Antes de que todo empezara, de que mi vida se volviera algo que en mí jamás imaginé, todo en ella era tranquilo. Al menos, la mayoría de las cosas.
Hasta hace unos meses yo vivía en otra ciudad. Se podría decir que acabo de mudarme. Llevaré cuando mucho dos meses en esta ciudad, totalmente nueva para mi. No comprendí desde el principio las causas que llevaron a mi familia a mudarse, pero probablemente fue porque no estaba consciente de lo involucrado que estaba. Bueno pero, eso por el momento es otra historia. El asunto es que el cambio radical entre mi antigua ciudad y esta me han puesto de nervios alterados durante todas las vacaciones. Eso y el hecho de que hace poco cumplí 15 años. Ya saben, el despampanante desfile de hormonas recorriendo el cuerpo contrastan con el recién formado sentido de la responsabilidad. Dicen que la mejor parte en la vida de un hombre es la adolescencia. Si aquellos que dijeron eso hubieran vivido lo que yo, mejor se hubieran quedado callados.
Para empezar la mudanza. Horas y horas de viaje, cientos de paradas al baño, cientos de patadas que me daba mi hermanita, cientos de veces que oí preguntar "¿ya llegamos?" y cientos de veces que escuché a mi padre decirle a mi pequeña hermana, que no paraba de patearme, que faltaba muy poco para llegar. Ese "muy poco", a mí me supo más a eternidad. Luego de eso, estuvimos dos horas buscando el residencial al que nos estábamos mudando. Mira que mudarse de ciudad tan deprisa y olvidar el mapa es algo que no le pasa a todo el mundo. ¿Quién habrá sido el responsable de olvidarlo? Bueno, al tema. Una vez hallada la casa, y de recibir una buena regañada por parte de papá y mamá por haber olvidado mi mochila escolar, con mis útiles preparados para una escuela de verano y el mapa, por cierto, comenzamos a desempacar los montones de cajas y cajas que cargaba el camión que nos siguió como quien sigue a un fugitivo por todo el camino hasta aquí. Después de adaptarnos a la casa, venía el paso más difícil: Asimilar que toda mi vida había cambiado en unas cuantas horas.
No. No exagero. Ustedes dirán: "Ya sé que mudarse es difícil. No tienes amigos, pero luego te acostumbras." Pues en mi caso, cualquiera se sentiría igual que yo.
Ahora que ya se acabaron las vacaciones, he tenido suficiente tiempo para asimilar el cambio. A algunos les toma días, otros en cuestión de horas, pero a mí me tomó meses. Aproximadamente 60 días que, en lugar de salir y divertirme, utilicé para pensar en mis acciones pasadas y el motivo de la mudanza repentina. Caí en la cuenta. Pero, me lamento porque fuera hasta hoy.
La razón en sí es difícil de explicar, podríamos decir que es una larga historia. Resumiendo, yo era "muy raro". Es decir, me comportaba de manera que muchos considerarían peculiar. Cuando era más joven me encantaban las historias de fantasmas espeluznantes, zombies que reviven de sus tumbas, extraterrestres comehígados, viajeros del tiempo y toda clase de cosa que se saliera de lo normal del día a día. Tenía la idea, casi como un credo, de que esos seres paranormales realmente existían, y no sólo eso, sino que también estaba seguro que me rodeaban.
Pensando de esa forma, siempre traté de encontrar a aquellos seres a mi alrededor. Sabía que no se dejarían descubrir tan fácil y no me rendía en mi búsqueda de lo extraño. Día a día soñaba con aventuras. Yo quería ser quien salvara a la damisela en aprietos, quien salvara a la humanidad de los extraterrestres invasores, quien diseñara las carabelas que le permitieron a Colón llegar al Nuevo Mundo. Todo eso y más. Mi obsesión por lo sobrenatural era tal que mis amigos ya no me hablaban, y se apartaban de mí cada vez que me veían acercarme a donde ellos estaban. Mi familia, es decir, mis parientes cercanos, temían por la salud mental de sus hijos diciendo que si les permitían jugar conmigo adquirían hábitos extraños como los que yo tenía. Por supuesto que entonces no me daba cuenta, pero tenían razón. Mi forma de ser iba de lo "extravagante" a lo que se describe más precisamente como "locura". Recuerdo con vergüenza una vez que un tío se disfrazó de Santa Claus para navidad. Yo ya sabía que él no era Santa Claus en realidad, puesto que de hecho dudaba de la existencia de un tipo regordete vestido de rojo que trabaja sólo una vez al año, viviendo en condiciones climáticas extremas. No, el problema fue cuando, por la noche, escuché un sonido en la azotea de la casa. Se oía como algo que golpeaba las varillas que asomaban por encima del cemento de la azotea. El sonido era muy inusual, y se repetía de forma constante y melódica. Yo creí que se trataba de una transmisión acústica extraterrestre y, saltando por sobre la mesa de navidad donde estaba sentado y tirándola al piso, corrí a las escaleras para conocer a lo que fuera estuviera haciendo tal sonido. Mi entusiasmo fue tal que herí de gravedad a un primo durante mi carrera ya que un cuchillo salió volando de la mesa que yo había volcado para levantarme. Todo terminó en que quedé atorado de un árbol cercano, al borde de caer de muy alto, por perseguir la fuente de aquel sonido. Nunca supe que fue lo que hizo ese sonido, probablemente fue algún animal.
Ese incidente fue lo más cercano que he estado de morir por causa de mis locuras. No solo eso, sino que también herí a alguien cercano. Poco a poco perdí el interés en esas cosas, hasta que un día me di cuenta de que me ya no me interesaban. Ya no me deslindaba de compromisos o responsabilidades y me pegaba a la televisión a ver programas de espiritismo. Ya no salía por las noches a los panteones, saltándome las bardas de las casas aledañas, para buscar almas en pena. Ya no veías cada noche con mi telescopio que me dieron con la esperanza de que me interesara en las estrellas de forma científica, espiando las casas de los vecinos para descubrir sus supuestas verdaderas identidades. Ya no. No sé como ni cuanto tiempo tomó, pero ya no lo hacía.
Justo cuando cambié, nos mudamos. Sí, hasta hace poco que dejé de ser así de extraño. Ahora tengo objetivos más claros y realísticos, como sobrevivir la preparatoria y jugar fútbol, que se convirtió en un excelente pasatiempo para mí.
En fin, en resumidas cuentas, soy un extraño que cambió para bien. Supongo que madurar era algo que haría tarde o temprano. Aceptar las leyes de la física y reconocer que no se puede hacer nada para cambiarlas es parte de lo que es madurar. Si hubiese alguien que dice que esto no es madurar, le diría a esa persona: "Entonces no sé que lo es".
Aunque, mañana es el primer día de clases...
