-¿Qué? –su voz sonaba casi tan áspera e indómita como siempre.

Volvió la cabeza hacía Haymitch que la observaba con cautela desde la puerta. Respiró profundo y se movió a los pies de su cama, pero no habló.

El pitido de las máquinas intentaba llenar el silencio entre ambos, Katniss sonrió, ella no pensaba hacerlo. Hacía un par de meses que había perdido las ganas de vivir quizá, después de haber sido disparada por su discurso hacía los rebeldes, también había perdido las ganas de hablar.

No, ella sabía que no se trataba de eso, no había perdido las ganas de hablar, simplemente ya nada le importaba lo suficiente. Todo para ella tenía ese tono oscuro, monótono y casi muerto, igual que los ojos de Peeta cuando ahora la miraban.

Respiró por la boca y levantó una ceja en dirección a su mentor. Aún no se acostumbraba a verlo sobrio, es más hasta pensaba que no le quedaba tan bien esa ausencia de alcohol.

Movió la cabeza, él no tenía pinta de moverse. Pero lo hizo. Se pasó una mano por el pelo y siguió por la cara mientras respiraba, exhausto. La miró entre los dedos y se sentó en la cama.

Katniss ya estaba tensa, solo lo había visto hacer ese gesto un par de veces más y SIEMPRE había tenido que ver con él. Con Peeta, ese que había creado un agujero en su corazón del tamaño del cráter de un meteorito.

Tragó con dificultad mientras el otro se decidía a abrir la maldita boca, no es como si Peeta le importara, ella había decidido sacarlo por completo de su vida (y corazón) cuando casi la mata ahogada. Pero una cosa era decidirlo y otra llevarlo a cabo, por lo que en ese momento su corazón estaba parado completamente, esperando, con ella, que Haymitch hablara.

Katniss se sentó más erguida y se preparó para abofetear a su compañero en caso de que fuera necesario, sin embargo, él se le adelantó. Con dos movimientos rápidos le bloqueó ambas manos y tragó, iba a contarle que Peeta había desaparecido, lo que es igual a activar una bomba de relojería en aquella chica salvaje.