una sala de estar muy grande y que a pesar del clima caluroso de la isla tenía una chimenea conectada a la red flú, seis cuartos de baño, un despacho, un amplio comedor, el recibo, en la parte trasera una piscina, y toda la casa estaba rodeada por amplios corredores.
Al llegar los Weasley había un revuelco total, entraban y salían haciendo alboroto por la emoción de estar cerca del mar, Hermione los miraba con impaciencia, Samantha corría de un lado a otro enseñándoles la casa emocionada por la visita, Harry que había salido de la casa llamado por el sonido de las olas se había quedado parado frente al mar contemplando su vaivén, Vely que estaba a punto de un colapso por tanto alboroto se alejó unos metros de la casa y se sentó bajo una palmera a esperar que Molly pusiera un poco de orden.
–¿Estás bien?—.
Harry que había visto a la rizada en la distancia decidió acercarse pensando en que tal vez ese era un buen momento para empezar a fraternizar con su casi prima, tenía muchas dudas en su cabeza y tal vez ella podría ayudarlo.
–Si tranquilo, es sólo que no estoy acostumbrada a tanto alboroto— sonrió echando un vistazo a la casa.
–¿Y cómo diste con esta casa?—.
El ojiverde trató de hacer conversación, la ojimiel dio una sonrisa de medio lado más para sí que para él, como si recordara algo que le diera un poco de felicidad.
–Tengo mis contactos— sonrió con picardía —Es aquí a donde traje a Sirius después que lo salvaste de morir en manos de los dementores, la compré para él, para alejarlo de todo lo que pudiera hacerle daño— dijo ahora con nostalgia clavando la mirada en la distancia.
Harry la veía receloso, como una niña podía haber echo todo eso a sus catorce años, aunque observándola bien una niña es lo menos que parecía, aquella mujer de rizos tenía un semblante tan exótico como el paisaje que los rodeaba, su cuerpo cubierto sólo con un traje de baño no parecía el de una infante, su personalidad derrochaba ímpetu, determinación y malicia, sus gestos eran decididos y atrevidos igual que sus acciones y dudaba que un par de años atrás hubiera sido diferente, y recordó que con magia y determinación se puede hacer eso y mucho más.
–Por eso que sus cartas hacia ti las llevaban aves tan extrañas, fue aquí donde logré mantenerlo oculto y a donde de seguro te quería traer a vivir—.
Una nota de resentimiento se clavó en su voz mientras fijaba sus ojos en los verdes de Harry, el cual la vio algo incomodo.
—¿Por qué la casa y las posesiones de Sirius me quedaron a mí?—.
—Te dejó únicamente parte de las posesiones, las más visibles por así decirlo… y lo hizo porque yo no existo James, al menos no como su hija, no puede haber nada que me vincule a él—.
–Entiendo, por cierto ¿Co-cómo fue que le diste la libertad? Si mal no recuerdo eso fue lo que dijiste la primera vez que te conocí— comentó con voz alicaída recordando lo sucedido a sus trece años.
–Con una vela de babilonia, claro, de resto no tenía otro modo de entrar en Azkaban sin ser atacada por los dementores y sus demás guardias— respondió la ojimiel como si fuera lo más obvio del mundo.
–¿Pero qué es eso?—.
Estaba incrédulo ante las palabras de la chica.
–Es una magia muy antigua usada más que todo en los años de 1730 a 1685 antes de Cristo ciertos magos la fabricaban para ayudar a escapar de Babilonia mientras era arrasada por lo hititas—.
Harry la veía sin entender una sola palabra de la historia antigua que le estaba contando, viendo de un momento a otro como se transformaba en una Hermione más refinada.
–Su uso se prohibió en la época en que Alejandro Magno imperó, eran muy pocos los magos que tenían el poder asaz y el suficiente buen corazón para crearla… ya que lleva su sangre, y Alejandro se encargó de matarlos a todos los magos con esa pureza. Claro que quedaron uno que otros escritos de la preparación de la mezcla que lleva términos muy parecidos al de la alquimia para poder lograr su producción—.
–Bueno pero si desapareció hace más de dos mil años ¿cómo es que tú la conseguiste?—.
Él no entendía mucho de lo que ella había dicho.
–En esta vida no todo desparece James, tuve que hacer una exhausta investigación, por suerte Dumbledore me ayudó. Así que viajé a Bagdad… Allá ese aprendizaje fue pasando de generación en generación entre unos pocos, sólo que el último mago que queda con ese poder tiene 300 años, fue tan amable de elaborarme dos, una la usé sacando a Sirius de Azkaban… Aún conservo la otra por si tengo que huir repentinamente—.
Vio a Harry con una sonrisa de aire maléfico.
–¿Cómo funciona?—.
Harry estaba un poco ansioso.
–Es como un traslador James, pero te puede llevar a cualquier parte así no sepas como es, y no hace falta que enfoques tu mente en ello como con la aparición, sólo necesitas desearlo. Puede llevarte desde el fondo del océano hasta el planeta más lejano, al cielo o al infierno aunque estés vivo. Una vela te concede dos viajes, cuando pedí el deseo y la encendí aparecí justo en la celda de Sirius, mientras me abrazó la prendí nuevamente y salimos de allí sólo que su deseo era vengar a tus padres y no aparecimos juntos… Él se quedó en Londres vagando hasta encontrarte y yo llegué aquí, sin él, sola—.
Finalizó arrastrando con desdén sus últimas palabras, Harry la veía cabizbajo sintiendo que le había arrebatado algo importante.
–¿Por qué no le dices papá a Sirius, por qué te refieres a él como si no tuviera nada que ver contigo, así como cuando dijiste que no permitirías que dijera que eres su hija?—.
Las facciones de la chica se endurecieron.
–Porque soy mejor conocida como la hija de una mortífaga James, no voy a empañar más el nombre de mi padre con eso después de todo lo que luchó— respondió lacónicamente, mientras veía acercarse a Ron y Hermione, que venían cada uno con vasos de jugo.
–¿Quiénes fueron esas personas a las que le borraste tu recuerdo?—.
Necesitaba saber todo de aquella chica con la que pretendía convivir de ahora en adelante, necesitaba saber todo por lo que había pasado y vivido, lo bueno y lo malo, lo que era y no capaz de hacer, y si hasta ahora había sido capaz de borrarle la memoria a alguien, y viajar a quien sabe donde para buscar una solución para sacar a Sirius de Azkaban, la veía capaz de cualquier cosa.
–A Bellatrix y los Malfoy— contestó rápidamente mientras la pareja se sentaba al lado de ellos y le entregaba un vaso a cada uno.
–¿Que pasó con los Malfoy?— preguntó Ron viendo a Vely con cara de bobo.
–Nada, son unos pesados—.
Vely tomó un sorbo de jugo, se volteó a ver a Ron y le regaló una sonrisa que pretendía ser cariñosa.
–Vamos tengo una sorpresa—.
Entraron a la casa, reunió a los más jóvenes frente a la mesa del comedor y colocó sobre esta varías cajas que contenían juegos de mesa, los gemelos se pusieron en marcha era hora de demostrar su poder en los juegos mundo muggle.
Al rato las cartas, monopolios y scrabbles ya habían tomado la atención de todos. En la casa todos gritaban eufóricos ante las victorias y las derrotas, excepto Samantha que se sentía aislada, había dejado de llamar la atención de los demás con sus locuras y hacía rato que la habían sacado de los juego por mala jugadora.
—¡PARA DARLES LA BIENVENIDA YO COCINO!- Samantha decidida viendo la muchedumbre que tenía en frente que jugaban escandalosamente, eran 9 en total, su hermana, el trío dorado, Molly, Arthur, Ginny, Fred y George.
—Pero si no has cocinado en tu vida…— se quejó Molly.
Los demás no le hicieron caso y siguieron jugando entre ellos.
—Todo estará bien Molly, hoy te toca descansar— explicó encaminándola hacia donde estaban los demás entretenidos.
La castaña se dirigió a la nevera y la encontró prácticamente vacía, sólo unas cuantas cosas quedaban desde el último mercado que había hecho su hermana; cogió un huevo y lo miró. Por lo menos una tortilla tenía que ser capaz de hacer, no podía defraudar a los demás después de su intento de llamar la atención, puso el huevo en la encimera y lo miró detenidamente.
—Ahora un golpecito… — susurró, pero lo hizo demasiado fuerte y aplastó el huevo entre la mesa y su mano, llenándosela de clara – ¡Joder!— exclamó limpiándose con un trapo. —Está bien… voy otra vez—.
Se armó de paciencia y cogió otro huevo, suavemente consiguió agrietar el huevo y por ahí metió el dedo para separar las dos partes, lo hizo demasiado fuerte, y rompió la cáscara, pero consiguió que el huevo cayera en el plato, sólo que las cáscaras también lo hicieron.
Miró hacia atrás vigilando que los demás no estuvieran mirando y las sacó con la mano. Con el tercer huevo ya casi lo tenía controlado y así fue poco a poco, cogió un tenedor y removió los huevos, ese paso lo tenía claro.
Puso una gran sartén en el fuego con un poco de aceite y volcó la mezcla. Todo fue bien hasta que le tocó de darle la vuelta a la tortilla; lo intentó por un lado y se rompió, lo intentó por el otro con el mismo resultado, al parecer estaba pegado.
Intentó despegarla con cuidado y se dio cuenta que se empezaba a quemar, por lo que enfadada comenzó a remover la tortilla. "Cambio de planes, serán huevos revueltos, o algo así…" se dijo así misma.
Puso un poco en cada plato, un trozo de pan y cortó un par de trozos de queso para cada uno.
—¡Ya está la cena!— anunció y todos tomaron asiento hambrientos el día había sido largo.
Samantha colocó un plato en frente de cada uno y después se sentó en su sitio. Los demás se quedaron mirando el plato.
—¿Qué es esto?— preguntó Ron con temor, tocándolo con la punta del tenedor.
—Son huevos revueltos— contestó la cocinera perdiendo la paciencia.
Ron volvió a mirar su plato como los demás. Fred tomó el tenedor y cogiendo un poco se lo llevó a la boca, masticó una vez y se paró mientras los demás lo miraban expectantes esperando su veredicto, volvió a masticar y tragó con dificultad.
—Samantha, eres consciente de que hay que cascar los huevos para hacer una tortilla ¿no? ¡Está lleno de cáscaras!— exclamó riendo.
—¡Genial! Voy a morir de hambre…- se quejó George mirando su plato y apartándolo hacia el centro.
Samantha dio un golpe en la mesa con una mano y se levantó, miró a todos perdonándoles la vida y a grandes zancadas se dirigió a su cuarto, pegando un portazo tras de sí. Era hora de que Molly entrara al rescate.
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Hermione se alejaba, se iba al mar, a pasear, a ayudar a la señora Weasley o a estresarse con las ocurrencias de Sam, pero por nada del mundo se quedaba mucho tiempo en donde estuvieran Vely y Ron juntos, no soportaba ver como Ron la miraba babeado y hacía lo que fuera para complacerla, mientras Vely no le daba importancia, estaba ahí porque ni modo, estaba con los Weasley y su amigo Harry pero si por ella fura no hubiera ido ni a punta de Crucios.
Y era porque simplemente no la soportaba, sin saber porqué sentía que la odiaba con todas las fuerzas de su ser, sin entender la causa, ya que era Ron el que andaba detrás de la rizada como perro faldero, hasta los momentos no había visto que la ojimiel le insinuara algo, o siquiera le hiciera ojitos, es más su trato hacia él era como el que le daba a Harry o a ella misma, los trataba con una amable indiferencia, con su siempre mirada fría o vacía sin mostrar ningún vestigio de sentimiento que no fuera desolación o ira, así que ella no era el problema, era Ron, su odio debía ser dirigido hacia él, ¿Pero por qué no lograba odiarlo? pues porque era el amor de su vida el chico que le gustaba desde siempre, con el que se enojaba sólo de momentos por cosas estúpidas, el que era lo suficientemente ciego para no darse cuenta de que ella lo adoraba.
–Sé lo que sientes Granger y tranquila ya se le pasará–.
Vely se paró al lado de Hermione que contemplaba el mar y también clavó sus ojos en la lejanía.
–Lo que cree sentir por mí, ya se le pasará— siguió la ojimiel ante la cara de confusión de Herms, que no entendía como podía saber lo que pasaba por su mente en ese momento, ¿Acaso no lo había disimulado lo suficientemente bien?.
–No sé de que me hablas— farfulló la castaña con nerviosismo.
–Por favor Granger, aunque tratas de disimularlo, te sale por los poros el amor que le profesas a Ronald y el odio que sientes hacia mí, por lo menos yo si me doy cuenta al igual que Ginny— apuntó la ojimiel con media sonrisa jugando con su pie en la arena.
La castaña se sonrojó y se le hizo un nudo en la garganta, se sentía como una tonta, sabía perfectamente que a Vely no le importaba Ron y aún así la había odiado por lo que él sentía, sin ella tener culpa, y lo peor de todo es que se había dado cuenta.
–Ronald es un chico inseguro, incapaz de darse cuenta de lo que pasa a su alrededor. Y para más, es un adolescente con hormonas e inmaduro… Yo sólo soy una cara bonita para él, pronto se dará cuenta de que a quien realmente quiere, es a ti– prosiguió. –No por nada le brillan los ojos cuando está contigo y comienza a decir chistes estúpidos para hacerte reír. Yo no debo ser una amenaza para ti Granger, lo quiero como si fuera mi familia, no tengo ojos para él y sería incapaz de romper un lazo tan lindo como el que tienen ustedes–.
La rizada caminó hacia la puesta del sol que se veía a un lado de ellas.
Hermione quedó sumergida en un pozo de vergüenza, pues había quedado como una estúpida por tener celos estúpidos por un estúpido, pero aún así una profunda calma se posó en su corazón, el odio que sentía su alma se disipó instantáneamente pues su mente reconocía que en realidad aquella chica de ojos tristes no era su contrincante, sino una extraña amiga.
