Advertencias:
Este fanfic contiene violencia, posibles menciones sexuales leves, homosexualidad, muertes y spoilers del manga original, si alguna de estas secciones puede herir la sensibilidad de alguien o fastidiarle el anime (?), está avisado de que debe volver atrás.
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Disclaimer:
Death Note así como sus personajes son propiedad de Tsugumi Oba y Takeshi Obata.
Capítulo 1:
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Las clases se volvían cada vez más pesadas. El profesor de literatura había vuelto a ponerse a filosofar sobre alguna de esas cosas a las que nadie atendía, pues, siendo última hora, los alumnos no estaban por la labor de hacer algo más que clavar sus ojos en el reloj con desesperación ante lo lento que pasaba el tiempo.
En la parte trasera de la clase, en una esquina, junto a la ventana, se hallaba Mello. Al contrario que el resto de sus compañeros, el joven no se preocupaba por la hora, estaba ocupado observando a un chico de una de las clases inferiores a través del cristal con una expresión de hastío.
Pasados unos minutos —que para la mayoría parecieron décadas —el timbre sonó dando lugar a una estampida de adolescentes que parecían huir del recinto escolar como si del mismísimo infierno se tratase. En resumen: los pasillos de la estancia se habían convertido en un auténtico caos. Mello se abrió paso entre la multitud sin que le importase provocar más de una caída con sus empujones. Oh, no: no estaba de buen humor; y eso era algo de lo que cualquiera que lo viese se daría cuenta enseguida, no obstante, aquello no era nada inusual, al fin y al cabo, siempre había sido bastante irascible.
—¿Near otra vez?
Se giró al oír aquella voz a sus espaldas encontrándose con el rostro de un chico pelirrojo que acababa de sacar una videoconsola portátil.
—Ese maldito ha vuelto a sacar la nota máxima en los exámenes globales —dio como respuesta con tono cortante—. Al ser de un curso inferior debería sacar menos que nosotros o los de bachillerato, pero, ¡no! ¡Near siempre tiene que sobresalir en todo!
—¿No crees que exageras? —preguntó el otro sin apartar la vista de la pantalla— ¿Cuánto sacaste tú?
—9'99.
—Eso y un diez es prácticamente lo mismo —respondió suspirando ante la tozudez de su compañero.
—¡Me da igual! —gritó apretando los puños — Un maldito crío de catorce años no puede ser una centésima más listo que yo. ¿No lo comprendes, Matt? ¡No puede!
El diálogo no duró mucho más, pues bien sabía Matt que su amigo era como era y que por mucho que intentara hacerle entrar en razón o decirle nada, el efecto que lograría sería uno totalmente contrario al que deseaba.
Y tras aquella "pequeña charla" que más que eso había sido una discusión tonta, Mello se fue directo a su casa; para su desgracia, tendría que limpiar, ya que su hermana mayor, Halle Lidner, que era la única persona con la que vivía tras la muerte de sus padres, llevaba una semana fuera y tardaría otros dos días en regresar. La idea de la limpieza era todo menos agradable, mas, si seguía posponiéndolo, sería mucho peor.
El ascensor del edificio en el que vivía se detuvo en el tercer piso y el joven se acercó a una de las puertas para luego entrar y cerrar de un portazo con evidente molestia. Llegó a su habitación y lanzó la mochila al suelo sin delicadeza alguna causando que algún que otro libro se saliese de ella, pues estaba medio abierta, y él mismo se dejó caer sobre su cama bocabajo ocultando su rostro.
—Maldita sea, maldita sea, ¡maldita sea! —decía agarrándose sus cabellos rubios con tanta fuerza que por poco no se los había arrancado.
Siguió lanzando maldiciones al aire durante unos cinco minutos hasta que se cansó y el silencio reinó en la recámara con la única excepción de su respiración acelerada por haber estado gritando de aquella manera.
Se levantó con infinita pereza, vislumbró su mochila y se dispuso a ordenarla. Observó uno de los libros de texto durante unos instantes hasta que decidió desistir de ponerse a estudiar. Había estado estudiando durante varias semanas sin descanso con el único fin de superar a Near, por lo que las ganas de volver a hacerlo ahora estaban por debajo de cero y encima había sido en vano, puesto que nada más llegar al instituto esa mañana les habían dado las calificaciones de aquellas pruebas.
Era tan irritante… ¿Cómo había sido posible perder contra alguien dos años menor que él? Realmente no es que antes se preocupara por las notas que sacaban los demás alumnos de su instituto, pero desde que había llegado aquel niño las cosas habían cambiado. Desde que lo conoció, había empezado a rivalizar con él, a pesar de no estar siquiera en el mismo curso, Near era una persona extraña, tanto física como mentalmente, y Mello odiaba su forma de ser.
Podía recordar el momento en el que lo vio como si hubiese sido el día anterior. Aquella vez, en la vuelta de las vacaciones, mientras estaban recitando uno de esos discursos que daban inicio de un nuevo ciclo escolar, las puertas de la sala de actos se había abierto mostrando a un hombre ya entrado en edad y tras ese hombre se encontraba un niño que se había convertido en la razón de su agonía: Near.
En aquel entonces, presentaron al chico como un alumno transferido que originalmente iba a estar cualquier otro lugar que no fuese ese, no se dieron muchos detalles acerca de ello. El pequeño no era algo común, pues sus ojos grises y opacos hacían un enorme contraste con una cabellera completamente blanca. No es que no hubiese gente albina en el mundo, pero era algo muy poco común y parecía favorecerle al recién llegado. La primera palabra que le llegó a la cabeza fue… "algodón". Sí, a eso se parecía el chico.
Sus compañeros murmuraban acerca del joven mientras que la directora hablaba sobre él como si estuviese recitando un guión previamente memorizado. Hablaba del niño como si a alguien que admirar: nunca cometía ningún fallo, su inteligencia así como su capacidad de memorización eran perfectas, jamás había sacado una nota que bajase del máximo posible.
Sin embargo, aquello no era lo que molestaba a Mello realmente, no, eso sería estúpido para alguien como él. Si Near hubiese sido cualquier otro, no sentiría esa rivalidad enfermiza hacia su persona. El odio que le tenía venía en realidad del comportamiento del joven. No era alguien sociable, se pasaba los recreos solo armando un rompecabezas de piezas blancas; tampoco molestaba a nadie, por lo que todo lo que concernía a él pasaba desapercibido. Quizás esa fuera la razón de que los demás no hubiesen notado aquello que enfurecía al chico rubio. Era algo que iba más allá de la simple envidia.
El problema era que Near se creía un ser superior, tanto que no quería tener nada que ver con ninguno de los estudiantes que tenía a su alrededor, por eso se aislaba. O al menos era eso lo que Mello podía ver en sus ojos cuando le decía algo. Y es que claro, cuando lo conoció, quiso saber sobre el niño de algodón, le daba curiosidad. No obstante, bastó intentar entablar una conversación con el susodicho para que la ira comenzase a correr por sus venas. Aquel chiquillo lo ignoraba completamente, ¡lo ignoraba! Ni siquiera se dignaba a mirarle a la cara y en las pocas veces que respondía, sentía ganas de golpearlo.
Entonces fue cuando toda aquella rivalidad y odio se hicieron presentes; aunque tal vez Matt tenía razón y estaba exagerando, pero no podía evitar que los malos sentimientos se apoderaran de él cuando perdía contra "esa cosa blanca".
Con aquellos pensamientos surcando su mente, abrió uno de los cajones de su habitación sacando de él dos barras de chocolate que devoró casi al instante, como si no hubiese probado bocado en una semana. Sabía que no era un buen hábito alimenticio, pero había otros peores. Dio un par de vueltas por la casa, realmente debía ponerse a limpiar; sin embargo, no estaba de humor para hacerlo, así que, como era de esperar, no lo hizo. Total, lo podía hacer en otro momento y, si no, tampoco era que la reprimenda que, seguramente, le echaría Halle cuando se encontrara todo patas arriba fuese a ser tan horrible… ¿no? Definitivamente no iba a hacer limpieza con la furia que llevaba encima.
Decidió salir, después de todo, estar allí solo solamente conseguiría que siguiese pensando en Near, y pensar en Near le hacía ponerse enfermo de rabia. Así que agarró nuevamente las llaves y, tras guardar otra barra de chocolate en el bolsillo de su chaqueta, salió nuevamente del piso.
Ya en la calle, caminaba sin prestar atención a su alrededor (motivo por el cual los cláxones de más de un vehículo habían sonado al toparse con él en mitad de la carretera), pues no era capaz de dejar de darle vueltas a los hechos ya tan terriblemente comunes que habían sucedido ese día. ¿Acaso no podía tomarse un respiro? Su subconsciente le daba una rotunda negativa a esa pregunta. Suspiró con desgana.
—Tal vez debería llamar a Matt… —sacudió la cabeza descartando esa idea— No, si lo hago lo más probable es que empiece a quejarme de Near otra vez y Matt ya me ha soportado lo suficiente esta semana.
Prosiguió su camino hacia ninguna parte mientras razonaba; aunque fuera de los que perdían los estribos con facilidad, eso no significaba que no fuese lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que creaba demasiadas molestias a su amigo por ello.
Sin darse cuenta, acabó llegando a donde se hallaba el recinto escolar al que iba. Claramente estaba cerrado, pues ya las horas habían pasado entre tantas vueltas que había dado por la ciudad y el sol del atardecer coloreaba el cielo de tonos anaranjados y nostálgicos. Aunque eso no le importaba lo más mínimo, con lo afligido que se encontraba no iba a fijarse en ese tipo de cosas banales.
—¿Cómo llegué hasta aquí? —gruñó— ¿No consigo olvidarme de este estúpido lugar ni de la estúpida gente que se pasa la vida en él o qué?
Mandó una mirada asesina al pobre edificio como si tuviese la culpa de todos sus males y luego se marchó de allí por donde había venido haciendo algo de ruido con sus pisadas, prueba de su estado de ánimo. No sabía bien que hacer, no quería estar allí, no quería estar en casa y no tenía una idea específica de a qué sitio podría ir para dejar a un lado sus problemas.
Y, de repente, chocó.
Casi se cae, pero logró mantener el equilibrio en el último momento. Le habría gritado una gran gama de groserías a la persona contra la que se acababa de golpear, si no fuera porque cuando estaba a punto de abrir la boca unos ojos de un intenso carmesí se clavaron en él observándole como un depredador a su presa.
—¿Te importaría quitarte de en medio? Estorbas —dijo al fin tras unos segundos con voz cortante.
—¿No crees que es una falta de respeto hablarle de esa forma a una persona que te supera en edad? Por no decir que fuiste tú quién iba sin mirar —respondió de igual manera con una sonrisa falsa—. Pareces de esas personas que sería mejor si estuviesen muertas; eso me facilita las cosas.
—No sé de qué diantres estás hablando, ni quiero saberlo. Yo me largo.
Sin embargo, fue detenido por el desconocido antes de que pudiese dar dos pasos. Hizo una mueca de desagrado, ¿quién se creía aquel hombre para tratar así con él? ¡Si ni siquiera lo conocía, por el amor de Dios!
—¡Suéltame, lunático! —le gritó forcejeando.
La mirada rojiza del hombre brillaba con intensidad como si estuviese recién salido del infierno mientras la hipócrita sonrisa que surcaba su rostro se ensanchaba mostrando sus relucientes colmillos blancos que destacaban por su tamaño entre el resto de su dentadura… y en ese preciso momento, se escuchó un golpe seco y el hombre cayó al suelo delante de sus narices.
—Teru Mikami, estás en mi zona.
Mello miró perplejo a quien había mencionado aquellas palabras. Si hacía un momento todo era extraño, ahora nada tenía sentido. ¿Por qué estaba él allí? ¿Qué demonios hacía él allí? ¿Qué tenía que ver aquella persona con el tipo raro que estaba en el piso?
—¡Near! ¡¿Qué mierda haces tú aquí? —exclamó con furia e incredulidad.
—Yo también me alegro de verte, Mello.
Se había quedado paralizado, es decir; en primer lugar una persona que no conocía de nada le decía que debería estar muerto y lo atacaba, después aparecía de la nada ese sujeto que tanto odiaba y, ¡oh!, ¡sorpresa!, junto a él estaba otro hombre mayor que ellos que acababa de noquear al primero que apareció. Sí, aquello era lo más normal del mundo. No podía comprenderlo.
—Gevanni, por favor, asegúrate de que no haya más de los de su calaña por aquí cerca —el otro asintió yéndose con rapidez—, y usted —se dirigió al recién nombrado como "Teru Mikami" que comenzaba a levantarse—, hágale llegar a "K" que el próximo que encuentre en mi territorio será aniquilado.
Cuando Mello escuchó la última de las palabras que Near decía, la imagen comenzó a hacerse borrosa y luego todo se volvió completamente negro…
Comenzó a despertar, los párpados le pesaban, pues su cuerpo amenazaba con caer de nuevo en la tentación del dulce abrazo del dios del sueño. No sin bastante esfuerzo, consiguió abrir sus ojos y moverse hasta quedar sentado sobre lo que parecía ser el sofá de una sala de estar. Paseó sus orbes azules por el espacio logrando averiguar casi inmediatamente que no era un sitio conocido. La luz era escasa, una pequeña bombilla de mínima intensidad se encargaba de dar la poca iluminación; había una ventana con las persianas bajadas, aunque seguramente subirlas no serviría, ya que la noche debía haber caído hacía tiempo. La puerta que daba hacia la recámara comenzó a chirriar como si necesitase un engrasado urgente delatando que alguien estaba por entrar en el lugar. Cosa que fue confirmada cuando una figura albina se adentró con pasos sigilosos hasta quedar frente al otro, pero sin acercarse demasiado.
—¿Cómo te encuentras? —no parecía mostrar ningún signo de preocupación real.
—Déjate de formalidades y explícame ahora mismo qué ha sido ese numerito que has montado con el tal Mikami —escupió con agresividad.
—Es una larga historia —se sentó en el mismo sillón a una distancia prudente— y es difícil de explicar.
El silencio volvió a invadirlos tensando más el ambiente volviéndolo relativamente incómodo, aunque Near no parecía sentir esa tensión tan palpable y si lo hacía, lo escondía bastante bien. Mello era otra historia, odiaba aquella sensación y no le gustaba en absoluto la idea de esperar a que el más pequeño le dirigiese la palabra (porque si lo hacía podía tardar toda una vida). Bufó para luego comenzar a hablar.
—¿Quién era ese hombre?
—Teru Mikami.
—¡No me refiero a eso! —gritó— A ver, genio, ¿por qué a ese idiota le brillaban los ojos?, ¿y esos colmillos?, ¿qué es eso de "tu zona"?, ¿y por qué me desmayé? —decía atropelladamente agarrando al chico por las solapas de la camisa.
—Primero: Porque no es humano; segundo: creo que ya te di la respuesta; tercero: esta ciudad es mi territorio, simplemente; cuarto: para que no armases un escándalo en la calle, conociéndote estas preguntas habrían llegado a oídos de todo el que pasara por allí.
—No es… Espera… Si no es humano… ¿qué…? —Near rodó los ojos mientras él seguía farfullando cosas hasta que su mente dio con un punto de referencia— ¡Un vampiro!
—Correcto. Y de la peor calaña, después de todo es un aliado de "K".
—¿"K"? —cuestionó intentando disimular la curiosidad que había despertado en él ante lo ilógico de aquella conversación.
—"K" es un vampiro un tanto peculiar, no tiene un territorio fijo, se desplaza cada cierto tiempo junto a sus seguidores, es fácil reconocerlos, todos aquellos que se juntan con él tienen un destello rojo en la mirada.
La mente de Mello comenzó a analizar todo los dicho hasta el momento rápidamente intentando llegar a alguna conclusión razonable; sin embargo, la existencia de seres como aquellos no era algo que se pudiese creer tan fácilmente. Era de esas situaciones en las que se dice "si no lo veo no lo creo", el problema era que él lo había visto; no podía haber una explicación lógica más acertada que aceptar lo que acababa de escuchar. Tras repetirse un par de veces que aquello era real, cayó en la cuenta de que…
—Por lo que has dicho de que esta es tu zona, ¿debo afirmar que tú también eres de la misma especie que ellos?
—De nuevo, es correcto —reafirmó enredado un mechón de su cabello en uno de sus dedos.
En un impulso, agarró a Near y le hizo abrir la boca encontrándose efectivamente con un par de filosos colmillos. Eso podía explicar muchas cosas, el hecho de que el chico no fuese humano podría influir en que no quisiera relacionarse con quienes sí lo eran. Lo entendía perfectamente: las personas normales eran un simple alimento. Ese pensamiento no logró más que irritarlo.
—Vamos, yo esto lo veo así —comenzó a decir separándose del otro como si quemara—, esta ciudad está infectada de chupasangres liderados por ti, ¿me equivoco? No, si el tal "K" tiene subordinados, tú también los tienes; por lo que los humanos estamos encerrados en ella sin enterarnos de nada como si fuese un matadero.
—No es…
—¡Cállate! —volvió a sujetar su camisa— ¿Te crees que somos animales inferiores a ti que no pueden catalogarse como algo más que comida? Es eso, ¿verdad? ¡Por eso te pasas todo el puñetero día solo mirando a la gente con esa cara de idiota que tienes!
—Si quieres puedo ascenderte de alimento a "animal de compañía".
El ruido de una cachetada resonó por toda la recámara hasta que se esfumó en la lejanía atrayendo nuevamente el silencio. Estaba enfadado, muy enfadado, ¿cómo se atrevía aquella cosa blanca a decirle tal cosa? Si ya le enfurecía que lo mirase por encima del hombro cada vez que se encontraban, lo que acababa de decir era como un detonador que activaba grandes cantidades de dinamita. Y es que no podía creerse que lo rebajaran hasta ese punto. ¿Animal de compañía? Él no era ninguna mascota.
Near simplemente llevó una mano a su mejilla enrojecida por el golpe sin cambiar la expresión de su rostro y para cuando Mello quiso darse cuenta, estaba inmovilizado desde atrás por el hombre al que anteriormente el primero había llamado "Gevanni". Era de suponer que se trataba de uno de los vampiros bajo las órdenes del niño que tenía frente a sí.
—Todo está bien, no es necesario que estés pendiente de mí todo el día.
—Debo cuidar de tu bienestar, N –habló por primera vez en lo que llevaba allí —, el señor L no querría que te ocurriese algo malo ya sea por culpa de un humano o de un semejante.
—¿Ya inspeccionaste las calles? —preguntó haciendo caso omiso a sus palabras— Puedes soltarle.
—La señorita Misora se está encargando de eso, si hay alguna anomalía nos lo hará saber pronto.
Por fin Mello pudo volver a moverse con libertad. Fulminó a los dos vampiros con la mirada; definitivamente no era nada agradable hallarse en una situación así y lo peor de todo es que tendría que aguantarse las ganas de matar a Near a golpes si no quería acabar siendo agredido por aquel guardaespaldas que no le quitaba la vista de encima captando todos y cada uno de sus movimientos para cerciorarse de que no hacía nada raro. Por no hablar de que no comprendía que aquel sujeto usara letras para nombrar a la gente.
El chico albino estaba dando nuevas instrucciones a su compañero sobre lo que debía hacer según el informe de la vampiresa que investigaba las posibles infiltraciones en la ciudad, cuando un teléfono móvil sonó. El más alto de los tres lo sacó de su bolsillo y lo volvió a guardar poco después para luego irse de allí no sin antes decirle algo a Near al oído, como si no quisiera que el único humano de la habitación lo escuchara.
—¿Y bien?
—Y bien, ¿qué?
—Joder, Near, quiero irme a mi casa, así que dime dónde demonios está este edificio.
—A pocos metros de nuestro instituto, pero no debería dejar que te vayas —dijo tranquilamente jugando de nuevo con su cabello.
—¡¿Cómo? ¡¿Por qué? —volvió a asesinarlo con la mirada.
—Es obvio, dejarte suelto con todo lo que sabes podría traerme problemas. Creo que solo tienes dos opciones.
—¿Qué opciones?
—Es sencillo, puedes convertirte en uno de nosotros… o puedo matarte, aunque eso no es algo que tenga intención de hacer por el momento.
—Quieres decir que… Oh, no. ¡Estás loco! ¡Jamás seré algo como tú! –le gritó dirigiéndose a donde se encontraba la puerta con prisa deseando salir del punto de mira de aquella criatura demente.
—Mello, con lo que sabes ahora intentar seguir tu vida normal es peligroso, los "perros" de K no olvidan un rostro. Si sigues siendo humano y yo no te asesino, lo más probable es que alguno de ellos lo haga.
—Muérete.
Y sin tomarle más atención, se marchó de aquel lúgubre lugar casi estallando de la rabia con un gran mar de confusos e irritantes pensamientos surcando su frustrada mente. Quizás, muy en el fondo, las palabras de Near hacían que un sentimiento nada reconfortante y una sensación de que alguien podría estarlo vigilando en ese preciso momento lo atormentaran. Un nuevo pensamiento le reprochó que nada de eso hubiera pasado si se hubiese quedado en su casa limpiando, como tendría que haber sido.
